sábado, 10 de marzo de 2018

DE GUILLERMO BROWN A OMAR KHEYYAM

DE GUILLERMO BROWN A OMAR KHEYYAM

Una de mis primeras lecturas, si no la primera, fue Guillermo el conquistador, un libro de gruesas tapas de cartón y portada roja, obra de Richmal Crompton. Entonces yo debía tener alrededor de diez años. Los antecedentes, sin entrar en detalle puesto que merecerían explicarse en capítulos propios, fueron: la caja de tebeos españoles (que se llenaba, vaciaba o renovaba periódicamente mediante la compra, venta o intercambio con otros niños poseedores, a su vez, de otras cajas similares); los cómics de superhéroes, sobre todo de la editorial Marvel (publicados aquí por Vértice); y algunos volúmenes de las aventuras de Tintín (que por suerte pude conseguir en la Biblioteca Pública y ver y leer o contemplar a resguardo de las inclemencias de un frío invierno que aún no he olvidado).

A lo largo de la vida encontré libros sin tener un conocimiento previo de los mismos, de su fama, argumentos y autores; simplemente aparecieron ante mí, abrí sus páginas y comencé a leerlos. Me gustaron más o menos, me influyeron mucho o algo o nada. Estos encuentros se dieron con mayor frecuencia al principio, disminuyendo después. Sin duda el de Guillermo Brown fue un encuentro emblemático y feliz.

Poco a poco (pues un libro lleva a otro libro y un autor a otro), en la medida en que decrecían los encuentros, aumentaron las búsquedas. De manera que, una vez encontrado un ejemplar de mi interés, me obsesionaba (y me obsesiono) con buscar la serie, la obra completa.

El reloj, tal es su costumbre, no se detiene, no me espera y eso crea -ahora- un conflicto. Me gustaría detenerme y meditar, pero no es posible. Se impone, pues, ir directamente a lo esencial y dejar a la curiosidad otras indagaciones. Podría decir que Tintín quedó del lado de la infancia y que ya los superhéroes no me importan lo más mínimo. Podría decir que de tanto en cuanto consigo una vieja edición del irreverente Guillermo y la reservo para leer o releer más tarde, en el momento adecuado de mi vejez, cuando ya me sienta capaz de cerrar este círculo.

Entonces tenemos, por un lado, obras encontradas y, por otro, obras buscadas. Pero toda experiencia lectora se encierra en un triángulo. Queda mencionar todavía los libros no encontrados ni buscados, los que por su cuenta nos encontraron y eligieron. De las dos primeras posibilidades, mencionaré como ejemplos recientes: Teoría King Kong de Virginie Despentes (libro encontrado) y Carta abierta a los animales de Frédéric Lenoir (libro buscado).

El de Virginie hace (en buena hora) que me cuestione mi rol de hombre; el de Frédéric, mi rol de hombre carnívoro. Nunca es tarde -a pesar del reloj- para darle una vuelta a las ideas concebidas o preconcebidas y rectificar si fuera necesario.

En el capítulo titulado "Guillermo es un entrometido" en Las travesuras de Guillermo, cuando su hermano Roberto le cuenta a la madre las excelencias y virtudes de su nueva posible conquista ("Es distinta a todas las demás mujeres del mundo."), Guillermo, el insolente, pregunta: "¿Cómo es que resulta distinta a las demás? ¿Es ciega, coja, o algo así?".

Si la inglesa Richmal Crompton (1890-1969) hubiera leído en su juventud, por un capricho o bucle temporal, la Teoría King Kong, quién sabe si su Guillermo no hubiera sido Guillermina.

Frédéric Lenoir, por su parte, contribuye en lo que a mí respecta a reforzar ideas latentes que intuyo ya próximas a derivar en actos, siguiendo la línea trazada por mi negación absoluta a comer conejos y a manifestar mi horror por el despellejamiento en vida de ciertos animales.

Tal vez me equivoque (y algún experto pueda rectificarme), pero no recuerdo que Tintín, en ninguna de sus aventuras, se enamorase. ¿Milú lo hubiera consentido?

Escribo contra-reloj, siempre temiendo que las saetas encuentren un obstáculo y se detengan. Para tranquilizarme lanzo miradas a los relojes clásicos que tengo a mi alcance: el de pulsera, el que domina el comedor o la cocina, los redondos en los cuales las saetas giran sin cesar mientras su energía no se consume y apaga, y -dada la hora- sé que debo ya ir acabando.

A donde quería llegar es al acontecimiento inusual consistente en que un libro me encontrara o eligiera, un libro que he visto cientos de veces y que nunca -hasta ayer- había reclamado mi atención. Se trata del Rubaiyat de Omar Kheyyam. Presente ante mis ojos y despreciado sin motivo (sin conocimiento), hasta que por alguna razón que desconozco me ha elegido como lector.

Escritos hace casi mil años (se supone que Kheyyam nació a mediados del siglo XI) y publicados por primera vez en España hace un siglo, los cuartetos del poeta persa se instalan en mis noches para hablarme del sol y de la luna, del placer y del vino, de la fugacidad de la vida y la certeza de la muerte, cosas ya sabidas, pero dichas con otra voz, una voz que me ha elegido.

De Omar Kheyyam, Rubaiyat (Rotativa. 1969), esta breve selección:

"¿Sabes tú por qué al alba el gallo, con su canto
agudo, se lamenta? Porque vio en el espejo
de la clara mañana, que había transcurrido
una noche en tu vida sin que te dieras cuenta."

"Débiles son los hombres, y su hado inevitable.
¡Oh, cuántos juramentos son olvidados! Queda
la conciencia. También obro yo como un loco.
Estar ebrio de vino y amor es mi disculpa."

"Pretender que el humilde devuelva en oro el plomo
que a él le han arrojado, y exigirle que pague
una deuda que nunca con nadie ha contraído,
es comercio de usura al que nadie está obligado."

"El hombre es sólo un títere que la Rueda maneja
a su antojo y capricho. La Rueda nos empuja
al escenario del mundo, mas cuando siente hastío
no duda en arrojarnos al cajón de la Nada."

"En este envilecido mundo, has de contentarte
con muy pocos amigos. No quieras que perduren
tus simpatías. Cuando estreches una mano
pregúntate si ella te golpeará algún día."

"Desprecia al corazón que no ama la belleza.
Repugnante es el ser carente de pasiones.
Indigno es él del sol que alumbra, y de ese beso
con que suele aplacar nuestras penas la luna."

"¿Por qué debe inquietarme lo que oculta el futuro?
La desgracia persigue al hombre temeroso.
Alégrate y no tomes la vida muy en serio:
las zozobras no alteran el curso del destino."

"Me dieron la existencia sin consultar conmigo.
luego aumentó la vida día a día mi asombro.
Me iré sin desearlo, y sin saber la causa
de la llegada mía, mi estancia y mi partida."

Por lo demás, indicar que este libro, que no busqué ni encontré, fue dedicado por Juan Oliver a su amigo Joan Bergas el 25 de noviembre de 1974  "com a record d´una diada a Vàlencia i d´una molt ensenyadera parlada a proposit de vins." (Cualquier error en las citas será responsabilidad mía).

En la portada amarilla, también de cartón grueso, el dibujo de un hombre en cuclillas que abraza a una mujer en pie con un pájaro tranquilo posado en una de sus manos.Tras la mujer, un árbol que no la sostiene, pues se tiene sola. Y ante ella, nubes o vientos que no parecen alterarla. Este dibujo (o la composición de la portada) lo firma J. Palet.

Un gajo brillante y anaranjado de luna, cuatro o cinco estrellas en el cielo. Pronto amanecerá y no quisiera escuchar el agudo canto del gallo. No me espera la noche. Pero sé que la noche me ha buscado, encontrado y elegido.

Salvador Alís.



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