viernes, 11 de marzo de 2022
ACARICIAR A UN TIGRE
ACARICIAR A UN TIGRE
"El hombre corriente podría ser comparado con un viajero adormecido que va, sin apercibirse, de estación en estación: la estación término es la muerte, y él no habrá tenido placer ninguno en el viaje."
Dubant-Marguerie. El camino del guerrero.
No debo pues ser un hombre corriente,
porque yo he tenido el placer de acariciar a un tigre albino;
y por más que ese gesto y ese tigre hayan sido solo un sueño,
la mano que acariciaba es la mía propia y tan real.
Si usted pudiera ver mi sueño, ¿qué mano diría:
la diestra, la siniestra o acaso ambas confundidas?
Las palmas aún parecen jóvenes,
en ellas la piel conserva su elasticidad
sin ser ostensible cambio alguno en las líneas marcadas.
Pero en el dorso esa piel es otra cosa,
tan fina y transparente que bajo ella se ve el blanco de los huesos,
el esqueleto que irrumpe asomando los nudillos,
llamando a la puerta.
Las venas aquí son más verdes que azules
(un verde abultado, denso y sucio),
como viejas tuberías a punto de reventar.
Si usted pudiera ver mi sueño, entre tinta y sangre
¿por qué fluido se decantaría?
Antes de acariciar a un tigre, mis manos escriben hoy
para corregir lo escrito ayer; y ya que todo sueño es escritura,
igualmente mañana escribirán para suplantar o anular
esta lectura: En un campo iluminado por un sol invernal,
siendo uno más entre los soldados,
fui sorprendido por un tigre albino que, sin embargo, no me atacó.
Salvador Alís.
viernes, 31 de diciembre de 2021
DEJA LA ESPINA COGE LA ROSA
COGE LA ROSA DEJA LA ESPINA
Escribir por nada. Escribir para no conseguir otra cosa
que un paisaje donde la niebla desdeña tu mirada.
Humo que arde y vela que se apaga.
Hablar ante nadie, para nadie y sin motivo porque las sombras
no escuchan, porque las manos se ocultan
y los pasos aplastan a los pasos con premura.
Decir lo mismo una y otra vez variando el gesto, el tono, la palabra
que se afirma para negarse y volver. Todo dicho
y todo por decir.
No diré mi nombre. No sé quién habla.
Días de un cuento extraño donde el silencio prisionero
enloquece en su castillo.
A lo lejos esta música y aquella otra tan cercana.
Espiral sonora que se cierra cuando se abre, que grita y calla.
Coge la rosa. Deja la espina.
Salvador Alís.
domingo, 26 de septiembre de 2021
EL OJO IZQUIERDO
EL OJO IZQUIERDO
El ojo izquierdo ha dicho "basta, hasta aquí hemos llegado",
hace tres días, al despertar de un largo sueño sin haber dormido,
el ingrato, el ojo vago, el que ve la media luna en un círculo
y el cielo negro.
Veinte años atrás ese ojo veía las letras en su tamaño
y nítido su contorno, no mezclaba las rayas del tigre con su selva,
no se agotaba por nada, no se compadecía de sí.
Veinte años ya cediendo el paso al ojo derecho y siempre detrás,
más lento, más inseguro,
pero feliz al compartir con el oído de su lado todo lo que suena
con más alto volumen.
El oído derecho se confiesa tocado, medio sordo, apático.
En el fondo se trata de esto: mitades que funcionan
y otras que no.
Medio cuerpo se deteriora a mayor velocidad que su contrario,
por partes entrecruzadas, a izquierda y derecha,
lo que resiste y lo que se va.
Una diminuta nube, una pincelada de humo, una gota de agua sucia
en el ojo izquierdo, el recuerdo del ojo seco
que llevó a la muerte al corazón felino,
la casualidad que iguala desgracia y destino:
Nube y Hombre envejecen por igual y así deben sentir y acatar.
Los párpados se relajan en dunas onduladas,
piel que ha perdido su potencia y su tensión, cuerda de un arco
que ha cedido por el uso y ya no impulsa la flecha.
La pierna derecha más vulnerable que la izquierda,
no el hueso sino de nuevo la piel,
ese envoltorio al que cuesta regenerar,
heridas que no cicatrizan, llagas que renacen,
quemaduras que no dan tregua.
Todavía el ojo derecho, con su verde fulminado y sus ojeras,
es capaz de ver por él y por su antagonista,
todavía ¿y hasta cuándo?
El ojo izquierdo ha dicho "basta", quizá la retina ha decidido,
hastiada, desprenderse de toda referencia material y utilitaria.
Las gafas de tres aumentos se rompieron,
y se quebró la persiana para dejar pasar una luz que no descansa,
tres días con sus noches sin otra oscuridad
que la del alma.
Salvador Alís.