ALFONSINA STORNI

 ALFONSINA STORNI 


Te he descubierto más tarde: 

tu carta ha llegado con retraso. 

¡Pero qué belleza la tuya 

y qué mensaje tan claro!

Miedo de tu mar no tengo, 

ni me asusta la palabra ni el gesto. 

La comprensión se nos niega, 

a ti, a mí y al espejo. 

No se lleva el viento tu parecer 

mientras juega con los recuerdos: 

hojas secas girando rotas, 

las tuyas, las mías, sobre el suelo. 

Tú no eres tú pero tu voz me habla: 

este silencio se vuelve camino 

y se torna el sueño destino. 

¡Tan harto estoy de soñar! 

Si algún día volvieras, 

en tu forma original o distinta, 

vieran tus ojos abiertos el sobre 

y la tinta azul de sus trazos. 

Mar que con otras olas se escribe, 

sol que viene a iluminarnos: 

nada es real, nada invisible. 

Recibe Alfonsina este abrazo. 



Salvador Alís.


LOS PROYECTOS

 LOS PROYECTOS 


Pasar por tu casa sin previo aviso llevando un juguete envuelto en papel de colores y atado con una cinta amarilla. 

Pinturas hechas por un niño de 65 años para su familia. Comenzarlas cuanto antes o elegir entre las ya existentes, guardadas en carpetas y en cajas dispersas, en su oscuridad y en nuestra ceguera. 

Conseguir permanecer erguido con los ojos cerrados, los brazos abrazando el pecho y un pie delante del otro sobre un recto cable tensado sobre este abismo. 

Una carta como regalo para las personas que importan, porque el amor hay que decirlo y expresarlo no sólo con imágenes o ensueños, también con palabras. 

Reconquistar la terraza. Noviembre no es abril, pero si quieres ser el que fuiste deberás buscar el sol y desafiar a las gaviotas, contar cien vueltas, mover los brazos.

Pensar que cada cual, desde su origen, aprendizaje y circunstancias, es como es y no como tú supones que debe ser. Los besos deben sustituir a los reproches. Ni la culpa ni el rencor tienen cabida en esta verdad. 

No olvidar que los proyectos se comportan a veces como pajarillos asustados, y echan a volar ante la menor distorsión. No olvidar que en el otro lado del espejo alguien te observa y cuenta tus pasos. 


Salvador Alís. 

EL MUNDO SE APAGA

 EL MUNDO SE APAGA 



El mundo se apaga. Las voces de los tuyos se oyen cada vez más lejos. Las noches han elegido enlutarse. Y el silencio es aquí el maestro de ceremonias. 

Todo cuanto sucede son pasos en la dirección equivocada. El viento levanta las chinchetas que sujetan papeles a la pared, y hace volar por los aires los proyectos. 

Las defensas de este cuerpo se agotan. Cuerpos como relojes de cuerda manual. Las manos ya no giran la corona. Y las saetas se deforman, se detienen, se salen de su eje. 

Cada día importa menos el final del día, pues todo se repite, todo da vueltas alrededor de todo. No hay un centro, no hay un punto de partida, El recuerdo se niega a sí mismo y luego se desdice. 

Una tierra inoportuna trajo cientos de mosquitos en miniatura, avioncitos perdidos en esta guerra por su escala. Las noticias falsas no son excusa. Cada letra de cada línea de cada página de cada libro leído (y aún por leer) es un disparo que no se escucha. 

Las camisas tardan semanas en encontrar sus perchas. El ventilador funciona noche y día durante el invierno. A los amores más puros los ha cubierto la nieve. Mas no hace frío y el sol brilla mientras el mundo se apaga. 


Salvador Alís.

LA NIEBLA

 LA NIEBLA 


LA NIEBLA

 

No hace mucho se ha comenzado a hablar de la niebla. No sólo médicos sino sobre todo enfermos. La llaman niebla mental, una consecuencia o efecto secundario del virus.

Se leerán aquí dictados fáciles, pues el autor no pretende ni complicar el mensaje ni hablar sólo de sí.

En resumidas cuentas: uno sólo se tiene a sí mismo -desde que nace y hasta el final-, uno sólo se tiene a sí mismo. No importa la infancia ni la vejez. De nada puede uno estar seguro en el intermedio, ese paisaje extenso cuyo horizonte jamás se puede alcanzar. Yo tuve un perrito en Ibiza y una higuera en el camino. Y no tuve nada más. 

El perrito se llamaba León. La higuera ya debe haber muerto. 

En aquel tiempo quise pensar que cada hoja reciente y cada fruto maduro podían ser palabras. Y más tarde descubrí que también fueron las imágenes que podían ilustrar este argumento.

Tres cuadros imaginados: La calavera, un busto de mujer joven con generosos pechos y vestido rojo estampado con muchas flores. Desde el vértice de su escote dorado, cambiando de color desde el negro hacia el marrón, el amarillo, el crema y el intenso blanco. Coronado el busto por una calavera. El ángel, un ángel femenino sin nombre, con los brazos-alas abiertos y a punto de echar a volar. Y sus pies descalzos sobre una roca sobre el mar. Y El gato negro, compuesto por muchas sombras que no llegan a juntarse.

Hoy se pinta un árbol en un papel, verde, marrón, rojo o amarillo. Este árbol significa lo indecible, por eso se pinta. La piel sobre la mano ya no es tan elástica. Son iguales los árboles y las manos, Yo tuve un charco de agua pura y los huesos de un zorro en una cueva, más arriba, tras una cortina de piedras y de pinos. El sol entonces puntiagudo sobre la montaña y sobre la tierra. Entonces uno, que sólo se tiene a sí mismo, tenía sin duda otras cosas en la cabeza.

La calavera: el amor y la muerte. El ángel: el valor y el sueño. El gato: el pensamiento y la oscuridad.

No que el mundo se desintegra como una débil construcción de tiza y de grafito. No, desde luego, que las palabras pudieran expresar lo inexpresable. 

Por si acaso no lo he dicho todavía, Lolita se está muriendo.

En algunos lugares se oyen voces y se ven gestos que reclaman libertad. La simple libertad de exponerse a la muerte, como ha sido ley y costumbre.

La niebla mental difumina la agenda y los proyectos.

Se tienen ideas porque se tienen palabras. Se tienen palabras porque se tienen ideas. Ninguna contradicción.

Un exceso de confianza y las dudas persistentes: ¿Vivir, sí o no? ¿Y por qué, hasta dónde y de qué manera? En resumidas cuentas, etcétera, etcétera.

Si hay un virus que ataca a los pulmones y otros órganos, ¿qué impide la existencia de otro virus (o el mismo) que ataque las mentes?

La noche callada, en total silencio y bajo sospecha. Alguien que a las cinco de la mañana vuelve a casa por una calle apenas iluminada con farolas, rehusando encontrarse con nadie. El odio hacia los demás. La sospecha permanente. El miedo que no cesa.  

Lolita se está muriendo. No quisiera decirlo pero lo digo. Dieciséis años y medio. Desde hace un par de semanas buscando el lugar confortable y oscuro, negándose a comer. Buscando a veces la caricia y la despedida, tan cercana y tan esquiva. 

La idea de la muerte y el exterminio. Exterminar a muchos ya no depende de un gas y mucho menos de balas o de flechas.

Si los medios de comunicación abren el camino y suman a su voz voces estrafalarias, tal vez haya que volver a la defensa activa. La lengua afilada y la mano quieta. Preparación y atención a lo que pueda pasar.

Yo tuve un amor, una vida y todas esas cosas. 

Pero hoy, en realidad, todo es más confuso. Una distopía como círculo que se persigue y no se cierra, una espiral de símbolos y significantes. Si únicamente de esto se tratara mientras uno se esfuerza en dormir y soñar. Aunque uno ya tuvo su tiempo y su oportunidad.

Mar en calma. Mala señal. 

La piel bajo los ojos ya no puede sostener los párpados inferiores. Y los superiores caen como cortinas viejas. Pues lo cierto es que todo cambia y se deteriora, sea hierro, oro, aluminio, madera o bronce. 

No cambia, sin embargo, la música que se repite hasta saciar. 

Porque nuestro apetito es insaciable. 

Si elegí vivir de esta manera, a cuento de qué lamentar las palabras escritas y la muerte. 

La falta más notable en todos los filósofos que hasta ahora han sido es que ninguno de ellos ha vivido (al menos lo suficiente) en un mundo semejante a nuestro mundo, en este mundo donde proliferan los virus.

La nueva sociedad se divide en nuevas clases: Los asintomáticos, ¿los fuertes, los privilegiados, los que tratan al virus de tú a tú y demuestran que pueden permanecer en connivencia? Los superadores, los que habiéndose contaminado salen a la calle cada día siguiente como si nada hubiera pasado. Los salvados, muchos ni siquiera saben qué es el virus. Toman precauciones pero también se arriesgan. Y para ellos, a pesar de los pesares, la fiebre no existe, el ahogo no se manifiesta y la debilidad queda lejos de ser determinante.

Un espejo. Una luz. Un deseo apenas esbozado con un lápiz. 

En resumidas cuentas uno nunca sabe a qué atenerse, ¿cuál es la actitud mejor? ¿si la risa o el llanto, si dar un paso o detenerse? ¿si contarlo todo o callarse? Uno se calla porque no se quiere delatar, porque en el fondo uno no es como algunos imaginan, como debiera ser. 

Nuestro mundo no se abre como se abre una flor. Nuestro fracaso en primavera y nuestro final en otoño. Las estaciones más secas. La lluvia que no cae. El mar que aumenta.

¿Qué habrá sido de aquellos gatos de plomo pintado, en aquel comercio donde el pasado se vendía contra monedas de oro? Yo tuve el impulso y ahora tengo las razones. No descuelgo el teléfono, no contesto llamadas desconocidas.

Una hormiga gigante y maligna sube por la fachada y se acerca amenazante a tu ventana abierta. Eso es niebla mental.

Me busca la invasora y yo la evito. Todo el secreto se detiene aquí. 

Ella -la incontenible, la que en resumidas cuentas decide por mí y por ti y por nosotros. Si no fuera por su avance y su clarividencia, seguro que yo seguiría soñando. 

¿Soñar o vivir? La pesadilla hizo un largo viaje. 


Salvador Alís.


MENOS MAL QUE DE VEZ EN CUANDO

 MENOS MAL QUE DE VEZ EN CUANDO 



Hay un tiempo para la ideología y otro para la política. 

Lo peor de este año no es el virus ni la mordaza. 

Las noticias desalientan. 

Fauna marina arrojada a la costa como cadáver. 

Insectos que desaparecen, sobre todo mariposas 

y otros polinizadores. 

Focas muertas. 

Menos mal que de vez en cuando 

un oso pardo se cuela en tu casa. 

La intensa y dulce lamida de un gato. 

Los primeros pasos de un cerbatillo. 

Y la forma en que un burro feliz inclina la cabeza. 

Hay un tiempo para lo cercano 

y otro para que lo lejano vuelva y se manifieste. 

Hay un tiempo para la infancia 

y otro tiempo para sobrevivir. 


Salvador Alís.





PALOMA BLANCA MUERTA Y PERDIDA

 PALOMA BLANCA MUERTA Y PERDIDA 



Bajo una red azul permanece

muerta una paloma 

mientras otras mil siguen volando. 

La ven mis ojos con su mirada imperfecta,  

inmóvil bajo la red donde -cansada o enferma- 

buscó acomodo y refugio. 

La plástica red cubre una inmensa fachada vertical

mordida o picoteada por el tiempo. 

Una vez descubierta, la paloma no parece paloma, 

parece un cráneo, blanquecino y alargado,  

perdido mil veces y al final borrado. 

Esa imagen dicta palabras: compasión y soledad. 

Paloma blanca muerta y olvidada. 


Cualquier lugar vale para morir. 



Salvador Alís.




 

QUE EL TIEMPO HAGA LO QUE DEBA

QUE EL TIEMPO HAGA LO QUE DEBA



Deja que el tiempo haga una de las suyas. 

Deja que las cosas pasen. 

Controla tu vida.

Sé como un gato negro durante el día. 

En la noche, un esquivo gato atigrado. 

Deja que el viento se estrelle en tu cristal.

Controla tu vida. 

Deja que las cosas pasen. 

Deja que los caminos del bien y del mal fluyan: 

lo que el viento les hace a las cosas, 

lo que tú le haces al tiempo. 

Toda hoja que se mueve en este árbol. 

Todo sueño feliz falsificado. 


Deja que el tiempo haga lo que deba. 



Salvador Alís. 

 

MÁS VALEN MIL IMÁGENES QUE UNA PALABRA

 MÁS VALEN MIL IMÁGENES QUE UNA PALABRA 



Se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras, 

que un ciego ve más allá de lo que habla, 

que si mil palabras no pueden ilustrar su oscuridad 

-dónde y cómo perdió los ojos- entonces su hablar no vale nada. 

Entrenar la mirada para ver y callar, 

no abrir la boca, dejar caer los párpados. 

Las imágenes verdaderas no pueden explicarse. 

Mil palabras justifican su avance en contra o a favor 

del inestable nido sobre la torre que canta. 

No se ha dicho que una torre, tampoco un faro, puedan cantar, 

que un ciego cuente su historia a un perro 

y que este perro vea al ciego pender de una cuerda. 

No se ha dicho nada de la higuera ni de los higos. 



Mil imágenes ante un sí concluyente y un no afirmativo. 



Salvador Alís.





  




AGUA FRÍA QUE NO CALMA LA SED

AGUA FRÍA QUE NO CALMA LA SED


Cree el pintor que al dar forma y color a sus demonios
algo o alguien encenderá una luz de alarma, 
y un ángel blanco y puro cubrirá con sus alas
la osadía del gesto y el miedo oscuro.
No hay pintura sin música ni letra sin intención,
todo ensayado y todo previsto
hasta la perfección que contiene al menos un error.
Cree el que pinta que al pintar su mal espanta,
y sigue pintando a la espera del imposible desenlace:
el ángel aturdido (por esta música celestial
y esta palabra equivocada) no acude a la cita,
se ha perdido en su vuelo endemoniado.
Cree el pintor que su pinturas azules serán manantial.

Pero serán agua fría que no calma la sed.


Salvador Alís.

FUEGO QUE CONSUME SU RAZÓN DE SER

FUEGO QUE CONSUME SU RAZÓN DE SER


Se escribe para decir nada
y se sigue escribiendo para seguir diciendo nada.
Se pone una palabra junto a otra, a su lado,
se construye una línea y luego un párrafo.
Se destaca una palabra, se acentúa,
se encierra entre paréntesis.
De nada sirve escribir para decir nada.
Todo dicho, escrito, pensado, tal vez leído.
Palabras sobre palabras borran palabras.
Un sentido se superpone a otro sentido
anulando la significación.
Bastaría un título y un punto final:
fuego que consume su razón de ser.

Y lo demás es humo.


Salvador Alís.
                         



BOSQUE

BOSQUE

Recordando a Robert Frost.


Un camino se adentraba en un bosque verde hasta perderse,
hasta no ser camino, hasta ser tan solo el sueño del caminante.
La velocidad del bosque era más lenta que los pasos,
y los pasos más lentos que los sueños.
Si el caminante crea este camino soñando,
el bosque crea al caminante.
Los sueños son también pájaros y serpientes.
El camino hunde sus raíces en el bosque
y el bosque le pone árboles como puentes al camino.
Una tela de araña con su joya negra y amarilla,
el viento rozando las infinitas cuerdas de violín de las ramas más delgadas,
gotas de lluvia girando en la noria de las hojas:
vida vegetal, más vida al fin y al cabo.

Diré que a veces sueño que soy el caminante, el camino y el bosque,
y que toda mi vida se resume en este soñar.
Mis dos escritos más logrados se remontan dos décadas atrás:
La rosa de mil pétalos y Bienvenidos a mi mundo.
Y esto respecto a la prosa,
pues el conjunto de los poemas, más que simple azar, es puro caos.
Quedan dos cuadernos, inacabados, cuyo título es Vida,
pero algo me impide continuar con ellos
o tan sólo revisar los manuscritos, corregir y podar.
De las entradas de díasvolando, como esta misma, mejor ni hablar.
Y para el resto de escrituras y artificios..., mejor el fuego.

Puesto que el caminante intuye que el camino real
está presto a consumirse y acabar, duda si en este bosque,
laberíntico o circular, deberá todavía enfrentar una última tarea,
antes que sea tarde, por si valiera la pena, un juego o divertimento,
una obra maestra. Pero dos son los caminos: el que hollan los pasos
y el camino soñado. Hojas escritas tapizan el bosque,
y tantos y tantos borradores desechados, 
hojas secas, capullos sin flor y pétalos quebradizos.

En este andar me he desdoblado, vida diurna y nocturna,
sin decidir nunca la elección acertada, la única.
Y no sé cuándo ni donde, si dentro del bosque o fuera de él 
(montaña más alta, planicie dorada, río que se trenza como cuerda
o laguna que se estanca),
se encontrarán el que sueña y el que anda.


Salvador Alís. 



 

SIMBOLOGÍA

SIMBOLOGÍA


Esta tarde, durante la siesta, he soñado que me crecían los pies.
Reclinado en la cama sobre dos almohadas desiguales,
cansado y desnudo, con el ventilador soplando hacia la ventana,
mis ojos de repente se han abierto para ver
el extraño fenómeno que acontecía.

Por suerte, sobre la mesilla mal llamada de noche,
tenía a mi alcance una clásica cinta métrica amarilla.
Y al medir la distancia desde la punta de la nariz hasta los pies
he constatado un metro y treinta centímetros.
Pero esos pies sin duda eran enormes, y según los miraba
seguían creciendo, como si aún soñara.

Al contemplar mis uñas no del todo transparentes,
y al pensar cuán extraños son los pies de uno
-divididos en su extremo en dedos de diferente longitud-,
los huesos, los tendones y las venas que se adivinan bajo la piel,
he sentido un intenso escalofrío
mientras mis pies no cesaban de aumentar su tamaño,
ensanchando y alargando su forma lenta e inexorablemente.

Inclinado hacia delante y con manos temblorosas
he usado por segunda vez la cinta métrica:
tres palmos al menos desde el talón hasta el dedo gordo.
(Y sé que un palmo no es medida precisa
pero, en mi sueño, ¿qué importa eso?)

Mis pies equiparables a unas pálidas aletas de goma,
aunque no tan flexibles y, desde luego, más gruesos y pesados.

Al salir de la cama y al pisar el suelo -como era de esperar-
he sentido la increíble sensación de haber vencido,
definitivamente, a la fuerza de gravedad.
Pero luego, cuando he querido dar unos pasos,
acercarme a la ventana y apagar el zumbido del ventilador,
¡qué torpeza y cuántas limitaciones!

Con estos pies desproporcionados no es fácil andar
ni evitar los obstáculos que antes no eran y ahora sí.
Inimaginable subir o bajar escaleras.
Y para abrir las puertas tendría que inclinarme peligrosamente.
De salir a la calle, ni hablar.
Y en lo que respecta al baile, imposibilidad total.
Comprar unos zapatos nuevos, ni pensarlo.
¿De qué sirven entonces unos pies gigantescos
si con ellos no puede uno correr ni saltar?
Y cuando las uñas crezcan sobre lo ya crecido
¿cómo cortarlas, con qué herramienta, a quién recurrir?

Para estos pies y estos pasos la casa se hace pequeña
y todo avance es un tropiezo.

No sé si todavía sueño o ya estoy despierto,
pero lo que más me inquieta ahora es que todo esto
no sea en el fondo sino el símbolo de otra cosa.


Salvador Alís.


 

TODO LO QUE PUEDO DECIR ESTA NOCHE

TODO LO QUE PUEDO DECIR ESTA NOCHE


Me dejaré llevar por el impulso de los detalles,
diré cosas que a otros les serán sobradas,
mas lo que a otros les sobra, a veces a mí me falta.
Lo que importa a muchos (sin ser agua, ni pan, ni vino,
ni justicia social, ni palabra propia ni respeto alguno)
verdaderamente a mí no me importa.
Si no voy directo a lo esencial se debe sólo a mi ignorancia,
pues no sé llegar sin dar mil vueltas.
Desconozco el camino más no el punto de partida
ni la meta señalada. Y tantas flores que se abren,
que duran tan sólo un día y que no interesan a nadie.
A veces prefiero el silencio,
las nubes veloces que acarician las montañas.
Pero otras veces elijo una carta, un mirada, un sueño.
Me dejaré llevar por este impulso,
por el gesto mal entendido, por la sorpresa del amanecer
con su luna y sus estrellas. Todo por decir
y todo por negar. No conozco una voz verdadera
y me cuesta admitir otras voces.
Sin embargo, como clara refutación a lo dicho,
ahora aterriza en el alegre tejado multicolor,
ciertamente abandonado y desprovisto de tejas,
la insistente gaviota que grita su verdad
como si la vida fuera apenas un grito.


Salvador Alís.





ESTE MUNDO Y AQUEL MUNDO

ESTE MUNDO Y AQUEL MUNDO


Ayer, en La Casa del Libro, abrí entre otros el compendio de Schopenhauer titulado Parábolas y Aforismos, porque leer de tal forma no tiene precio y, aunque la lectura sea necesariamente breve, siempre algo se aprende y algo se pega a la memoria. No citaré al pie de la letra esa lectura selectiva, mas sí lo que recuerdo: que este mundo es el infierno donde algunos somos las almas atormentadas y otros somos los demonios.

Fui a La Casa del Libro buscando alguna de las colecciones de cuentos de Thomas Ligotti, en concreto Noctuario -por ser una edición barata-, pero no tuve suerte. Ligotti no es un autor de éxito ni sus obras son best-sellers. Mejor así, puesto que entre no leerlo o leerlo mal seguro que él prefiere seguir en su zona de oscuridad.

El título de esta entrada (este mundo y aquel mundo), merece una explicación. En realidad no hay dos mundos, ni más de dos, ni mundos diferentes. Pero el cuchillo del tiempo, afilado a su pesar en el abrasivo barro de la actualidad, separa al mundo en mitades, en cuartos, en octavos y en fragmentos hasta donde la imaginación alcance.

La economía y la ideología, basadas en calculadoras obsoletas e ideas preconcebidas, configuran un mundo sometido a las apuestas, al genio analítico y al imperio del azar. Cuatro ases o cinco tréboles no bastarán para superar a los rivales. ¡Cuándo aprenderán los especuladores que este mundo no se juega en una mesa de póker sino en un tablero de ajedrez!

En ese tablero aumentado, ni siquiera a la escala del mundo (pues bastaría que representara tan solo a esta ciudad), los peones negros creen que su deber pasa por defender al rey blanco y los peones blancos se esmeran en defender al rey negro. Ni unos ni otros, peones negros o blancos, cuestionan la existencia de los reyes. Ambos se equivocan en la elección de sus colores. Y aunque eligieran los correctos, también se equivocarían.

¿Dónde quedó aquel mundo sobre un tablero de papel pintado, aquel mundo donde el murciélago dormitaba en su cueva y la lagartija meditaba pegada a una piedra bajo el sol? ¿Aquel mundo donde cada hormiga transportaba su grano de arroz o su brizna de hierba? ¿Aquel mundo de carreteras inmutables y barrancos que se adaptaban, verano tras verano, a nuestros pies descalzos?

Este mundo tan extraño y por sorpresa, cuando el mero cruce con el otro nos repele y nos repugna, enmascarados, mezclados, contaminados y contaminantes. Aquí cabe citar al precoz nihilista y su tesis: apenas somos una nada consciente de sí misma. Pero la raíz del problema (ser lo que somos) no está en esa consciencia sino en el hecho de ignorar que este mundo es más complejo que su representación.

Después de un mes sin entradas, ayer pensé cómo serían las diez siguientes: los cien libros que quiero releer antes de morir (entrada dividida en diez capítulos). No albergo muchas esperanzas respecto a la tarea, pues este mundo y aquel mundo se oponen a mis deseos. En todo caso, por si no fuera posible más tarde y de la manera adecuada, diré que la mejor novela que jamás he leído (y he leído miles), según mi opinión y mi gusto, se titula La pared. La escribió Marlen Haushofer, y fue publicada en 1963 (en aquel mundo). La leí dos veces en la edición española de Siruela, titulada El muro, prestada por una biblioteca pública, pero ahora, un vez he sabido de su reedición por Volcano, he decidido comprarla para leerla una vez más y poseerla como objeto literario y nexo que pueda reunir y reúna aquel mundo y este mundo.

Hace un mes que no duermo más de cinco horas diarias. Será tal vez por el calor, por los imperativos de la nueva realidad, por el trabajo sometido a tantas condiciones adversas, por el hartazgo de informaciones e interpretaciones distintas. Y sin embargo, restando minutos al sueño y sus pesadillas, confesaré que estoy releyendo La conspiración contra la especie humana, de Thomas Ligotti. Y que, influido por esta lectura, he proyectado construir mi propia marioneta.

Así se inicia una breve recopilación de Epicteto: "La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Sólo tras haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad interior y la eficacia exterior."

Tentado por la actualidad (este mundo), abro una botella de O Luar do sil, su tapón de cristal, y esta Biblia imaginaria donde su Apocalipsis se manifiesta a través de los falsos profetas: "Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el cielo y la tierra pasaron y el mar ya no existe."

Los falsos profetas y los iluminados. Donde antes reinaba el cerezo, el nogal o el lidonero, ahora despegan y vuelan otras naves espaciales. Si este mundo se acaba, que nadie se inquiete pues existen otras alternativas. Los milmillonarios nos ofrecen abandonar la nave, esta estructura agujereada y rota llamada Tierra, y viajar (bajo su módico precio e increíbles condiciones) a cualquier isla espacial natural o artificial.

Aquel mundo de la infancia, verde y azul y dorado en el verano. Aquellas primeras lecturas políticas (Principios elementales y fundamentales de filosofía, de Georges Politzer), aquella noria, aquella escopeta, aquel primer amor. Y este mundo fallido, equivocado, donde el amor es perseguido, donde sobre el balin de plomo se impone la mira telescópica, y a las vueltas sobre vueltas de un juego mareante se opone el niño descreído y el adulto que no olvida.

Todo contacto humano, en este mundo, me causa aversión. Los unos por idiotas e irresponsables, los otros por desconocidos. El otro es siempre una amenaza, el portador de la antorcha, el que imita a la cucaracha y se convierte en plaga.

Una vez grabada mi voz y más tarde escuchada, me disgusta su tono, su timbre, el efecto sonoro que mis palabras producen en mí. Pero en este mundo tus palabras suenan profundas y verdaderas, como si tu voz y el eco de tu voz fueran lo mismo.

Aquel mundo y aquella juventud. Aquellas fotografías, caricias, palabras dichas, cartas escritas. Aquellos viajes nocturnos en ferrocarril, botella de brandy acabada. Aquella habitación con ventana, aquel humo y aquel sueño.

No se escribe (o no se debe escribir) para nadie. Uno no debe leerse a sí mismo. Y nadie debe darse por aludido. En aquel mundo, estas premisas quizá valieran. En este mundo no valen. En aquel mundo las cuevas y los árboles, la montaña, el río y el puente. En este mundo un perro defecando en la terraza, discusiones que no acaban.

Dice Ligotti: "No es el amor, la compasión, el humanismo o los sentimientos fraternales lo que salvará a la humanidad. No, nada de eso. Lo que puede salvarnos, si algo puede, es el puro terror de la extinción."

¿Pero quién es consciente y quién teme a su destino? ¿Nadie en este mundo? Toda verdad tiene su explicación y su autoría: "El aire pasa a través de aquello mismo que le divide, y no solamente se derrama en derredor y circunscribe los cuerpos, sino que los penetra." Lo que al parecer dijo Séneca, dos milenios atrás, habría que considerarlo hoy bajo la luz de esta epidemia.

Mal momento para nacer, tiempos difíciles según algunos. Si uno revisa la Historia con mayúsculas, ¿cuál hubiera sido la hora propicia? Este mundo no es aquel mundo. Esta verdad, llevada en volandas hasta su paradoja, dice que "la carne, mejor a la brasa". Y mejor aún "la carne cruda".

Pasan los años y parece que no pasan. Crecen los que nacieron. Envejecen los que envejecen. Y uno aprende que, si ha de morir más pronto que tarde, ningún pensamiento nihilista o negativo le impedirá abrir sus botellas en reserva: el primer blanco de la Ribera del Duero y el botrítico italiano sustraído a cualquier contaminación.

Vino y vida se parecen y tienen más en común de lo que sugiere este mundo.

Un sol verdadero se eleva sobre un falso horizonte. Aquel mundo simple y este mundo complejo.


Salvador Alís.












  






LOS TONTOS DEL PATINETE

LOS TONTOS DEL PATINETE


Se les ve a todas horas, de día y de noche,
por todos sitios: carril bici, aceras y calles,
esquivando (es un decir) a los transeúntes,
en contra dirección, saltándose los semáforos,
invadiendo plazas y parques,
sin luces, sin casco, sin chaleco reflectante,
pocas mujeres, aunque algunas,
la mayoría chicos jóvenes y concentrados 
en su rigidez muñequil, pupilas dilatadas
bajo párpados caídos, muchas veces gorras,
con manifiesta prisa por llegar
a ninguna parte y expresión bobalicona.

Al desplazarse más rápido que los caminantes
deben sentirse superiores, rebeldes
al trasgredir toda norma de circulación,
en estimulante competencia con motocicletas,
turismos, el camión de la basura
y el autobús urbano, y prestos a huir
ante la menor sospecha de una sirena
o las luces distintivas de un coche policial.
Van y vienen (¿de dónde y hacia dónde?)
esquivando los obstáculos: niños, ancianos,
farolas, terrazas, automóviles, bancos,
bordillos, perros con y sin bozal
y ciegos enmascarados bajo gafas negras
esgrimiendo sus bastones.

Maquinita del deseo y artilugio de moda,
anárquico sólo en lo superficial,
se puede conseguir fácilmente y barato:
de segunda mano y apenas 40 euros
en cashconverters, o nuevos en Amazon
a partir de 80. Los hay mejores y más caros
dependiendo de su batería y rapidez,
y según su marca y su carisma.
Los chinos son especialistas:
Huawei y Xiaomi invaden mercados.
Sirven para hacer la compra de cogollos,
para rastrear los sucios contenedores
donde se acumulan residuos
(incluidos otros patinetes ya desechados),
para dar un tirón, para golpear impunes
algunas nalgas, o simplemente
para disfrutar del viaje sin motivo ni meta.

A la fiebre de la bicicleta de años pasados
la ha sustituido la fiebre actual del patinete,
en el fondo fiebre al fin y al cabo
y semejante delirio. Dos ruedas grandes
o dos pequeñas. Ir y venir por la vida
mas sin sentido. A esa velocidad media
del patín eléctrico, entre 20 y 25 km a la hora,
las nuevas ideas no llegan
y las pocas establecidas se escapan.
El patinete es un artefacto diluyente:
con el aire se pierde lo aprendido
(si es que algo se aprendió)
y pasa el paisaje, los días y las noches,
sin percibir su realidad
entre los banales efectos de la niebla
de esa modesta aceleración magnificada.

Están aquí y ahora. Están por todas partes.
Te adelantan por la derecha o por la izquierda,
sin previo aviso, con la inconsciente
seguridad de su juventud y desplazamiento,
ignorando su pasado y cerrando los ojos
ante su futuro. Son los tontos del patinete.


Salvador Alís.





 

CORONAS Y CALAVERAS

CORONAS Y CALAVERAS


Para morirte bien muerto ¿hiciste todo esto?
Para morirte pronto y mal, como cualquier vasallo, ¿equivocaste tu vida?,
Rey entre Reyes, tan apegado a tu invisible coronita.
Como sabrán mis cuatro lectores fieles
(los infieles y ocasionales no tienen por qué saberlo)
adoro el vino y me complace, y no me complace la cervecita.
Atributo real, esa botella que luce en su etiqueta el símbolo dorado,
Modelo y mexicana, llamada Corona en todas partes
menos en la Gran España: con el simple diminutivo, la exquisita.

Si la memoria no me falla: muñeco, títere y pelele,
hasta que una exitosa obra teatral, golpe de Estado y de Efecto,
te encumbró a los más altos altares democráticos tras los discursitos.
Y de ahí en adelante, proclama tras proclama, tras arenga
y tras pregón, cada año puntual en el cuidado escenario de la cita,
dijiste: "haced lo que os digo, pero no juzguéis mis caprichitos,
torpes caídas y deslices, valorad mis infalibles palabras,
lo que importa de veras" -dijiste tan locuaz y jovial y tan franco.
Soberano sobradamente preparado y torcedor de mitos.

El léxico no es inocente, las palabras dan mucho juego:
te equivocaste cuando no te equivocabas. (Lo que me diferencia
de ti es que a mí nadie me escribe el texto.) ¡Qué ideas en tu cabecita:
regatas en verano, un palacio en la isla, la calderilla en Suiza,
la estación Alpina, los cotos de caza, los paseos muleta en mano,
cuatro x cuatro en el desierto y tornillos de titanio en la caderita!
Rey entre Reyes, ciervo entre siervas. ¡Qué importan tu condición
y tus títulos, si finalmente disfrutas con la muerte y matando!
Hombre real y tan estúpido: ante el elefante, tu alma maldita.

Este poema burlesco, carta quevediana para expresar lo que siento:
infante fui sin lances de príncipes y princesas, pues me hablaron
y educaron los Tintines y los Guillermos, sus cuentitos
en las inagotables tardes de invierno (proceso que desembocó
en Bach y el Laberinto y el Insecto). Si alguna vez te defendí,
sin superar la timidez de la defensa -ayer salve vidas de pajaritos
estrellados contra un cristal-, la hazaña queda en nada,
pues el tiempo nos ha desprovisto de razón, a ti por falsario
y a mí por ingenuo. Fracasados ambos en nuestros propósitos.

Cada tres versos, una rima. Estrofas de nueve versos
y su ironía latente. Y el despropósito -según lectores y sus cuitas.
Rey anacrónico entre Reyes. Cabe insistir en su obcecado instinto:
la herencia, el legado, la dinastía..., perdurar hasta el desastre
y la degeneración: cetros enhiestos y dorados estimulantes.
Velázquez y Goya y López, pintores reales, arte variopinto
para representar el Poder, su acatamiento y magnificencia.
Papas y Emperadores, hoy Reyes y reyezuelos, Presidentes,
Embajadores, Banqueros, Inversores y Ceos, en su orden distinto.

Mundo hipócrita su Mundo, ineficaz su gestión
y lamentables sus residuos. Gobierno de la Calavera,
mas no la que brilla bajo el volcán, en su literatura y sus canciones,
no la que llora por un amor perdido, por un fuego lanzado,
por el delfín que arroja el mar muerto a la playa.
El malvado Rey ejemplo de malvados, Rey sin emociones,
Rey simbólico entre desahucios y ahogos, yate que sortea muertos,
medallas frente a crespones: el resplandor ante el luto.
No hay un juicio paralelo. Los que opinan son bufones.

Ninguna lágrima por ti, ni soñarlo, ni me importa tu suerte
ni la túnica azul celeste, ni tus estrellas. Me importa la adoración
de los tontos, las mentiras que condensa tu Mentira, las naciones
que se arrodillan. Ese crucifijo en tu cabecera y tu enorme nariz.
(Cuando el viento mueve las flores, desapareces,
pero después, cuando se calma el viento, regresan tus festones).
Desde luego yo, por increíble que parezca, no temo tus reales espadas,
pues temo, sobre todo, los estandartes, las signaturas y los anzuelos
donde muerden y aceptan su destino los débiles y sus pasiones.

Para morir como has de morir, como moriremos todos,
¿has gastado tu energía, los preciosos años que la Vida te ha regalado?
Reyes y alegorías de su absoluto fracaso. ¿Acaso reinarás
sobre el hambre y las moscas, sobre los amachetados,
sobre los miles de cadáveres submarinos,
sobre las finanzas y su putrefacción? ¿Quizá llorarás
con lágrimas reales cuando el calor extremo seque las lágrimas?
Hoy eres un muñeco de cartón esperando el fuego,
pero no importa si ardes hoy o mañana, porque arderás.

Detrás del humo que desprendes se esconden otros como tú,
alumnos aventajados del Diablo Poderoso y sus elecciones.
Envejecido, solo y acosado por las cucarachas del remordimiento.
¿Pena por ti y por los de tu calaña? Ni soñarlo.
Si no sabes ser Rey, sé al menos un hombre, y acaba.
No aprietes el gatillo todavía, desciende, explica el cuento.
Lo que tú representas, la traición de toda esperanza.
La cervecita española frente al mezcal.
Valor y Muerte. Y esta canción inconexa y tu tormento.


Salvador Alís.





















TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS

TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS


Alguien enferma, alguien sufre un accidente, alguien pierde algo,
alguien muere por muerte repentina o natural.
Cada día es lo mismo, en todas partes, historias minúsculas
y a veces definitivas.

Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Un murciélago diadema, colgado boca abajo, resta protagonismo
a otros líderes mundiales.

Banderitas de la Patria se exhiben sobre mascarillas negras
mientras la Peste avanza.
Patria y Peste, Bandera y Máscara.

Todos los días pasan cosas. La actualidad es un poema sin fin.

Alguien espera, alguien se impacienta, alguien no sabe qué decir,
alguien tiene todo al alcance de su mano
pero algo le impide tomarlo
porque su mano no es su voluntad.

Las voces son incomprensibles, las llamadas no se oyen,
las puertas no se abren.
Sucede en esta casa, inevitable por los años y el desgaste,
y luego, de igual forma, sucede en el resto del mundo.

Cada día, en todas partes, enfermedades, accidentes, pérdidas.

La gata que envejece, la que vomita cada noche
tras su ración de hojas verdes, la que busca el calor del regazo
en pleno verano.

Hielos que se funden, asteroides sin billete de vuelta,
soles pintados. Y el Gran Universo sumido en su silencio.

Historias para gigantes contadas por enanos.
Las noticias viajan a la velocidad de una luz mortecina:
cuando llegan no llegan o no iluminan.

Preguntas sin respuesta vuelan como pajarillos negros
perseguidos por gaviotas.
Respuestas como sogas al cuello.

Ninguna muerte en particular emociona
porque la muerte de muchos detuvo las emociones.

Todos los días pasan cosas. Mientras la cebra cae en las garras
de la cazadora, el cazador abate a la leona...,
mientras el león dormita.
Asesinos uniformados bajo el camuflaje de su ley.

Se posan sobre las estatuas, en los jardines y palacios,
innombrables enfurecidos alados.
Y se suceden las decapitaciones en tanto suenan,
más cerca o más lejos, los ecos de las  semiautomáticas 1911.

No se cava una tumba en Praia do Farol ni, desde luego,
a los pies de la Libertad, ni bajo las cúpulas doradas
del Imperio Frío. Para tal fin se dispone la selva y el desierto,
el Bosque Boreal, mejor la Taiga que la Tundra,
incluso los océanos profundos.

Se muere porque se muere, porque se llega al final.
En el subsuelo, algo roza con algo y la Tierra tiembla
y se agita, se abren grietas, las torres caen. 
Un volcán escupe fuego y su letal aliento piroclástico
quema los árboles y los siglos.
Olas más altas que el orgullo humano
se adentran en la arquitectura de la consciencia
y la desbaratan. Y cuando los cielos se enfadan
se enfada el aire. Todos los días, en cualquier tiempo y lugar.

Guerras insignificantes, armas obsoletas.
Ni la bala ni la metralla, ni el napalm ni el gas mostaza,
ni las V-2 ni las atómicas, tampoco el Rayo de la Muerte.
Banderitas de la Patria mientras la Peste avanza.

Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.

Lo que hacemos y no hacemos.
La consideración de lo mezquino y lo desdeñable.

Trágico el suicidio de uno, el individual y selectivo,
pero a imagen y semejanza del empeño general
que anhela su propia destrucción.

Unos se desnudan en sus palabras y otros lo hacen
en sus colores.
Todos los días, exhibiciones y arrepentimientos,
preguntas que no se formulan
y respuestas que aprietan el lazo.

Aquella higuera en Ibiza. Esta colchoneta amarilla.

Otras palabras más allá de las palabras
para no añadir nada nuevo, ninguna aclaración
a lo ya expresado.

Un eclipse de luna invisible. Esta música que exige un valor
diferente para enfrentar su audición.
Las flores incesantes e incomprendidas.
Todos los días pasan cosas.


Salvador Alís.












CONCIERTO

CONCIERTO


Aquí estoy. Hasta aquí he llegado en esta tarde-noche de domingo,
21 de junio de 2020, frente al mar,
no sobre cualquier roca gris, lejos de sus aristas,
a salvo de su imparcial dureza.

Aquí estoy. Sentado en silla de plástico ante una mesa cuadrada,
terraza donde sopla el viento, bajo un toldo de lona blanca
y rodeado de altavoces.
La copa de vino amarillo, ni dulce ni salado.
Camarera enmascarada, bañistas que se visten y desvisten,
esculturas de olivo, plataforma de cemento.

Aquí se oye una canción incomprensible.
Y tras de mí, si giro la cabeza, veo un rostro de mujer
cambiante en la pantalla.

No he venido para agitar las palmeras, para encender las luces,
para irisar el agua.
Pero las palmeras, altas y delgadas, parecen bailar,
y las luces brillan alineadas en la bahía
mientras las olas infinitas
interpretan su concierto de azules.

Aquí estoy. Hasta aquí he llegado.
¿Cuántas veces todavía me será dado contemplar este mar
que anochece tarde y lento como si el tiempo no contara?
Y, sobre todo, ¿cuál será la última ocasión,
la oportunidad final?

De vuelta a casa descubro que la mujer cambiante
es una actriz que sólo mueve los labios.
Belleza por belleza y mentira por verdad,
así ocurre a menudo. La voz que canta no es la voz
de su representación, Kez Mcateer maquillada.
Su nombre es Kaz Hawkins. No entiendo sus palabras.
No sé explicarlo de otro modo.

Pero ahora, mientras escucho (y escribo) esta canción,
soy el mar, y soy las luces y las palmeras.

Salvador Alís.

A MI MANERA

A MI MANERA


Nunca he obedecido a nadie, ni siquiera a mí mismo.
El verbo pronto se me atragantó.
Acatar las órdenes, agachar la cabeza,
decir Sí cuando pensaba No -eso no iba conmigo.
Ni a mi santa madre ni a mi padre, ni al sádico maestro,
ni al médico enfermo, ni al orondo alcalde.
Esquivé al espía y me burlé del confidente,
mentí al sacerdote en la confesión
y al sargento en el interrogatorio.
No sé si fui valiente o fui cobarde,
pero no evité la cruz ni el claroscuro, me adentré
en las cuevas, en los libros, en las iglesias,
sólo para ver lágrimas de sangre,
para escuchar el tañido de las campanas
y sentir el vértigo de escaleras retorcidas.
Acepté tratos con arañas y murciélagos
y jamás rehuí enfrentarme a los espejos.
Incluso ahora, cuando el tiempo es dueño y señor
de mi voluntad y mis recursos,
sigo sin obedecer a mi mente -¿a cuál de ellas?-,
a mi único y gastado corazón,
al hígado ausente y al sueño que me llama.
Tan acostumbrado estoy a esta rebeldía
que igualmente ignoro los brillantes discursos
del amor -esos guantes amarillos-
y hasta las inspiraciones y preceptos de la muerte.
Si una guerra me convocara -bien seguro-
le daría la espalda. Si alguien, no importa quién,
me cita, me ofrece o me pregunta,
no acudiré al encuentro, no aceptaré el regalo,
silencio, y otra vez silencio.
Mis propias palabras son negadas, desobedecidas,
por su mismo discurrir, y no se dejan encauzar
por ninguna influencia ni estadística.
¿Qué me importa que me lean en Italia,
que en Japón me ignoren?
Una sola mirada me bastaría, la que sin comprender
aceptara lo inevitable. Porque esta escritura
es en el fondo pura desobediencia,
y como tal será sometida a la injusta goma de borrar
y al justo olvido.


Salvador Alís.



ARTE HUMANO E INHUMANO

ARTE HUMANO E INHUMANO


Esta tarde: paseo sin máscara por el laberinto de sa Calatrava. Y fotografías al capricho según los pasos. Una copa de Vergel (Airén y Sauvignon Blanc) de pie en la calle, frente a la puerta de un local llamado Abrakadabra. Desde el interior: el sonido de un piano que toca un joven oriental enmascarado. Un precioso perro juega a morder un trozo de madera. Dos mujeres tocadas por el sol juegan en un tablero minúsculo una ociosa partida de ajedrez. Bicicletas oxidadas y brillantes adoquines de piedra. El cielo gris. El tiempo lento y el reloj, presente en la muñeca, ya pagado. 
























Barrio de sa Calatrava. 7 de junio de 2020. Fotografías de Salvador Alís. 

LECCIONES FILOSÓFICAS / Nº 4 / STICKERS

LECCIONES FILOSÓFICAS / Nº 4 / STICKERS 


Según la Wikipedia, sticker puede traducirse por "pegatina",
algo que ya existe, un mensaje comprimido, una imagen
diseñada de antemano por manos ajenas
que alguien utiliza, copia y pega o reenvía,
para evitar el compromiso de la originalidad.

En la aventura por anular el pensamiento,
el sticker se presenta como acertado recurso. Hace prescindibles 
el individual esfuerzo por conocer, el archivo de datos,
la confrontación y la crítica, el lenguaje propio, la creatividad
y todo lo que en potencia pudiera dar de sí una mirada
no conformista.

La clara expresión de los sentimientos debe ser frenada.
Esa velocidad de lo intangible no augura nada bueno
para el desarrollo de la prueba.
Mejor lanzar, por pistas delimitadas, mensajes a todo color,
directos y sencillos, publicidad no encubierta 
sino más bien arrogante y manifiesta:
abre los ojos y prescinde de lecturas e interpretaciones, 
todo está aquí, este mensaje esotérico 
y simplificado hasta el extremo para que lo creas 
aunque no lo entiendas. 

Con tal de transmitir emociones al más bajo coste,
un chimpancé se digna a bajar de su árbol
y dibuja con un dedo una circunferencia sobre la tierra.
Y puesto que se le supone alguna inteligencia, 
incluso es capaz de apartar pequeñas piedras
y hojas caídas que alteran su mapa.

Pequeñas piedras y hojas caídas: absurdos stickers 
para el prehumano o más que humano
que aún se columpia y desplaza entre las ramas.

Puesto que los stickers, además de predeterminados,
pueden ser producidos individualmente,
no dudaré en permitirme esta licencia:
al estreno de El planeta de los simios acudió Charlton Heston 
llevando de la mano a un bello mono rubio, 
y el mono, al ser entrevistado y requerirse su opinión, 
afirmó categóricamente: "Yo no soy el mono en esta película,
pues mi inteligencia es superior, lo confirmará mi amigo,
el gran actor, y lo defenderá -si fuera necesario-
con su mirada de acero y su pasión por las armas".

Stickers triunfantes: caras de culo, tetas operadas,
santos transmutados, cervezas sin espuma.

Se impone por tanto una nueva reflexión,
vueltas y vueltas a lo mismo. ¿Por qué los tontos,
los fanáticos, los creyentes... se adhieren a la simplificación
de su reflejo? ¿Acaso no se ven a sí mismos?
¿No les basta con eso? ¿Necesitan el refuerzo dado?
¿Stickers que llegan a uno como pelotas de ping-pong
para ser rebotadas? ¿Y nada más?

Pero nadie está a salvo, en estos tiempos que corren,
de los dibujos del diablo.
Si uno busca referencias al dictado de sus impulsos,
si se detiene en Hegel o en Heidegger,
se dará cuenta de que, según el primero:
"Hemos vuelto ahora a la noción de la idea 
por la cual hemos comenzado. Pero este regreso al comienzo 
es al mismo tiempo un progreso." 
Y de acuerdo al segundo:
"Caigo en una ensoñación sobre el hacerse y el deshacerse
de las cosas. La llamaría "filosófica" si no supiese 
que no hay filosofía, sino tan sólo variaciones interiores 
sobre el sentido de las palabras." 

H & H: un sticker doble que no se comprende.
Lo fácil es la repetición, el mensaje corto creado
por no se sabe quién ni para qué, el mensaje que pretende
inducir la risa, afianzar el lazo que une a un tonto
con sus semejantes.

Al volver al punto de partida, inevitablemente avanzamos.
¿Hacia dónde? Los monosabios que juegan
con los stickers ¿qué saben del sentido de las palabras?

Los maestros antiguos enseñaban a diferenciar
una cosa de otra, por más que se parecieran,
no siendo lo mismo "amor" que "amorío"
ni "estado" que "Estado". Pero hoy en día, ¿que sabemos?

¿Se puede matar impunemente, dejar caer la rodilla
y no ceder en la presión durante 9 minutos?
¿Se puede enarbolar un libro, el Libro, como amenaza?
¿Despreciar el color de la piel quemada por su origen
y su condena, la cosificación y la esclavitud?
¿Ensalzar las balas, las cuerdas, las cruces, las horcas, el fuego
y, a la vez, las radiaciones ultravioletas?

Todo ha cambiado para ser lo mismo. Llegamos a la meta
y nos encontramos en el punto de partida. Hegel.
La conclusión depende de las palabras elegidas. Heidegger.

Para expresar nuestras emociones,
en aquella lejana juventud, uno lloraba o reía,
gritaba, se enfurecía, pintaba, corría, se alejaba,
se lanzaba de cabeza al charco profundo, se desnudaba,
perdía la cabeza, fumaba, andaba sobre el puente,
desafiaba al abismo, se adentraba en la cueva,
se jugaba la vida en la carretera, se reconciliaba
con la noche y sus fantasmas... Territorios inhóspitos,
apuestas arriesgadas.

¿Cuántos murciélagos no dominé entonces?
¿A cuantas lagartijas no hice entrar en razón?
¿Y qué cantidad de hormigas no volaron por los aires?

Insectos poderosos anulados con una elemental cerilla,
cobardes reptiles cegados por un complaciente sol,
ratas negras y aladas, miniaturas tenebrosas.
A todos los supe vencer, stickers anticipados
que significaron tanto y nada.

Lo que aquí se pone en cuestión no es la imagen
-vale más una imagen que mil palabras-
sino la elección instintiva del tonto moderno,
del monosabio prepotente e imperativo, por el sticker,
esa simplificación diseñada y orquestada
para ser otro mecanismo de control cuantificable,
que se unirá sin remedio a los reconocimientos faciales
con el fin de que nadie escape a su destino:
decir (o leer) el texto pre-escrito
y representar el papel asignado.

La desaparición, la muerte por asfixia, el envenenamiento,
la difamación, radiaciones, pruebas falsas
y hasta el propio suicidio... Ninguna sospecha.
Somos peones blancos y negros en el tablero
donde nos jugamos la vida o nos la juegan
un rey inútil y su ambiciosa reina.

Stickers los alfiles y los caballos, su imagen poderosa,
su cuestionable eficacia. Portadas de libros,
canciones. Esas figuras danzantes animando los bares,
música y sexo, belleza y muerte.
¡Qué pérdida absoluta, que malgasto, que desperdicio!
Y al ser señalados -los usuarios del desastre- contestan alterados. 
Gaviotas histéricas gritando sin orden ni concierto.

Copiar y pegar, o reenviar. Todo tan fácil.
Aplaudiendo la enésima estupidez del próximo estúpido.
Y así, todos a cubierto, todos a salvo de un injusto juicio.
Me oculto en la masa, me igualo a otros,
no soy yo (me falta valor), somos tantos y tan distintos.

Usad esas imágenes que no os pertenecen.
Han sido creadas para vosotros. Un regalo envenenado.
¿Pero qué sabéis, si algo sabéis, de los venenos?
No matan a cualquiera. Son selectivos,
Si te creías a salvo, pregúntale a tu piel. A tus ojos.
A tu esperanza.



Salvador Alís.























LECCIONES FILOSÓFICAS / Nº 3 / LOS AUTÓMATAS

LECCIONES FILOSÓFICAS / Nº 3 / LOS AUTÓMATAS


Ayer, finalmente, pude comprar Pandemia de Slavoj Zizek.
No lo hice en mi librería favorita (pero lo hice enmascarado)
sino en el Departamento Literario de unos Grandes Almacenes.
Mala suerte. Mas suerte al fin y al cabo.
Anunciado hace ya tiempo (y escrito tiempo atrás),
sólo estaba disponible en versión digital. Hasta ayer.
Jeff Bezos lo promocionaba, en su línea de pensamiento,
pues para él (y para otros)
el modo más idóneo para desactivar una propuesta incómoda
es la pura y masiva publicidad, lo que cubre al sentido
de intrascendencia, hasta hacerlo invisible.
El éxito de Zizek (mal escrito) es parte del éxito de Bezos.

No me siento inferior respecto al uno ni al otro.
Distinto, sí. Pues no soy nadie (falso), soy el que soy.
En modo alguno un personaje público,
lo que me resguarda de muchas manipulaciones.
Los calificativos de Zizek son apabullantes:
"filósofo, sociólogo, psicoanalista, ensayista,
contador de chistes y teórico cultural..." (cuanto menos).
Los de Bezos se expondrán más tarde (quizá).

Ayer lo encontré (¿su último libro?), recién llegado,
impreso en papel no del todo blanco,
un pequeño volumen de 145 páginas
de tapas color limón (pastel) pero sin brillo.
Es la primera obra suya que leo y, curiosamente,
apenas acabar la lectura, he cedido al impulso
de volver a comenzar.
Dos lecturas seguidas (eso no pasa muchas veces),
y no porque la tarea haya sido ardua o incomprensible,
más bien por el hecho de reforzar mi memoria
para futuras consideraciones.

Ideas estimulantes, sí. Clarividencia, también.
Y lo mismo anticipación, análisis certeros, advertencias.
Muchas preguntas (¿qué otra cosa es la filosofía?)
que requieren respuestas no fáciles y comprometidas.
Puesto que Pandemia fue escrito o compuesto
al inicio de la Crisis, se valora la perspicacia
y se espera una segunda parte o versión actualizada.

No voy a entrar en el detalle (ni se pretende aquí
hacer un Comentario de Texto convencional).
No es el objetivo de esta Lección.
Pero sí debo señalar una carencia: la exacta definición
de los líderes políticos mencionados.
Cita Zizek a Trump, a Putín, a Erdogan, a Johnson,
a Orbán y a otros dirigentes chinos y no chinos,
pasados y presentes. Cuanto más se avanza en la lectura,
más evidente resulta la sustracción de la palabra (necesaria)
"marionetas", es decir: personajes secundarios
cuyo papel principal es entretener y hacer reír,
diseñados pues para la distracción y el espectáculo.

No voy a pretender que Zizek conozca a fondo
la cultura española. Pero ¿no recuerda el religioso Trump
(quizá puritano sería un buen sinónimo),
con una biblia ¿real? y un rifle ¿simbólico? en las manos
a Don Cristóbal, el títere de cachiporra
del Retablillo de García Lorca?

¿No debería, tal vez, el buen filósofo dar la vuelta al teatrillo
y comprobar con la inteligencia (supuesta) de sus ojos
lo que ocurre entre (o detrás de) bambalinas?

Dice Zizek que Disneylandia es el lugar más aburrido
y estúpido del mundo. No estoy de acuerdo.
Disneylandia es una representación precisa del mundo actual.
Dice que Putin y Erdogan deberían ser juzgados
por un Alto Tribunal Internacional
por crímenes contra la humanidad. ¿Ellos solos?
¿Dónde quedan los demás dirigentes?
¿Y los que construyen el teatro y mueven los hilos?

Hace casi doscientos años, Edgar Allan Poe ya descubrió
y denunció el secreto de los autómatas.
En su ensayo El jugador de ajedrez de Maelzel,
tras un certero estudio lógico-matemático,
puso en evidencia (al descubierto)
el fraude de la construcción de von Kempelen,
en cuyo interior se escondía
el ajedrecista francés Jacques Mouret.
Ese famoso autómata, exhibido en las principales ciudades
europeas y hasta en Nueva York en los siglos XVIII y XIX,
en realidad no pensaba por sí mismo
(pues era una simple máquina hueca), no decidía
los movimientos ni las estrategias.
Pero una legión de crédulos asistía extasiada
a las representaciones y aplaudía la pantomima.

¿Cuántos Jacques Mouret no se esconderán en la actualidad
en los huecos ocultos de nuestros autómatas dirigentes?
¿Alguien duda de que el citado Bezos, o Gates, Slim, Arnault,
Zuckerberg, Ortega, Buffett, Zhengfei, Musk
y otros monarcas con y sin corona
sean expertos ajedrecistas?

La imagen tiene ya 44 años. N., el profesor de filosofía
(un locuaz, lúcido y alcohólico profesor),
saquea el mueble bar del despacho del director de la Academia
y se sirve y nos sirve (a los cuatro alumnos optativos)
unos tragos de güisqui.
Luego se vuelve hacia la pared donde están nuestras sombras
(pues nos hemos sentado de espaldas a la ventana)
y nos dice: "Estas siluetas no somos nosotros,
de ninguna manera lo somos, son nuestras sombras
y ni siquiera nos pertenecen. Pertenecen a la luz,
que las crea. No confiéis nunca en las sombras.
La mayoría son malvadas, pájaros negros de mal agüero.
Y toda persona, a su pesar y sin su consentimiento,
es perseguida o precedida por su sombra."

Entonces hace una pausa. Apura el vaso y añade:
"Y ahora, si os parece, empezamos con la clase
-saca un par de folios doblados y arrugados
de un bolsillo lateral de su chaqueta, los despliega
con parsimonia, los mira un instante, los deja sobre la mesa 
y enciende un cigarrillo-
que hoy tratará sobre la Caverna de Platón."


Salvador Alís.