EL CONTRAGOLPE
Me gusta tanto pasear. Sin saber a dónde iré a parar. Preferiblemente al atardecer.
Entretenido en mis pensamientos. Estímulos a cada paso. Tarareando canciones.
Como gato en un jardín. Como felino cazador de sombras.
Me gusta tanto decir entre dientes y sin articular palabras lo que pienso. Mis instintos.
Me gusta tanto. Bajo el cielo.
Qué mar tan puro, el Mediterráneo. No el mar real sino el coloreado.
Cincuenta años atrás. Navegando los griegos entretenidos en sus pensamientos.
Los romanos. Preferiblemente al amanecer. Los egipcios saludando a su disco solar.
La plata y el oro brillando para los tiburones. Y lágrimas de lava incandescente
salpicando el mar.
Nunca se hace de noche en mi casa. Lo impiden mis tres diosas blancas.
Dos años de oscuridad y la luz al fin irrumpe como luz.
Nunca se acaba aunque a cada instante parece que se acabe. Siempre.
Siempre una palabra más, otra canción inédita, otra esperanza que ahogar
y mi corazón maquinita calle arriba y calle abajo.
No escribo para estúpidos que siguen con el dedo cada línea sin sentido.
No escribo para nadie aunque a veces piense que yo debería llamarme nadie.
Con lápices de colores. La silueta de un mar donde naufraga el esclavo de su libertad,
el que cruza el desierto sin pensar en nada, la mujer preñada
de cuya hija se espera que avive sus ojos y encienda su mirada.
En bañera de acero o porcelana, ajeno al agua salada -el popular español,
el forza italia, el nazi, el cabeza rapada, el que se envuelve en turbante,
el que se calienta con wodka o enloquece con raki,
el que vive entre la niebla, el prisionero del 787 o del 380, el obeso democrático
y el maquinador impenitente- en este amanecer dorado.
Suceden (o creo que suceden) los naufragios en la noche.
Qué importan entonces las palabras y los amaneceres. La luna fría y el mar en calma.
Jefes de Estado y sus poderes. Banqueros y sus lingotes. Predicadores
y sus copas negras. Cartas marcadas. Dados desequilibrados.
Se echa de menos al Nautilus y al Holandés Errante.
Mueren intentando cruzar el mar. Por decenas. Por centenas. Por miles.
El cementerio marino de Valéry tras la cortina. El mar. El pensamiento. La poesía.
Cómo bañarse, como turista, como indolente, en este mar saturado de muerte
y de injusticia. No seré yo quien cuestione la Suprema Ley de las Apuestas.
El más incompetente de los diablos: vencedor de oposiciones.
Salvador Alís.
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