lunes, 26 de enero de 2015

APRENDIENDO A AFINAR PIANOS

APRENDIENDO A AFINAR PIANOS

El tren ya se aleja de la estación. Y yo en el andén, viéndolo partir.
Y yo en el andén, en la cabeza de la serpiente. Yo.

En la espera no cabe esa moneda, no. En la moneda, mi cara.
En la espera, la insaciable boca.

Se dice que el asesino fue el asesino. Pero él no dice nada.
En silencio afila su cuchillo.

Las canicas de cristal ruedan por el suelo. Los ojos del tigre
vigilan esos mundos helados que te vigilan.

En las cuerdas del piano, los arcos y las ballestas. La diana pintada
en las cortinas del decorado.

Y yo sentado al piano.
Y yo disparando las flechas.

El caballo de tres metros de altura. En las nubes, las alas.
Inclina la cabeza y resopla. Se inquieta y no vuela.

En el tren el asesino dejando atrás sus monedas. Y yo en el andén,
perdido en el humo, afinando el piano.

En la espera sujeto las riendas del caballo gigante.
Sus huellas omegas. Sus crines al viento.

El tigre vigila esos mundos helados. Y la canica corazón
rueda más despacio y todo se congela.

Cuerdas de acero templadas, alambres de resorte.
En la estación espera el invierno tiempos cálidos.

La enredada serpiente entre las patas del caballo muda su piel.
Monedas y escamas.

Entre el humo y la circunstancia, yo perdido,
yo afilando mi cuchillo, yo pintado en las cortinas de lona gris.

Espectadores ausentes. Y yo afilando mi cuchillo.

Salvador Alís.

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