viernes, 24 de abril de 2020

INSTRUCCIONES PARA SALIR A LA CALLE

INSTRUCCIONES PARA SALIR A LA CALLE


"omnia pontus erant: deerant quoque litora ponto" 

Ovidio. Metamorfosis. 


Cuando usted se disponga a salir de casa, 
por el tiempo máximo de una hora 
y a la distancia límite de un kilómetro, 
no olvide ponerse el sombrero;
servirá también una gorra, mejor con orejeras; 
así evitará -cabeza frente a cabeza- 
infectarse o infectar a otros 
con pensamientos banales y anómalos. 

No olvide, porque igualmente dañan las miradas, 
resguardar sus ojos bajo cristal oscuro; 
los guantes, por supuesto; y las botas de agua, 
de caña alta y gruesa goma, para pisar seguro. 

Al ser necesario medir el tiempo y los pasos, 
no olvide darle cuerda a su reloj; 
las monedas, sin embargo, pueden dejarse apiladas 
sobre la mesa o en el fondo de un cajón. 

Si el paseo es circular, 
bastarán un par de vueltas a la manzana; 
si fuera en línea recta, acabará en el mercado 
donde, por cierto, no hay nada que comprar 
y todo está en venta; 
en la tarde azul, durante una hora, 
el deseo y el placer han quedado suspendidos.
Pero usted puede ir y volver
siempre que evite el cruce y el intercambio 
y guarde para sí  
los sentimientos, los saludos, las palabras. 

Si usted piensa -o está pensando- 
que este mundo es hostil, acertará de pleno. 
Un puma pasea por calles poco frecuentadas 
y un satélite llamado Nur orbita a 425 km 
de altura. ¿Y cómo protegerse entonces:  
con la máscara o el revólver, 
con la bandera o el aislamiento? 

Cuando usted se disponga a salir de casa, 
no olvide hacerlo discretamente, 
mejor por la puerta de atrás; las uñas cortadas, 
las manos limpias; y no abrace, no pregunte, 
reserve su arma. 

En el camino -es posible- 
verá cien perros dóciles y resignados, 
con la cabeza gacha, 
husmeando los excrementos de unos y otros; 
y sobre un tejado, un gato negro vigilante 
que no entiende -como usted mismo- 
de dónde viene y adónde va. 

Cuando en lugar de preferir los perros y las calles 
usted pretenda emular al gato 
y subir a la terraza al sol del mediodía, 
no olvide -de nuevo- ponerse el sombrero; 
recuerde que le sobrevuelan y le acechan 
locas gaviotas blancas 
y algunas palomas desorientadas. 

Pues, finalmente, todo era cielo 
y el cielo no tenía orillas. 


Salvador Alís.







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