jueves, 5 de enero de 2017

EL REY MAGO

EL REY MAGO 

Para contradecir al rey mago, en primer lugar hay que imaginarlo. 

El rey mago dice que algunas mujeres hacen infelices (sin dejar al mismo tiempo de ser amadas) a algunos hombres: unas porque los abandonaron, otras porque rompieron el malentendido compromiso de la fidelidad, otras porque están enfermas, otras por malvadas, otras por ser demasiado complacientes, otras por su afán de poseer. 

Lo mismo puede decirse de hombres respecto a hombres (y mujeres) y de mujeres respecto a mujeres. Se pueden variar las formas y razones, pero eso no significa que el rey mago se equivoque. 

El rey mago de la infancia, por el contrario, se equivocaba sin dudarlo. Jamás le escribí una carta (no me facilitaron su dirección) y en contadas ocasiones me dejó algo que pueda considerarse un verdadero juguete. 

Entonces era infrecuente que un juguete se pudiera comprar o regalar a un niño. Los juguetes se construían (por los niños y a veces por los adultos). 

Mi rey mago, sin que yo se lo pidiera y defraudando mis ilusiones, me traía casi siempre cuadernos de cálculo y escritura, lápices negros y de colores, un compás, un libro de oraciones y otros artículos de papelería. Especialmente no recuerdo un álbum de dibujo, unos pinceles y tubos de pintura. Regalos así tuve que hacérmelos yo mismo. 

Mi rey mago de la infancia me regaló algún juguete cuya mejor virtud era la inutilidad. Por ejemplo el gladiador y la escopeta

El gladiador era un conjunto de tres piezas de plástico gris: una corta espada, un casco que a la vez era una máscara y un escudo redondo en cuyo centro en relieve sobresalía una pequeña cabeza de león dorada. No servía para luchar puesto que no había con quien luchar, aunque me desahogaba haciendo frente a mi sombra en la terraza de la casa con vistas al castillo. 

La escopeta, tan inútil como el gladiador, tampoco proporcionaba ningún goce. Los tapones de corcho que disparaba (por un mecanismo de muelle comprimido y descomprimido) eran débiles y lentos, alcanzaban una corta distancia, no mataban ni a una mosca. 

A los verdaderos oponentes no podía uno desafiarlos con esas armas, esos juguetes. 

De ahí que quizá acabara yo construyendo juguetes y armas con palabras. 

Cuando yo mismo me convertí en mi propio rey mago, lo primero que hice fue regalarme algo inútil: unas fantásticas botas altas de cuero, hebillas y cremalleras, para conducir motocicletas. Como eran muy caras y llamaban mucho la atención, no tardé en desprenderme de ellas -rebajando su valor. 

Desde el momento en que algo se compra (y se regala) ya vale menos que antes de ser comprado. Y puede suceder al contrario, que algo no comprado (regalado o no) aumente su valor. 

De vez en cuando (y sin que yo mismo le encuentre explicación) me hago regalos, ejerzo de rey mago y de niño: una cabeza de gato, un libro, una botella de vino, un viaje, quince minutos de meditación, un largo paseo, una imágen pornográfica, la copia de un cuadro, una postal antigua, una carta sin abrir... 

Esos regalos me hacen bien y me hacen mal; me hacen vivir y al mismo tiempo me destruyen. 

Por contradecir al rey mago en su primera afirmación ("algunas mujeres hacen infelices a algunos hombres", etcétera), diré que voy a hacer lo posible e imposible (el deseo de hacer más) para que las mujeres de mi vida (las que conmigo comparten sus vidas y yo con ellas comparto la mía) sean felices. 

La felicidad como consecuencia y también como causa. 

Ahora que lo pienso, no recuerdo si el rey mago de mi infancia era blanco, negro u oriental (o de qué color era). 

Un rey mago severo no dará todo lo que puede dar de sí; no abrirá los sobres, no responderá a las cartas. Semejante a un rey de madera en un tablero, delegará en su reina la defensa y en sus peones el ataque. Pero la reina, con su deslizamiento de cobra, se desplazará entre las fichas y morderá con su veneno cuando llegue el momento. 

Es el riesgo de vivir y creer todavía que un rey mago cumplirá tus deseos.


Salvador Alís.


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