ACARICIAR A UN TIGRE
"El hombre corriente podría ser comparado con un viajero adormecido que va, sin apercibirse, de estación en estación: la estación término es la muerte, y él no habrá tenido placer ninguno en el viaje."
Dubant-Marguerie. El camino del guerrero.
No debo pues ser un hombre corriente,
porque yo he tenido el placer de acariciar a un tigre albino;
y por más que ese gesto y ese tigre hayan sido solo un sueño,
la mano que acariciaba es la mía propia y tan real.
Si usted pudiera ver mi sueño, ¿qué mano diría:
la diestra, la siniestra o acaso ambas confundidas?
Las palmas aún parecen jóvenes,
en ellas la piel conserva su elasticidad
sin ser ostensible cambio alguno en las líneas marcadas.
Pero en el dorso esa piel es otra cosa,
tan fina y transparente que bajo ella se ve el blanco de los huesos,
el esqueleto que irrumpe asomando los nudillos,
llamando a la puerta.
Las venas aquí son más verdes que azules
(un verde abultado, denso y sucio),
como viejas tuberías a punto de reventar.
Si usted pudiera ver mi sueño, entre tinta y sangre
¿por qué fluido se decantaría?
Antes de acariciar a un tigre, mis manos escriben hoy
para corregir lo escrito ayer; y ya que todo sueño es escritura,
igualmente mañana escribirán para suplantar o anular
esta lectura: En un campo iluminado por un sol invernal,
siendo uno más entre los soldados,
fui sorprendido por un tigre albino que, sin embargo, no me atacó.
Salvador Alís.
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