lunes, 19 de febrero de 2018

MULTITAREAS

MULTITAREAS

Despierto. Tomo un café. Pasa algo. Y ya estoy de nuevo en la cama
a punto de amanecer. Que los días son cada vez más cortos es una realidad
que no puedo negar. El mundo, a mi edad, se ha reducido a una pequeña esfera
sobre la que difícilmente me tengo en pie.
Tan lejos queda aquella etapa infantil, cuando el día no se cerraba,
el verano significaba eternidad y el universo no era concebible.
Ahora vivo cercado por relojes exactos. Al alcance de la mano las galaxias
y claras al entendimiento las distancias siderales.
En esta acuciante brevedad de los días, muchos procesos deben ejecutarse
de manera simultánea dentro de mí.
Para un cerebro tan indisciplinado como el mío la tarea resulta abrumadora.
Apartar a un lado el miedo o el vértigo de habitar este insignificante planeta
flotando en una inmensidad aterradora. Alimentarme de forma adecuada.
Cumplir unas mínimas reglas de higiene. No perder el autobús.
Trabajar con aviones. Andar diez o doce kilómetros diarios.
Mantenerme informado. Escuchar. Hablar. Tener una opinión fundada
y argumentos para sostener las críticas. Leer un libro. Resolver un sudoku.
Escribir una página. Mantener a raya las exigencias de mi sexualidad.
Insistir en los dibujos inacabados. Acariciar a mis gatas.
Recapacitar sobre la última película vista, Génova, de Michael Winterbottom.
Cumplir las promesas dadas. Enviar fotografías. Una carta.
Mantener vivas relaciones en el tiempo y la distancia.
Releer y ordenar poemas. Datar fragmentos. Hacer sitio a las miniaturas.
Limpiar la casa. Actualizar las contabilidades públicas y privadas.
Representar a los impresentables. Reírme con los payasos.
Ejercitarme en el sublime y necesario juego del ajedrez.
Preparar el próximo viaje (Granada). Pensar en otros viajes debidos.
Hacer regalos. Responder llamadas. Pedir hora con mi siquiatra.
Considerar por qué se incrementa el deseo y la fantasía de la muerte
(de otros). Hacerme a la idea de que pronto crecerá a nuestro lado otra vida
simple e ingenua, vital y bella. Preocuparme por un futuro extraño.
Recordar un pasado que se acrecienta hasta lo insoportable.
Y la nevera de vinos vacía y los cajones llenos de papeles.
Darme cuenta de las diferencias y las similitudes. De las mentiras
que vuelan como pájaros mecánicos, con sus alas torcidas
y sus ojos lentes que discriminan de acuerdo a las instrucciones.
Es cierto que los días pasan y olvido regar mis plantas.
No puedo negar que mi agenda, toda ella confusión y tachadura,
ya no sirve de guía ni de mapa. Mi cerebro externo soporta esta crisis.
Almacena imágenes y fórmulas matemáticas, trasciende puertas,
aporta datos precisos, se orienta a través del laberinto de mis ideas.
Pero no soy yo. Quién iba a decirme que pasaría en un abrir
y cerrar de ojos de la oscuridad a la luz. Esta luz insoportable.
Lámpara que no se apaga y que ilumina la mesa y el suelo, la pared
y la estantería, el libro abierto y el cuaderno cerrado, las monedas sueltas
y los billetes rotos. De tanto en cuanto doy un paso, guardo un secreto.
Me he comprado un reloj Kyboe enorme, de acero y caucho,
5,5 centímetros de diámetro y las saetas en su lugar y a su hora.
Ayer el perro fue símbolo y rey para los chinos de mi barrio.
Su año nuevo y mi viejo deseo. La camarera del nuevo bar de la plaza
tiene las mejillas de porcelana y los ojos de cristal. Amanece.
Me acuesto. Se alternan sueños dulces y dulces pesadillas.
Porque al fin todo, lo que agrada y desagrada, es la misma miel,
la misma densidad. Menos el polvo con el que hay que luchar.
El polvo parásito de los libros y las lecturas. Pendientes quedan
las clasificaciones, los índices, los archivos.
¿Cómo enfrentarse a todo ello? De 24 horas uno duerme, con suerte,
seis, trabajo ocho y gasta dos en los traslados, una para el baño
y otras tres, al menos, para preparar la comida y comer.
Quedan cuatro para las multitareas antes descritas. Entonces
¿qué se puede hacer? Dejarse llevar sin duda por lo que apetece
en cada momento. Escribir esta entrada consume mi crédito horario.
Escuchar una canción es un lujo que me suelo permitir
a costa de restarle tiempo a mi necesaria dosis de silencio.
Escuchar una canción que quizá nada diga a quien pueda escucharla,
pero que a mi me dice todo lo que en esta noche necesito oír. 
Si un genio se ofreciera a cumplir mis tres deseos fundamentales,
le pediría tiempo, y tiempo y más tiempo.

Salvador Alís.


 



 

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