jueves, 16 de julio de 2020
LOS TONTOS DEL PATINETE
LOS TONTOS DEL PATINETE
Se les ve a todas horas, de día y de noche,
por todos sitios: carril bici, aceras y calles,
esquivando (es un decir) a los transeúntes,
en contra dirección, saltándose los semáforos,
invadiendo plazas y parques,
sin luces, sin casco, sin chaleco reflectante,
pocas mujeres, aunque algunas,
la mayoría chicos jóvenes y concentrados
en su rigidez muñequil, pupilas dilatadas
bajo párpados caídos, muchas veces gorras,
con manifiesta prisa por llegar
a ninguna parte y expresión bobalicona.
Al desplazarse más rápido que los caminantes
deben sentirse superiores, rebeldes
al trasgredir toda norma de circulación,
en estimulante competencia con motocicletas,
turismos, el camión de la basura
y el autobús urbano, y prestos a huir
ante la menor sospecha de una sirena
o las luces distintivas de un coche policial.
Van y vienen (¿de dónde y hacia dónde?)
esquivando los obstáculos: niños, ancianos,
farolas, terrazas, automóviles, bancos,
bordillos, perros con y sin bozal
y ciegos enmascarados bajo gafas negras
esgrimiendo sus bastones.
Maquinita del deseo y artilugio de moda,
anárquico sólo en lo superficial,
se puede conseguir fácilmente y barato:
de segunda mano y apenas 40 euros
en cashconverters, o nuevos en Amazon
a partir de 80. Los hay mejores y más caros
dependiendo de su batería y rapidez,
y según su marca y su carisma.
Los chinos son especialistas:
Huawei y Xiaomi invaden mercados.
Sirven para hacer la compra de cogollos,
para rastrear los sucios contenedores
donde se acumulan residuos
(incluidos otros patinetes ya desechados),
para dar un tirón, para golpear impunes
algunas nalgas, o simplemente
para disfrutar del viaje sin motivo ni meta.
A la fiebre de la bicicleta de años pasados
la ha sustituido la fiebre actual del patinete,
en el fondo fiebre al fin y al cabo
y semejante delirio. Dos ruedas grandes
o dos pequeñas. Ir y venir por la vida
mas sin sentido. A esa velocidad media
del patín eléctrico, entre 20 y 25 km a la hora,
las nuevas ideas no llegan
y las pocas establecidas se escapan.
El patinete es un artefacto diluyente:
con el aire se pierde lo aprendido
(si es que algo se aprendió)
y pasa el paisaje, los días y las noches,
sin percibir su realidad
entre los banales efectos de la niebla
de esa modesta aceleración magnificada.
Están aquí y ahora. Están por todas partes.
Te adelantan por la derecha o por la izquierda,
sin previo aviso, con la inconsciente
seguridad de su juventud y desplazamiento,
ignorando su pasado y cerrando los ojos
ante su futuro. Son los tontos del patinete.
Salvador Alís.
Se les ve a todas horas, de día y de noche,
por todos sitios: carril bici, aceras y calles,
esquivando (es un decir) a los transeúntes,
en contra dirección, saltándose los semáforos,
invadiendo plazas y parques,
sin luces, sin casco, sin chaleco reflectante,
pocas mujeres, aunque algunas,
la mayoría chicos jóvenes y concentrados
en su rigidez muñequil, pupilas dilatadas
bajo párpados caídos, muchas veces gorras,
con manifiesta prisa por llegar
a ninguna parte y expresión bobalicona.
Al desplazarse más rápido que los caminantes
deben sentirse superiores, rebeldes
al trasgredir toda norma de circulación,
en estimulante competencia con motocicletas,
turismos, el camión de la basura
y el autobús urbano, y prestos a huir
ante la menor sospecha de una sirena
o las luces distintivas de un coche policial.
Van y vienen (¿de dónde y hacia dónde?)
esquivando los obstáculos: niños, ancianos,
farolas, terrazas, automóviles, bancos,
bordillos, perros con y sin bozal
y ciegos enmascarados bajo gafas negras
esgrimiendo sus bastones.
Maquinita del deseo y artilugio de moda,
anárquico sólo en lo superficial,
se puede conseguir fácilmente y barato:
de segunda mano y apenas 40 euros
en cashconverters, o nuevos en Amazon
a partir de 80. Los hay mejores y más caros
dependiendo de su batería y rapidez,
y según su marca y su carisma.
Los chinos son especialistas:
Huawei y Xiaomi invaden mercados.
Sirven para hacer la compra de cogollos,
para rastrear los sucios contenedores
donde se acumulan residuos
(incluidos otros patinetes ya desechados),
para dar un tirón, para golpear impunes
algunas nalgas, o simplemente
para disfrutar del viaje sin motivo ni meta.
A la fiebre de la bicicleta de años pasados
la ha sustituido la fiebre actual del patinete,
en el fondo fiebre al fin y al cabo
y semejante delirio. Dos ruedas grandes
o dos pequeñas. Ir y venir por la vida
mas sin sentido. A esa velocidad media
del patín eléctrico, entre 20 y 25 km a la hora,
las nuevas ideas no llegan
y las pocas establecidas se escapan.
El patinete es un artefacto diluyente:
con el aire se pierde lo aprendido
(si es que algo se aprendió)
y pasa el paisaje, los días y las noches,
sin percibir su realidad
entre los banales efectos de la niebla
de esa modesta aceleración magnificada.
Están aquí y ahora. Están por todas partes.
Te adelantan por la derecha o por la izquierda,
sin previo aviso, con la inconsciente
seguridad de su juventud y desplazamiento,
ignorando su pasado y cerrando los ojos
ante su futuro. Son los tontos del patinete.
Salvador Alís.
lunes, 13 de julio de 2020
CORONAS Y CALAVERAS
CORONAS Y CALAVERAS
Para morirte bien muerto ¿hiciste todo esto?
Para morirte pronto y mal, como cualquier vasallo, ¿equivocaste tu vida?,
Rey entre Reyes, tan apegado a tu invisible coronita.
Como sabrán mis cuatro lectores fieles
(los infieles y ocasionales no tienen por qué saberlo)
adoro el vino y me complace, y no me complace la cervecita.
Atributo real, esa botella que luce en su etiqueta el símbolo dorado,
Modelo y mexicana, llamada Corona en todas partes
menos en la Gran España: con el simple diminutivo, la exquisita.
Si la memoria no me falla: muñeco, títere y pelele,
hasta que una exitosa obra teatral, golpe de Estado y de Efecto,
te encumbró a los más altos altares democráticos tras los discursitos.
Y de ahí en adelante, proclama tras proclama, tras arenga
y tras pregón, cada año puntual en el cuidado escenario de la cita,
dijiste: "haced lo que os digo, pero no juzguéis mis caprichitos,
torpes caídas y deslices, valorad mis infalibles palabras,
lo que importa de veras" -dijiste tan locuaz y jovial y tan franco.
Soberano sobradamente preparado y torcedor de mitos.
El léxico no es inocente, las palabras dan mucho juego:
te equivocaste cuando no te equivocabas. (Lo que me diferencia
de ti es que a mí nadie me escribe el texto.) ¡Qué ideas en tu cabecita:
regatas en verano, un palacio en la isla, la calderilla en Suiza,
la estación Alpina, los cotos de caza, los paseos muleta en mano,
cuatro x cuatro en el desierto y tornillos de titanio en la caderita!
Rey entre Reyes, ciervo entre siervas. ¡Qué importan tu condición
y tus títulos, si finalmente disfrutas con la muerte y matando!
Hombre real y tan estúpido: ante el elefante, tu alma maldita.
Este poema burlesco, carta quevediana para expresar lo que siento:
infante fui sin lances de príncipes y princesas, pues me hablaron
y educaron los Tintines y los Guillermos, sus cuentitos
en las inagotables tardes de invierno (proceso que desembocó
en Bach y el Laberinto y el Insecto). Si alguna vez te defendí,
sin superar la timidez de la defensa -ayer salve vidas de pajaritos
estrellados contra un cristal-, la hazaña queda en nada,
pues el tiempo nos ha desprovisto de razón, a ti por falsario
y a mí por ingenuo. Fracasados ambos en nuestros propósitos.
Cada tres versos, una rima. Estrofas de nueve versos
y su ironía latente. Y el despropósito -según lectores y sus cuitas.
Rey anacrónico entre Reyes. Cabe insistir en su obcecado instinto:
la herencia, el legado, la dinastía..., perdurar hasta el desastre
y la degeneración: cetros enhiestos y dorados estimulantes.
Velázquez y Goya y López, pintores reales, arte variopinto
para representar el Poder, su acatamiento y magnificencia.
Papas y Emperadores, hoy Reyes y reyezuelos, Presidentes,
Embajadores, Banqueros, Inversores y Ceos, en su orden distinto.
Mundo hipócrita su Mundo, ineficaz su gestión
y lamentables sus residuos. Gobierno de la Calavera,
mas no la que brilla bajo el volcán, en su literatura y sus canciones,
no la que llora por un amor perdido, por un fuego lanzado,
por el delfín que arroja el mar muerto a la playa.
El malvado Rey ejemplo de malvados, Rey sin emociones,
Rey simbólico entre desahucios y ahogos, yate que sortea muertos,
medallas frente a crespones: el resplandor ante el luto.
No hay un juicio paralelo. Los que opinan son bufones.
Ninguna lágrima por ti, ni soñarlo, ni me importa tu suerte
ni la túnica azul celeste, ni tus estrellas. Me importa la adoración
de los tontos, las mentiras que condensa tu Mentira, las naciones
que se arrodillan. Ese crucifijo en tu cabecera y tu enorme nariz.
(Cuando el viento mueve las flores, desapareces,
pero después, cuando se calma el viento, regresan tus festones).
Desde luego yo, por increíble que parezca, no temo tus reales espadas,
pues temo, sobre todo, los estandartes, las signaturas y los anzuelos
donde muerden y aceptan su destino los débiles y sus pasiones.
Para morir como has de morir, como moriremos todos,
¿has gastado tu energía, los preciosos años que la Vida te ha regalado?
Reyes y alegorías de su absoluto fracaso. ¿Acaso reinarás
sobre el hambre y las moscas, sobre los amachetados,
sobre los miles de cadáveres submarinos,
sobre las finanzas y su putrefacción? ¿Quizá llorarás
con lágrimas reales cuando el calor extremo seque las lágrimas?
Hoy eres un muñeco de cartón esperando el fuego,
pero no importa si ardes hoy o mañana, porque arderás.
Detrás del humo que desprendes se esconden otros como tú,
alumnos aventajados del Diablo Poderoso y sus elecciones.
Envejecido, solo y acosado por las cucarachas del remordimiento.
¿Pena por ti y por los de tu calaña? Ni soñarlo.
Si no sabes ser Rey, sé al menos un hombre, y acaba.
No aprietes el gatillo todavía, desciende, explica el cuento.
Lo que tú representas, la traición de toda esperanza.
La cervecita española frente al mezcal.
Valor y Muerte. Y esta canción inconexa y tu tormento.
Salvador Alís.
Para morirte bien muerto ¿hiciste todo esto?
Para morirte pronto y mal, como cualquier vasallo, ¿equivocaste tu vida?,
Rey entre Reyes, tan apegado a tu invisible coronita.
Como sabrán mis cuatro lectores fieles
(los infieles y ocasionales no tienen por qué saberlo)
adoro el vino y me complace, y no me complace la cervecita.
Atributo real, esa botella que luce en su etiqueta el símbolo dorado,
Modelo y mexicana, llamada Corona en todas partes
menos en la Gran España: con el simple diminutivo, la exquisita.
Si la memoria no me falla: muñeco, títere y pelele,
hasta que una exitosa obra teatral, golpe de Estado y de Efecto,
te encumbró a los más altos altares democráticos tras los discursitos.
Y de ahí en adelante, proclama tras proclama, tras arenga
y tras pregón, cada año puntual en el cuidado escenario de la cita,
dijiste: "haced lo que os digo, pero no juzguéis mis caprichitos,
torpes caídas y deslices, valorad mis infalibles palabras,
lo que importa de veras" -dijiste tan locuaz y jovial y tan franco.
Soberano sobradamente preparado y torcedor de mitos.
El léxico no es inocente, las palabras dan mucho juego:
te equivocaste cuando no te equivocabas. (Lo que me diferencia
de ti es que a mí nadie me escribe el texto.) ¡Qué ideas en tu cabecita:
regatas en verano, un palacio en la isla, la calderilla en Suiza,
la estación Alpina, los cotos de caza, los paseos muleta en mano,
cuatro x cuatro en el desierto y tornillos de titanio en la caderita!
Rey entre Reyes, ciervo entre siervas. ¡Qué importan tu condición
y tus títulos, si finalmente disfrutas con la muerte y matando!
Hombre real y tan estúpido: ante el elefante, tu alma maldita.
Este poema burlesco, carta quevediana para expresar lo que siento:
infante fui sin lances de príncipes y princesas, pues me hablaron
y educaron los Tintines y los Guillermos, sus cuentitos
en las inagotables tardes de invierno (proceso que desembocó
en Bach y el Laberinto y el Insecto). Si alguna vez te defendí,
sin superar la timidez de la defensa -ayer salve vidas de pajaritos
estrellados contra un cristal-, la hazaña queda en nada,
pues el tiempo nos ha desprovisto de razón, a ti por falsario
y a mí por ingenuo. Fracasados ambos en nuestros propósitos.
Cada tres versos, una rima. Estrofas de nueve versos
y su ironía latente. Y el despropósito -según lectores y sus cuitas.
Rey anacrónico entre Reyes. Cabe insistir en su obcecado instinto:
la herencia, el legado, la dinastía..., perdurar hasta el desastre
y la degeneración: cetros enhiestos y dorados estimulantes.
Velázquez y Goya y López, pintores reales, arte variopinto
para representar el Poder, su acatamiento y magnificencia.
Papas y Emperadores, hoy Reyes y reyezuelos, Presidentes,
Embajadores, Banqueros, Inversores y Ceos, en su orden distinto.
Mundo hipócrita su Mundo, ineficaz su gestión
y lamentables sus residuos. Gobierno de la Calavera,
mas no la que brilla bajo el volcán, en su literatura y sus canciones,
no la que llora por un amor perdido, por un fuego lanzado,
por el delfín que arroja el mar muerto a la playa.
El malvado Rey ejemplo de malvados, Rey sin emociones,
Rey simbólico entre desahucios y ahogos, yate que sortea muertos,
medallas frente a crespones: el resplandor ante el luto.
No hay un juicio paralelo. Los que opinan son bufones.
Ninguna lágrima por ti, ni soñarlo, ni me importa tu suerte
ni la túnica azul celeste, ni tus estrellas. Me importa la adoración
de los tontos, las mentiras que condensa tu Mentira, las naciones
que se arrodillan. Ese crucifijo en tu cabecera y tu enorme nariz.
(Cuando el viento mueve las flores, desapareces,
pero después, cuando se calma el viento, regresan tus festones).
Desde luego yo, por increíble que parezca, no temo tus reales espadas,
pues temo, sobre todo, los estandartes, las signaturas y los anzuelos
donde muerden y aceptan su destino los débiles y sus pasiones.
Para morir como has de morir, como moriremos todos,
¿has gastado tu energía, los preciosos años que la Vida te ha regalado?
Reyes y alegorías de su absoluto fracaso. ¿Acaso reinarás
sobre el hambre y las moscas, sobre los amachetados,
sobre los miles de cadáveres submarinos,
sobre las finanzas y su putrefacción? ¿Quizá llorarás
con lágrimas reales cuando el calor extremo seque las lágrimas?
Hoy eres un muñeco de cartón esperando el fuego,
pero no importa si ardes hoy o mañana, porque arderás.
Detrás del humo que desprendes se esconden otros como tú,
alumnos aventajados del Diablo Poderoso y sus elecciones.
Envejecido, solo y acosado por las cucarachas del remordimiento.
¿Pena por ti y por los de tu calaña? Ni soñarlo.
Si no sabes ser Rey, sé al menos un hombre, y acaba.
No aprietes el gatillo todavía, desciende, explica el cuento.
Lo que tú representas, la traición de toda esperanza.
La cervecita española frente al mezcal.
Valor y Muerte. Y esta canción inconexa y tu tormento.
Salvador Alís.
miércoles, 8 de julio de 2020
TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS
TODOS LOS DÍAS PASAN COSAS
Alguien enferma, alguien sufre un accidente, alguien pierde algo,
alguien muere por muerte repentina o natural.
Cada día es lo mismo, en todas partes, historias minúsculas
y a veces definitivas.
Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Un murciélago diadema, colgado boca abajo, resta protagonismo
a otros líderes mundiales.
Banderitas de la Patria se exhiben sobre mascarillas negras
mientras la Peste avanza.
Patria y Peste, Bandera y Máscara.
Todos los días pasan cosas. La actualidad es un poema sin fin.
Alguien espera, alguien se impacienta, alguien no sabe qué decir,
alguien tiene todo al alcance de su mano
pero algo le impide tomarlo
porque su mano no es su voluntad.
Las voces son incomprensibles, las llamadas no se oyen,
las puertas no se abren.
Sucede en esta casa, inevitable por los años y el desgaste,
y luego, de igual forma, sucede en el resto del mundo.
Cada día, en todas partes, enfermedades, accidentes, pérdidas.
La gata que envejece, la que vomita cada noche
tras su ración de hojas verdes, la que busca el calor del regazo
en pleno verano.
Hielos que se funden, asteroides sin billete de vuelta,
soles pintados. Y el Gran Universo sumido en su silencio.
Historias para gigantes contadas por enanos.
Las noticias viajan a la velocidad de una luz mortecina:
cuando llegan no llegan o no iluminan.
Preguntas sin respuesta vuelan como pajarillos negros
perseguidos por gaviotas.
Respuestas como sogas al cuello.
Ninguna muerte en particular emociona
porque la muerte de muchos detuvo las emociones.
Todos los días pasan cosas. Mientras la cebra cae en las garras
de la cazadora, el cazador abate a la leona...,
mientras el león dormita.
Asesinos uniformados bajo el camuflaje de su ley.
Se posan sobre las estatuas, en los jardines y palacios,
innombrables enfurecidos alados.
Y se suceden las decapitaciones en tanto suenan,
más cerca o más lejos, los ecos de las semiautomáticas 1911.
No se cava una tumba en Praia do Farol ni, desde luego,
a los pies de la Libertad, ni bajo las cúpulas doradas
del Imperio Frío. Para tal fin se dispone la selva y el desierto,
el Bosque Boreal, mejor la Taiga que la Tundra,
incluso los océanos profundos.
Se muere porque se muere, porque se llega al final.
En el subsuelo, algo roza con algo y la Tierra tiembla
y se agita, se abren grietas, las torres caen.
Un volcán escupe fuego y su letal aliento piroclástico
quema los árboles y los siglos.
Olas más altas que el orgullo humano
se adentran en la arquitectura de la consciencia
y la desbaratan. Y cuando los cielos se enfadan
se enfada el aire. Todos los días, en cualquier tiempo y lugar.
Guerras insignificantes, armas obsoletas.
Ni la bala ni la metralla, ni el napalm ni el gas mostaza,
ni las V-2 ni las atómicas, tampoco el Rayo de la Muerte.
Banderitas de la Patria mientras la Peste avanza.
Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Lo que hacemos y no hacemos.
La consideración de lo mezquino y lo desdeñable.
Trágico el suicidio de uno, el individual y selectivo,
pero a imagen y semejanza del empeño general
que anhela su propia destrucción.
Unos se desnudan en sus palabras y otros lo hacen
en sus colores.
Todos los días, exhibiciones y arrepentimientos,
preguntas que no se formulan
y respuestas que aprietan el lazo.
Aquella higuera en Ibiza. Esta colchoneta amarilla.
Otras palabras más allá de las palabras
para no añadir nada nuevo, ninguna aclaración
a lo ya expresado.
Un eclipse de luna invisible. Esta música que exige un valor
diferente para enfrentar su audición.
Las flores incesantes e incomprendidas.
Todos los días pasan cosas.
Salvador Alís.
Alguien enferma, alguien sufre un accidente, alguien pierde algo,
alguien muere por muerte repentina o natural.
Cada día es lo mismo, en todas partes, historias minúsculas
y a veces definitivas.
Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Un murciélago diadema, colgado boca abajo, resta protagonismo
a otros líderes mundiales.
Banderitas de la Patria se exhiben sobre mascarillas negras
mientras la Peste avanza.
Patria y Peste, Bandera y Máscara.
Todos los días pasan cosas. La actualidad es un poema sin fin.
Alguien espera, alguien se impacienta, alguien no sabe qué decir,
alguien tiene todo al alcance de su mano
pero algo le impide tomarlo
porque su mano no es su voluntad.
Las voces son incomprensibles, las llamadas no se oyen,
las puertas no se abren.
Sucede en esta casa, inevitable por los años y el desgaste,
y luego, de igual forma, sucede en el resto del mundo.
Cada día, en todas partes, enfermedades, accidentes, pérdidas.
La gata que envejece, la que vomita cada noche
tras su ración de hojas verdes, la que busca el calor del regazo
en pleno verano.
Hielos que se funden, asteroides sin billete de vuelta,
soles pintados. Y el Gran Universo sumido en su silencio.
Historias para gigantes contadas por enanos.
Las noticias viajan a la velocidad de una luz mortecina:
cuando llegan no llegan o no iluminan.
Preguntas sin respuesta vuelan como pajarillos negros
perseguidos por gaviotas.
Respuestas como sogas al cuello.
Ninguna muerte en particular emociona
porque la muerte de muchos detuvo las emociones.
Todos los días pasan cosas. Mientras la cebra cae en las garras
de la cazadora, el cazador abate a la leona...,
mientras el león dormita.
Asesinos uniformados bajo el camuflaje de su ley.
Se posan sobre las estatuas, en los jardines y palacios,
innombrables enfurecidos alados.
Y se suceden las decapitaciones en tanto suenan,
más cerca o más lejos, los ecos de las semiautomáticas 1911.
No se cava una tumba en Praia do Farol ni, desde luego,
a los pies de la Libertad, ni bajo las cúpulas doradas
del Imperio Frío. Para tal fin se dispone la selva y el desierto,
el Bosque Boreal, mejor la Taiga que la Tundra,
incluso los océanos profundos.
Se muere porque se muere, porque se llega al final.
En el subsuelo, algo roza con algo y la Tierra tiembla
y se agita, se abren grietas, las torres caen.
Un volcán escupe fuego y su letal aliento piroclástico
quema los árboles y los siglos.
Olas más altas que el orgullo humano
se adentran en la arquitectura de la consciencia
y la desbaratan. Y cuando los cielos se enfadan
se enfada el aire. Todos los días, en cualquier tiempo y lugar.
Guerras insignificantes, armas obsoletas.
Ni la bala ni la metralla, ni el napalm ni el gas mostaza,
ni las V-2 ni las atómicas, tampoco el Rayo de la Muerte.
Banderitas de la Patria mientras la Peste avanza.
Donde antes había gatos, ahora las ratas reinan.
Lo que hacemos y no hacemos.
La consideración de lo mezquino y lo desdeñable.
Trágico el suicidio de uno, el individual y selectivo,
pero a imagen y semejanza del empeño general
que anhela su propia destrucción.
Unos se desnudan en sus palabras y otros lo hacen
en sus colores.
Todos los días, exhibiciones y arrepentimientos,
preguntas que no se formulan
y respuestas que aprietan el lazo.
Aquella higuera en Ibiza. Esta colchoneta amarilla.
Otras palabras más allá de las palabras
para no añadir nada nuevo, ninguna aclaración
a lo ya expresado.
Un eclipse de luna invisible. Esta música que exige un valor
diferente para enfrentar su audición.
Las flores incesantes e incomprendidas.
Todos los días pasan cosas.
Salvador Alís.
viernes, 3 de julio de 2020
CONCIERTO
CONCIERTO
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado en esta tarde-noche de domingo,
21 de junio de 2020, frente al mar,
no sobre cualquier roca gris, lejos de sus aristas,
a salvo de su imparcial dureza.
Aquí estoy. Sentado en silla de plástico ante una mesa cuadrada,
terraza donde sopla el viento, bajo un toldo de lona blanca
y rodeado de altavoces.
La copa de vino amarillo, ni dulce ni salado.
Camarera enmascarada, bañistas que se visten y desvisten,
esculturas de olivo, plataforma de cemento.
Aquí se oye una canción incomprensible.
Y tras de mí, si giro la cabeza, veo un rostro de mujer
cambiante en la pantalla.
No he venido para agitar las palmeras, para encender las luces,
para irisar el agua.
Pero las palmeras, altas y delgadas, parecen bailar,
y las luces brillan alineadas en la bahía
mientras las olas infinitas
interpretan su concierto de azules.
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado.
¿Cuántas veces todavía me será dado contemplar este mar
que anochece tarde y lento como si el tiempo no contara?
Y, sobre todo, ¿cuál será la última ocasión,
la oportunidad final?
De vuelta a casa descubro que la mujer cambiante
es una actriz que sólo mueve los labios.
Belleza por belleza y mentira por verdad,
así ocurre a menudo. La voz que canta no es la voz
de su representación, Kez Mcateer maquillada.
Su nombre es Kaz Hawkins. No entiendo sus palabras.
No sé explicarlo de otro modo.
Pero ahora, mientras escucho (y escribo) esta canción,
soy el mar, y soy las luces y las palmeras.
Salvador Alís.
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado en esta tarde-noche de domingo,
21 de junio de 2020, frente al mar,
no sobre cualquier roca gris, lejos de sus aristas,
a salvo de su imparcial dureza.
Aquí estoy. Sentado en silla de plástico ante una mesa cuadrada,
terraza donde sopla el viento, bajo un toldo de lona blanca
y rodeado de altavoces.
La copa de vino amarillo, ni dulce ni salado.
Camarera enmascarada, bañistas que se visten y desvisten,
esculturas de olivo, plataforma de cemento.
Aquí se oye una canción incomprensible.
Y tras de mí, si giro la cabeza, veo un rostro de mujer
cambiante en la pantalla.
No he venido para agitar las palmeras, para encender las luces,
para irisar el agua.
Pero las palmeras, altas y delgadas, parecen bailar,
y las luces brillan alineadas en la bahía
mientras las olas infinitas
interpretan su concierto de azules.
Aquí estoy. Hasta aquí he llegado.
¿Cuántas veces todavía me será dado contemplar este mar
que anochece tarde y lento como si el tiempo no contara?
Y, sobre todo, ¿cuál será la última ocasión,
la oportunidad final?
De vuelta a casa descubro que la mujer cambiante
es una actriz que sólo mueve los labios.
Belleza por belleza y mentira por verdad,
así ocurre a menudo. La voz que canta no es la voz
de su representación, Kez Mcateer maquillada.
Su nombre es Kaz Hawkins. No entiendo sus palabras.
No sé explicarlo de otro modo.
Pero ahora, mientras escucho (y escribo) esta canción,
soy el mar, y soy las luces y las palmeras.
Salvador Alís.