lunes, 31 de diciembre de 2018
CONTRAPOEMA Nº 1
CONTRAPOEMA Nº 1
El gato que vive entre perros acaba sintiéndose perro
y aprende a ladrar.
En el viento está la respuesta
que asusta a los perros y los gatos no temen.
China pretende llegar a la cara oculta de la luna;
para tal fin numera y cataloga a sus chinos.
Los ojos rasgados y un tigre en la cabeza
no evitan que este mundo se malogre sin solución.
Atentos a las noticias (dirigidas e intencionadas):
el paraíso no se halla a la vuelta de la esquina.
Malvados de toda índole se dan la mano
cuando se cruzan en sus metros y autopistas.
A un perro asesino se le neutraliza negándole la vista,
hundiéndole los ojos.
Ningún emperador de la China sería capaz
de imponer su autoridad o su capricho a un gato.
Un gato no responde a nada, siendo él la pregunta.
Las orejas de un gato como signos de interrogación.
En este mundo absurdo de pequeñas explosiones,
fuegos de artificio y campanas dormidas,
el viento no inquieta a los gatos
pero perturba intensamente a los perros.
Con una simple dentellada desfiguran un rostro,
hacen torcer un cuello, desgarran la piel,
arrancan un brazo.
Pronto el mundo, ignorante y sumiso,
temerá a los perros y ladrará como ellos.
Salvador Alís.
El gato que vive entre perros acaba sintiéndose perro
y aprende a ladrar.
En el viento está la respuesta
que asusta a los perros y los gatos no temen.
China pretende llegar a la cara oculta de la luna;
para tal fin numera y cataloga a sus chinos.
Los ojos rasgados y un tigre en la cabeza
no evitan que este mundo se malogre sin solución.
Atentos a las noticias (dirigidas e intencionadas):
el paraíso no se halla a la vuelta de la esquina.
Malvados de toda índole se dan la mano
cuando se cruzan en sus metros y autopistas.
A un perro asesino se le neutraliza negándole la vista,
hundiéndole los ojos.
Ningún emperador de la China sería capaz
de imponer su autoridad o su capricho a un gato.
Un gato no responde a nada, siendo él la pregunta.
Las orejas de un gato como signos de interrogación.
En este mundo absurdo de pequeñas explosiones,
fuegos de artificio y campanas dormidas,
el viento no inquieta a los gatos
pero perturba intensamente a los perros.
Con una simple dentellada desfiguran un rostro,
hacen torcer un cuello, desgarran la piel,
arrancan un brazo.
Pronto el mundo, ignorante y sumiso,
temerá a los perros y ladrará como ellos.
Salvador Alís.
miércoles, 19 de diciembre de 2018
AUTORRETRATO A LOS 63 AÑOS
AUTORRETRATO A LOS 63 AÑOS
Autorretrato a los 63 años. O cómo pintar un autorretrato. El pintor debe disponer de un lugar adecuado, buena luz y ventilación, un tablero de 40 x 50 cm, cinco tubos de pintura acrílica Maimeri ("blu brillante, bianco di zinco, nero di marte y giallo y rosso permanente"), tres pinceles Borciani- Bonazzi (números 4 y 8 de la serie 900 y 8 de la 901), yeso, cola de carpintero, una espátula, 119 elementos de pequeño tamaño (anillas, botones, clavos, círculos de metal y de plástico, bolitas de hierro, cristal, llaves..., piezas de un juego de tres en raya).
Y hay que tener desde luego tiempo; paciencia, aunque también pasión; hay que ser otra vez un niño que sin temor alguno pinta al anciano que llegará a ser. La razón de la pintura es sorprenderse a sí misma. En el autorretrato logrado se unen dos edades, la cuenta de los años del que anticipa y el que recuerda se equilibra, el niño y el anciano conviven en el pintor que los ha convocado.
El retrato se va haciendo por acumulación. Sobre una base de azules y blancos, se traza en negro la silueta de un rostro, de una cabeza. Fragmentos insignificantes se irán colocando donde encajen. Los residuos de taller no valen mucho individualmente, pero en conjunto pueden decir o significar alguna cosa que importe, dependiendo de su posición.
Los elementos y la pintura entablan una relación duradera. La cola, que al principio es blanca y opaca, al final se vuelve transparente.
A lo largo de cuatro noches, en sesiones de cinco horas, el anciano es un niño, el niño pinta (o compone) el autorretrato del anciano, el niño y el anciano están en la mirada del pintor, en la tabla que se pinta, en el placer de pintar.
Cuando la pintura se hace y, mientras tanto, se fotografía, podemos saber cómo ve el niño su futuro. Haría falta otro autorretrato para hacernos una idea de cómo ve el anciano su pasado. Tal vez al pintor, en su último cuadro, le tiemble la mano al escribir, y su caligrafía enseñe colores trastornados. Sólo un loco pintaría como un niño.
Textos y fotografías de Salvador Alís. Páginas 184 y 185 de Vida.
martes, 11 de diciembre de 2018
A PANTALLA GRANDE / VOLUMEN ALTO
A PANTALLA GRANDE / VOLUMEN ALTO
Para escribir una simple línea hay que olvidar todo lo anterior, partir de cero.
Una hoja de papel es una pantalla donde se proyectan imágenes (nunca vistas).
La música de cada proyección debe acompañar.
Una pantalla grande muestra mejor la historia, aunque mayor tamaño
no implica mayor extensión.
El texto puede ser escrito sin cesar, contener un deseo de infinitud.
A todo ello, no obstante, se le tiene que dar un final.
Sin un final en el momento adecuado no puede haber olvido ni comienzo.
Todo se detendría. Todo sería inútil en su longitud.
Antes que la línea continua, el escritor prefiere los puntos suspensivos
(en vertical). Esos puntos pueden ser numerados.
Y pueden las imágenes tener un título y hasta un lema destacado.
Elegir un buen título es imprescindible:
servirá (como el número) para ordenar el caos. Palabras e imágenes,
mezcladas por el azar que escribe cronológicamente, son caóticas.
A pantalla grande se ven mejor los detalles.
La música pone orden en los atropellados pasos del baile.
Con la escritura que de tal modo se oye, una simple línea para no decir nada,
pues nada merece la apariencia que se presenta como totalidad.
Sin un volumen alto no es posible escuchar el viento que pasa
sobre las palabras, las hace vibrar y las cambia.
El que canta de pie y la que baila sentada hablan porque sí,
porque en el baile y en la canción apuestan su vida, su imagen de colores
no definidos, luces que estallan en la oscuridad
para cegar al ciego e iluminar lo iluminado.
Salvador Alís.
Para escribir una simple línea hay que olvidar todo lo anterior, partir de cero.
Una hoja de papel es una pantalla donde se proyectan imágenes (nunca vistas).
La música de cada proyección debe acompañar.
Una pantalla grande muestra mejor la historia, aunque mayor tamaño
no implica mayor extensión.
El texto puede ser escrito sin cesar, contener un deseo de infinitud.
A todo ello, no obstante, se le tiene que dar un final.
Sin un final en el momento adecuado no puede haber olvido ni comienzo.
Todo se detendría. Todo sería inútil en su longitud.
Antes que la línea continua, el escritor prefiere los puntos suspensivos
(en vertical). Esos puntos pueden ser numerados.
Y pueden las imágenes tener un título y hasta un lema destacado.
Elegir un buen título es imprescindible:
servirá (como el número) para ordenar el caos. Palabras e imágenes,
mezcladas por el azar que escribe cronológicamente, son caóticas.
A pantalla grande se ven mejor los detalles.
La música pone orden en los atropellados pasos del baile.
Con la escritura que de tal modo se oye, una simple línea para no decir nada,
pues nada merece la apariencia que se presenta como totalidad.
Sin un volumen alto no es posible escuchar el viento que pasa
sobre las palabras, las hace vibrar y las cambia.
El que canta de pie y la que baila sentada hablan porque sí,
porque en el baile y en la canción apuestan su vida, su imagen de colores
no definidos, luces que estallan en la oscuridad
para cegar al ciego e iluminar lo iluminado.
Salvador Alís.
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