Autorretrato a los 63 años. O cómo pintar un autorretrato. El pintor debe disponer de un lugar adecuado, buena luz y ventilación, un tablero de 40 x 50 cm, cinco tubos de pintura acrílica Maimeri ("blu brillante, bianco di zinco, nero di marte y giallo y rosso permanente"), tres pinceles Borciani- Bonazzi (números 4 y 8 de la serie 900 y 8 de la 901), yeso, cola de carpintero, una espátula, 119 elementos de pequeño tamaño (anillas, botones, clavos, círculos de metal y de plástico, bolitas de hierro, cristal, llaves..., piezas de un juego de tres en raya).
Y hay que tener desde luego tiempo; paciencia, aunque también pasión; hay que ser otra vez un niño que sin temor alguno pinta al anciano que llegará a ser. La razón de la pintura es sorprenderse a sí misma. En el autorretrato logrado se unen dos edades, la cuenta de los años del que anticipa y el que recuerda se equilibra, el niño y el anciano conviven en el pintor que los ha convocado.
El retrato se va haciendo por acumulación. Sobre una base de azules y blancos, se traza en negro la silueta de un rostro, de una cabeza. Fragmentos insignificantes se irán colocando donde encajen. Los residuos de taller no valen mucho individualmente, pero en conjunto pueden decir o significar alguna cosa que importe, dependiendo de su posición.
Los elementos y la pintura entablan una relación duradera. La cola, que al principio es blanca y opaca, al final se vuelve transparente.
A lo largo de cuatro noches, en sesiones de cinco horas, el anciano es un niño, el niño pinta (o compone) el autorretrato del anciano, el niño y el anciano están en la mirada del pintor, en la tabla que se pinta, en el placer de pintar.
Cuando la pintura se hace y, mientras tanto, se fotografía, podemos saber cómo ve el niño su futuro. Haría falta otro autorretrato para hacernos una idea de cómo ve el anciano su pasado. Tal vez al pintor, en su último cuadro, le tiemble la mano al escribir, y su caligrafía enseñe colores trastornados. Sólo un loco pintaría como un niño.
Textos y fotografías de Salvador Alís. Páginas 184 y 185 de Vida.
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