domingo, 7 de junio de 2020

A MI MANERA

A MI MANERA


Nunca he obedecido a nadie, ni siquiera a mí mismo.
El verbo pronto se me atragantó.
Acatar las órdenes, agachar la cabeza,
decir Sí cuando pensaba No -eso no iba conmigo.
Ni a mi santa madre ni a mi padre, ni al sádico maestro,
ni al médico enfermo, ni al orondo alcalde.
Esquivé al espía y me burlé del confidente,
mentí al sacerdote en la confesión
y al sargento en el interrogatorio.
No sé si fui valiente o fui cobarde,
pero no evité la cruz ni el claroscuro, me adentré
en las cuevas, en los libros, en las iglesias,
sólo para ver lágrimas de sangre,
para escuchar el tañido de las campanas
y sentir el vértigo de escaleras retorcidas.
Acepté tratos con arañas y murciélagos
y jamás rehuí enfrentarme a los espejos.
Incluso ahora, cuando el tiempo es dueño y señor
de mi voluntad y mis recursos,
sigo sin obedecer a mi mente -¿a cuál de ellas?-,
a mi único y gastado corazón,
al hígado ausente y al sueño que me llama.
Tan acostumbrado estoy a esta rebeldía
que igualmente ignoro los brillantes discursos
del amor -esos guantes amarillos-
y hasta las inspiraciones y preceptos de la muerte.
Si una guerra me convocara -bien seguro-
le daría la espalda. Si alguien, no importa quién,
me cita, me ofrece o me pregunta,
no acudiré al encuentro, no aceptaré el regalo,
silencio, y otra vez silencio.
Mis propias palabras son negadas, desobedecidas,
por su mismo discurrir, y no se dejan encauzar
por ninguna influencia ni estadística.
¿Qué me importa que me lean en Italia,
que en Japón me ignoren?
Una sola mirada me bastaría, la que sin comprender
aceptara lo inevitable. Porque esta escritura
es en el fondo pura desobediencia,
y como tal será sometida a la injusta goma de borrar
y al justo olvido.


Salvador Alís.



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