EL RETRASADO (UN CUENTO RÁPIDO)
Como todas las mamás, la suya lo esperaba con emoción justo cuando estaban por cumplirse los nueve meses de embarazo; pero no pudo o no quiso nacer entonces y se demoró tres semanas más de la cuenta, hasta que los doctores decidieron extraerlo forzosamente mediante cesárea.
Indiferente a la dedicación y los esfuerzos de su familia y los maestros, no se digno a ponerse en pie y caminar hasta los tres años, y no pronunció palabra hasta los siete.
En la escuela era habitual que estuviese en la cola, compartiendo aulas y cursos con alumnos más jóvenes que él, brillante a su manera, pero desajustado en los tiempos.
Tampoco tuvo ningún éxito cuando empezó a interesarse por el amor, pues jamás consiguió ser puntual. Y ya se sabe que en estos asuntos, lo peor que puede hacer un adolescente es llegar tarde a sus citas.
Decían de él que nunca abandonaba su ciudad, su barrió; y que a duras penas conseguía salir algunas tardes o noches de su casa y dar un largo paseo rodeando una manzana y volver al amanecer. Imposible tomar un autobús, un tren, un barco y mucho menos un avión. Sabiendo que a todo llegaba tarde, para qué tomarse la molestia.
Cuando finalmente, después de abundantes dudas y reflexiones, decidía comprarse esa camisa, ese pantalón, esos zapatos que todos lucían con entusiasmo, la moda había cambiado.
Siempre era el último en acostarse y el último en levantarse (para desesperación de quienes preparaban la comida y ponían la mesa).
Conocía a la perfección los finales de muchas películas, pero ignoraba sus argumentos. Y con los libros le pasaba lo contrario: era incapaz de acabar ninguno por lentitud de lectura y aburrimiento.
Hablar con él por teléfono era imposible. Cuando contestaba llamadas, los llamadores ya estaban en otra cosa. Si escribía una carta, o bien no la enviaba o lo hacía con tanta demora que el destinatario ya había cambiado de dirección.
Jamás en su vida emitió un voto útil o inútil. Al hacer acto de presencia, los colegios electorales estaban invariablemente cerrados.
Y sin embargo gozó de buena salud durante años, puesto que cualquier enfermedad que pudiera afectarle se retrasaba y se retrasaba.
Una carrera universitaria dejada a un lado, por imposible, a los 27. La formación en filas militares a los 28. El primer viaje al exterior a los 29. Y a los 30, por primera vez, logró subirse a un avión que por su culpa perdió el slot.
Se demoró cuatro meses respecto al nacimiento de su hija. Y no pudo casarse hasta catorce años después, cuando al fin los desencuentros se encontraron.
Fue ley fundamental en su vida dejar para mañana cualquier empresa que pudiera ser acometida hoy.
Fiel a sus principios, cuando todos esperaban que se muriese de puro viejo, o porque ya era su hora, no quiso morirse y siguió viviendo -según cuentan- haciendo esperar (y desesperar) a la mismísima muerte.
Salvador Alís.
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