Esta tarde, a las 19:59, un minuto antes de que cayera hasta el suelo la verja metálica del destartalado almacén, he comprado la obra de Thomas Carlyle Historia de la Revolución Francesa - La Guillotina, primera edición en castellano publicada en Barcelona, en 1933, por el editor Joaquín Gil.
Y dos días atrás, en un centro comercial abierto hasta las 20:00 (a pesar de ser domingo), también en los momentos finales de su horario, compré La conspiración contra la especie humana, de Thomas Ligotti, igualmente primera edición en castellano publicada en Madrid, en 2015, por la editorial Valdemar.
Suele suceder de esta manera: una hiena manchada y carroñera percibe o cree percibir a un viejo león cansado. Y acto seguido, con su risa o simulacro de risa, convoca a otras hienas, en número de ocho o dieciséis o veinticuatro, con la pretensión de atacar y vencer.
Astutas y traicioneras, las hienas se toman su tiempo, ocupan posiciones y repasan la estrategia. Y entre tanto olvidan que la noche pertenece al León, lo mismo que el león pertenece a la Noche.
En la cuarta línea de la introducción de su libro, Ligotti nos facilita un anticipo de lo por venir, una cita del precoz filósofo Julius Bahnsen: "El hombre es una Nada consciente de sí".
Opiniones sin contrastar dicen que Borges, a pesar de que lo admiraba, o justamente por ello, calificó a Carlyle como el "primer nazi de la historia". Señalar que Carlyle murió en 1881. Si la frase le es atribuida, Carlyle dijo que "puede ser un héroe lo mismo el que triunfa que el que sucumbe, pero jamás el que abandona el combate".
El acecho de las hienas, en número de ocho, dieciséis o veinticuatro, al viejo león que ya no ríe y sólo jadea intentando, a la vez, reservar algun aliento para su último rugido, ese acecho superficial, inconexo y despreciable tampoco significa nada para la avanzada ceguera del que aguarda sin temor el inminente ataque de las sombras.
¿En qué Palacio de qué Imperio, en qué Templo de qué Creencia, guardan sus puertas hienas talladas en piedra?
Antes que matar prefieren esperar a la muerte, y se conforman con los restos. El chaleco de gatos multicolores de Mercury, por ejemplo. Y siempre, siempre las apariencias.
La pena de muerte no es más que un anticipo, el impacto de una lectura superficial en la contraportada, el áspero pelo de una hiena disecada.
En el viejo almacén de la calle Aragón, libros y más libros sobre teoría del ajedrez, aperturas y finales, avances y defensas, tácticas de un juego cuyo resultado incuestionable es la destrucción del adversario.
Ingenuas hienas ignorantes alrededor de lo que ya ha sido destruido, de lo que por su propia mano decide su final y sólo guarda un último aliento para algún artificio sonoro en su despedida.
Dice Ligotti: "Para aliviar los dolores de la consciencia, algunas personas se anestesian con pensamientos luminosos."
¿Pueden las hienas mirar directamente al sol? ¿De qué se ríen, con su risa estridente y equivocada?
La curiosidad por leer en los próximos días La conspiración..., y averiguar si Ligotti conocía a Cioran y, como Cioran, arrepentirse de haber nacido.
Inventaron la guillotina encapuchada, la horca al aire libre, el fusilamiento desde el anonimato. El león contempla sus garras que lentamente se cierran sobre un corazón imaginario.
"La exposición de una verdad -dice Carlyle- o de un hecho probado debe ser, o por lo menos considerado como un mero esbozo, so pena de que su solidez no sea superior a la de una tela de araña y de que carezca, en suma, de toda existencia."
Esbozos y anécdotas, imágenes y recuerdos, pruebas de que uno envejece y se vuelve vulnerable. Hienas en el tablero confunden cuadros blancos y cuadros negros. No teme el león a la selva que ha dominado, no teme al tiempo que le queda por vivir, ni al ayuno, ni a la sed, ni al fuego que en su horizonte arde sin arder, ni a las marionetas que, amenazadoras, abren la boca para nada.
Esta noche, a las 3:33, me río de las citas y las hienas y afirmo como esbozo que no soy el león cansado, que mis alas no tienen mancha, que mi corazón verdadero soporta y aguanta electricidad en tobillos y muñecas, en el pecho y en el alma, que mi sangre fluye no más contaminada que otras sangres, que conservo la cabeza sobre los hombros, y que yo también soy consciente de ser nada y tener consciencia.
¿Durante cuánto tiempo sigue el pensamiento pensando una vez la guillotina actúa y cae con su filo azul y su risa cobarde y vengativa?
Cualquier extraño día, por inesperado, compraré ese libro aún no escrito, para no leerlo, donde no se narran las aventuras en África y en Arabia y en la India de las hienas sonrientes y parlanchinas.
Oculta sus ojos la matriarca de las hienas. Suele suceder de esta manera. Pero se olvida -y se sigue y seguirá olvidando- que la noche pertenece al León, lo mismo que el león pertenece a la Noche.
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