EL ENANO Y EL BUFÓN
Contabilidad humana: la necedad, lo insoportable, la resolución.
Todo enano tiene su bufón y todo bufón su enano. Son inseparables y se necesitan mutuamente para ser lo que son. ¿Quién dirige a quién? ¿Quién susurra al oído y hace hablar al otro?
Algunas veces, enano y bufón son la misma persona. Y, en todo caso, si se dan por separado, son personas incompletas y complementarias.
Producen risa y asustan según el momento y las circunstancias. O repugnan con sus voces chillonas y sus movimientos deslavazados y marionéticos.
Son mediocres imitadores de sí mismos y de la fama que pretenden sin éxito conquistar. Matasietes, fanfarrones y ridículos sin par.
A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se ha visto a millones de personas, se ha conocido a miles y se ha intimado con cientos. Pero de todas ellas, de esa multiforme masa, sólo unas pocas merecen nuestro reconocimiento y respeto.
Si uno ha crecido en un pueblo de nueve mil habitantes, es probable que a los dieciséis años haya contemplado cada una de sus nueve mil caras; que entre los compañeros de escuela, los maestros, los vecinos y familiares lejanos sumen una centena; que se entablen algunas relaciones más profundas con padres y hermanos, un reducido grupo de amigos, el profesor de matemáticas y la profesora de filosofía, y hasta con la hija del médico en inocentes paseos en bicicleta.
En la gran ciudad, más tarde, la contabilidad humana se complica y se desborda, los rostros no cesan de multiplicarse, el conocimiento se expande, la intimidad se vuelve agreste, objeto de colección y deseable promiscuidad.
A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se relaciona uno con actores, con locos, con personajes públicos. Se conoce a escritores y se sumerje uno en sus vidas y en su imaginación, a pintores, a músicos, a teóricos y científicos. Se descarta a la mayoría y se guardan apenas las imágenes en la memoria de unos pocos. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de elecciones personales.
Hay bufones muy serios y competentes, Tom Waits por ejemplo, o Tomas Bernhard. Bufones que no imitan a nadie y se ríen de espaldas.
Y en el cuartel militar: el bufón general y el comandante, el enano sargento y el payaso alférez, en sus desfiles con guantes blancos y cornetas y tambores.
A lo largo de una vida... Una vida como la tuya presume ya de haberse enfrentado a un variopinto ejército de jetas, hipócritas, caraduras, ignorantes y necios.
El bufón en sus aposentos y el enano tras el telón masturbándose con sus ocurrencias. Y en el suelo, y en desorden, los zapatos con alzas y cascabeles, el tambor de juguete y los calzones manchados.
Algunos de tus conocidos han entrenado monos para levantar las carteras, los relojes, los anillos. Habilidosos del bocado y de la cobardía. Mientras tú ries mis gracias yo utilizo al mono para desvalijarte. ¡Cuántos corazones robados! El mono del bufón es el enano y el mono del enano es su estatura.
Hay enanos muy serios y endiablados: los que han jugado con el globo terráqueo y los que han presumido de bigote y los que sedujeron a la Bruni-Tedeschi.
Todo esto produce risa y reclama aplausos. La necedad es un virus imbatible. Lo sabían los monarcas y lo supo Francis Bacon y Joshua Hoffine.
Si existe un grado máximo de la tortura, simplemente consiste en someter a un oyente a las repetitivas ocurrencias del bufón y del enano, día tras día, ocho horas diarias, durante años.
La resolución no puede ser otra. Bajar el volumen, no intervenir. Este libro se escribe en silencio y sin aplausos, escuchando las voces atenuadas y mil veces ajenas de una, finalmente, deformada contabilidad humana claramente grotesca.
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