EL OJO BIÓNICO / NOTAS DE LECTURA
Si a un chimpancé se le facilitara una regla y un rotulador y, frente a él, una cartulina con dos puntos de color pintados, es muy posible que trazara una línea recta uniendo esos puntos. Son listos los chimpancés, comparten con nosotros un 98 % de código genético, y nosotros somos tan listos... Esa recta podría llegar hasta el límite de la cartulina (y hasta más allá incluso), señalando un tercer punto imaginario después de atravesar en su trayectoria o prolongación una cantidad finita o infinita de otros puntos (dudar es humano), o tal vez volver al punto de partida, si el plano fuera curvo, dibujando una circunferencia o un óvalo (quién sabe) y cerrándose sobre sí misma. La cuestión, en resumidas cuentas, es que uno más uno son dos pero también pueden ser tres. Sirva lo anterior como preámbulo para las proyecciones que tendrán lugar luego de anotar o citar fragmentos de una entrevista de Elena Vallés al oftalmólogo Jeroni Nadal, coordinador de la Unidad de Mácula de la clínica Barraquer, publicada el 8 de marzo de este año por el Diario de Mallorca. Jeroni Nadal, nacido en esta isla, en la población de Binissalem, ha sido el primer médico español que ha implantado (en 2014) un ojo biónico a una paciente ciega, y esa operación la ha repetido con éxito en otras dos ocasiones (en total, en el mundo, se han realizado unas cien). Cuando se le pregunta qué es un ojo biónico, responde: "Es un aparato de microelectrónica. Y está basado en dos componentes. Uno externo, que es una cámara que capta la imagen. Luego hay un procesador de esta imagen y después hay una parte quirúrgica que es la que estimula la retina del paciente. Después se le envía un impulso eléctrico al cerebro para que lo interprete como una imagen. En las personas que sufren una enfermedad de la retina este aparato procede a dar un estímulo directo sobre la retina que es transmitido al cerebro. Los estímulos visuales proceden de una microcámara instalada en unas gafas que lleva el paciente y son transmitidos a la retina por el chip implantado." Al principio parece algo confuso, y seguramente lo sea, pero el oftalmólogo afirma que mejora la percepción de algunas personas aquejadas de un tipo particular de ceguera, la causada por la retinosis pigmentaria. Y es posible, según él, que "en un futuro no muy lejano podrá aplicarse también en pacientes ciegos por degeneración macular senil o por otras dolencias hereditarias o degenerativas de la mácula." Tras esta operación no se pueden percibir colores pero sí "formas, letras o el movimiento de personas u objetos." E incluso "llegar a leer palabras de cuatro letras de un tipo de grafía de hasta cinco centímetros." Lástima que el invento -por ahora- no resulte válido para los ciegos de nacimiento. Dice Jeroni Nadal que "para aplicar el ojo biónico, el paciente ha de tener memoria visual anterior porque para poder recuperar la visión el cerebro ha de interpretar los estímulos. En personas que nacen ciegas todo esto sería mucho más complicado (pero no dice "imposible"). Y este tipo de dispositivos debería aplicarse desde el nacimiento." El aparato (de momento financiado como experimento por la cátedra de investigación de la fundación Barraquer) tiene un coste de 120.000 euros. Pero volvamos al chimpancé, a la regla y el rotulador. Si unimos microcámara y microchip, la línea resultante nos puede llevar a una lente de contacto ultrasensible fabricada a partir del desarrollo de materiales como el grafeno, de espesor atómico, que pudiera funcionar a la vez como cámara y procesador, unida a los nervios ópticos y al cerebro, que fuera capaz de grabar lo que a través suyo contemplaran los ojos, una especie de colección permanente de secuencias de imágenes o película completa, y que al mismo tiempo, de forma instantánea, permitiera registrar en la nube, al alcance o no de cualquiera que pudiera acceder a su contemplación, todo lo visto por el portador. Algo así, con chimpancé o sin chimpancé, se está tramando ya. Quisiera creer que soy el primero en imaginarlo, pero no, seguro que no. Esa lente de contacto, si seguimos el progreso de la línea, igualmente convertiría nuestros pensamientos en imágenes, y cada cual podría (o no podría evitar) colgarlas en las futuras redes sociales de libre visionado. Hasta los sueños, mientras soñamos, serían filmados y publicados. Esa lente traduciría los lenguajes no verbales de nuestros interlocutores, atravesaría las paredes, asimilaría para nosotros en una milésima de segundo páginas de texto, incluso con el plus de traducirlas si estuvieran escritas en otros idiomas. Foto fija en un parpadeo ampliable hasta lo increíble gracias a sus 16 yottapíxeles. Esa lente nos permitiría observar la realidad microscópica y el origen del Universo. Qué pena que los ciegos de nacimiento lo tengan más complicado. Y los pobres en general, porque el aparato jamás estará al alcance de sus bolsillos (si los tienen). De esa realidad consciente o inconsciente, espiada o escudriñada con tanta aplicación y tan obsesivamente, sólo puede derivarse un panorama espantoso. Los pequeños drones actuales y sus cámaras de vídeo con lentes gran-angulares no tardarán en ser sustituidos por pájaros vivos, controlados para ver, procesar y transmitir gracias a sus diminutos y sofisticados ojos biónicos todo lo que suceda en la superficie de la Tierra. Para los agujeros y profundidades se habilitarán cucarachas y otros insectos hemimetábolos, acorazados, implacables. Plagas de cigarras, chinches, saltamontes o mantis religiosas acosarán nuestras rutinas. Detrás del ojo biónico no hay ciegos justamente. Muchos que gozan de una perfecta visión no son capaces de leer (comprender) palabras simples de cuatro letras aunque sean ampliadas a una grafía de cinco metros, por ejemplo la palabra "amor". La línea trazada por el chimpancé acaba en el borde de esta cartulina: un rebaño geométricamente ordenado y vigilado por un lobo que nunca duerme. Más allá de la cartulina todo es posible. Es posible que en este mismo instante tiburones, orcas, delfines, ballenas y otros peces y mamíferos marinos, a los que desde hace ya tiempo -es cosa sabida- se les implantan microchips para seguir sus movimientos, naveguen provistos de potentes cámaras espías y más potentes aún microbombas atómicas con la posibilidad de ser detonadas a distancia. Los robots made in japan, por muy avanzados que parezcan, ya son artículos anticuados. La biotecnología arrolla a la tecnología. La falta de interés del Imperio por la robótica tradicional esconde un secreto. ¿Para qué perder el tiempo con juguetes si podemos convertir a los jugadores en objetos del juego?
Después de escribir lo que antecede, después de leer subtitulado a Edward Snowden, a las 4:22 en punto, con mis ideas y mis criterios en punto, me sirvo una copa, la última, no la última, me asomo a la calle, contemplo la noche, la ciudad, y veo que todo está inmóvil, todo en su sitio, nada se mueve, y no obstante recuerdo que todo es relativo, que viajamos en el espacio a grandes velocidades alrededor del sol, sujetos a la gran espiral, lanzados sin freno hacia el borde de lo que existe o imaginamos. Tal vez la canción que escucho no sea la más adecuada. Y quizá tenga que disculparme por la ambigüedad y las repeticiones. Pero esto es lo que hay. Todo pura contradicción, pura impotencia. E pur si muove.
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