domingo, 30 de octubre de 2016
NO HAY TRES SIN CUATRO
NO HAY TRES SIN CUATRO
"Creen algunos que la tierra absorbe de nuevo todas las aguas que derrama, y que si no aumentan los mares es porque en vez de conservar las corrientes que reciben, las restituyen enseguida. Conductos invisibles las llevan debajo de tierra, y habiendo salido a la vista, vuelven secretamente, filtrándose en el tránsito el agua del mar, que pierde su amargor a fuerza de agitarse en las innumerables sinuosidades de la tierra, y a través de las variadas capas del suelo dejan su sabor desagradable, pasando a completo estado de pureza."
"Creen algunos que la tierra absorbe de nuevo todas las aguas que derrama, y que si no aumentan los mares es porque en vez de conservar las corrientes que reciben, las restituyen enseguida. Conductos invisibles las llevan debajo de tierra, y habiendo salido a la vista, vuelven secretamente, filtrándose en el tránsito el agua del mar, que pierde su amargor a fuerza de agitarse en las innumerables sinuosidades de la tierra, y a través de las variadas capas del suelo dejan su sabor desagradable, pasando a completo estado de pureza."
SÉNECA
No hay una sin dos ni dos sin tres. Yo digo que no hay tres sin cuatro,
que no se sale del laberinto sin esfuerzo, sin desgaste.
La letra se hace pequeña, los ojos escuecen. Todo se cambia.
Unos gritan y otros callan. Unos no saben siquiera sujetar un lápiz,
trazar una espiral que indique la dirección adecuada:
al centro, el corazón; en los extremos, el alma.
No coinciden las horas, los tiempos, las vidas. No hay noche sin día,
no hay mañana que no nazca de un entramado de raíces.
La mente tamiza lo que el tiempo avanza como tormenta de arena.
En su momento, este nudo se desanudará. Lo complejo, simple.
Iluminado lo oscuro. Desentrañado lo oculto. No hay tres sin cuatro.
Se agrandará la letra. Verán los ojos. Todo es lo mismo.
Salvador Alís.
jueves, 20 de octubre de 2016
FUTURA
FUTURA
Frente a la cuarta planta de mi casa, situada en una finca ruinosa,
a unos trescientos metros aproximadamente
en la diagonal derecha del balcón,
aparece por las noches un castillo
en la altura de otra ruinosa finca de unas doce plantas.
Durante el día, nada extraño. Un edificio normal y más bien gris
rematado por una terraza, un par de áticos,
algunos grandes depósitos de agua, antenas y otros elementos.
Con la oscuridad, la imagen cambia. La silueta recortada
sobre nubes blanquecinas o aceradas se convierte en fortaleza.
No pertenece a un señor de la guerra sino a un maestro del silencio.
Y puesto que puedo volar y vuelo (en sueños), he decidido
hacerle al maestro esta noche una visita inesperada.
El maestro del silencio no se ha sorprendido, me esperaba.
Al descender yo planeando en su dominio,
mientras él contemplaba la noche, mi planear y el humo
de su cigarrillo, no se ha movido ni inmutado,
fijada en mí y en mi descenso su vista penetrante,
su visión anticipada, adivinándome quizá en las volutas
de su pausado fumar y las columnas bajo las que se cobijaba
(de la noche, no de mí). Habla -me ha dicho, cuando yo
pretendía hablar. Hace tiempo que me observas -me ha dicho,
cuando yo trataba de separar su figura de las sombras.
Quisiera decir -le he dicho-, pero no sé qué decir.
Quisiera escuchar, pero no sé lo que quiero escuchar.
Todo es igual, todo es lo mismo -me ha dicho.
Hablar, oír, guardar silencio, hacerse el sordo,
nada importa... ¿No ves que el día es semejante a la noche,
aunque parezcan diferentes? ¿No ves que yo soy tu espejo
y tú eres mi espejo? No hay nadie más. Estamos solos.
Habla y escucha. Di lo que tengas que decir
y escucha. En esta vida todos pretenden hablar a la vez,
todos tratan de imponer su discurso al discurso de otros,
todos ignoran que no hay discurso sino vocerío.
Cada palabra desea ser lo que es: una distorsión en la noche
del lenguaje. Di lo que tengas que decir y vuelve
por donde has venido.
El habitante del falso castillo no es un señor de la guerra,
es un maestro del silencio. Enciende sus pequeñas antorchas
(de un azul intenso) llamadas "Futura", y después
se desentiende y esquiva toda responsabilidad.
Antes de emprender de nuevo el vuelo de regreso a mi estar
y a mi ser, no olvido la importancia del castillo,
del significado y del significante, de la imagen y de la silueta,
y procuro penetrar desde la terraza
bajo la lluvia de octubre y a través de los ventanales sin cristal
en los aposentos guardados en ese contraluz.
En las pétreas chimeneas nada arde. Bajo los arcos
del laberinto de pasillos que unen los aposentos
nadie se detiene, nadie se apresura. Todo indica que el castillo
está deshabitado. Pero el maestro me urge a marchar,
a salir volando aunque sería tan fácil compartir
la evidencia de su soledad y el imperio de su silencio.
Al volver (y al volar) de vuelta hasta la cuarta planta de mi vida,
no vuelvo la vista atrás. Ya sé que el castillo es ilusión,
que fue real en otro lugar, en otra edad, pero ya no. Ya sé
quien habla por mí, quien dice lo que no deseo decir,
quien escucha lo que no digo y debería decir,
quien presta o prestará atención a las lecciones sobre poesía,
quien se mete en este mar. Porque a pesar de vivir en esta isla
-y no seguramente aislado- hace ya muchos años
que no piso la playa. Dice el maestro que el castillo no importa,
importa este mar rebosante de cadáveres,
esta acuática tumba donde no sólo perecen los menos
sino la misma idea y el proyecto mismo (ilusorio)
de nuestro humanismo cuestionado por los pájaros,
como su vuelo y su latiente corazón es cuestionado
en las fauces del instinto del gato que no confunde, jamás,
el hambre y el instinto.
¿Todavía queda algún lector pretendiendo entender la lectura?
A una de mis gatas la he entrenado para encender
y apagar las luces, a fuerza de apoyar su patita blanca
repetidamente sobre los interruptores.
Cuanto más hablo con mis gatas más seguro estoy
de no ser entendido. Me dijo el maestro del silencio
que el mundo está lleno de orejas escuchantes. Pregunto
entonces: ¿dónde están las orejas? ¿De verdad lo que digo
se guarda en archivos informáticos para la eternidad?
Y lo que callo o no digo ¿dónde se guardará?
Salvador Alís.
Frente a la cuarta planta de mi casa, situada en una finca ruinosa,
a unos trescientos metros aproximadamente
en la diagonal derecha del balcón,
aparece por las noches un castillo
en la altura de otra ruinosa finca de unas doce plantas.
Durante el día, nada extraño. Un edificio normal y más bien gris
rematado por una terraza, un par de áticos,
algunos grandes depósitos de agua, antenas y otros elementos.
Con la oscuridad, la imagen cambia. La silueta recortada
sobre nubes blanquecinas o aceradas se convierte en fortaleza.
No pertenece a un señor de la guerra sino a un maestro del silencio.
Y puesto que puedo volar y vuelo (en sueños), he decidido
hacerle al maestro esta noche una visita inesperada.
El maestro del silencio no se ha sorprendido, me esperaba.
Al descender yo planeando en su dominio,
mientras él contemplaba la noche, mi planear y el humo
de su cigarrillo, no se ha movido ni inmutado,
fijada en mí y en mi descenso su vista penetrante,
su visión anticipada, adivinándome quizá en las volutas
de su pausado fumar y las columnas bajo las que se cobijaba
(de la noche, no de mí). Habla -me ha dicho, cuando yo
pretendía hablar. Hace tiempo que me observas -me ha dicho,
cuando yo trataba de separar su figura de las sombras.
Quisiera decir -le he dicho-, pero no sé qué decir.
Quisiera escuchar, pero no sé lo que quiero escuchar.
Todo es igual, todo es lo mismo -me ha dicho.
Hablar, oír, guardar silencio, hacerse el sordo,
nada importa... ¿No ves que el día es semejante a la noche,
aunque parezcan diferentes? ¿No ves que yo soy tu espejo
y tú eres mi espejo? No hay nadie más. Estamos solos.
Habla y escucha. Di lo que tengas que decir
y escucha. En esta vida todos pretenden hablar a la vez,
todos tratan de imponer su discurso al discurso de otros,
todos ignoran que no hay discurso sino vocerío.
Cada palabra desea ser lo que es: una distorsión en la noche
del lenguaje. Di lo que tengas que decir y vuelve
por donde has venido.
El habitante del falso castillo no es un señor de la guerra,
es un maestro del silencio. Enciende sus pequeñas antorchas
(de un azul intenso) llamadas "Futura", y después
se desentiende y esquiva toda responsabilidad.
Antes de emprender de nuevo el vuelo de regreso a mi estar
y a mi ser, no olvido la importancia del castillo,
del significado y del significante, de la imagen y de la silueta,
y procuro penetrar desde la terraza
bajo la lluvia de octubre y a través de los ventanales sin cristal
en los aposentos guardados en ese contraluz.
En las pétreas chimeneas nada arde. Bajo los arcos
del laberinto de pasillos que unen los aposentos
nadie se detiene, nadie se apresura. Todo indica que el castillo
está deshabitado. Pero el maestro me urge a marchar,
a salir volando aunque sería tan fácil compartir
la evidencia de su soledad y el imperio de su silencio.
Al volver (y al volar) de vuelta hasta la cuarta planta de mi vida,
no vuelvo la vista atrás. Ya sé que el castillo es ilusión,
que fue real en otro lugar, en otra edad, pero ya no. Ya sé
quien habla por mí, quien dice lo que no deseo decir,
quien escucha lo que no digo y debería decir,
quien presta o prestará atención a las lecciones sobre poesía,
quien se mete en este mar. Porque a pesar de vivir en esta isla
-y no seguramente aislado- hace ya muchos años
que no piso la playa. Dice el maestro que el castillo no importa,
importa este mar rebosante de cadáveres,
esta acuática tumba donde no sólo perecen los menos
sino la misma idea y el proyecto mismo (ilusorio)
de nuestro humanismo cuestionado por los pájaros,
como su vuelo y su latiente corazón es cuestionado
en las fauces del instinto del gato que no confunde, jamás,
el hambre y el instinto.
¿Todavía queda algún lector pretendiendo entender la lectura?
A una de mis gatas la he entrenado para encender
y apagar las luces, a fuerza de apoyar su patita blanca
repetidamente sobre los interruptores.
Cuanto más hablo con mis gatas más seguro estoy
de no ser entendido. Me dijo el maestro del silencio
que el mundo está lleno de orejas escuchantes. Pregunto
entonces: ¿dónde están las orejas? ¿De verdad lo que digo
se guarda en archivos informáticos para la eternidad?
Y lo que callo o no digo ¿dónde se guardará?
Salvador Alís.
miércoles, 19 de octubre de 2016
EL JUICIO
EL JUICIO
Un juicio no se ha celebrado hoy. El demandante y el demandado
han sentido el mismo miedo, la misma
inseguridad, falta de argumentos y confianza en sí mismos.
Carentes de la debida estrategia, violencia, fuerza y voluntad
para hacer valer sus principios, para imponer su verdad, para ganar
a fin de cuentas, han regateado en la oferta y la contraoferta
hasta llegar a un acuerdo demediado. Ni para ti ni para mí
-se han dicho-, mejor dejarlo así, yo no pierdo, tú no ganas,
y el asunto queda zanjado.
El demandante no ha salido bien parado, a no ser que su intención
fuera obtener lo que ha obtenido: unos miles para él
restando la comisión de su abogado. Quizá esos miles, en billetes
no doblados, se unan a otros en una caja fuerte
cuya combinación ha caído en el olvido. Lo inexplicable
suele tener explicación cuando se accede a los espacios
más secretos, lugares donde ni siquiera se atreven a internarse
la nephila tejedora o el nicobium castaneum.
El demandado, por su parte, ¿acaso conoce los papeles?
¿conoce acaso los hilos de oro? Cada día vuelan entre ciudades
abogados con corbatas azules o asalmonadas (el rojo puro
no está bien visto). La ley es un negocio.
Los testigos se quedan a las puertas y el juez se regocija
pues dispone de una hora regalada para tomar su enésimo café
con sacarina y echarle un vistazo al periódico que
-invariablemente- hablará otro día de él y sus trabajos.
Jugadores aficionados (reflejo de lo que pasa en otros ámbitos)
han pactado tablas antes de tiempo, faltos del valor de dar
o recibir jaque mate, cuando ambos tenían al alcance
de sus manos la posibilidad de vencer o sucumbir. Infelices
y discretos, por ellos levanto mi copa. Quien no sabe
juzgarse a sí mismo no sabe jugar con los demás.
Salvador Alís.
Un juicio no se ha celebrado hoy. El demandante y el demandado
han sentido el mismo miedo, la misma
inseguridad, falta de argumentos y confianza en sí mismos.
Carentes de la debida estrategia, violencia, fuerza y voluntad
para hacer valer sus principios, para imponer su verdad, para ganar
a fin de cuentas, han regateado en la oferta y la contraoferta
hasta llegar a un acuerdo demediado. Ni para ti ni para mí
-se han dicho-, mejor dejarlo así, yo no pierdo, tú no ganas,
y el asunto queda zanjado.
El demandante no ha salido bien parado, a no ser que su intención
fuera obtener lo que ha obtenido: unos miles para él
restando la comisión de su abogado. Quizá esos miles, en billetes
no doblados, se unan a otros en una caja fuerte
cuya combinación ha caído en el olvido. Lo inexplicable
suele tener explicación cuando se accede a los espacios
más secretos, lugares donde ni siquiera se atreven a internarse
la nephila tejedora o el nicobium castaneum.
El demandado, por su parte, ¿acaso conoce los papeles?
¿conoce acaso los hilos de oro? Cada día vuelan entre ciudades
abogados con corbatas azules o asalmonadas (el rojo puro
no está bien visto). La ley es un negocio.
Los testigos se quedan a las puertas y el juez se regocija
pues dispone de una hora regalada para tomar su enésimo café
con sacarina y echarle un vistazo al periódico que
-invariablemente- hablará otro día de él y sus trabajos.
Jugadores aficionados (reflejo de lo que pasa en otros ámbitos)
han pactado tablas antes de tiempo, faltos del valor de dar
o recibir jaque mate, cuando ambos tenían al alcance
de sus manos la posibilidad de vencer o sucumbir. Infelices
y discretos, por ellos levanto mi copa. Quien no sabe
juzgarse a sí mismo no sabe jugar con los demás.
Salvador Alís.
martes, 18 de octubre de 2016
EL ARREPENTIMIENTO
EL ARREPENTIMIENTO
NOTAS SUELTAS (19 OCTUBRE / 2016)
1. Cada cual tiene su vida. A veces, tristemente, sólo su vida. Pero bien pensado, es lícito que esa vida propia y sola tenga la importancia que tiene, e incluso que se solape y superponga a la vida de todos.
2. Lo que tus ojos ven no lo ve tu cerebro. Tus ojos necesitan lentes de aumento; tu cerebro, lentes de disminución.
3. Si alguna vez has de ser juzgado por tus grandes y pequeños delitos, por tus faltas leves o más graves, por tus defectos de cualquier naturaleza, desea que el tribunal (los jueces, abogados, fiscales y hasta el jurado) esté compuesto por gatos.
4. Una nube en una caja de cartón. El amor en una caja de cartón.
5. El desorden: decir lo que se piensa. El orden: decir lo que se piensa que otros van a pensar.
6. No escribes para nadie (escribes para ti), pero qué difícil apartar a los lectores de tu escritura.
7. Con qué facilidad confundes el punto y aparte con los puntos suspensivos...
8. El proyecto es claro: fotografiar hasta el mínimo detalle de tu casa: el foco apagado, las bombillas fundidas, la pared manchada de vino, las puertas cerradas, las puertas abiertas, los libros en horizontal y en vertical, el cráneo de dos centímetros, la cabeza decapitada de un ángel, el cuenco de cristal negro, el reloj cuyas saetas se detuvieron, la linterna roja...
9. Después de diez años, y por causa de los invitados, volverás a dormir con ella. No dormirás.
10. La magia del balcón enrejado. Te asomas a la calle y ves otras vidas. Una copa en la mano, un As escondido. No sabes (o no quieres decir) el nombre de quien baraja. Pero la apuesta está cerrada. No hay vuelta atrás.
11. Lamentas el error. No ha envejecido mal, simplemente ha envejecido. Pero su voz es otra cosa.
12. Vuelves a estar en sus brazos, bajo su protección. Quizá algún día tengas que ser tú quien abrace y proteja.
13. Si no es por esto es por aquello. Pero no eres capaz de vivir sin estímulos.
14. Pase lo que pase y diga lo que diga -le dices- no olvides que fui un niño en tus brazos, y que mi amor (por ti) no tiene condiciones. Soy lo que soy. O me aceptas o me niegas. Te veré más pronto que tarde (me verás). Que no te inquiete mi abrigo de cuero negro ni mi rostro marcado. Detrás de mi confusa máscara -le dices- hay un claro anhelo de bondad.
15. Ansías que llegue al fin el infierno (¿el invierno?) para compilar en un libro titulado Calma tus poemas dispares. ¿Qué resistencia podrías ofrecer a este deseo?
16. Las clases de esgrima que tomaste tan joven, ¿acaso no han de servir para esquivar los ataques y contra ataques de la enmascarada?
17. Amores y palabras se quedaron en las orillas de este camino de arena y de agua, en esta playa con definido horizonte y acantilado hasta el mar. No lo puedes negar: el mar te atrajo con su mareas. La vida con sus idas y sus venidas. Extraes el cargador de tu pistola y cuentas las balas. Sólo queda una.
18. Un cuadro colectivo, cuatro o cinco pinceles, ocho o diez pares de ojos. Con cuidado preparas esa última o penúltima pintura. El tema se impone. La vida por vivir y ser vivida.
19. El arrepentimiento es una vuelta al pasado, un viaje en el tiempo con sus paradojas imposibles. No se puede cambiar el pasado. No se puede cambiar el futuro. O tal vez sí. Pero el arrepentimiento -concluyes- no sirve para nada.
Salvador Alís.
NOTAS SUELTAS (19 OCTUBRE / 2016)
1. Cada cual tiene su vida. A veces, tristemente, sólo su vida. Pero bien pensado, es lícito que esa vida propia y sola tenga la importancia que tiene, e incluso que se solape y superponga a la vida de todos.
2. Lo que tus ojos ven no lo ve tu cerebro. Tus ojos necesitan lentes de aumento; tu cerebro, lentes de disminución.
3. Si alguna vez has de ser juzgado por tus grandes y pequeños delitos, por tus faltas leves o más graves, por tus defectos de cualquier naturaleza, desea que el tribunal (los jueces, abogados, fiscales y hasta el jurado) esté compuesto por gatos.
4. Una nube en una caja de cartón. El amor en una caja de cartón.
5. El desorden: decir lo que se piensa. El orden: decir lo que se piensa que otros van a pensar.
6. No escribes para nadie (escribes para ti), pero qué difícil apartar a los lectores de tu escritura.
7. Con qué facilidad confundes el punto y aparte con los puntos suspensivos...
8. El proyecto es claro: fotografiar hasta el mínimo detalle de tu casa: el foco apagado, las bombillas fundidas, la pared manchada de vino, las puertas cerradas, las puertas abiertas, los libros en horizontal y en vertical, el cráneo de dos centímetros, la cabeza decapitada de un ángel, el cuenco de cristal negro, el reloj cuyas saetas se detuvieron, la linterna roja...
9. Después de diez años, y por causa de los invitados, volverás a dormir con ella. No dormirás.
10. La magia del balcón enrejado. Te asomas a la calle y ves otras vidas. Una copa en la mano, un As escondido. No sabes (o no quieres decir) el nombre de quien baraja. Pero la apuesta está cerrada. No hay vuelta atrás.
11. Lamentas el error. No ha envejecido mal, simplemente ha envejecido. Pero su voz es otra cosa.
12. Vuelves a estar en sus brazos, bajo su protección. Quizá algún día tengas que ser tú quien abrace y proteja.
13. Si no es por esto es por aquello. Pero no eres capaz de vivir sin estímulos.
14. Pase lo que pase y diga lo que diga -le dices- no olvides que fui un niño en tus brazos, y que mi amor (por ti) no tiene condiciones. Soy lo que soy. O me aceptas o me niegas. Te veré más pronto que tarde (me verás). Que no te inquiete mi abrigo de cuero negro ni mi rostro marcado. Detrás de mi confusa máscara -le dices- hay un claro anhelo de bondad.
15. Ansías que llegue al fin el infierno (¿el invierno?) para compilar en un libro titulado Calma tus poemas dispares. ¿Qué resistencia podrías ofrecer a este deseo?
16. Las clases de esgrima que tomaste tan joven, ¿acaso no han de servir para esquivar los ataques y contra ataques de la enmascarada?
17. Amores y palabras se quedaron en las orillas de este camino de arena y de agua, en esta playa con definido horizonte y acantilado hasta el mar. No lo puedes negar: el mar te atrajo con su mareas. La vida con sus idas y sus venidas. Extraes el cargador de tu pistola y cuentas las balas. Sólo queda una.
18. Un cuadro colectivo, cuatro o cinco pinceles, ocho o diez pares de ojos. Con cuidado preparas esa última o penúltima pintura. El tema se impone. La vida por vivir y ser vivida.
19. El arrepentimiento es una vuelta al pasado, un viaje en el tiempo con sus paradojas imposibles. No se puede cambiar el pasado. No se puede cambiar el futuro. O tal vez sí. Pero el arrepentimiento -concluyes- no sirve para nada.
Salvador Alís.
lunes, 17 de octubre de 2016
MI DESTINO SE TRUNCÓ
MI DESTINO SE TRUNCÓ
Mi destino se truncó una mañana soleada de no importa qué año.
Al despertar. Mi destino fue descabezado. Interrumpido. Y ya
no fue escrito tal como lo había soñado. Comenzó
a escribirse de otra manera. Al dictado de la vida que
hasta esa mañana soleada no vivía en mí. Al contestar
a la carta sellada que el destino me envió.
Para decirme que él, por su cuenta y riesgo,
había decidido romperme la vida en pedazos.
Que yo ya no sería uno sino muchos. No sería un todo jamás
sino partes de un todo. Separadas. Y por tanto
la imposible tarea que el destino fijó para ser
mi nuevo destino. Reunir esas partes. Algo así
como volver atrás en el tiempo. Hacia la noche anterior
a la soleada mañana de no importa qué año. Cuando mi destino
se truncó. Cuando realmente soñaba con aquella escritura
aún no escrita. Cuando el solo durmiente era yo.
Salvador Alís.
Mi destino se truncó una mañana soleada de no importa qué año.
Al despertar. Mi destino fue descabezado. Interrumpido. Y ya
no fue escrito tal como lo había soñado. Comenzó
a escribirse de otra manera. Al dictado de la vida que
hasta esa mañana soleada no vivía en mí. Al contestar
a la carta sellada que el destino me envió.
Para decirme que él, por su cuenta y riesgo,
había decidido romperme la vida en pedazos.
Que yo ya no sería uno sino muchos. No sería un todo jamás
sino partes de un todo. Separadas. Y por tanto
la imposible tarea que el destino fijó para ser
mi nuevo destino. Reunir esas partes. Algo así
como volver atrás en el tiempo. Hacia la noche anterior
a la soleada mañana de no importa qué año. Cuando mi destino
se truncó. Cuando realmente soñaba con aquella escritura
aún no escrita. Cuando el solo durmiente era yo.
Salvador Alís.
sábado, 15 de octubre de 2016
DYLAN / MAYAKOVSKI
DYLAN / MAYAKOVSKI
Hace unos días le concedieron el Nobel de Literatura a Bob Dylan, una decisión controvertida. Pero de existir un Nobel de Música, y haberlo ganado, tal vez hubiera sido igualmente una decisión controvertida. ¿El Nobel de Literatura al autor de unos cientos de canciones-letras (de canciones) y una novela-tarántula?
Los dylanianos se han apresurado a justificar y elogiar el galardón. Y sus razones son de peso. Quien no se estremece escuchando a Dylan, o no está vivo o no ha vivido lo suficiente. Pero, como profetizó Dylan: "¡los tiempos están cambiando!" Y siguen cambiando. Por desgracia -me temo-, en Estados Unidos (y en el mundo entero), hay en nuestros días más clintonianos y trumpianos, es decir: más idiotas, temerosos, alienados, acomodados, consumistas, robotizados, vendidos, comprados, racistas, egoístas, gente sorda, agresiva y absolutamente subordinada a una bandera que tan sólo representa la subordinación.
La cocina de la infancia no se olvida nunca (o vuelve siempre..., mientras puede volver); aquello que nos ha alimentado, que nos ha hecho crecer. Lo mismo sucede con los libros, las películas, la música, la primera amistad o el primer amor, y tantas otras cosas primeras y por tanto originales.
Yo compré algún libro de Dylan (Escritos, canciones y dibujos -no recuerdo si el volumen I o el volumen II), pero se lo regalé a uno de mis sobrinos cuando él tocaba la guitarra. Compré y leí algún libro de quien Robert Allen Zimmerman tomó su apellido, Dylan Thomas (Retrato del artista...). Compré poemas y novelas de Leonard Cohen (Poemas escogidos, El juego favorito). Escuché a Dylan y a Cohen, y a tantos otros que no cabe citar aquí. "Es como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta." -ha dicho Cohen respecto al Nobel de Dylan. "Quise escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron las canciones infantiles, y antes de poder entenderlas, me enamoré de las palabras, sólo de las palabras. Lo que las palabras representan, simbolizan o quieren decir, tenía una importancia muy secundaria; lo que realmente importaba era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo." -dijo Thomas.
Bob Dylan mide un centímetro y medio menos que yo; Leonard Cohen, uno y medio más. No llegaré a sus alturas, pero ambos cantaron para mí.
Cuando escuchaba a Dylan, hace ya tantos años (e incluso después, ahora), en general no entendía sus letras. Sin embargo en sus canciones había algo que sólo puedo definir como emoción o alteración, sonidos que llegaban a donde tenían que llegar y producían cierto efecto mediante el cual uno se sentía más libre o más propenso a buscar (para sí, para los demás) un espacio de libertad.
La biografía de Dylan es más larga que la mía, nació en 1941. Y de su viajes en tren o en autostop, con una guitarra cualquiera cruzada sobre el pecho o la espalda, atravesando los estados unidos reales, pasó a cantar bajo las cúpulas del Vaticano y de la Casa Blanca. Como lector reconozco que me resulta imposible o al menos complicado juzgar a Dylan por sus letras traducidas. Eso sin contar que ha envejecido mal (físicamente), opinión discutible que mantengo. Sus 75 años frente a los 82 de Leonard Cohen o los 67 de Tom Waits.
El mismo día que a Dylan le concedieron el Nobel de Literatura salí a cazar libros (usados). Seleccioné una decena, aunque al final me quedé únicamente con tres:
Bob Dylan. Canciones. Visor. 1971.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1913-1916. Visor. 1974. 2ª edición. Introducción de Trotsky.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1917-1930. Visor. 1973. 1ª edición.
El ruso se suicidó de un disparo en el corazón en 1930 -según explica la denostada Wikipedia- "sin que se hayan podido dilucidar, con claridad, las causas de esa determinación; es probable que intervinieran factores emocionales, como algunas críticas severas por su expresivo «individualismo»."
En las dos últimas noches he leído a Dylan y a Mayakovski. Pero las comparaciones son odiosas. Al menos Dylan no se ha suicidado. Y, sin embargo, ¡con qué claridad comprendo el último fragmento del último poema (contenido en esta antología) del ruso, titulado A plena voz!:
"Son cerca de las dos. Ya te habrás acostado.
O a lo mejor te pasa a tí lo mismo.
En la noche, la Vía Láctea es un Oka de plata.
No me apresuro y con urgencias de telegramas
no voy a despertarte ni a molestarte.
Como se dice, el incidente está zanjado.
La barca amorosa varó en lo vulgar.
Estamos en paz y no vale enumerar
dolores, desgracias y ofensas mutuas.
Fíjate: ¡qué silencio en el mundo!
La noche impuso al cielo un tributo estelar.
En horas así te levantas y hablas
a los siglos, a la historia y al universo."
Maiakovski. Poemas 1917-1930. p. 127.
Si les apetece, escuchen a Dylan, a Cohen, a Waits. Si les apetece lean al futurista. Si Dylan no les dice nada, si el ruso no les inquieta, al menos lean algo, destapen sus orejas e intenten girarlas (como haría un gato) en la dirección del sonido, de la palabra, del ruido de fondo...
Son cerca de las seis. Aún no me he acostado.
O a lo mejor me pasa lo mismo que a ti.
En la noche he visto una veloz estrella fugaz.
Salvador Alís.
Hace unos días le concedieron el Nobel de Literatura a Bob Dylan, una decisión controvertida. Pero de existir un Nobel de Música, y haberlo ganado, tal vez hubiera sido igualmente una decisión controvertida. ¿El Nobel de Literatura al autor de unos cientos de canciones-letras (de canciones) y una novela-tarántula?
Los dylanianos se han apresurado a justificar y elogiar el galardón. Y sus razones son de peso. Quien no se estremece escuchando a Dylan, o no está vivo o no ha vivido lo suficiente. Pero, como profetizó Dylan: "¡los tiempos están cambiando!" Y siguen cambiando. Por desgracia -me temo-, en Estados Unidos (y en el mundo entero), hay en nuestros días más clintonianos y trumpianos, es decir: más idiotas, temerosos, alienados, acomodados, consumistas, robotizados, vendidos, comprados, racistas, egoístas, gente sorda, agresiva y absolutamente subordinada a una bandera que tan sólo representa la subordinación.
La cocina de la infancia no se olvida nunca (o vuelve siempre..., mientras puede volver); aquello que nos ha alimentado, que nos ha hecho crecer. Lo mismo sucede con los libros, las películas, la música, la primera amistad o el primer amor, y tantas otras cosas primeras y por tanto originales.
Yo compré algún libro de Dylan (Escritos, canciones y dibujos -no recuerdo si el volumen I o el volumen II), pero se lo regalé a uno de mis sobrinos cuando él tocaba la guitarra. Compré y leí algún libro de quien Robert Allen Zimmerman tomó su apellido, Dylan Thomas (Retrato del artista...). Compré poemas y novelas de Leonard Cohen (Poemas escogidos, El juego favorito). Escuché a Dylan y a Cohen, y a tantos otros que no cabe citar aquí. "Es como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta." -ha dicho Cohen respecto al Nobel de Dylan. "Quise escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron las canciones infantiles, y antes de poder entenderlas, me enamoré de las palabras, sólo de las palabras. Lo que las palabras representan, simbolizan o quieren decir, tenía una importancia muy secundaria; lo que realmente importaba era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo." -dijo Thomas.
Bob Dylan mide un centímetro y medio menos que yo; Leonard Cohen, uno y medio más. No llegaré a sus alturas, pero ambos cantaron para mí.
Cuando escuchaba a Dylan, hace ya tantos años (e incluso después, ahora), en general no entendía sus letras. Sin embargo en sus canciones había algo que sólo puedo definir como emoción o alteración, sonidos que llegaban a donde tenían que llegar y producían cierto efecto mediante el cual uno se sentía más libre o más propenso a buscar (para sí, para los demás) un espacio de libertad.
La biografía de Dylan es más larga que la mía, nació en 1941. Y de su viajes en tren o en autostop, con una guitarra cualquiera cruzada sobre el pecho o la espalda, atravesando los estados unidos reales, pasó a cantar bajo las cúpulas del Vaticano y de la Casa Blanca. Como lector reconozco que me resulta imposible o al menos complicado juzgar a Dylan por sus letras traducidas. Eso sin contar que ha envejecido mal (físicamente), opinión discutible que mantengo. Sus 75 años frente a los 82 de Leonard Cohen o los 67 de Tom Waits.
El mismo día que a Dylan le concedieron el Nobel de Literatura salí a cazar libros (usados). Seleccioné una decena, aunque al final me quedé únicamente con tres:
Bob Dylan. Canciones. Visor. 1971.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1913-1916. Visor. 1974. 2ª edición. Introducción de Trotsky.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1917-1930. Visor. 1973. 1ª edición.
El ruso se suicidó de un disparo en el corazón en 1930 -según explica la denostada Wikipedia- "sin que se hayan podido dilucidar, con claridad, las causas de esa determinación; es probable que intervinieran factores emocionales, como algunas críticas severas por su expresivo «individualismo»."
En las dos últimas noches he leído a Dylan y a Mayakovski. Pero las comparaciones son odiosas. Al menos Dylan no se ha suicidado. Y, sin embargo, ¡con qué claridad comprendo el último fragmento del último poema (contenido en esta antología) del ruso, titulado A plena voz!:
"Son cerca de las dos. Ya te habrás acostado.
O a lo mejor te pasa a tí lo mismo.
En la noche, la Vía Láctea es un Oka de plata.
No me apresuro y con urgencias de telegramas
no voy a despertarte ni a molestarte.
Como se dice, el incidente está zanjado.
La barca amorosa varó en lo vulgar.
Estamos en paz y no vale enumerar
dolores, desgracias y ofensas mutuas.
Fíjate: ¡qué silencio en el mundo!
La noche impuso al cielo un tributo estelar.
En horas así te levantas y hablas
a los siglos, a la historia y al universo."
Maiakovski. Poemas 1917-1930. p. 127.
Si les apetece, escuchen a Dylan, a Cohen, a Waits. Si les apetece lean al futurista. Si Dylan no les dice nada, si el ruso no les inquieta, al menos lean algo, destapen sus orejas e intenten girarlas (como haría un gato) en la dirección del sonido, de la palabra, del ruido de fondo...
Son cerca de las seis. Aún no me he acostado.
O a lo mejor me pasa lo mismo que a ti.
En la noche he visto una veloz estrella fugaz.
Salvador Alís.
martes, 11 de octubre de 2016
ENERGÍA
ENERGÍA
"Casa no tengo pero habito trono
Rey parricida soy el que guerrea
En una la tiniebla en otra tea
Y mis dos manos son manos de mono"
Carlos Edmundo de Ory
(Energeia. Plaza & Janés. 1978. p. 185.)
El 13 de febrero de 1983, encontrándome en Sevilla, compré no recuerdo en qué librería el libro que inicialmente se cita en la cita. Lo he abierto esta noche, después de tantos años, porque me ha venido a la cabeza al pensar (y pretender) escribir algunas notas relacionadas con la energía. Si entonces su lectura ya resultó extraña, más lo ha sido hoy, siendo el mismo libro y tan diferente el lector.
Nunca me han convencido expresiones tales como: "domine el inglés en siete días" o "aprenda a conducir sin esfuerzo". Ni por la misma razón: "pintar es fácil" o "leer es fácil". Fácilmente, en siete días o menos de siete, y sin esfuerzo aparente, se puede aprender a mentir o a robar, se adquiere esa energía. Pero a mí, desde que comencé a usar mi razón (e incluso antes tal vez), lo que me atraía era lo difícil, lo incomprensible: El Aleph de Borges o el Diario Blanco de De Sade. Ejemplos primeros.
(Al extraer estos dos libros de mi biblioteca, he descubierto que marqué en la primera página de El Aleph, con un lápiz y en un solo trazo, el símbolo del infinito, y que compré el Diario Inédito -como en realidad se titula- en mayo de 1972. Con la pretensión de copiar aquí algún párrafo de ambos, al manipularlos he sufrido un breve episodio de estornudos. El polvo de los viejos libros se ha metido en mi nariz. Renuncio pues a copiar nada, y busco un pañuelo de papel con el que aliviarme.)
A lo que íbamos. No es lo mismo energía que energeia; respecto a la primera, de las dos acepciones que proporciona google en primer lugar me quedo con la segunda: "capacidad y fuerza para actuar física o mentalmente"; respecto a la segunda, y de la misma forma y fuente: "algo (que) está actuando, (que tiende) a su fin desde sí mismo". Aristóteles.
Mi energía no consiste en mi fuerza física, de la que carezco, ni en mi fuerza mental, que se dispersa, sino en mi forma de ser, es decir: en aquello que me constituye como proyecto, como línea dibujada por un lápiz que no se contenta con ser mortal y ofrece gran resistencia a ser borrada por el tiempo.
Cuando se trata de cuerpos, la energía contenida en ellos (y no actuante por el momento) equivale a sus masas multiplicadas por la velocidad de la luz al cuadrado. Einstein. En la vida cotidiana, sin embargo, la energía tiene que ver con el movimiento. La fuerza física, para resultar efectiva, debe concentrarse en un objetivo, sea abatir a un contrincante, levantar múltiplos de su peso o introducir bolas de billar en sus respectivos agujeros; más fuerza o menos fuerza, pero lineal (o multilineal y estratégica), obcecada en todo caso. Cuando se trata de mentes, la energía no se contiene sino que se expresa, bien hacia afuera: la incontinencia verbal o imaginativa o creadora, bien hacia adentro: el ensimismamiento o la locura.
La energía sexual, literaria y filosófica, del Marqués De Sade (la tea) frente a la energía supuestamente especulativa de la iluminada ceguera creadora de un Borges falso o verdadero (la tiniebla).
La energía necesaria para recuperar del aposento más oscuro de mi memoria este argumento de un relato que no fue y, no obstante, persiste: "Soy el único siervo en este valle donde se alzan mil castillos que rivalizan con las altas montañas que cercan el valle. En tales castillos, de arquitecturas distintas y distintas épocas pero siempre tan fortificados, viven mil señores y cien mil soldados. Yo soy el solitario y vulnerable grano de trigo y ellos son los pájaros que desde el aire me observan. Mi casa es una simple cabaña apenas dotada de lo imprescindible. Sólo tengo un lujo, un amigo, mi caballo moteado. Es evidente su cansancio, igual que el mío. Por el momento pace la hierba resignado, aunque a veces se levanta sobre las patas traseras y agita las crines. Mas cuando él y yo estemos por fin dispuestos, lo montaré sabiendo que extenderá sus alas, y entonces no habrá castillo ni cielo ni montaña que nos pueda retener." La casa y el trono.
Me sorprende la energía con la que juego partidas simultáneas, batallas en tantos frentes, trincheras abiertas, lluvia de fuego en la noche, ruido, dudas y certidumbres.
Si consideramos la Gran Ecuación como una metáfora, ¿cómo calcular, por ejemplo, cuál sea mi energía (la velocidad de la luz al cuadrado por mi masa) o la energía de cualquier otro (la velocidad de la luz al cuadrado por su masa)? Creo que en esa fórmula falta una variable: la creatividad. ¿De qué otra manera se podría explicar el deterioro físico de Miquel Barceló -con el que volví a cruzarme ayer al salir de un avión-, tan envejecido, tan dejado, tan mal vestido, tan encorvado? El artista que planta un elefante en vertical apoyado en su trompa, el enmascarado con barro de Paso Doble, el pintor de agujeros y fondos marinos, el agresivo pintor, en fin, de La solitude Organisative y -hasta donde yo sé, al menos- de otro gran simio (quizá un gorila), ¿cómo, cuándo y de qué fuente obtiene su energía?
Un ser que se sabe lleno de secretos. Quizá en ellos resida su energía. La posibilidad de hacerlos públicos mientras los guarda para sí. Su reloj que no se detiene, que se carga (mientras se consume) por su propio movimiento, que se acelera, que alcanza la velocidad de la luz (mientras sueña), que se convierte en otra cosa, en vida vivida y por vivir.
¿Es posible que el solo pensamiento, la intención de decir algo con mayúsculas, acreciente la energía? Uno duda mil veces, cien mil veces, de su condición de servidumbre, de su capacidad para matar al padre que él mismo significa para sí. Pero lo cierto es que el asesinato es constante. Y el caballo moteado adelgaza por escasear la hierba, pero -en tanto se marcan o insinúan sus costillas- crecen sus alas, se enfurece, se rebela y ansía lo infinito.
Si consideramos la Gran Ecuación como una metáfora, ¿cómo calcular, por ejemplo, cuál sea mi energía (la velocidad de la luz al cuadrado por mi masa) o la energía de cualquier otro (la velocidad de la luz al cuadrado por su masa)? Creo que en esa fórmula falta una variable: la creatividad. ¿De qué otra manera se podría explicar el deterioro físico de Miquel Barceló -con el que volví a cruzarme ayer al salir de un avión-, tan envejecido, tan dejado, tan mal vestido, tan encorvado? El artista que planta un elefante en vertical apoyado en su trompa, el enmascarado con barro de Paso Doble, el pintor de agujeros y fondos marinos, el agresivo pintor, en fin, de La solitude Organisative y -hasta donde yo sé, al menos- de otro gran simio (quizá un gorila), ¿cómo, cuándo y de qué fuente obtiene su energía?
Un ser que se sabe lleno de secretos. Quizá en ellos resida su energía. La posibilidad de hacerlos públicos mientras los guarda para sí. Su reloj que no se detiene, que se carga (mientras se consume) por su propio movimiento, que se acelera, que alcanza la velocidad de la luz (mientras sueña), que se convierte en otra cosa, en vida vivida y por vivir.
¿Es posible que el solo pensamiento, la intención de decir algo con mayúsculas, acreciente la energía? Uno duda mil veces, cien mil veces, de su condición de servidumbre, de su capacidad para matar al padre que él mismo significa para sí. Pero lo cierto es que el asesinato es constante. Y el caballo moteado adelgaza por escasear la hierba, pero -en tanto se marcan o insinúan sus costillas- crecen sus alas, se enfurece, se rebela y ansía lo infinito.
La energía necesaria para decir una cosa por otra, para escuchar una canción feliz cuando me siento triste, para escuchar una triste canción cuando tan alegre me siento. Sí..., todo esto no es más que un juego impertinente, pero es mi juego. Es mi energía.
Salvador Alís.
sábado, 8 de octubre de 2016
SIEMPRE HAY UN CAMINO
SIEMPRE HAY UN CAMINO
Silencio. Y sin embargo ¡quedan tantas cosas que contar...!
Cuando uno sufre el delirio de la escritura,
un día no basta para narrar un instante, un año no basta
para describir un día, una vida no basta
para hacer luz en una noche,
cien años por un año, mil años por la juventud perdida,
la eternidad no basta para un buen final.
Por ello es necesaria la poesía, porque un poema comprime,
no afirma, no niega, relata, sugiere,
siembra la semilla y luego se desentiende de la flor.
Silencio. Y sin embargo ¡hay tanta vida en la oscuridad...!
Esa vida te pertenece, es tuya con sus aciertos
y equivocaciones, sus triunfos y sus fracasos; tu vida
y otras vidas que fueron tuyas en algún momento;
vidas que ahora requieren ser descritas minuciosamente,
vidas que reclaman su derecho a ser relato,
a ser palabra.
La escritura es como el vino: cuanto más se bebe,
más se bebe; cuanto más se conoce,
más asiduamente se escribe.
Y uno va de vino en vino como de página en página,
temiendo que esta sea la última copa, el último poema.
Y el hígado sufre por su causa,
y parece que está a punto de colapsar... Pero no colapsa.
Otra copa, otro trago, otra línea, otro texto,
el placer por el placer,
sin una meta definida, sólo por el gusto de contar.
¿Y qué le importan al vino aquellos que no distinguen
la uva resplandeciente de la podrida, la viña vieja
en suelo pobre de cantos rodados
de la viña clonada y productiva?
¿Qué le importan al que escribe los que no leen,
no han leído o no saben leer?
Silencio. La poesía puede lograr lo imposible:
puede condensar en una palabra un instante,
en una línea una vivencia,
en unos versos algunos años,
en su conjunto (si el círculo es perfecto y se cierra)
el trayecto completo de una biografía,
especulaciones post mortem incluidas.
La poesía es lo contrario de la política,
algo que se encuentra a años luz de la economía,
del cálculo, algo que es poder sin más,
sin interpretes, sin intermediarios,
algo directo que va del yo al yo, del yo al tú,
de ti mismo a mí mismo,
algo que sobrepasa el entendimiento,
el resumen del resumen de un acto, de una idea,
de una vida grande y pequeña al mismo tiempo,
como el átomo, como la insignificante chispa
que prende en hierba seca, en toldo asoleado,
en paja amarilla y provoca un incendio,
como la gota de agua que -a fuerza de insistir-
horada la piedra o la construye de arriba abajo
y de abajo arriba. Silencio.
Salvador Alís.
Silencio. Y sin embargo ¡quedan tantas cosas que contar...!
Cuando uno sufre el delirio de la escritura,
un día no basta para narrar un instante, un año no basta
para describir un día, una vida no basta
para hacer luz en una noche,
cien años por un año, mil años por la juventud perdida,
la eternidad no basta para un buen final.
Por ello es necesaria la poesía, porque un poema comprime,
no afirma, no niega, relata, sugiere,
siembra la semilla y luego se desentiende de la flor.
Silencio. Y sin embargo ¡hay tanta vida en la oscuridad...!
Esa vida te pertenece, es tuya con sus aciertos
y equivocaciones, sus triunfos y sus fracasos; tu vida
y otras vidas que fueron tuyas en algún momento;
vidas que ahora requieren ser descritas minuciosamente,
vidas que reclaman su derecho a ser relato,
a ser palabra.
La escritura es como el vino: cuanto más se bebe,
más se bebe; cuanto más se conoce,
más asiduamente se escribe.
Y uno va de vino en vino como de página en página,
temiendo que esta sea la última copa, el último poema.
Y el hígado sufre por su causa,
y parece que está a punto de colapsar... Pero no colapsa.
Otra copa, otro trago, otra línea, otro texto,
el placer por el placer,
sin una meta definida, sólo por el gusto de contar.
¿Y qué le importan al vino aquellos que no distinguen
la uva resplandeciente de la podrida, la viña vieja
en suelo pobre de cantos rodados
de la viña clonada y productiva?
¿Qué le importan al que escribe los que no leen,
no han leído o no saben leer?
Silencio. La poesía puede lograr lo imposible:
puede condensar en una palabra un instante,
en una línea una vivencia,
en unos versos algunos años,
en su conjunto (si el círculo es perfecto y se cierra)
el trayecto completo de una biografía,
especulaciones post mortem incluidas.
La poesía es lo contrario de la política,
algo que se encuentra a años luz de la economía,
del cálculo, algo que es poder sin más,
sin interpretes, sin intermediarios,
algo directo que va del yo al yo, del yo al tú,
de ti mismo a mí mismo,
algo que sobrepasa el entendimiento,
el resumen del resumen de un acto, de una idea,
de una vida grande y pequeña al mismo tiempo,
como el átomo, como la insignificante chispa
que prende en hierba seca, en toldo asoleado,
en paja amarilla y provoca un incendio,
como la gota de agua que -a fuerza de insistir-
horada la piedra o la construye de arriba abajo
y de abajo arriba. Silencio.
Salvador Alís.
jueves, 6 de octubre de 2016
EJERCICIOS DE DICCIÓN
EJERCICIOS DE DICCIÓN
Una voz dice "tiempo" y otra voz dice "esperanza";
la primera es esclava de su pasado y la segunda de su futuro,
pero ambas son la misma voz.
Una voz dice "muerte" y otra voz dice "vida";
suenan diferentes, pero son la misma voz.
La misma que cambia según se escuche a sí misma
o según la escuchen los demás.
El que habla no reconoce su propia voz:
cuando la oye fuera sí, pareciera que es otro el que habla;
y en esa diferencia y en ese parecer
la misma voz dice lo que no dice, pronuncia y calla.
Se atreve a no decir "te quiero" y, a la vez,
está diciendo "te quiero", de las dos formas a su manera.
"No me gusta mi voz" dice el que -mientras lo dice-
toma consciencia de que su voz es extraña.
Las voces no piensan; sólo sienten y crean,
se preguntan y responden,
juegan al juego de las voces distintas.
Una voz dice "nada" y otra voz dice "todo",
mas no se contradicen.
Una voz quiere ser grave y la otra ligera,
mas no entran en conflicto pues son la misma voz.
"Mientes" se dicen al unísono la una a la otra:
"Tú no suenas como yo."
"A nadie le gusta como hablas."
"Ahora entiendo porque no me escuchan
cuando me suplantas."
Una voz dice "ven" y la otra "aparta";
la primera sirve a su necesidad y la segunda a su arrogancia,
pero ambas son la misma voz.
"¿Cómo estar seguro -se pregunta quien se pregunta-
que, al escucharme preguntar,
soy yo, y no otro, quien hace la pregunta?"
"Y si me doy una respuesta, ¿cómo saber que soy yo,
y no otro, el que responde?"
Una voz dice "blanco" y otra voz dice "negro",
o "claro" y "oscuro" -que para el caso es lo mismo.
Lo que uno escucha en su cabeza no es igual
a lo que otros oyen en el aire;
pues saliendo de la cabeza y llegando al aire
la voz se divide y cambia, ya no pide, se limita a exigir
una atención que quizá no merezca ni haya merecido.
La voz creativa debería guardar silencio, decir "silencio",
y concentrarse en su creación.
Pero la voz que siente quiere a toda costa hablar.
No se reconocen, no se gustan, no aprecian su identidad,
pero son la misma voz.
Salvador Alís.
Una voz dice "tiempo" y otra voz dice "esperanza";
la primera es esclava de su pasado y la segunda de su futuro,
pero ambas son la misma voz.
Una voz dice "muerte" y otra voz dice "vida";
suenan diferentes, pero son la misma voz.
La misma que cambia según se escuche a sí misma
o según la escuchen los demás.
El que habla no reconoce su propia voz:
cuando la oye fuera sí, pareciera que es otro el que habla;
y en esa diferencia y en ese parecer
la misma voz dice lo que no dice, pronuncia y calla.
Se atreve a no decir "te quiero" y, a la vez,
está diciendo "te quiero", de las dos formas a su manera.
"No me gusta mi voz" dice el que -mientras lo dice-
toma consciencia de que su voz es extraña.
Las voces no piensan; sólo sienten y crean,
se preguntan y responden,
juegan al juego de las voces distintas.
Una voz dice "nada" y otra voz dice "todo",
mas no se contradicen.
Una voz quiere ser grave y la otra ligera,
mas no entran en conflicto pues son la misma voz.
"Mientes" se dicen al unísono la una a la otra:
"Tú no suenas como yo."
"A nadie le gusta como hablas."
"Ahora entiendo porque no me escuchan
cuando me suplantas."
Una voz dice "ven" y la otra "aparta";
la primera sirve a su necesidad y la segunda a su arrogancia,
pero ambas son la misma voz.
"¿Cómo estar seguro -se pregunta quien se pregunta-
que, al escucharme preguntar,
soy yo, y no otro, quien hace la pregunta?"
"Y si me doy una respuesta, ¿cómo saber que soy yo,
y no otro, el que responde?"
Una voz dice "blanco" y otra voz dice "negro",
o "claro" y "oscuro" -que para el caso es lo mismo.
Lo que uno escucha en su cabeza no es igual
a lo que otros oyen en el aire;
pues saliendo de la cabeza y llegando al aire
la voz se divide y cambia, ya no pide, se limita a exigir
una atención que quizá no merezca ni haya merecido.
La voz creativa debería guardar silencio, decir "silencio",
y concentrarse en su creación.
Pero la voz que siente quiere a toda costa hablar.
No se reconocen, no se gustan, no aprecian su identidad,
pero son la misma voz.
Salvador Alís.
martes, 4 de octubre de 2016
ANÁLISIS POLÍTICO DESACTUALIZADO / SEGUNDA PARTE
ANÁLISIS
POLÍTICO DESACTUALIZADO / SEGUNDA PARTE
"El
poder político es simplemente el poder organizado de una clase para
oprimir a otra."
Karl
Marx.
ADVERTENCIAS
PRELIMINARES
Primera:
Si un sólo adjetivo pudiera definir al que escribe, ese adjetivo
sería "escéptico".
Segunda:
No creer en nada no significa no tener un objetivo, ser presa de un
impulso, intentar la consecución de un fin, ser creativo.
Tercera:
Todo lo que ha sido importante de una u otra manera en la historia,
todo lo que ha significado, y por mucho que haya caído en el olvido
o, deliberadamente, haya sido ocultado, vuelve cuando tiene que
volver, a veces con mayor beligerancia, ímpetu o énfasis,
asombrando hasta a los escépticos.
Cuarta:
La vida vivida -al menos así lo creía el escritor- hizo a la figura
del padre "imperturbable". Hasta que la muerte reclamó el
fruto de su semilla, fruto que no había sido mostrado, que no había
crecido hacia la luz sino bajo tierra.
Quinta:
La frase más simple no será entendida si previamente no se ha
enfrentado uno a cientos de miles o millones de frases complejas.
Sexta:
La diferencia entre ver y no ver no la establece la posibilidad de la
inversión sino el entrenamiento en la observancia de los pájaros
que vuelan tan alto, tan lejos (Samuel Beckett).
Séptima:
Jamás he sido marxista. Pero no lo he sido después de leer Das
Kapital (escrito por Marx en colaboración con Engels) y otras obras
menores de uno y de otro y de ambos.
Octava:
Evaluando conocimientos antiguos, poniendo a prueba mi memoria, hallo
a través de los actuales procedimientos de búsqueda esta cita
atribuida a Marx:
"...el
trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en
su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se
siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía
física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su
espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del
trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no
trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así,
voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la
satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para
satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño
se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe
una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo
como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se
enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último
término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo
en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que
cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro. Y ese
pertenecer a otro, es la pérdida de sí mismo."
Novena:
Jamás he sido creyente, más bien incrédulo, pero me he confesado
ante otros que representaban algo más de lo que a simple vista podía
verse. Confesar y confiar es un error histórico, lo que puede
apreciarse "históricamente", es decir: con el paso del
tiempo, en las reflexiones finales.
Décima:
Si el escritor es un centro serían necesarios varios dibujos para
presentar, mediante esquemas parciales, la totalidad de sus
intereses, referencias, relaciones, caminos, otros centros,
ocupaciones, problemas, paisajes, argumentos, personajes, partidas
pendientes...
Todos
los profesores de la Universidad en la que cursé mis estudios eran
marxistas; todos menos dos: el profesor de Literatura Española y el
profesor de Historia de la Economía. El primero leyó mi primer
cuento, titulado "El idiota" (nada que ver ni en la forma
ni en el fondo con El idiota de Dostoievski); con el segundo mantuve
encendidas discusiones en un aula que recuerdo inmensa, de suelo
curvado que se elevaba conforme retrocedía, en la que los profesores
solían utilizar micrófonos y altavoces para hacerse oír.
Ya
creo haber dicho (o confesado) que nunca he leído nada de
Dostoievski. Tampoco leí las novelas que iba publicando mi profesor
de Literatura. Quedé con él una tarde, fuera de la Universidad, en
un café, para escuchar su opinión y sus críticas a mi cuento. No
guardo una memoria fiable de lo que me dijo aquella tarde, pero me
aventuro a decir que me animó a corregir, no a seguir escribiendo.
Mi cuento (el primero de una serie no muy extensa) trataba de un
verdadero idiota que se enamora sensualmente de una mujer y la sigue,
en una calurosa tarde de verano, hasta el río donde ella pretendía
bañarse, y a la orilla de ese río la mata golpeándole la cabeza
con una piedra. Quizá el argumento real variase del expresado, pues
el cuento se perdió y lo que uno describe son apenas figuras en la
niebla.
A
pesar de no haber leído a Dostoievski, el escritor confiesa (o
reconoce) que ante su figura literaria siente atracción y
fascinación. Utilicé su rostro en un collage, y leí páginas y
páginas alrededor suyo, sobre él, su vida, sus novelas y
circunstancias. Memorias del subsuelo es una obra que interesa
particularmente al escritor (y que se une a El mundo de ayer en su
"lista de libros por comprar y leer"). Comienza así:
"Soy
un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que
padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad.
Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele. Ni me cuido ni
me he cuidado nunca, pese a la consideración que me inspiran la
medicina y los médicos. Además soy extremadamente supersticioso...,
lo suficiente para sentir respeto por la medicina. (Soy un hombre
instruido. Podría, pues, no ser supersticioso. Pero lo soy.) Si no
me cuido, es, evidentemente, por pura maldad. Ustedes seguramente no
lo comprenderán; yo sí que lo comprendo. Claro que no puedo
explicarles a quién hago daño al obrar con tanta maldad. Sé muy
bien que no se lo hago a los médicos al no permitir que me cuiden.
Me perjudico sólo a mí mismo; lo comprendo mejor que nadie. Por eso
sé que si no me cuido es por maldad. Estoy enfermo del hígado. ¡Me
alegro! Y si me pongo peor, me alegraré más todavía. Hace ya mucho
tiempo que vivo así; veinte años poco más o menos. Ahora tengo
cuarenta. He sido funcionario, pero dimití. Fui funcionario odioso.
Era grosero y me complacía serlo. Ésta era mi compensación, ya que
no tomaba propinas. (Esta broma no tiene ninguna gracia pero no la
suprimiré. La he escrito creyendo que resultaría ingeniosa, y no la
quiero tachar, porque evidencia mi deseo de zaherir.) Cuando alguien
se acercaba a mi mesa en demanda de alguna información, yo rechinaba
los dientes y sentía una voluptuosidad indecible si conseguía
mortificarlo. Lo lograba casi siempre. Eran, por regla general,
personas tímidas, timoratas. ¡Pedigüeños al fin y al cabo! Pero
también había a veces entre ellos hombres presuntuosos,
fanfarrones. Yo detestaba especialmente a cierto oficial. Él no
quería someterse, e iba arrastrando su gran sable de una manera
odiosa. Durante un año y medio luché contra él y su sable, y
finalmente salí victorioso; dejó de fanfarronear. Esto ocurría en
la época de mi juventud. Pero ¿saben ustedes, caballeros, lo que
excitaba sobre todo mi cólera, lo que la hacía particularmente vil
y estúpida? Pues era que advertía, avergonzado, en el momento mismo
en que mi bilis se derramaba con más violencia, que yo no era un
hombre malo en el fondo, que no era ni siquiera un hombre amargado,
sino que simplemente me gustaba asustar a los gorriones."
¡"asustar
a los gorriones"! -si Dostoievski escribió realmente el párrafo
que antecede- ¡qué perfecta manera de describir lo que hace (o
consigue hacer) en realidad un escritor!
Sé que no soy un
malvado, aunque tal vez sí padezca del hígado. No me cuido como
debiera, es cierto, y de ahí podría derivarse la conclusión de que
no soy yo, sino mi enfermedad, quien escribe. Tampoco los pueblos,
las sociedades, las naciones (el mundo entero) cuidan de su hígado.
Y entonces acontece lo que acontece. Pedigüeños y fanfarrones
acuden a mí (los conozco tan bien, tan íntimamente) en busca de mi rechazo. Lo ignoro
casi todo acerca de su enfermedad, salvo algunas certezas de
imposible discusión:
Si en cada hogar
humano viviesen tres o cuatro gatos, el mundo mejoraría, ya que los
gatos no conocen la maldad y rara vez sufren del hígado. Trasmiten
paz, demandan respeto, facilitan la ternura y muestran la forma más
simple y eficaz de establecer duraderos vínculos de amor.
Los políticos y los
poderosos no tienen hígado, sino una roca cristalina y oscura,
insensible y fría.
La parodia que el
poder hace de sí mismo (en nuestros días) no es ninguna novedad.
Basta ir a los clásicos para constatar que esta comedia ya se
representaba en Grecia y en Roma, en China y en Babilonia, en Egipto,
en Persia y en Tikal (ciudad de las voces).
Tanto la tragedia
como la comedia (véase Nietzsche o Bernhard) utilizan máscaras. Una
de las funciones principales de la máscara es distraer, pero también
provocar la risa y el miedo. Sólo las máscaras neutras, las
máscaras de la calma y el silencio y algunas máscaras Nô, producen
otro efecto, pero ese efecto es indescriptible. Si no hay rasgos ni
miradas (los ojos se precipitan al fondo de su capacidad de ver), la
máscara que nos ve no demuestra ninguna pasión.
El vino que acompaña
esta noche al que escribe se llama Lacrimae Rerum. Bien sabe él que
está perdiendo la vista, y no obstante aún puede apreciar el rojo
claro de su potencia; aún se entrena cada jornada laboral contando
las hormigas de una fila, las filas de hormigas de una página, las
páginas de un hormiguero..., para adiestrar sus ojos en la
indeterminada tarea de escribir.
¿Alguna vez el escritor se ha sentido pedigüeño y fanfarrón? Alguna vez. Pero nunca ha sido ni se ha sentido funcionario. Un hombre libre limitado por sus limitaciones. Frente a la noche y a la profunda libertad de la noche, la Universidad. Al menos obtuvo de ella una bibliografía, un mapa para orientarse en el laberinto de la historia.
ADVERTENCIA FINAL
Al poderoso César
lo mató un simple puñal. Cicerón ofreció su cabeza al Segundo
Triunvirato, cuando podía haber elegido abandonar la mediocre
encomienda que se hizo a sí mismo (defender lo indefendible: la
República y la Democracia) y escribir poemas en alguna villa
discreta de alguna discreta isla griega, rodeado de uvas y algún que
otro esclavo fiel, quizá una esposa joven, quizá un alumno
aventajado. Según Zweig, Cicerón estableció en su tratado De
senectute que "un hombre viejo no tiene derecho a buscar la
muerte ni a aplazarla." Zweig no siguió su consejo. El que esto
escribe, que estudió latín en los cursos quinto y sexto de
bachiller -cuando contaba 15 y 16 años-, piensa que la cuestión
política es además una cuestión vital.
"Neque turpis
mors forti viro potest accedere."
"Ut cum
dignitate potius cadamus quam cum ignominia serviamus."
Salvador Alís.
sábado, 1 de octubre de 2016
ANÁLISIS POLÍTICO DESACTUALIZADO / PRIMERA PARTE
ANÁLISIS POLÍTICO DESACTUALIZADO / PRIMERA PARTE
"Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit"
Plauto.
ADVERTENCIAS PRELIMINARES
Primera: Es manía del que escribe mezclar lo personal con lo general.
Segunda: Aunque se publique lo escrito en esta especie de página pública o libro abierto, el que escribe lo hace siempre para sí, al margen de que los lectores (citados o no) se den por aludidos y crean que les pertenecen las palabras escritas.
Tercera: El que escribe se parece al que habla en voz alta, aquel que hasta no hace mucho se consideraba un loco (antes de la invención de los teléfonos móviles).
Cuarta: Mi madre hablaba con frecuencia en voz alta, estando a solas. Yo hago lo mismo. ¿Herencia?
Quinta: Todo aquí es subjetivo. Esto no es un ensayo documentado. No soy especialista en nada y en todos los campos hago trampas, pues mi objetivo es cazar (no con el mínimo esfuerzo pero sí con la mayor ventaja).
Sexta: La entrada titulada Análisis político desactualizado también podría titularse -los títulos importan tanto como los nombres- Lecciones de historia antigua. Desactualizar y desubicar.
Séptima: Las únicas fuentes originales a tener en cuenta son: Plauto y Cicerón, en este orden. Pero si se pretendiera entender a Plauto en toda su compleja sencillez, y a Cicerón en toda su sencilla complejidad, mejor leer a Zweig.
Octava: Acabar abruptamente es otra manía del que escribe. Lo dicta la falta de tiempo y el gusto por la elípsis.
A ciertos libros se llega tarde (imposible leer todo lo que uno quisiera leer en el momento adecuado), pero en ocasiones vale la pena llegar. Esto me ha sucedido con Momentos estelares de la humanidad. El primer capítulo -o miniatura-, dedicado a Marco Tulio Cicerón, ha sido tan sugerente, tan estimulante, tan revelador que no he podido eludir preguntarme por qué su lectura me fue negada diez, veinte o cuarenta años atrás.
De Stefan Zweig sólo contaba en mi haber con cuatro obras: dos leídas en mi juventud, Carta de una desconocida y Veinticuatro horas en la vida de una mujer -que no recuerdo-; una leída no hace mucho, Novela de ajedrez; y otra comprada hace poco, Amok o el loco de Malasia -que aún no he leído. A destacar que Zweig se suicidó aproximadamente a la misma edad que yo tengo ahora.
Y ahora comprendo la altura del escritor, su magistral escritura, su extenso e intenso periplo vital y su conflicto. El deseo irrefrenable de comprar y leer su autobiografía, El mundo de ayer. Sumergirme en esos momentos estelares me ha hecho recordar mis estudios universitarios, seis años en la Facultad de Filosofía y Letras, una carrera inacabada cuya culminación habría de ser el conocimiento de nuestra Historia Contemporánea, y que no alcanzó el éxito esperado ni el título que hubiera correspondido, aunque sí hubo muchos logros parciales, pequeñas conquistas en las diversas etapas del camino que, en resumidas cuentas, constituyeron por sí mismas una meta, una sabiduría.
Tal sabiduría -la interpretación de mis conocimientos históricos- puede sintetizarse en la cita, tantas veces citada: "Lupus est homo homini". Cuando abandoné mis estudios oficiales, lo tuve claro; hoy en día -más si cabe-, lo tengo claro. Manifestar que, durante aquel período, intenté compaginar la Universidad y la noche, los libros y la vida nocturna, es decir: la historia antigua y la realmente contemporánea, algo que en esencia no ha variado con el paso de los años. Puesto que no pude o no quise acceder a la facultativa contemporaneidad, lo compensé con el hecho y el provecho de vivir el presente, mi presente, la claridad que entonces me ofrecían las noches, de más efectiva didáctica que los días -tal como ha venido sucediendo desde aquellos lejanos tiempos.
Por si acaso se entiende mejor, diré por ejemplo que las noches de 1976 y las noches de 2016 son los extremos del círculo que en este futuro se está cerrando. Y que la misma sabiduría que ya fue extraída -de los libros y las noches de antaño- me habla en este mismo instante por medio de las palabras de Zweig referidas a Cicerón:
"El maestro de la justicia terrena ha aprendido por fin el amargo secreto del que al fin y al cabo acaba enterándose todo aquel que se dedica a la actividad pública. Que a la larga no se puede defender la libertad de las masas, sino únicamente la propia, la libertad interior." (op. cit. Acantilado. 2011. p. 16.)
Si yo he deseado ser Cicerón o Julio César, no lo sé. Pero al igual que ellos, al igual que la suma de su antagonismo, es innegable que he tenido frente a mí a Bruto y a Casio -los asesinos-, a la dictadura y a la democracia, a la decepción y al exilio, la difícil elección entre vida pública y privada. Pero lo que acontecerá más tarde, por no haber terminado el capítulo, no puedo desvelarlo todavía.
Cuando no conoce al otro, el hombre no es hombre, sino lobo para el hombre. Algo así vino a decir Plauto (que también pudo vivir poco más de sesenta años), y al que quizá -no en su tiempo, pero sí ahora- se le pudiera objetar que el conocimiento del otro (de cualquier otro: ya sea humano, animal, ser natural o artificial) no le impide al hombre actuar como lobo cuando por medio de esa actuación, y con la supremacía del conocimiento, obtiene beneficio para sí mismo.
Por más que algunos pretendan que la Historia es una línea que progresa hacia el infinito, se equivocan. Ni tan siquiera es una espiral en desarrollo fuera de su proyección; es a lo sumo un movimiento confuso y cerrado que da vueltas sobre un eje que se ignora. Los avances en cualquier disciplina, incluso los anunciados viajes a Marte en ochenta días, no son nada comparados con las irreparables coincidencias históricas. La defensa de la democracia y la república romana, el advenimiento de un César, el alejamiento de un Cicerón, su regreso, su alejamiento otra vez, sus convicciones ("Que otros defiendan los derechos del pueblo, al que las luchas de gladiadores y los juegos le importan más que su propia libertad." op. cit. p. 13), se repiten sin cesar al igual que los movimientos forzados de las últimas piezas -reyes y acompañantes- en una partida que acabará en tablas.
Cuando uno resbala por una pendiente muy resbaladiza, y lo único que le preocupa, que ve o atina a ver, es su propio resbalar inevitable, su propio miedo y espanto ante lo que parece estar sucediendo, el fondo insondable donde finalmente caerá, el estrellamiento contra un duro final que le cause la muerte o la parálisis, entonces, la incapacidad de ver o descubrir su salvación es manifiesta: no percibirá las oquedades, los salientes, las rocas, las grietas, los arbustos y demás elementos que existen en la pendiente, a los que podría sujetarse para detener la caída, reposar unos minutos (unas horas, unos días), recobrar el aliento, la fuerza, y volver a subir hasta el lugar del tropiezo y el contratiempo.
La lectura del capítulo sobre Cicerón -que se cansó de huir (o de vivir)- y ofreció su cabeza al triunvirato formado por Antonio, Lépido y Octavio, ha sido concluida. Su reflexión incluirá alguna demora. Así se articula la vida actual: el puñal describe su arco mortal en una décima de segundo, el cesarismo sucede cuando existe un César, la soberbia del poder se alza sobre el conformismo de la plebe, la democracia sólo fue un sueño del espíritu cuando el espíritu se encarnó -por ejemplo- en un Cicerón adormilado bajo la sombra de un olivo en una colina romana.
ADVERTENCIA FINAL
El que escribe, escribe para conocerse a sí mismo. Con cada idea, cada frase que surge de no se sabe dónde, se produce un reencuentro, una iluminación sobre lo que de él permanecía oscuro. Mis estudios universitarios (limitados por la vida vivida), en cuanto a la pura Historia se refieren, se sucedieron en este orden, a lo largo de seis años: Prehistoria, Historia Antigua, Historia Medieval, Historia Oriental, Historia Moderna e Historia Contemporánea. Pero eccum hac que ninguno de mis profesores tuvo la necesaria visión de futuro para mostar (o cuanto menos inducir a la lectura) a sus alumnos (incluido yo mismo) las "filípicas" de Cicerón (a su vez inspiradas en las "filípicas" de Demóstenes), y por eso ahora, a un mes y trece días de cumplir 61 años, el que escribe siente una gran curiosidad por leer y unir, por aplicar aquellas Lecciones de historia antigua a la realidad actual. El Imperio Romano cayó y Grecia fue consumida por su propio pensamiento. Y hasta las murallas de Bizancio (o Constantinopla) no resistieron al ímpetu del joven Mehmed II, a los malos presagios, al gran cañón, a los jenízaros y sus escaleras, a la furia y su determinación. En todo caso, nada comparable con lo que sucedió mucho después: I y II Guerra Mundial (saltando en el tiempo conquistas, exterminios y revoluciones) y esta Europa que se pudre, herida de muerte tras haber eliminado al lobo real para ser ella misma su propio lobo imaginario.
Salvador Alís.
Cuando uno resbala por una pendiente muy resbaladiza, y lo único que le preocupa, que ve o atina a ver, es su propio resbalar inevitable, su propio miedo y espanto ante lo que parece estar sucediendo, el fondo insondable donde finalmente caerá, el estrellamiento contra un duro final que le cause la muerte o la parálisis, entonces, la incapacidad de ver o descubrir su salvación es manifiesta: no percibirá las oquedades, los salientes, las rocas, las grietas, los arbustos y demás elementos que existen en la pendiente, a los que podría sujetarse para detener la caída, reposar unos minutos (unas horas, unos días), recobrar el aliento, la fuerza, y volver a subir hasta el lugar del tropiezo y el contratiempo.
La lectura del capítulo sobre Cicerón -que se cansó de huir (o de vivir)- y ofreció su cabeza al triunvirato formado por Antonio, Lépido y Octavio, ha sido concluida. Su reflexión incluirá alguna demora. Así se articula la vida actual: el puñal describe su arco mortal en una décima de segundo, el cesarismo sucede cuando existe un César, la soberbia del poder se alza sobre el conformismo de la plebe, la democracia sólo fue un sueño del espíritu cuando el espíritu se encarnó -por ejemplo- en un Cicerón adormilado bajo la sombra de un olivo en una colina romana.
ADVERTENCIA FINAL
El que escribe, escribe para conocerse a sí mismo. Con cada idea, cada frase que surge de no se sabe dónde, se produce un reencuentro, una iluminación sobre lo que de él permanecía oscuro. Mis estudios universitarios (limitados por la vida vivida), en cuanto a la pura Historia se refieren, se sucedieron en este orden, a lo largo de seis años: Prehistoria, Historia Antigua, Historia Medieval, Historia Oriental, Historia Moderna e Historia Contemporánea. Pero eccum hac que ninguno de mis profesores tuvo la necesaria visión de futuro para mostar (o cuanto menos inducir a la lectura) a sus alumnos (incluido yo mismo) las "filípicas" de Cicerón (a su vez inspiradas en las "filípicas" de Demóstenes), y por eso ahora, a un mes y trece días de cumplir 61 años, el que escribe siente una gran curiosidad por leer y unir, por aplicar aquellas Lecciones de historia antigua a la realidad actual. El Imperio Romano cayó y Grecia fue consumida por su propio pensamiento. Y hasta las murallas de Bizancio (o Constantinopla) no resistieron al ímpetu del joven Mehmed II, a los malos presagios, al gran cañón, a los jenízaros y sus escaleras, a la furia y su determinación. En todo caso, nada comparable con lo que sucedió mucho después: I y II Guerra Mundial (saltando en el tiempo conquistas, exterminios y revoluciones) y esta Europa que se pudre, herida de muerte tras haber eliminado al lobo real para ser ella misma su propio lobo imaginario.
Salvador Alís.