lunes, 26 de septiembre de 2016

BARCELONA GIPSY KLEZMER ORCHESTRA / DJELEM DJELEM

EL AMOR SE TRASLADA

EL AMOR SE TRASLADA

El amor se traslada de un lugar a otro, viaja en coche de caballos,
pero lentamente, ni siquiera al trote, contemplando el paisaje cambiante,
el amanecer y el ocaso, las fases de la luna
y el deterioro de las ciudades.

Con los niños es muy fácil entenderse; con los jóvenes, bastante fácil;
algo más complicado con los de mediana edad;
y casi imposible con los viejos (clan al que ya perteneces
o vas perteneciendo, por más que trates de ignorarlo o te resistas
con uñas y dientes).

Tus mejores interlocutores son, sin embargo, los sibilinos gatos
y los viejos escritores ya fallecidos.
Ni los gatos ni los libros te escuchan pero tú puedes leerlos.

La paradoja es que resulta fácil entenderse con los jóvenes
e imposible (por pereza, por aburrimiento) con los jóvenes escritores.
Ya no lees nada nuevo, nada que no tenga al menos cincuenta
o cien años o quinientos.

A un gato uno lo comprende desde que nace hasta que muere.
Entiende su vida y su muerte. Eso no pasa con las personas adultas
ni con las personas que igualan tu edad.

Con un libro es poco probable enfadarse, sufrir más allá de un límite
cierta decepción o sufrir simplemente:
al menor indicio de que algo no va bien, el libro se cierra
y se abandona (aunque permanezca en un estante de la biblioteca
acumulando polvo y siendo atacado por peces de plata).

Con las personas el mecanismo es otro: te hablan y te escuchan
(no siempre, pero muchas veces), o esperan escucharte
y que tú les hables (lo que quieren oír, lo que quieren que digas).

Como no hay otra cosa que lenguajes individuales,
el entendimiento es nulo. No se habla ni se oye la misma lengua.
Y entonces, si los lazos se establecen por causas equívocas,
por fundamentos falsos, por deslumbramientos o espejismos,
las relaciones estarán viciadas y acabarán en dolor.

La culpa viene de una frase mal formulada o mal oída.
Cuando la culpa, el duelo o la incomprensión acontecen,
mejor no hacer nada, dejarlo pasar.

Sabes por experiencia propia que si intentas arreglarlo, lo estropeas.
Un reloj que ya no da la hora (a no ser que se trate de un reloj caro,
inalcanzable) ya no se repara, se cambia por otro y se acabó.

El reloj detenido puede guardarse como reliquia,
junto a otros muchos que en su día dieron la hora con exactitud.

El tiempo es el peor de los amigos: nos habla, nos escucha, 
pero tuerce nuestros planes.

El que siempre quiere tener razón pierde la razón.

Las ciudades se renuevan, la luna se detendrá alguna vez,
cambiará el paisaje. Y el amor seguirá pasando, atento a todo,
desde su altura, con la dignidad de su mirada y su agradecimiento,
mas pausadamente, sin ninguna prisa, buscando su lugar. 

Salvador Alís.

viernes, 23 de septiembre de 2016

CHRIS REA / SOMEWHERE BETWEEN THE STARS

CATA A CIEGAS

CATA A CIEGAS

Hoy he participado en una "cata a ciegas": tres vinos tintos cuyas botellas, enfundadas en una especie de ajustados guantes negros, no ofrecían ninguna información de sí mismos. Los vinos guardan silencio, mientras los participantes hablamos de ellos y, a la vez, no de manera sucesiva en el orden de lo expresado sino de manera simultánea, hablamos de nosotros, pues cada adjetivo y descripción de los vinos nos adjetiva y describe.

Éramos tres los participantes y cuatro gatos los espectadores. La noche suave tenuemente iluminada como telón de fondo. Sobre la mesa de cristal (sobre madera), lo elemental: las botellas de vino numeradas, una tras otra, las copas, el pan, los quesos.

Cada botella contiene un sueño. Describir cada vino es descifrar un sueño, el relato de ese sueño. Hablamos de colores, de aromas, de frutos del bosque, de compotas, de viajes, de gatos vivos y gatos muertos, de frescura y acidez, de paisajes, carreteras y castillos, de lágrimas de alcohol y de futuro.

En una "cata a ciegas", los ojos importan, pero menos que los sentidos del olfato y del gusto. Lo que se oculta no puede ser descubierto sólo con la mirada (por mucho que la mirada sea necesaria como agente emisor o, mejor aún, como transporte de la información desde la botella hasta nuestro cerebro).

Tras la "cata a ciegas", abro otra botella. Esta botella es diferente, tiene etiqueta y mucha información pero está vacía. Es una página en blanco. Quizá las palabras ya estén escritas y mi tarea consista en volverlas visibles. ¿Cómo describir un vino que no se bebe y, por tanto, no tiene olor, sabor ni color, es decir: no existe? ¿Cómo describir lo inexistente a través del cristal de la botella y una etiqueta que ya describe lo inexistente?

Hace unos días anoté algo que debía recordar, con tinta azul en un pequeño trozo de papel verde de baja calidad. Lo que resultó puede ser un breve poema:

Si el papel no es bueno,
si la tinta se ha secado o no fluye como debiera,
si se toma la pluma con la mano equivocada,
si la luz se apaga o se impone la ceguera,
si se ha perdido la memoria o la esperanza,
si el reloj de muñeca ya no funciona,
entonces no se escribe o se escribe mal,
entonces la carta no llega a su destino.

Leer un poema, leer una página escrita (que antes no era visible y ahora lo es), leer un libro completo, leer una biblioteca..., no es lo mismo que oler un vino, saborear un vino, acabar con una botella, ser un bebedor apasionado o un alcohólico. El olfato entiende el poema, el gusto comprende la página escrita (su elaboración y su estilo), la mirada se fatiga al leer el libro de principio a fin, los ojos se quedan ciegos antes o después de que la biblioteca haya pasado o esté pasando ante ellos.

El libro inencontrable de Jean Frémon, Louise Bourgeois. Mujer casa., fue por último encontrado. Lo voy leyendo poco a poco durante estas noches, unos minutos cada vez antes de conciliar el sueño. En cierta ocasión -cuenta Frémon- L. B. colaboró con Arthur Miller ilustrando un relato suyo con diez grabados que representaban flores. Pero fue más allá, también modificó el texto: "subrayó todas las expresiones relacionadas con la visión o el ojo. Cada vez que a lo largo del texto encontró la palabra ver, la palabra ojo, la palabra lágrimas o alguna otra de la misma familia, mirada, visión. etc., la subrayó y pidió que imprimieran en rojo el grupo de palabras o la frase, el resto fue impreso en un bonito gris." ¿Por qué el rojo y no otro color? En el libro de Frémon se cita también una nota del diario íntimo de L. B., donde explica lo que para ella significa este color: "sangre, dolor, violencia, peligro, vergüenza, celos, reproches y remordimiento".

En una "cata a ciegas" no se tienen los ojos vendados, simplemente la botella no se ve, está enfundada en un guante negro para una mano de un solo dedo cuyo extremo ha sido cortado. El color rojo cereza o picota, los ribetes violáceos, las lágrimas transparentes del vino, se ven apenas bajo una luz eléctrica apaciguada y tres velas de parafina sobre la reja cubierta que separa la estabilidad de la terraza del abismo de la calle.

En las tres botellas de vino, que contenían caldos oscuros, frescos y complejos, el color rojo tiene otras interpretaciones. Si me hubiera mordido la lengua cada vez que he hablado para arrepentirme después, no tendría la boca llena de sangre, ya no tendría lengua. Antes de la cata, hemos comprado libros en un almacén (entre ellos una estimable edición de Borges, La rosa de Paracelso, publicada por Swan en 1986). El viejo propietario (que sumaba precios mediante el antiguo método de escribir las cantidades con un bolígrafo, sobre un papel cualquiera, y proceder en vertical) quizá esté vendiendo su biblioteca, su casa, su celda, todo lo que pesa sobre él como vida, como historia, como memoria.

Ellos quieren tener un hijo, renovar la vida, y eso me llena de extrañas contradicciones. De un lado de la balanza, más elevada por su menor peso: mi pesimismo ante el futuro, mi deseo de soledad fruto de los avances escépticos y la persecución del ascetismo, etc. Del otro lado, más próximo al suelo por su mayor peso: la posibilidad de que esa renovación, ese hijo, esa vida, sea una línea trazada para que yo me olvide de mí mismo, de mis máscaras, y sienta una nueva alegría, otra confianza en el futuro, otra responsabilidad.

En estos días los abrazos se suporponen a las dificultades. Sabemos que la línea no la traza la sangre sino el amor. Y por eso yo -como Paracelso en el relato de Borges- quisiera poder volcar en la concavidad de mi mano la ceniza de la rosa quemada, y decir una palabra, y conseguir que vuelva la rosa.

En otro de los libros comprados la tarde que precedió a la "cata a ciegas", en el prólogo de un pequeño volumen encuadernado en verdadera piel de color verde oscuro, Ricardo Majo Framis pregunta: "¿Cúal es la cuestión selectiva que se plantea el autentico lector literario? Entendemos por lector literario aquel que por horas, más o menos tasadas, de sus ocios intelectivos, lee para su propia enseñanza, sin sistema -compréndase bien-, y para su deleite."

"Una cata a ciegas" es la lectura de una botella no escrita, de un vino sin palabras. Los espectadores son cuatro gatos, y no hacen otro comentario (ni gritos ni aplausos ni desinterés ni entusiasmo ni protesta) que no sea el de sus posturas y posiciones en el espacio de la terraza. Los participantes jugamos a asociar colores con otras palabras, el rojo con familia, energía, fuego, anticipación, exhibición, libertad, perdón y paz.

Las palabras se hacen descubrir como los vinos, se huelen primero, se saborean después, se vuelven a oler, se agitan en la boca y tiñen la lengua, se ingieren, se digieren, entran en la sangre, llegan al cerebro (y en ese lugar renacen como flores) y se abren como rosas. Cuando voy leyendo lo que escribo, subiendo o bajando las líneas de la escritura como si fuesen los peldaños de una escalera, pienso que esa escalera no tiene altura y tal vez no tenga ni comienzo ni base. ¿Adónde quiero llegar?

En una hoja de papel en blanco se anotan las sensaciones del vino: su color, sabor, olor, graduación..., y se trata también de averiguar la crianza, la añada, la uva, la tierra... y otros datos de interés. Cuando los guantes negros de las botellas son retirados, las coincidencias son insignificantes.

En la vida (o en el vivir) se procede de manera similar: leemos y anotamos hojas en blanco, tratamos de establecer nuestra descripción del Mundo, juzgamos al final si nos hemos equivocado o, por el contrario, hemos vivido de acuerdo a nuestros hechos y nuestros aciertos.

La vida me aleja de unas botellas y me aproxima a otras (botellas y vidas que se confunden, llenas y vacías). La vida me recuerda constantemente que unas vidas se separan de otras que a su vez se acercan a otras. Y así entiendo que el vivir modifique las relaciones, soporte un tiempo su desaparición y para siempre su olvido, y se alegre ante lo nuevo, lo que nace o está por nacer.

Cuanto más porcentaje de alcohol tiene un vino más rápidamente se deslizan sus lágrimas por la pared (única y curvada) de la copa. Si las palabras son cada noche -sobre todo en las "catas a ciegas"- más claras o más oscuras, más abundantes o más escasas, ¿qué repercusiones tendrá eso en la modificación de las relaciones?, palabras oscuras y abundantes ¿crecerán como distancia entre vidas cercanas?, palabras claras y escasas ¿fortalecerán los vínculos? ¿Y por qué importan las palabras?

El vino rojo es energía. El vino blanco es frescura amarilla. Los participantes de la "cata a ciegas" emprenderemos viajes distintos para encontrarnos: la Toscana y Cerdeña. Mientras dure su ausencia, algunos días yo cuidaré de los cuatro espectadores (Aria, Vela, Eco y Cara), que me invitan a la caricia y al juego pero también al respeto.

Quizá a fuerza de forzar nuestra descripción del Mundo hemos olvidado lo esencial: buscar el lugar del gato, adoptar la posición del gato, ser un gato. Las listas de palabras, las hojas cuya escritura invisible ha tenido que ser devuelta a la mirada, son igualmente una línea (bastan dos puntos) cuya dirección no podemos conocer de antemano.

¿Quién controla las palabras tiene miedo a las palabras? Se secuestra una palabra y se la hace hablar de otra manera. Se arrebata una vida y esa vida ya significa otra cosa. ¿De qué color serían entonces el arrebato, el mensaje, el miedo?

Disculpen los lectores de "sistemático estudio" que no les pueda ofrecer la lectura del "universo todo", del "destino, nuestra inserción en el cosmos y el por qué de nuestras vidas" -según Framis. Todo cansa y la vida no iba a ser una excepción. Para los ocasionales y más comprensivos: el día que no sea capaz ya de escribir una palabra, hacer un dibujo en el papel o en mi mente, ese día seguramente habré iniciado el viaje llevado por el río que no desemboca en el mar.

Después de la cálida y feliz noche en la terraza, acabada la "cata a ciegas", las nubes iracundas, los truenos, los relámpagos no han cesado en dos días. Pero la lluvia es necesaria.

De tercer libro comprado al viejo que vendía su vida (su historia o los resíduos de su historia), La voz de Octavio Paz, este corto y contundente poema que siempre me gustó tanto:

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
 y en este mismo instante
alguien me deletrea.

En un impulso he comprado esta tarde en otro almacén una mueble con puertas de cristal para mi colección de gatos en miniatura. Esa línea es una flecha que avanza con absoluta determinación hacia su diana. Fragmentos de Hermann Hesse también fueron comprados, bajo el título Mi credo, por ejemplo éste: "La lectura no es fácil, y muchas veces se tiene la sensación de respirar un aire extraño cuya composición es distinta del que necesitamos para vivir."

Según Hesse, seguidor de Confucio: "No me preocupa que los hombres no me conozcan; me preocupa no conocer a los hombres."  Dejamos, sin embargo, sin comprar algunas excéntricas palabras de César Vallejo: solo dice la verdad el que miente -o algo parecido.

La reflexión final se impone: ¿acaso mentir y decir la verdad tienen algo que ver o son conceptos opuestos? La escalera no tiene altura, no tiene comienzo ni base. La "cata a ciegas" fue verdad, todo lo demás es mentira. La verdadera verdad y la verdadera mentira ¿no son intercambiables por la falsa mentira y la falsa verdad? Alguien se aleja y alguien se acerca, pero el Yo permanece inmutable.


Salvador Alís.







 

      

sábado, 10 de septiembre de 2016

PETER GREEN / FOOL NO MORE

VIAJE A LOUISE BOURGEOIS (TERCERA PARTE)

VIAJE A LOUISE BOURGEOIS (TERCERA PARTE)

"En una librería accidentalmente terminé en la sección sobre el Tao o –más precisamente– 
junto al Tratado sobre el vacío.
Me regocijé, porque ese día yo estaba perfectamente vacío.
Qué reunión tan inesperada: el paciente encuentra al doctor y el doctor guarda silencio."

Adam Zagajewski.

"Mi infancia nunca ha perdido su magia, nunca ha perdido su misterio
y nunca ha perdido su drama. 
Todos mis trabajos de los últimos cincuenta años tienen su origen en mi niñez."

"Todas mis obras transmiten uno de dos mensajes: 
según se vean desde tu punto de vista o desde el mío." 

Louise Bourgeois.



"Louise Bourgeois murió a los 98 años. Una mujer así, capaz de concebir una araña gigante... No puedo evitar compararla con mi madre, que murió a los 90 y cuya última mirada me tatuó los ojos con su ínfimo pero preciso dibujo de la culpa."

El viajero recuerda ahora uno de sus escritos más personales y oscuros, el titulado Madre o El cuaderno negro, pues el viajero, humildemente, reconoce haber pretendido ser actor, pintor, escultor y escritor, sin alcanzar -apenas rozando- ninguna fama, ningún reconocimiento. Nada del otro mundo, algo habitual. Y no obstante, el viajero sabe que Madre es una obra maestra (en su vida) y que hay que darle tiempo al tiempo. Si alguien estuviera interesado, el viajero anuncia que puede facilitar la obra previo pago (mediante transferencia bancaria) de 1.000 euros (en concepto de gastos de expedición y molestias añadidas).

La madre como celda, como vientre que contiene una posible vida y todo el sufrimiento posible, como condena y levantamiento de condena, como diosa que da la luz y luego reclama para sí la luz y -con suerte-  devuelve sombras.

El cordón umbilical es la cadena -piensa el viajero- que une al prisionero nonato con su celda. Una vez cortada esa cadena por la cizalla del nacimiento, puede permanecer cortada o, más generalmente, volverse a unir, cerrar sus eslabones, tensar la unión y oponerse a que el prisionero (de no ser posible un nuevo nacimiento) aspire a la vida libre que por derecho le correspondería.

El viajero baja de su cielo y se encuentra en una isla donde conviven unos pocos ejemplares de algunas de las especies animales más atractivas, incluyendo canguros rojos, pingüinos azules, mandriles de hocicos estriados, cocodrilos verdes, guacamayos escarlata, hormigas azabache, tigres blancos, tiburones acerados, elefantes sin orejas... De este sueño despierta el viajero en la enorme habitación vacía del hotel. Son las cinco de la mañana. Se levanta de la cama, se viste, se coloca un falso bigote de goma negra, sale a la calle, detiene un taxi.

Al conductor le pide el viajero que conduzca por el margen de la ría hasta llegar al mar. La noche es suave y la luna nueva sólo es visible en un 2 ó 3 %. Debido a la escasez de tráfico, llegan a la playa de Arrigunaga, en Getxo, en apenas quince minutos. Pero el viajero quiere contemplar la noche desde los acantilados. El taxi se detiene junto al fuerte de La Galea. Viajero y conductor salen del coche y se acercan al precipicio. El taxista, que no ha pronunciado una palabra en todo el trayecto, enciende su móvil, consulta la hora y dice: "Son las seis de la mañana; faltan todavía noventa y ocho minutos para que amanezca. ¿Qué quiere hacer mientras tanto?"

"A las cinco de la mañana del cuatro de septiembre llaman a la puerta. Como de costumbre, aún estoy despierto. No me asomo a la mirilla, pero pregunto quién es. Con su dulce voz me contesta soy yo. Y sin ningún temor giro la rueda que desliza el cerrojo y le franqueo el paso. Es tan alto que tiene que inclinar la cabeza para entrar. Una vez dentro, él mismo cierra la puerta a su espalda y dice: "Quedan ciento treinta y nueve minutos para que amanezca. ¿Qué quieres hacer mientras tanto?"

El viajero vuelve a soñar, según van pasando las horas y el amanecer relativo se aproxima. En su isla soñada: los monos imitan a los monos; los cocodrilos muestran sus vientres amarillos; los elefantes sordos arremeten enfurecidos contra los árboles; el loro multicolor se aleja de repente; las hormigas echan a volar con sus alas ocasionales; las hembras pingüino ponen dos huevos de los que, cinco semanas después, nacerán dos crías que habrán de sobrevivir o sucumbir; los tigres filósofos se preguntan por qué les llaman blancos cuando también poseen rayas negras; el gran tiburón, soberano de los mares, se detiene frente a los acantilados; el canguro nacido ayer no abandonará el marsupio hasta pasados ocho meses.

La naturaleza crea sus celdas, siempre soñadas o debidas al instinto. Pero el ser humano actúa con un propósito en crecimiento exponencial, lo que le lleva hasta el infinito, hasta la curvatura ante el techo de ese propósito, hasta la vuelta a su origen o hasta la negación del proceso iniciado.

En el Casco Viejo de Bilbao, los escaparates muestran maniquís cuyas cabezas (falsamente humanas) han sido sustituidas por cabezas de osos pardos, osos panda, elefantes, koalas... En el Casco Viejo abundan los payasos, las flores, las vacas de cartón, los gigantes, los cabezudos, los jaboneros, los hombres verdes, los humanoides... En el mundo del viajero -una vez acabado el viaje- abundan los monos que imitan a los monos; los que chillan para alertar a otros con su miedo y, mientras huyen, muestran su trasero colorado; los monos achantados que, una vez ante el precipicio e incapaces de saltar, se quedan paralizados a la espera de que el depredador los ignore por insignificantes... En el mundo del viajero que bajó de su cielo para nada, nada es lo que parece: los simples que tanto prometían y tanto le enseñaron, ahora y justo ahora, se reúnen en un círculo para festejar los fuegos fatuos que proceden de sí mismos.

A la Gran Celda se opone la Pequeña Celda. Como si una mano pretendiera moverse por sí misma, dejar de obedecer las órdenes del sistema nervioso central del cuerpo al que pertenece; y entonces el cuerpo duda entre cortar esa mano -desprenderse de ella- o mantenerla al final del brazo, consintiendo o reprimiendo sus movimientos fuera de control. La riqueza (los países más prósperos y con un -aparente, por parcial- alto nivel de vida) opta por encerrarse en su propia celda o jaula. La variante actual es que las jaulas ya no contienen al tigre sino que protegen al fracasado domador de la rebelión de su (hasta hace tan poco) sumiso tigre.

En el entorno del viajero -una vez acabado el viaje- a nadie parece importarle que Corea del Norte haya explosionado una ojiva nuclear de 10 kilotones en las cercanías de Punggye Ri, al parecer en el subsuelo, provocando un sismo de 5,3 grados de magnitud en la escala Richter (por supuesto, siempre y cuando las informaciones al respecto sean ciertas). A nadie parece importarle (quizá por desconocimiento geográfico) que en el último tramo de la autopista E-15, en Calais, Francia y Reino Unido se hayan puesto de acuerdo para fortificar las alambradas ya existentes con un muro de cuatro metros de altura para impedir el paso de migrantes de uno a otro país.

Frente al tigre, a su furia rayada, no sirven ya ni 10 ni 100 kilotones. La loca idea de los muros, las vallas, las fronteras pretendidamente infranqueables... Nada de eso sirve para nada. El viajero va de un lugar a otro constatando que esos límites, esas celdas, sólo existen en la imaginación de los temerosos.

La celda más poderosa, la más excluyente, es la que cada cual construye a su alrededor, cuando levanta sus viejas puertas del miedo y se atrinchera en su interior.

No pudo ser de otra forma: únicamente la muerte de la Madre, la Araña, la Maman, le permitió soñar de nuevo con otro nacimiento, otra infancia alternativa, otro viaje posible alrededor del mundo. La cadena o el cordón umbilical dejó de tensar la unión a partir de esa muerte. A la gran pregunta de Louise Bourgeois, el viajero ya puede responder: "Pierdo el tiempo con mis escritos y mis dibujos porque perder el tiempo es ganar el tiempo."

¿Quién hizo la pregunta concreta? ¿Quién da una respuesta relativa?

Una hora antes de subir al avión, el viajero en el aeropuerto de Bilbao fotografía un paisaje que pertenece al  crepúsculo: tal vez unos cipreses, un sol en retirada, un azul que anticipa la noche y que se adueña de la noche. A la hora prevista nos elevamos; a la hora prevista descendemos.


Salvador Alís.