Recordando a Robert Frost.
Un camino se adentraba en un bosque verde hasta perderse,
hasta no ser camino, hasta ser tan solo el sueño del caminante.
La velocidad del bosque era más lenta que los pasos,
y los pasos más lentos que los sueños.
Si el caminante crea este camino soñando,
el bosque crea al caminante.
Los sueños son también pájaros y serpientes.
El camino hunde sus raíces en el bosque
y el bosque le pone árboles como puentes al camino.
Una tela de araña con su joya negra y amarilla,
el viento rozando las infinitas cuerdas de violín de las ramas más delgadas,
gotas de lluvia girando en la noria de las hojas:
vida vegetal, más vida al fin y al cabo.
Diré que a veces sueño que soy el caminante, el camino y el bosque,
y que toda mi vida se resume en este soñar.
Mis dos escritos más logrados se remontan dos décadas atrás:
La rosa de mil pétalos y Bienvenidos a mi mundo.
Y esto respecto a la prosa,
pues el conjunto de los poemas, más que simple azar, es puro caos.
Quedan dos cuadernos, inacabados, cuyo título es Vida,
pero algo me impide continuar con ellos
o tan sólo revisar los manuscritos, corregir y podar.
De las entradas de díasvolando, como esta misma, mejor ni hablar.
Y para el resto de escrituras y artificios..., mejor el fuego.
Puesto que el caminante intuye que el camino real
está presto a consumirse y acabar, duda si en este bosque,
laberíntico o circular, deberá todavía enfrentar una última tarea,
antes que sea tarde, por si valiera la pena, un juego o divertimento,
una obra maestra. Pero dos son los caminos: el que hollan los pasos
y el camino soñado. Hojas escritas tapizan el bosque,
y tantos y tantos borradores desechados,
hojas secas, capullos sin flor y pétalos quebradizos.
En este andar me he desdoblado, vida diurna y nocturna,
sin decidir nunca la elección acertada, la única.
Y no sé cuándo ni donde, si dentro del bosque o fuera de él
(montaña más alta, planicie dorada, río que se trenza como cuerda
o laguna que se estanca),
se encontrarán el que sueña y el que anda.
Salvador Alís.
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