INSTRUCCIONES PARA DEJAR DE FUMAR
A las 4:40 de la mañana me quito los auriculares de las orejas, me levanto,
separo por un momento mi vista ya quemada de la pantalla del ordenador,
me dirijo a la cocina, abro otra botella de vino y me sirvo una copa
(en el corcho aparece la silueta de la cabeza de un lobo, quizá un perro),
enfrío el vino con cinco cubitos de hielo, enciendo un cigarrillo,
abro la primera de las ventanas correderas y me inclino hacia la noche
(para que el humo no afecte los pulmoncitos de las gatas dormidas).
Entonces una oscura sombra, afilada como un cuchillo, se abalanza
(sobre mí), aparece por la izquierda, describe volando una curva cerrada
y de nuevo se pierde por la izquierda, de inmediato sé de quién se trata,
no me ha rozado, tampoco herido, pero se ha llevado la ceniza y la brasa
(con las alas) de mi Rothmans recién encendido, un murciélago
desorientado sin duda al fallar su emisión de ultrasonidos,
su recepción de los ecos, un murciélago simbólico, una advertencia.
Cuarenta minutos después, ahora me doy cuenta, el incidente no impide
que haya escrito ya catorce líneas, que vuelva a llenar la copa fría,
que otra vez insista con el ensordecedor volumen de la música
(un tema ya citado, incomprensible y mil veces oído), que ese tema
(las imágenes que lo acompañan) me incite nuevamente a fumar,
un perro nocturno que al tiempo me sigue y me persigue, me acompaña,
quizá el dibujo negro de un lobo, quizá las negras alas del visitante.
Salvador Alís.
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