martes, 9 de septiembre de 2014

EL ENANO Y EL BUFÓN


EL ENANO Y EL BUFÓN
Contabilidad humana: la necedad, lo insoportable, la resolución.

 

     Todo enano tiene su bufón y todo bufón su enano. Son inseparables y se necesitan mutuamente para ser lo que son. ¿Quién dirige a quién? ¿Quién susurra al oído y hace hablar al otro?
     Algunas veces, enano y bufón son la misma persona. Y, en todo caso, si se dan por separado, son personas incompletas y complementarias.
     Producen risa y asustan según el momento y las circunstancias. O repugnan con sus voces chillonas y sus movimientos deslavazados y marionéticos.
     Son mediocres imitadores de sí mismos y de la fama que pretenden sin éxito conquistar. Matasietes, fanfarrones y ridículos sin par.
     A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se ha visto a millones de personas, se ha conocido a miles y se ha intimado con cientos. Pero de todas ellas, de esa multiforme masa, sólo unas pocas merecen nuestro reconocimiento y respeto.
     Si uno ha crecido en un pueblo de nueve mil habitantes, es probable que a los dieciséis años haya contemplado cada una de sus nueve mil caras; que entre los compañeros de escuela, los maestros, los vecinos y familiares lejanos sumen una centena; que se entablen algunas relaciones más profundas con padres y hermanos, un reducido grupo de amigos, el profesor de matemáticas y la profesora de filosofía, y hasta con la hija del médico en inocentes paseos en bicicleta.
     En la gran ciudad, más tarde, la contabilidad humana se complica y se desborda, los rostros no cesan de multiplicarse, el conocimiento se expande, la intimidad se vuelve agreste, objeto de colección y deseable promiscuidad.
     A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se relaciona uno con actores, con locos, con personajes públicos. Se conoce a escritores y se sumerje uno en sus vidas y en su imaginación, a pintores, a músicos, a teóricos y científicos. Se descarta a la mayoría y se guardan apenas las imágenes en la memoria de unos pocos. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de elecciones personales.
     Hay bufones muy serios y competentes, Tom Waits por ejemplo, o Tomas Bernhard. Bufones que no imitan a nadie y se ríen de espaldas. 
     Y en el cuartel militar: el bufón general y el comandante, el enano sargento y el payaso alférez, en sus desfiles con guantes blancos y cornetas y tambores.
     A lo largo de una vida... Una vida como la tuya presume ya de haberse enfrentado a un variopinto ejército de jetas, hipócritas, caraduras, ignorantes y necios.
     El bufón en sus aposentos y el enano tras el telón masturbándose con sus ocurrencias. Y en el suelo, y en desorden, los zapatos con alzas y cascabeles, el tambor de juguete y los calzones manchados.
     Algunos de tus conocidos han entrenado monos para levantar las carteras, los relojes, los anillos. Habilidosos del bocado y de la cobardía. Mientras tú ries mis gracias yo utilizo al mono para desvalijarte. ¡Cuántos corazones robados! El mono del bufón es el enano y el mono del enano es su estatura.
     Hay enanos muy serios y endiablados: los que han jugado con el globo terráqueo y los que han presumido de bigote y los que sedujeron a la Bruni-Tedeschi. 
     Todo esto produce risa y reclama aplausos. La necedad es un virus imbatible. Lo sabían los monarcas y lo supo Francis Bacon y Joshua Hoffine.
     Si existe un grado máximo de la tortura, simplemente consiste en someter a un oyente a las repetitivas ocurrencias del bufón y del enano, día tras día, ocho horas diarias, durante años.
     La resolución no puede ser otra. Bajar el volumen, no intervenir. Este libro se escribe en silencio y sin aplausos, escuchando las voces atenuadas y mil veces ajenas de una, finalmente, deformada contabilidad humana claramente grotesca.
    
    
     

sábado, 6 de septiembre de 2014

David Bowie - Something in the air

Julia Stone - How long

EL DILEMA DEL LENGUAJE

     Imaginemos que usted no emplea habitualmente más que unos cientos de palabras, mientras que yo tengo como libro de cabecera un viejo y grueso diccionario cuyas tapas despegadas evidencian un prolongado estudio. Imaginemos que usted se vanagloria de haber leído un par de libros este año, mientras que yo me asfixio en mi dormitorio-biblioteca y en el incesante ir y venir de los volúmenes. Imaginemos que su cerebro no elabora ideas y el filtro de usted ante los estímulos soló permite el paso de vaguedades, mientras yo poseo varios cerebros saturados y tengo que guardar el exceso de mis ideas en cajas y cajones, en armarios y en paredes. Imaginemos que, como usted, hay muchos analfabetos críticos con todo aquello que no entienden ni alcanzan. Imaginemos que, por puro azar, yo debo escuchar cada día sus cien palabras repetidas, sus imitaciones dignas de la garganta de un loro inconsciente, sus insensateces esgrimidas como certezas. Imaginemos que usted no sabe qué mantiene a flote una isla, que usted confunde el fútbol con la divinidad porque gol se parece a god y el fútbol lo inventaron los ingleses, que usted siente ansiedad ante el otro sexo y aun incluso ante su mismo sexo porque nunca ha tenido el valor de experimentar y profundizar. Imaginemos que usted apuesta por el caballo ganador y nunca arriesga, que usted vota temerosamente a los conservadores. Imaginemos que usted es mezquino y egoísta, que usted vivirá para nada y que, tras su vida, nada aportará a nadie en particular, y mucho menos a la totalidad. Imaginemos que sus dedos son veloces y simples ante el teclado virtual y facilitador de un móvil, pero incapaces de sostener un lápiz, una pluma o un pincel, y trazar el más intuitivo garabato. Imaginemos que usted es un creyente nato o un crédulo impenitente. Imaginemos que usted y yo nos miramos a los ojos cada día, y que usted vuelve la vista a la derecha para construir sus mentiras, o a la izquierda porque cree ciegamente que su verdad es una verdad general, mientras yo mantengo la mirada fija en línea recta porque no creo en nada ni tengo dudas al respecto. Imaginemos que usted tiene una doble vida, que temprano en la mañana se disfraza con su bata blanca o verde, que por las noches frecuenta tugurios musicales, que cuenta como el avaro sus horas extras, que engaña a su sombra en una infeliz huida hacia delante. Usted y yo tenemos un problema. Un oscuro dilema con el lenguaje. Libros no leídos le dirán quién soy. Canciones no escuchadas serán la banda sonora de esta película al revés. Mil putas desconocidas y perdidas le hablarán de mí. En el fondo de un río, entre piedras plateadas y peces de colores, sigue oxidándose mi navaja. No le pido a usted que lo entienda, ningún comentario espero de la escritura. Duermen todos los cuadros imaginados en esbozos callados. Esa fuente inagotable de energía está por inventarse.