miércoles, 8 de julio de 2020

TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS

TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS


Alguien enferma, alguien sufre un accidente, alguien pierde algo,
alguien muere por muerte repentina o natural.
Cada día es lo mismo, en todas partes, historias minúsculas
y a veces definitivas.

Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Un murciélago diadema, colgado boca abajo, resta protagonismo
a otros líderes mundiales.

Banderitas de la Patria se exhiben sobre mascarillas negras
mientras la Peste avanza.
Patria y Peste, Bandera y Máscara.

Todos los días pasan cosas. La actualidad es un poema sin fin.

Alguien espera, alguien se impacienta, alguien no sabe qué decir,
alguien tiene todo al alcance de su mano
pero algo le impide tomarlo
porque su mano no es su voluntad.

Las voces son incomprensibles, las llamadas no se oyen,
las puertas no se abren.
Sucede en esta casa, inevitable por los años y el desgaste,
y luego, de igual forma, sucede en el resto del mundo.

Cada día, en todas partes, enfermedades, accidentes, pérdidas.

La gata que envejece, la que vomita cada noche
tras su ración de hojas verdes, la que busca el calor del regazo
en pleno verano.

Hielos que se funden, asteroides sin billete de vuelta,
soles pintados. Y el Gran Universo sumido en su silencio.

Historias para gigantes contadas por enanos.
Las noticias viajan a la velocidad de una luz mortecina:
cuando llegan no llegan o no iluminan.

Preguntas sin respuesta vuelan como pajarillos negros
perseguidos por gaviotas.
Respuestas como sogas al cuello.

Ninguna muerte en particular emociona
porque la muerte de muchos detuvo las emociones.

Todos los días pasan cosas. Mientras la cebra cae en las garras
de la cazadora, el cazador abate a la leona...,
mientras el león dormita.
Asesinos uniformados bajo el camuflaje de su ley.

Se posan sobre las estatuas, en los jardines y palacios,
innombrables enfurecidos alados.
Y se suceden las decapitaciones en tanto suenan,
más cerca o más lejos, los ecos de las  semiautomáticas 1911.

No se cava una tumba en Praia do Farol ni, desde luego,
a los pies de la Libertad, ni bajo las cúpulas doradas
del Imperio Frío. Para tal fin se dispone la selva y el desierto,
el Bosque Boreal, mejor la Taiga que la Tundra,
incluso los océanos profundos.

Se muere porque se muere, porque se llega al final.
En el subsuelo, algo roza con algo y la Tierra tiembla
y se agita, se abren grietas, las torres caen. 
Un volcán escupe fuego y su letal aliento piroclástico
quema los árboles y los siglos.
Olas más altas que el orgullo humano
se adentran en la arquitectura de la consciencia
y la desbaratan. Y cuando los cielos se enfadan
se enfada el aire. Todos los días, en cualquier tiempo y lugar.

Guerras insignificantes, armas obsoletas.
Ni la bala ni la metralla, ni el napalm ni el gas mostaza,
ni las V-2 ni las atómicas, tampoco el Rayo de la Muerte.
Banderitas de la Patria mientras la Peste avanza.

Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.

Lo que hacemos y no hacemos.
La consideración de lo mezquino y lo desdeñable.

Trágico el suicidio de uno, el individual y selectivo,
pero a imagen y semejanza del empeño general
que anhela su propia destrucción.

Unos se desnudan en sus palabras y otros lo hacen
en sus colores.
Todos los días, exhibiciones y arrepentimientos,
preguntas que no se formulan
y respuestas que aprietan el lazo.

Aquella higuera en Ibiza. Esta colchoneta amarilla.

Otras palabras más allá de las palabras
para no añadir nada nuevo, ninguna aclaración
a lo ya expresado.

Un eclipse de luna invisible. Esta música que exige un valor
diferente para enfrentar su audición.
Las flores incesantes e incomprendidas.
Todos los días pasan cosas.


Salvador Alís.












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