"Casa no tengo pero habito trono
Rey parricida soy el que guerrea
En una la tiniebla en otra tea
Y mis dos manos son manos de mono"
Carlos Edmundo de Ory
(Energeia. Plaza & Janés. 1978. p. 185.)
El 13 de febrero de 1983, encontrándome en Sevilla, compré no recuerdo en qué librería el libro que inicialmente se cita en la cita. Lo he abierto esta noche, después de tantos años, porque me ha venido a la cabeza al pensar (y pretender) escribir algunas notas relacionadas con la energía. Si entonces su lectura ya resultó extraña, más lo ha sido hoy, siendo el mismo libro y tan diferente el lector.
Nunca me han convencido expresiones tales como: "domine el inglés en siete días" o "aprenda a conducir sin esfuerzo". Ni por la misma razón: "pintar es fácil" o "leer es fácil". Fácilmente, en siete días o menos de siete, y sin esfuerzo aparente, se puede aprender a mentir o a robar, se adquiere esa energía. Pero a mí, desde que comencé a usar mi razón (e incluso antes tal vez), lo que me atraía era lo difícil, lo incomprensible: El Aleph de Borges o el Diario Blanco de De Sade. Ejemplos primeros.
(Al extraer estos dos libros de mi biblioteca, he descubierto que marqué en la primera página de El Aleph, con un lápiz y en un solo trazo, el símbolo del infinito, y que compré el Diario Inédito -como en realidad se titula- en mayo de 1972. Con la pretensión de copiar aquí algún párrafo de ambos, al manipularlos he sufrido un breve episodio de estornudos. El polvo de los viejos libros se ha metido en mi nariz. Renuncio pues a copiar nada, y busco un pañuelo de papel con el que aliviarme.)
A lo que íbamos. No es lo mismo energía que energeia; respecto a la primera, de las dos acepciones que proporciona google en primer lugar me quedo con la segunda: "capacidad y fuerza para actuar física o mentalmente"; respecto a la segunda, y de la misma forma y fuente: "algo (que) está actuando, (que tiende) a su fin desde sí mismo". Aristóteles.
Mi energía no consiste en mi fuerza física, de la que carezco, ni en mi fuerza mental, que se dispersa, sino en mi forma de ser, es decir: en aquello que me constituye como proyecto, como línea dibujada por un lápiz que no se contenta con ser mortal y ofrece gran resistencia a ser borrada por el tiempo.
Cuando se trata de cuerpos, la energía contenida en ellos (y no actuante por el momento) equivale a sus masas multiplicadas por la velocidad de la luz al cuadrado. Einstein. En la vida cotidiana, sin embargo, la energía tiene que ver con el movimiento. La fuerza física, para resultar efectiva, debe concentrarse en un objetivo, sea abatir a un contrincante, levantar múltiplos de su peso o introducir bolas de billar en sus respectivos agujeros; más fuerza o menos fuerza, pero lineal (o multilineal y estratégica), obcecada en todo caso. Cuando se trata de mentes, la energía no se contiene sino que se expresa, bien hacia afuera: la incontinencia verbal o imaginativa o creadora, bien hacia adentro: el ensimismamiento o la locura.
La energía sexual, literaria y filosófica, del Marqués De Sade (la tea) frente a la energía supuestamente especulativa de la iluminada ceguera creadora de un Borges falso o verdadero (la tiniebla).
La energía necesaria para recuperar del aposento más oscuro de mi memoria este argumento de un relato que no fue y, no obstante, persiste: "Soy el único siervo en este valle donde se alzan mil castillos que rivalizan con las altas montañas que cercan el valle. En tales castillos, de arquitecturas distintas y distintas épocas pero siempre tan fortificados, viven mil señores y cien mil soldados. Yo soy el solitario y vulnerable grano de trigo y ellos son los pájaros que desde el aire me observan. Mi casa es una simple cabaña apenas dotada de lo imprescindible. Sólo tengo un lujo, un amigo, mi caballo moteado. Es evidente su cansancio, igual que el mío. Por el momento pace la hierba resignado, aunque a veces se levanta sobre las patas traseras y agita las crines. Mas cuando él y yo estemos por fin dispuestos, lo montaré sabiendo que extenderá sus alas, y entonces no habrá castillo ni cielo ni montaña que nos pueda retener." La casa y el trono.
Me sorprende la energía con la que juego partidas simultáneas, batallas en tantos frentes, trincheras abiertas, lluvia de fuego en la noche, ruido, dudas y certidumbres.
Si consideramos la Gran Ecuación como una metáfora, ¿cómo calcular, por ejemplo, cuál sea mi energía (la velocidad de la luz al cuadrado por mi masa) o la energía de cualquier otro (la velocidad de la luz al cuadrado por su masa)? Creo que en esa fórmula falta una variable: la creatividad. ¿De qué otra manera se podría explicar el deterioro físico de Miquel Barceló -con el que volví a cruzarme ayer al salir de un avión-, tan envejecido, tan dejado, tan mal vestido, tan encorvado? El artista que planta un elefante en vertical apoyado en su trompa, el enmascarado con barro de Paso Doble, el pintor de agujeros y fondos marinos, el agresivo pintor, en fin, de La solitude Organisative y -hasta donde yo sé, al menos- de otro gran simio (quizá un gorila), ¿cómo, cuándo y de qué fuente obtiene su energía?
Un ser que se sabe lleno de secretos. Quizá en ellos resida su energía. La posibilidad de hacerlos públicos mientras los guarda para sí. Su reloj que no se detiene, que se carga (mientras se consume) por su propio movimiento, que se acelera, que alcanza la velocidad de la luz (mientras sueña), que se convierte en otra cosa, en vida vivida y por vivir.
¿Es posible que el solo pensamiento, la intención de decir algo con mayúsculas, acreciente la energía? Uno duda mil veces, cien mil veces, de su condición de servidumbre, de su capacidad para matar al padre que él mismo significa para sí. Pero lo cierto es que el asesinato es constante. Y el caballo moteado adelgaza por escasear la hierba, pero -en tanto se marcan o insinúan sus costillas- crecen sus alas, se enfurece, se rebela y ansía lo infinito.
Si consideramos la Gran Ecuación como una metáfora, ¿cómo calcular, por ejemplo, cuál sea mi energía (la velocidad de la luz al cuadrado por mi masa) o la energía de cualquier otro (la velocidad de la luz al cuadrado por su masa)? Creo que en esa fórmula falta una variable: la creatividad. ¿De qué otra manera se podría explicar el deterioro físico de Miquel Barceló -con el que volví a cruzarme ayer al salir de un avión-, tan envejecido, tan dejado, tan mal vestido, tan encorvado? El artista que planta un elefante en vertical apoyado en su trompa, el enmascarado con barro de Paso Doble, el pintor de agujeros y fondos marinos, el agresivo pintor, en fin, de La solitude Organisative y -hasta donde yo sé, al menos- de otro gran simio (quizá un gorila), ¿cómo, cuándo y de qué fuente obtiene su energía?
Un ser que se sabe lleno de secretos. Quizá en ellos resida su energía. La posibilidad de hacerlos públicos mientras los guarda para sí. Su reloj que no se detiene, que se carga (mientras se consume) por su propio movimiento, que se acelera, que alcanza la velocidad de la luz (mientras sueña), que se convierte en otra cosa, en vida vivida y por vivir.
¿Es posible que el solo pensamiento, la intención de decir algo con mayúsculas, acreciente la energía? Uno duda mil veces, cien mil veces, de su condición de servidumbre, de su capacidad para matar al padre que él mismo significa para sí. Pero lo cierto es que el asesinato es constante. Y el caballo moteado adelgaza por escasear la hierba, pero -en tanto se marcan o insinúan sus costillas- crecen sus alas, se enfurece, se rebela y ansía lo infinito.
La energía necesaria para decir una cosa por otra, para escuchar una canción feliz cuando me siento triste, para escuchar una triste canción cuando tan alegre me siento. Sí..., todo esto no es más que un juego impertinente, pero es mi juego. Es mi energía.
Salvador Alís.
No hay comentarios:
Publicar un comentario