lunes, 7 de septiembre de 2015

DEDOS DE (MIS) ÁRBOLES

     DEDOS DE (MIS) ÁRBOLES

     Dedos de (mis) árboles tocan las cuerdas del viento. Esa música
suena a mis espaldas cuando menos la espero.
     Cada vez que digo una palabra, esa palabra me quema
como la pequeña llama que se resiste a la yema ofuscada
que pretende sofocarla. En este juego de arder y sonar,
brillé un segundo y me apagué, extremo final
de una mecha ya sin cera de una vela olvidada
sobre un mueble vacío.
     ¿Qué soy -me pregunté-, qué he llegado a ser?
No soy el que proyectaba ser, no soy
el que imaginaba que sería, no me parezco a mi deseo.
Pero mi deseo, bajo una capa negra,
vagaba por las calles, evitando las farolas,
cada cuarto de noche y cada media noche y cada noche entera,
cuando nada había comenzado y nada había concluido.
     Exagerado y sentimental, fabulador e irascible,
nada esquivo y a nada me resisto, y dejo que fluya la risa como el agua
y la burla como la espuma del agua.
     Simulaciones y engaños son juegos favoritos, como la música
y el fuego. Dedos de (mis) árboles tocan las cuerdas del viento.
Lo que he llegado a ser es lo que soy:
un escéptico de sus pasiones,
un descreído de los sones y las llamadas del exterior.
     De la esfera cerrada, del horizonte cambiante
y del aire que se agota soy el único responsable; de locuras ajenas
es tanto lo que sé como a la inversa es menos lo que me preocupa.
     Locura, música y destino: palabras que ya cuesta encender
y, cuando arden, brillan un segundo y después se apagan.

Salvador Alís.

    
    

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