domingo, 5 de mayo de 2013

CALAVERAS

S. A. Praga 03-11-2009
Detrás del rostro hay siempre una calavera. Cada cual tiene la suya propia, pero a nadie le está permitido contemplarla. Podemos ver las que han pertenecido a otros; la nuestra, nunca. Y me refiero a verla directamente, no por medio de radiografías. Además de parte fundamental de nuestro esqueleto, ¿cómo puede definirse una calavera? Sin duda es un recipiente, una caja de huesos donde se guarda el cerebro. Pero también es un icono, un símbolo, una señal de advertencia. Puede representar a la muerte, indicar un peligro o recordarnos la brevedad de la vida. En diferentes épocas y lugares, las calaveras se han usado para construir muros, pavimentar suelos, distinguir recintos sagrados, prohibir el paso, ilustrar museos e indagar en nuestros orígenes. Las calaveras han estado presentes en pinturas y esculturas, en el carnaval, en los cementerios. Y es destacable que en los bodegones barrocos -vanitas vanitatum omnia vanitas- aparecieran con frecuencia como inevitable desenlace. Elemento tan versátil y de fuerza tan poderosa, ha proliferado en banderas, joyas, decoración y moda textil. E incluso, no contentos con poseer una real, muchos la convierten en representación y tatuaje sobre su piel. Asociada al hambre y a la enfermedad, se muestra más claramente en la delgadez extrema y se oculta y disimula en la obesidad. No hay duda de que, una vez descarnada, es un objeto fascinante, ya sea sosteniendo una vela, dando forma a una botella de vodka o recubierta de plata. Y aunque no haya dos iguales, la diferencia entre ellas es menor que entre los rostros que las cubrieron (quizá para indicarnos que la muerte a todos nos iguala). Es posible que la visión no superficial y la reflexión consecuente incomode a determinadas personas, pero aquí -por si alguien no se ha dado cuenta todavía- no se escribe para complacer a nadie.

S. A. 06-05-13

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