martes, 29 de noviembre de 2016

ROLLING STONES / FAR AWAY EYES

LA NATURALEZA DE MI VIAJE. 1.

LA NATURALEZA DE MI VIAJE. 1.

Partimos de aquí y llegamos allá. 
El aquí y el allá son lugares que no pueden describirse. 
Los que por su naturaleza se aburren 
y no sienten interés por el viaje, 
no hablan del viaje. 
Y los que, deslumbrados, hablan sin cesar del viaje, 
suelen olvidar de dónde vienen y adónde van.

Salvador Alís.


Sobre el viaje, pero no sobre el hecho mismo de viajar, no sobre lo concreto sino sobre lo absoluto, existen tantas teorías como experiencias. Doy por supuesto que quien esto lea adivinará que cuando digo experiencias en realidad quiero decir pensamientos. Pues ante todo, y como premisa irrefutable, el viaje es una idea, fruto de la imaginación, producto de un sueño, por encima de otras consideraciones logísticas y su resultante ejecución. Para el pequeño viaje, sea cuál sea, uno está en su derecho de prever, organizar, consultar mapas y trayectos, prepararse. Para el gran viaje, sin embargo, habrá que aceptar que nada puede escapar de la improvisación, es decir del sometimiento a la suerte y a las indicaciones de nuestra predilecta agencia de viajes: "el destino". 

Nuestro último viaje (por ahora) ha sido a Cerdeña. Claro está que a no a toda Cerdeña sino a una ínfima parte de su territorio. La distancia más larga recorrida, desde Maracalagonis hasta San Antioco: poco más de cien kilómetros. Cerdeña es la segunda isla más grande del Mediterráneo, imposible conocerla en siete días. Dicen que en Cerdeña hay cuatro millones de ovejas frente a un millón y medio de habitantes (cifras aproximadas), ¿Acaso esto signifique que nos hallamos ante una tierra de pastores? No todas las islas de nuestro mar se parecen. Cerdeña y Mallorca puede que sí, pero nada que ver -ni la una ni la otra- con Santorini, donde el volcán es dueño y señor.

Más de una vez me han señalado mi predilección por las islas. Es cierto. No me siento a gusto en los continentes, prefiero los espacios reducidos: se parecen a la cama donde en la noche me refugio de la noche. Prefiero el rumor profundo y salvaje del mar a los paranoicos crujidos de los pilares en el sótano. Tanto es así que, si volviera a nacer, si pudiera reencarnarme, me gustaría ser un griego (no importa en qué época) y trabajar en un barco que en sus múltiples travesías visitara las 6.000 islas, sus puertos, laberintos, fortificaciones, viñas y olivos, dioses y filosofías. Si el pensamiento (no el único pero desde luego el fundamental) se generó en Grecia, pudo deberse sin duda a la existencia de esa proliferación de islas. Así lo entendió Christopher Priest cuando redactó La Afirmación y Homero cuando dictó La Odisea

Mis fotografías de Cerdeña no son perfectas. Pude haber sido un buen fotógrafo, estoy seguro, pero las cámaras digitales me hicieron desistir. Al principio tuve una sólida Nikon FM2 y luego otra Nikon F301. La distancia entre el ojo y el papel contenía toda la magia (acertada o fallida) de la creación. Ahora, mi "vieja" Panasonic TZ18, a pesar de la mota de polvo en el interior de la lente, me permite hacer varios miles de fotografías de cada viaje. Y por tanto, es azaroso elegir como resumen de ese viaje, diez o veinte instantáneas que lo puedan resumir. No obstante, algunas significan algo (para mí). Y puesto que, en definitiva, las notas aquí tomadas, las canciones y las imágenes incluidas, son de uso personal, puedo disculpar sus imperfecciones. Cada vez con más fuerza se impone la idea de que la forma debe ceder ante la idea. Lo que cuenta es la intención, es decir el mensaje. 

Comenzaremos pues con la escalera de caracol, estructura recurrente en mi vida desde que, a una edad temprana, ascendí hasta lo alto del campanario de la iglesia de San Pedro y vi sus campanas. 


No vimos muchos gatos en Cerdeña. ¿Qué puede significar? En Estambul, en Santorini, en Isla de la Reunión y en Rodas aparecían por todas partes, pero en Cerdeña se hicieron esperar. Creo que en este viaje los puedo contar con los dedos de una sola mano. A pesar de todo, un gato entre la hierba, a la entrada de un castillo.


A la salida de ese castillo, una ligera llovizna y el cielo gris sobre nuestras cabezas, alguien sale de un bar y atraviesa un arco de piedra que se alza sobre la calzada de adoquines medievales. Es un hombre que no se sostiene en pie sino gracias a su muleta. No es Cerdeña, es la vida. 


En el camino que bordea los muros y fortificaciones de las alturas de Cagliari, entre un elevador que no funciona y otro que sí, exuberantes plantas y sus flores y sus mariposas (ninguna se dejó fotografiar), Pero en las proximidades de la Via Matarella, en un lugar de ancianos, el penúltimo día, esta belleza se ofrece y posa.


Las manifestaciones de la fe aparecen en Cerdeña por todas partes: ángeles y calaveras, cruces y signos de la cruz, vírgenes en los jardines, sobre pedestales, contra el cielo. 


 Y si uno sabe buscar (y encontrar), en esta isla como en otras, hallará la muerte en alguna de sus manifestaciones: huesos, pinturas, calaveras de mármol, e incluso palmeras.


En la mitad del viaje, en una noche como ninguna, se abrió la luna hasta su anillo de luz y afectó al viajero. Una luna como ésta nunca se vio, nunca fue vista. Sucedió en Cerdeña, en Maracalagonis, y el que nunca había creído, siguió sin creer, pero alucinado.


Pero el viajero es consciente de que su alucinación depende, como no podría ser de otra forma, del vino que se abre, un Giogantinu (vermentino di gallura) de 2013. Frente a la pared, un viejo (que puede tener tu edad) se enfrenta a su papel, El mundo entero y su deriva le son ajenos. Le importa su papelito y su lectura.


Imágenes de Cerdeña se encontrarán fácilmente si uno se contenta con lo superficial, google existe para esto, pero si el viajero realmente siente el viaje guardará sus capturas. Estas (y las anteriores) son las mías. Nada que ver con lo se espera. 


Salvador Alís








       

domingo, 27 de noviembre de 2016

ROLLING STONES / SYMPATHY FOR THE DEVIL

LA NATURALEZA DE MI JUEGO

LA NATURALEZA DE MI JUEGO

Temprano en la mañana, el once de noviembre de este año, antes de emprender el viaje a Cerdeña, habiendo cerrado ya la maleta, recordé un último detalle: debía esconder en un lugar seguro una hoja de claves, y ¿qué mejor lugar para una aguja que un pajar? De manera que elegí al azar un libro entre dos mil y coloqué esa hoja a resguardo entre sus hojas. El libro sin intención era de Leonard Cohen, la 2ª edición de sus Poemas escogidos publicado por Plaza & Janés (selecciones de poesía universal) en septiembre de 1974 (en la tercera página, bajo mi nombre, la fecha de compra: noviembre de 1974). Apenas una hora más tarde, en un taxi de camino al aeropuerto, la radio anunciaba la muerte de Leonard Cohen.

He tardado diecisiete días en sacar de nuevo el libro de la biblioteca, las claves siguen en él, y lo abro por donde se abre con la intención de copiar aquí algún fragmento como homenaje. En la página 45 encuentro este breve poema traducido (se trata de una edición bilingüe), y ya no necesito buscar más:

"Me pregunto cuánta gente en esta ciudad
vive en habitaciones amuebladas.
A alta hora de la noche, cuando miro hacia las casas
juro que veo un rostro en cada ventana
que me devuelve la mirada.
Y cuando me retiro,
me pregunto cuántos vuelven a sentarse ante sus mesas
y escriben esto mismo."

Hay muertos que hablan después de haber muerto, y que continúan hablando durante días, años y hasta siglos. Hay muertos que hacen mucho ruido al principio y luego nada. Hay muertos que, a la vez, hacen ruido y hablan.

La gerontocracia cubana ha perdido su más ilustre cabeza. Nadie es inmortal, nada es eterno, ni las ideologías ni los sistemas económicos. Quizá alguna idea pueda ser considerada de larga duración. Quizá el concepto de un dios concebido para serlo. Quizá el poder lo sea, en tanto punta de lanza que se adapta para atravesar los tiempos mientras es afilado por las dificultades. Pero en el fondo, nuestras definiciones de eternidad e inmortalidad provienen de mentes mortales cuya duración es efímera. Desde cuándo existen y hasta cuándo existirán por ejemplo el amor y el odio, pasiones humanas ante todo (sin descartar que otros animales puedan sentirlas, más la primera que la segunda), sino durante el intervalo durante el que somos vida entre la vida.

Para "juzgar" la historia, para formular mis propias opiniones, para establecer mis creencias, siempre me he apoyado en mi instinto. Los datos son lo que son, referencias incompletas, manipuladas, sesgadas. El instinto es otra cosa (tiene que ver con el sentido común, el olfato, la lógica...) De la unión de dos puntos en el espacio se obtiene una recta. De la unión de tres puntos un triángulo. Pero si hablamos de mil puntos el resultado es un laberinto. ¿Cuántos puntos temporales hay que unir para obtener una biografía coherente?

De la muerte de una ex alcaldesa de una ciudad significada por el número de electrones en su momento energético más bajo, ciudad hoy conocida por las ruinas de sus proyectos de futuro, sus hogueras inquisitoriales y sus fuegos fatuos, no quedará en el recuerdo más que ruido, un sonar de campanas que reclaman atención para una iglesia vacía donde se exponen, sobre el altar mayor, las treinta monedas de plata de Judas Iscariote.

Tras la muerte de Cohen quedarán canciones y poemas, mejores y peores, quedará la imagen imborrable de un viaje por carretera hacia "ninguna parte", viaje de juventud y de inicio (¿de qué?), cuando escuchando sus canciones, el cálido viento del verano entrando por las ventanillas, me enamoré irracionalmente (¿de qué otra forma se puede uno enamorar?) de Analuisa, de su pelo negro, sus ojos azules, sus facciones geométricas. Tras la muerte de Cohen quedará su discurso ante los príncipes, la historia del suicidio en Montreal de su profesor de guitarra y estos comentarios memorables (a propósito de sí mismo y de Federico García Lorca):

"Podría decirles que cuando yo era joven, un adolescente que ansiaba tener una voz, estudié a los poetas ingleses y me familiaricé con su obra y copié su estilo; pero no pude encontrar la voz. Fue al leer, aunque estuvieran traducidos, los textos de Lorca, cuando comprendí que había una voz. No es que copiara su voz (no me atrevería), sino que él me dio permiso para encontrar mi voz, esto es, encontrar un yo, un yo que no es estático, un yo que lucha por su propia existencia. Con el paso de los años, comprendí que esta voz incluía algunas instrucciones. ¿Cuáles eran estas instrucciones? Nunca plañir con displicencia. Y que si alguien va a expresar la gran e inevitable caída que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza."
(Fragmento del discurso de aceptación de Leonard Cohen del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 2011).

Cuanto estuve en la Habana, en noviembre de 2008, Fidel Castro aún gobernaba Cuba como figura omnipresente (no fue hasta 2011 que delegó sus poderes en su hermano Raúl), pero ya entonces todos los taxistas y camareros hablaban de la gerontocracia imperante. Creo que a Fidel se lo comió el tiempo, que no supo anticiparse (la recomendación de Sándor Márai: no esperar a que la lucidez nos abandone para tomar la gran decisión), retirarse y dar paso a unas elecciones lo más democráticas posibles, previa legitimación de otros partidos políticos distintos al PCC, y que hubieran dado lugar a un gobierno elegido. Respecto a los miles de muertos que se le atribuyen, presos políticos, carencias, imposiciones ideológicas y represiones, no diré ni que sí ni que no (no confío en los datos). Sé lo que vi en la Habana en aquellos catorce días: decadencia arquitectónica, disciplina, resignación, música, baile, ron, tabaco, alegría, orgullo, viento y fuerza. Al menos Fidel tuvo lo que hay que tener para plantar cara al tirano, reconquistar una isla y mantenerla aislada, y no ceder ante los superpoderes del Capitán América.

Nací en Valencia, accidentalmente, en 1955, y viví en un pueblo absurdo, en una casa oscura bajo el dominio de un imponente castillo (así me lo parecía) hasta 1973. En 1975 volví a instalarme en la ciudad, pero abandoné esa tierra hace ya más de 30 años para regresar (con mayores o menores implicaciones) sólo ocasionalmente. ¿Podría haber vivido en la Habana? Sí. Y en cualquier otro lugar sin duda pues no padezco la enfermedad del patriotismo.

Una lectora (no diré su nombre) publicó hace poco un comentario a propósito (supongo) de mi entrada sobre Donald Trump, pero no aquí, en días volando, de hecho no sé dónde ni tampoco me interesa averiguarlo, donde decía algo así como: "Ay, viejito, creo que te pasaste con el vodka..." Etcétera. No le contesté en su momento ni en su medio. Te contesto ahora: Pues no, viejita, no me pasé con el vodka. Lo cierto es que hace tres décadas que no tomo. Prefiero las uvas a las patatas. ¿Entendiste lo que dije, viejita, o tengo que explicarte algo tan obvio como que de las primeras se obtiene el vino y de las segundas (se puede obtener) el destilado de referencia?

En Cerdeña (en concreto en un pequeño pueblo llamado Maracalagonis) alquilamos un ático al que se accedía desde la calle mediante una escalera de caracol. Desde ese ático pude contemplar el universo o una muestra o representación simplificada del universo: el amanecer, el sol, las nubes de variados colores, el viento, el frío, la lluvia, la tormenta y sus relámpagos, la luna y su anillo, las estrellas, mi imagen en los espejos, y hasta cinco de mis obsesiones dibujadas:
- Un niño que se ahoga.
- Un hombre que habla.
- Una fiera amarilla.
- Un ángel mentiroso.
- Una sombra que se multiplica.

Hay muertos que hablan y muertos que hacen ruido. Lo mismo pasa con los vivos. Pero esa es otra historia. Siempre falta tiempo para lo esencial. Lo secundario tiene acceso a las más reputadas relojerías y puede adquirir sin ningún problema las mejores obras maestras del tiempo mecánico. El tiempo real no se mide impunemente. Quedan nueve meses para que el libro único se haga. Todo lo demás habrá de resentirse. Faltarán noches a los días, palabras a la voz, opiniones al respecto. El diseño de la botella antes que el contenido de la botella. El vodka que prefiero es el Crystal Head.

Salvador Alís.



 

   





     

jueves, 24 de noviembre de 2016