DYLAN / MAYAKOVSKI
Hace unos días le concedieron el Nobel de Literatura a Bob Dylan, una decisión controvertida. Pero de existir un Nobel de Música, y haberlo ganado, tal vez hubiera sido igualmente una decisión controvertida. ¿El Nobel de Literatura al autor de unos cientos de canciones-letras (de canciones) y una novela-tarántula?
Los dylanianos se han apresurado a justificar y elogiar el galardón. Y sus razones son de peso. Quien no se estremece escuchando a Dylan, o no está vivo o no ha vivido lo suficiente. Pero, como profetizó Dylan: "¡los tiempos están cambiando!" Y siguen cambiando. Por desgracia -me temo-, en Estados Unidos (y en el mundo entero), hay en nuestros días más clintonianos y trumpianos, es decir: más idiotas, temerosos, alienados, acomodados, consumistas, robotizados, vendidos, comprados, racistas, egoístas, gente sorda, agresiva y absolutamente subordinada a una bandera que tan sólo representa la subordinación.
La cocina de la infancia no se olvida nunca (o vuelve siempre..., mientras puede volver); aquello que nos ha alimentado, que nos ha hecho crecer. Lo mismo sucede con los libros, las películas, la música, la primera amistad o el primer amor, y tantas otras cosas primeras y por tanto originales.
Yo compré algún libro de Dylan (Escritos, canciones y dibujos -no recuerdo si el volumen I o el volumen II), pero se lo regalé a uno de mis sobrinos cuando él tocaba la guitarra. Compré y leí algún libro de quien Robert Allen Zimmerman tomó su apellido, Dylan Thomas (Retrato del artista...). Compré poemas y novelas de Leonard Cohen (Poemas escogidos, El juego favorito). Escuché a Dylan y a Cohen, y a tantos otros que no cabe citar aquí. "Es como ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta." -ha dicho Cohen respecto al Nobel de Dylan. "Quise escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los
primeros poemas que conocí fueron las canciones infantiles, y antes de poder entenderlas, me enamoré de las palabras, sólo de las palabras. Lo
que las palabras representan, simbolizan o quieren decir, tenía una
importancia muy secundaria; lo que realmente importaba era su sonido cuando las
oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente
grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo." -dijo Thomas.
Bob Dylan mide un centímetro y medio menos que yo; Leonard Cohen, uno y medio más. No llegaré a sus alturas, pero ambos cantaron para mí.
Cuando escuchaba a Dylan, hace ya tantos años (e incluso después, ahora), en general no entendía sus letras. Sin embargo en sus canciones había algo que sólo puedo definir como emoción o alteración, sonidos que llegaban a donde tenían que llegar y producían cierto efecto mediante el cual uno se sentía más libre o más propenso a buscar (para sí, para los demás) un espacio de libertad.
La biografía de Dylan es más larga que la mía, nació en 1941. Y de su viajes en tren o en autostop, con una guitarra cualquiera cruzada sobre el pecho o la espalda, atravesando los estados unidos reales, pasó a cantar bajo las cúpulas del Vaticano y de la Casa Blanca. Como lector reconozco que me resulta imposible o al menos complicado juzgar a Dylan por sus letras traducidas. Eso sin contar que ha envejecido mal (físicamente), opinión discutible que mantengo. Sus 75 años frente a los 82 de Leonard Cohen o los 67 de Tom Waits.
El mismo día que a Dylan le concedieron el Nobel de Literatura salí a cazar libros (usados). Seleccioné una decena, aunque al final me quedé únicamente con tres:
Bob Dylan. Canciones. Visor. 1971.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1913-1916. Visor. 1974. 2ª edición. Introducción de Trotsky.
Vladimir Mayakovski. Poemas 1917-1930. Visor. 1973. 1ª edición.
El ruso se suicidó de un disparo en el corazón en 1930 -según explica la denostada Wikipedia- "sin que se hayan podido dilucidar, con claridad, las causas de esa
determinación; es probable que intervinieran factores emocionales, como
algunas críticas severas por su expresivo «individualismo»."
En las dos últimas noches he leído a Dylan y a Mayakovski. Pero las comparaciones son odiosas. Al menos Dylan no se ha suicidado. Y, sin embargo, ¡con qué claridad comprendo el último fragmento del último poema (contenido en esta antología) del ruso, titulado A plena voz!:
"Son cerca de las dos. Ya te habrás acostado.
O a lo mejor te pasa a tí lo mismo.
En la noche, la Vía Láctea es un Oka de plata.
No me apresuro y con urgencias de telegramas
no voy a despertarte ni a molestarte.
Como se dice, el incidente está zanjado.
La barca amorosa varó en lo vulgar.
Estamos en paz y no vale enumerar
dolores, desgracias y ofensas mutuas.
Fíjate: ¡qué silencio en el mundo!
La noche impuso al cielo un tributo estelar.
En horas así te levantas y hablas
a los siglos, a la historia y al universo."
Maiakovski. Poemas 1917-1930. p. 127.
Si les apetece, escuchen a Dylan, a Cohen, a Waits. Si les apetece lean al futurista. Si Dylan no les dice nada, si el ruso no les inquieta, al menos lean algo, destapen sus orejas e intenten girarlas (como haría un gato) en la dirección del sonido, de la palabra, del ruido de fondo...
Son cerca de las seis. Aún no me he acostado.
O a lo mejor me pasa lo mismo que a ti.
En la noche he visto una veloz estrella fugaz.
Salvador Alís.
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