1984 / I

1984 / I


     La peor de mis pesadillas, durante años, fue encontrarme emparedado en los muros del castillo y, ante mí, una simple hendidura vertical a través de cuya luz contemplaba la vida pasar.
     Entre las almenas de ese castillo, una doncella dispuesta a saltar peinando sus cabellos como alas.
     Regresé tantas veces al recinto amurallado, confundido en la noche oscura, portando la llave de la Torre de Armas.
     Los caballos ausentes y los jinetes ausentes. Y, como una sombra entre las sombras, la reina vestida con su capa negra de tela de paraguas y un crucifijo de madera atravesando su corazón.
     Callejuelas en declive, adoquines sin memoria, grietas estructurales.
     Las viejas casas y la vieja lucha de clases. Olvidados los trabajadores que levantaron el castillo. El peor enemigo de la clase trabajadora es la misma clase trabajadora.
     Atraviesa el túnel bajo la Torre del Homenaje un viento que no hace ruido. Pero el ruido permanece en el interior del castillo, a la espera de un acontecimiento que se posterga ya treinta años y cuyo advenimiento se contempla como inminente.
     Los bosques, alrededor del castillo, donde la doncella terminó su vuelo. Silenciosos y dorados en el otoño de esta vida.
     Arcos de piedra y visiones desde la altura de un fortificación que se derrumba.
     Emparedado e inmóvil, comtemplando la vida pasar con sus triunfos y alabanzas, sus marchas militares, sus consignas y alientos, sin una pared a mis espaldas, sin una deseable intervención.
     Los ojos de la doncella lejos de las torres y los bosques, frente al mar.
     La vida en su conjunto se reduce a un puñado de símbolos con la forma de pequeñas piedras en las manos de un niño. Las piedras caen al suelo y las manos se llenan de caricias y de muerte.
     La cabeza llena de ruido y el castillo al fondo, dominando desdibujado la vieja fotografía.
     La delgada sombra de un alambre curvándose sobre mi ceja izquierda, liberado de los muros y enfrentado al espejo donde ya la doncella voladora no se refleja.
     Tanto daño te hice, tanto miedo te infundí. Los caballos ausentes y los jinetes ausentes.
     Flechas de dos puntas viajando a la vez hacia tu pecho y mi pecho. Tú contemplando el mar y yo la vida que pasa por el ojo de la cerradura de la puerta de hierro del castillo.
     Lo que antes fue amenaza se intuye hoy como respuesta. El silencio que guarda el recinto amurallado, el viento que no hace ruido. 
     Asciende vertiginosamente la doncella su escalera de caracol. Guillermo Tell surge del tupido bosque. La reina negra busca asustada refugio en un horno de pan. La fuente no se cierra.
     El señor del castillo pone las manzanas sobre las cabezas a su antojo. Quienes levantaron piedra sobre piedra las torres y la murallas han sido traicionados por el panadero y el aguador. La doncella se salvó a sí misma con su vuelo.
     En 1984, con una primitiva cámara Kodak de plástico, entorné los ojos para trasladar al futuro este autorretrato.

jueves, 25 de septiembre de 2014

ANDY PROKH

ANDY PROKH

Fotógrafo ruso nacido en 1968. Desde 2006 se dedica a la fotografía profesional.
A continuación, una muestra de su trabajo, de una larga serie que fue realizando durante varios años con su hija Katherine y su gato LiLu.
"Uno debe fotografiar lo que ama. Yo amo a estos dos modelos muchísimo.
Viven y crecen juntos; lo único que yo hago es presionar el disparador de la cámara."

(Para Anduin y Nacho)

Para ver más:



 

 


 

 

 

 


DEBAJO DE LA CAMA



    


     Ni las artes marciales ni el yoga, ni los libros de autoayuda ni la Holy Bible, ni la más sesuda filosofía ni la cocina vegetariana, ni la Comuna ni la meditación trascendental, ni el activismo ni el misticismo, ni la Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior ni el Mein Kampf, ni Krishnamurti ni Steve Jobs, ni Bujará ni Dubái, ni Raziel ni Magoa... Si alguien desea vivir una gran experiencia vital, mi consejo es que se acueste debajo de su cama.
     Yo he tenido la suerte de disponer de una habitación propia en estos últimos tiempos (también en los primeros, pero eso no cuenta). A principios del verano, y decidido como fuera a combatir el estrés, decidí sentarme frente a una pared blanca, al menos diez minutos cada noche, sin cerrar los ojos, pretendiendo apaciguar mis pensamientos ante esa blancura. Lo conseguí en parte pero, más tarde, se me ocurrió otra solución, una alternativa más arriesgada y radical: pasar una noche a la semana tumbado sobre una esterilla bajo la cama.
     Debajo de la cama uno se encuentra en otra dimensión. No se sabe muy bien dónde se está, sobre el suelo, sobre el techo del piso inferior, bajo el cielo laminado de un somier de madera o una malla metálica, bajo un colchón que, en cierto modo, insonoriza el lugar de los gemidos de la noche y amplifica cualquier reflexión interna.
     Les recomiendo probar el experimento, mejor en verano que en invierno, deslizarse bajo sus camas sobre una esterilla de paja o de juncos, cerrar los ojos, cruzar los brazos sobre el pecho, sentir la solidez del piso bajo la espalda. El agobio de la posición se parecerá al hecho de morir. Pasarán horas de intranquilidad, nada que ver con sentarse ante una pared blanca, se preguntarán por qué y para qué y dónde están y dónde van a llegar. 
     Con el amanecer vendrá el alivio, recuperarán la posición erguida, les dolerá la espalda, verán la luz.
     Bajo las camas, según el mito y los cuentos infantiles, se esconden monstruos, nuestros miedos y fantasmas, entidades silenciosas y acechantes. Enfrentar esos miedos, plantar cara a nuestros fantasmas, no es el objetivo. Pasen una sola noche a solas con sus cuerpos bajo las camas y descubrirán algo que no puede contarse. El escalofrío y la cera de las baldosas, la estructura de la cama sobre el cuerpo como una jaula, y uno ahí, inmóvil o inmovilizado, mientras se suceden las horas en la oscuridad, esperando el temblor de un imaginario terremoto, la sacudida del anticipo de venirse abajo.
     La mente trabaja en situaciones excepcionales con una diligencia admirable. 
     Sobre todo, téngase en cuenta que, bajo la estructura metálica de una cama, usted sufrirá cierta limitación de movimientos, que su mente sentirá sin duda una aceleración incontrolable. Los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos cerrados, una vez a la semana, igualándose a la muerte y renaciendo después.
     La pared en blanco funciona a veces, no siempre, pero les aseguro que tumbarse bajo la cama, una noche a la semana, crea sueños no soñados y dota al cuerpo y al espíritu del yacente de una fuerza primigenia que sorprende por la simplicidad del recurso y el mínimo coste argumental.
     Bajo la cama se escucha el mar, un ejército de pájaros piando en los bosques, el lamento de los leones al final de su ciclo. Bajo la cama se activa la memoria, se recuerda el color de las canciones, se asoma uno a ventanas abiertas, se vuelven a subir los 99 escalones hasta la terraza del ático donde un telescopio nos permite ver los cráteres de la luna.
     Si Karl Marx y Caballo Loco se hubieran tendido bajo la cama, si Buda y Cristo se hubieran tendido bajo la cama, si el arquitecto de Keops se hubiera tendido bajo la cama...!
     Desde principios de este verano del año 2014, una vez a la semana, paso una noche bajo mi cama, en un nivel distinto, noche de insomnio y revelaciones, para que el estrés sea anecdótico y la vida cotidiana siga siendo la vida cotidiana.
     La cama bajo la que hoy me tiendo es de aluminio gris. Desde esa posición elegida y forzada, si me esfuerzo un poco, veo un tigre y una calavera, y mil libros que no meditan ni descansan porque un ejército de microorganismos establecen y ordenan el pensamiento.
     Algún día seré -seremos- apenas la huella sobre el suelo de una espiral calcárea, una muesca en la piedra de nuestro destino.
     Esta noche me tenderé bajo mi cama. París en noviembre y -este es el sueño- en Bujará dentro de un año. No conozco a nadie que no duerma sobre su cama.



     
    

viernes, 19 de septiembre de 2014

GRAN BUFÓN - MINI BUFÓN Y APRENDIZ DE BUFÓN

     El Gran Bufón -como su nombre indica- suele ser un sujeto de buen tamaño, obeso o simplemente gordo -para entendernos-, alguien que impone su presencia por cantidad y no por calidad, alguien que hace ruido y así llama la atención. Como en todo, hay excepciones, diferencias y matices: grandes bufones que hacer reír frente a los que dan risa, bufones delgados y bufones muy serios. No es la norma, existen sin duda pero son minoría; lo habitual es que el Gran Bufón reviente sus pantalones y disperse ventosidades sin ton ni son. Y que acto seguido se carcajee y vanaglorie de sus ocurrencias.
     El Mini Bufón es copia a pequeña escala del Gran Bufón -personaje patético, donde los haya, en su segunda acepción-, merecedor de los puntapiés y las bofetadas. Su insignificancia la suple con los zancos de la desvergüenza, carece por nacimiento del sentido del ridículo y hace de sus complejos una armadura de papel maché pintarrajeada con colores estridentes.
     El Aprendiz de Bufón -el recién llegado- no pasa de ser un cándido imitador, tobillos de ángel, un bailarín inexperto que gira mareado en el escenario de su juventud aturdida.
     El Gran Bufón necesita al Mini Bufón para crecerse, lo alienta y enaltece para sentirse superior. Y ambos necesitan al Aprendiz de Bufón para crear su corte y reinar.
     El Gran Bufón puede tener un nombre rimbombante (por ejemplo aquel que perdió su apellido o el que se une mediante guión a un dios) y un apellido vulgar y común como Sánchez o Pérez. Se extingue el homónimo Hitler al tiempo que el ratón de los dientes causa pavor entre los niños.
     El Mini Bufón inclina en su casa todos los espejos para verse más alto y, por el mismo motivo, se hace tomar fotografías de abajo arriba y elije fondos lustrosos y lujosos para mostrarse como lo que nunca llegará a ser. Imaginen al pequeño bufón retratado ante un avión, un yate, un coche deportivo. En realidad su cama mide un metro sesenta de largo y bajo ella esconde un diminuto orinal.
     El Aprendiz de Bufón -alias La Bailarina- es el primo de un primo, un exhibicionista de zapatillas de ballet que danza al son que le tocan y se encara sin armas a la experiecia con el empuje de una polilla anémica, deslumbrado por el aparente éxito del Gran Bufón y el Mini Bufón -sus maestros.
     En el camerino de los bufones -espejos inclinados, barrocos y empañados, bajo luces de colores- se maquilla el Gran Bufón mientras el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón aguardan su turno. Polvos blancos y mallas ajustadas, pañales infantiles y uñas pintadas. En el camerino de los bufones, antes de salir a escena: tambores por el suelo, alzas para zapatos, escuetos calzoncillos verdes y móviles aún no curvados.
     En el palco principal, la nobleza fornica con las coristas, sin prestar más atención; y en la atestada planta baja, un gentío ansioso de superficialidad se remueve en sus asientos ante cada tontería anticipada.
     Así ha ocurrido siempre. Juega el poderoso con la plebe porque la plebe se entretiene con la banalidad. Y no importa demasiado si el Circo o el Estadio o el Debate de las Apariencias o la Lotería que Nunca Toca. Se recurre a lo más fácil porque nadie se aventura ni un ápice en terreno desconocido.
     Asusta el pensar y el pensamiento y afloja las mandíbulas la más obtusa imitación y el chiste más insulso. El ideal de algunos es ofrecerse como voluntarios a un programa de televisión que ha fagocitado la distopía de George Orwell, 1984, y arrodillarse ante un Gran Hermano irrisorio y aplaudirse a sí mismos.
     Estos bufones de tres al cuarto tratan de imponerse con su repertorio gastado y aburrido, ni siquiera contemplan el provecho de renovarse, quizá porque actúan para un auditorio tan poco exigente como ellos mismos. Tal para cual, cada bufón triunfa ante los suyos.
     Y no obstante, a estos bufones mediocres y trasnochados, iguales a otros a los que guarda el olvido por sus negativas aportaciones, no hay que privarles, en principio, del fogonazo en la oscuridad, por si acaso helara su sonrisa pintada e hiciera tambalear su rigidez absurda.
     Otra cosa distinta es que tengan ojos para ver y, si lo vieran, pudieran discernir el verdadero ataque de la burla sutil, el aprovechamiento literario del profundo hartazgo.
     Para el Gran Bufón, el Mini Bufón y el Aprendiz de Bufón -dedicado- este tema de Tom Waits cantado con bocina, megáfono o altoparlante. 
    
    
    

CÁSSIA ELLER / JE NE REGRETTE RIEN



Cássia Eller (Río de janeiro 1962-2001), cantante y guitarrista.
Sólo se le atribuyen dos composiciones propias: "Elles" y "O marginal", 
pero interpretó canciones de otros compositores brasileños 
y hasta de Jimi Hendrix y Edith Piaf (como la versión que aquí se incluye).
Lesbiana, alcohólica y drogadicta (?), 
murió a los 39 años a causa de tres infartos consecutivos.
Su voz grave y desgarrada dice mucho de ella.



THOMAS BERNHARD / EN LAS ALTURAS

"...es un hecho que lo que decimos y escribimos es diez veces más estúpido que lo que pensamos y, no obstante, nos aventuramos, como los grandes escritores, a parecer mucho más necios de lo que somos y caemos en la necedad de decir cosas, escribirlas, expresar una opinión, defender una tendencia, interceder en favor de un pensamiento..."

Thomas Bernhard. En las alturas.

En los últimos siete días, relectura compulsiva y obsesiva de Conversaciones con Thomas Bernhard de Kurt Hofmann y Thomas Bernhard, un encuentro de Krista Fleischmann. Mejor el primero que el segundo. Las páginas propias en un segundo o tercer plano, distanciándose de mí hasta parecer ajenas. Así duermo mejor, los somníferos relegados a un cajón de la mesita de noche, el antifaz acumulando polvo y ácaros e hilos de plata. Una dulce ironía y una determinante seriedad impregnando las tardes, soportando altas temperaturas y humedad como si nada. Y mientras tanto: me desprendo de la culpa como de los últimos jirones de un traje ya muy usado donde la tijera de la experiencia ha hecho de las suyas. Hablar y escribir sabiendo que todo esto nunca estará a la altura del pensamiento, y que el pensamiento sólo balbucea ante los sueños. Así duermo mejor y mis crímenes quedan impunes.

Habrá que empezar de nuevo. Siempre hay que empezar de nuevo cuando un final se aproxima.

LA RESPONSABILIDAD

     LA RESPONSABILIDAD
     
     Hace cuarenta años yo quería cambiar el mundo; hoy sólo espero que el mundo no me cambie a mí. Muy pronto me di cuenta de que el mundo estaba lleno de idiotas controlados por idiotas, pueblos enteros donde la idiotez era la norma y la costumbre, ciudades saturadas de idiotas atareados como si la vida fuese una premura insoslayable.
     Crecí en un valle dominado por montañas y un castillo. Y después de muchos años y azares y lances he conseguido alcazar la colina donde ahora, a duras penas, me mantengo en pie. El castillo, a lo lejos, me sigue incomodando con su antigua inaccesibilidad. Y las montañas, alguna vez conquistadas, no cesan ante mis ojos de petrificar el tiempo.
     Al final, me cansé de bajar tantas veces la escalera hasta la planta baja, descender desde mi colina hasta el valle sin resultado. He tratado de convivir con los que planifican su vida en la llanura, entender a los que no contemplaron nunca el castillo como amenaza ni las montañas como desafío.
     No me gustaba el mundo entonces y no me gusta el nuevo mundo. No me gusta la trayectoria ni el vehículo. Ingenuamente pensaba que cada hijo superaría a sus padres, que Diógenes de Sinope no nacería en vano, que cada generación aprendería de su origen para mejorar su continuidad.
     Pero qué inútil esperanza. La responsabilidad siempre es ajena. La vida es muy breve y nadie se preocupa por lo que sucederá mañana.
     Se tienen hijos, se elaboran proyectos, se planifican acciones y, algunas veces, se sueña en colores. De nada sirve porque, evidentemente, el mundo no mejora.
     No se aprende de los errores, esa lección es la más difícil. Se prefiere la confesión de los pecados y la absolución para que todo continue igual.
     Encontré a mi hija ya hecha, ternura y belleza irresistibles. Pero si hoy tuviera que elegir, si de mí dependiera que otra vida creciera en otro valle dominado por montañas y un castillo, ¡que complicada decisión!
     Si cada padre y cada madre, si cada sabio y cada estadista, si cada místico y cada héroe, si cada santo y cada pensador y cada artista hubieran logrado su objetivo -dejar un mundo mejor a sus descendientes-, este mundo sería otra cosa. No lo es. Se trata de la misma depresión, o una depresión aumentada, bajo el mismo castillo alzado sobre el valle, aun en ruinas.
     A los idiotas ¿qué se les puede pedir? ¿Qué se puede esperar de los egoístas? ¿De un mundo donde la masa se mueve por impulsos políticos y banderas que no pueden ondear al viento porque su rigidez es endémica?
     Los cerebros y las tortugas de Jean Fabré, hoy, en el Palacio de la Lonja, desafían al castillo y hablan a los idiotas sabiendo que ni el castillo se dará por aludido ni los idiotas van a enterarse de nada.
     Cerebros y tortugas en marmol de Carrara, ideas acotadas.
     La responsabilidad de los intelectuales, eso es un lugar común; de los artistas, como si los artistas fuesen responsables de un loco mundo de adultos enajenados; de los poetas, como si los poetas conocieran siempre la verdad.
     La responsabilidad de los poetas es otra, "llevar  las palabras al límite, pintar perspectivas, sugerir visiones, ayudar a otros a salir de sí mismos... y eso los redime."
     Cuarenta años despues de pretender cambiar el mundo me sigo preguntando si vale la pena cambiar el mundo. Me he convertido en lo que soy. Me he cansado de bajar la escalera. Saludo a la vida que surge hoy y me desplaza, a la vida que me empuja y me sustituye.
     Sí, todavía se puede desafiar al castillo, porque el castillo todavía permanece en su altura igualando a las montañas.
     Si por este impulso, en esta noche, estuviera yo en lo cierto y la única responsabilidad de todos fuese el amor, ¿de qué nos valdría decirte que te quiero?
     Los idiotas abarrotan el mundo y controlan el mundo. Responsabilidad de cada uno es prosperar en inteligencia. Pero ¿qué puede la inteligencia ante el amor?
     Nuncan se formulan preguntas definitivas. Las respuestas, a veces, lo son. Todo necesita a su contrario para ser.
     Pasado el tiempo de las preguntas y las respuestas, ¿me redimirán estas líneas escritas contra la superficialidad y el castillo, desde mi conquistada colina, aunque haya tomado ya la decisión de no volver a bajar las escaleras y contemple el valle condescendiente y, a la vez, altivo? Pasado el tiempo, hablarán los hijos y los hijos de nuestros hijos, y hablará el tiempo con su boca torcida por una ironía incontestable.
     ¿Quién nos escuchará entonces?
     
    
    
    
    

martes, 9 de septiembre de 2014

PARA OLIVIA

"Olivia tiene dos semanas y parece que vaya a hablar."
¿Qué diría Olivia si hablase?
Aunque hemos estado cerca, Olivia no me conoce. Soy
el hermano del padre de su padre.
Y si yo pudiera hablar con ella le diría que
la piel del vientre de su madre estaba tensa, y que su hermana
acariciaba esa piel y pretendía
que sus palabras y sus besos llegaran al borde de los sueños
donde madre e hija se mezclaban.
No me atreví a rozarla y no pronuncié palabras.
El padre del padre de Olivia me descubre como es Olivia.
Y sé que todas esas maniobras entrañan gran amor.
Si yo pudiera hablar con Olivia, en primer lugar, le diría "te quiero".
Es lo que le digo a la vida en general y en particular,
a mis gatas sensibles, a mi hija, a mi mujer, a las semillas
que estuvieron presentes y germinaron en esta vida,
al proceso y el espectáculo de vivir.
Y después, sin duda, le pediría perdón por la responsabilidad
que asumo por el mundo en que Olivia va a crecer.
Cuando Olivia tenga veinte años es posible que el hermano
del padre de su padre ya no esté aquí, y que no pueda decirle
"te quiero" o pedirle perdón por esta herencia contaminada.
Si acaso algún día Olivia pudiera escuchar
le diría que el mundo sigue un camino inexorable, que el sol
parece el mismo cada día, que sus cambios son inapreciables,
y que ella sin embargo tiene un gran poder:
vivir más allá y por delante de su madre y de su padre y del padre
de su padre, y amar y sentir, y acariciar
la tensa piel de su vientre, si llega la ocasión,
y transmitir el mismo amor y las misma palabras
ante el mismo sol.
Por suerte no le faltarán estímulos ni ejemplos: la madre
del padre de Olivia y su gratificante compañía
y su querido corazón.
Y si pueden contener lo inhóspito del mundo venidero
pensar que en él habrá Jimenas y Cármenes y hasta héroes mitológicos.
E imaginar que, por su línea materna, tambien un ovillo de amor
posiblemente habrá tejido su primer vestido.
Y hasta es posible que su padre, sin más, cante para ella su primera canción,
y que Lana acaricie con su lengua las mejillas y la frente
donde se sonroja esta vida.
"Olivia tiene dos semanas y parece que vaya a hablar."



EL ENANO Y EL BUFÓN


EL ENANO Y EL BUFÓN
Contabilidad humana: la necedad, lo insoportable, la resolución.

 

     Todo enano tiene su bufón y todo bufón su enano. Son inseparables y se necesitan mutuamente para ser lo que son. ¿Quién dirige a quién? ¿Quién susurra al oído y hace hablar al otro?
     Algunas veces, enano y bufón son la misma persona. Y, en todo caso, si se dan por separado, son personas incompletas y complementarias.
     Producen risa y asustan según el momento y las circunstancias. O repugnan con sus voces chillonas y sus movimientos deslavazados y marionéticos.
     Son mediocres imitadores de sí mismos y de la fama que pretenden sin éxito conquistar. Matasietes, fanfarrones y ridículos sin par.
     A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se ha visto a millones de personas, se ha conocido a miles y se ha intimado con cientos. Pero de todas ellas, de esa multiforme masa, sólo unas pocas merecen nuestro reconocimiento y respeto.
     Si uno ha crecido en un pueblo de nueve mil habitantes, es probable que a los dieciséis años haya contemplado cada una de sus nueve mil caras; que entre los compañeros de escuela, los maestros, los vecinos y familiares lejanos sumen una centena; que se entablen algunas relaciones más profundas con padres y hermanos, un reducido grupo de amigos, el profesor de matemáticas y la profesora de filosofía, y hasta con la hija del médico en inocentes paseos en bicicleta.
     En la gran ciudad, más tarde, la contabilidad humana se complica y se desborda, los rostros no cesan de multiplicarse, el conocimiento se expande, la intimidad se vuelve agreste, objeto de colección y deseable promiscuidad.
     A lo largo de una vida que ya se acerca a su meta se relaciona uno con actores, con locos, con personajes públicos. Se conoce a escritores y se sumerje uno en sus vidas y en su imaginación, a pintores, a músicos, a teóricos y científicos. Se descarta a la mayoría y se guardan apenas las imágenes en la memoria de unos pocos. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de elecciones personales.
     Hay bufones muy serios y competentes, Tom Waits por ejemplo, o Tomas Bernhard. Bufones que no imitan a nadie y se ríen de espaldas. 
     Y en el cuartel militar: el bufón general y el comandante, el enano sargento y el payaso alférez, en sus desfiles con guantes blancos y cornetas y tambores.
     A lo largo de una vida... Una vida como la tuya presume ya de haberse enfrentado a un variopinto ejército de jetas, hipócritas, caraduras, ignorantes y necios.
     El bufón en sus aposentos y el enano tras el telón masturbándose con sus ocurrencias. Y en el suelo, y en desorden, los zapatos con alzas y cascabeles, el tambor de juguete y los calzones manchados.
     Algunos de tus conocidos han entrenado monos para levantar las carteras, los relojes, los anillos. Habilidosos del bocado y de la cobardía. Mientras tú ries mis gracias yo utilizo al mono para desvalijarte. ¡Cuántos corazones robados! El mono del bufón es el enano y el mono del enano es su estatura.
     Hay enanos muy serios y endiablados: los que han jugado con el globo terráqueo y los que han presumido de bigote y los que sedujeron a la Bruni-Tedeschi. 
     Todo esto produce risa y reclama aplausos. La necedad es un virus imbatible. Lo sabían los monarcas y lo supo Francis Bacon y Joshua Hoffine.
     Si existe un grado máximo de la tortura, simplemente consiste en someter a un oyente a las repetitivas ocurrencias del bufón y del enano, día tras día, ocho horas diarias, durante años.
     La resolución no puede ser otra. Bajar el volumen, no intervenir. Este libro se escribe en silencio y sin aplausos, escuchando las voces atenuadas y mil veces ajenas de una, finalmente, deformada contabilidad humana claramente grotesca.
    
    
     

EL DILEMA DEL LENGUAJE

     Imaginemos que usted no emplea habitualmente más que unos cientos de palabras, mientras que yo tengo como libro de cabecera un viejo y grueso diccionario cuyas tapas despegadas evidencian un prolongado estudio. Imaginemos que usted se vanagloria de haber leído un par de libros este año, mientras que yo me asfixio en mi dormitorio-biblioteca y en el incesante ir y venir de los volúmenes. Imaginemos que su cerebro no elabora ideas y el filtro de usted ante los estímulos soló permite el paso de vaguedades, mientras yo poseo varios cerebros saturados y tengo que guardar el exceso de mis ideas en cajas y cajones, en armarios y en paredes. Imaginemos que, como usted, hay muchos analfabetos críticos con todo aquello que no entienden ni alcanzan. Imaginemos que, por puro azar, yo debo escuchar cada día sus cien palabras repetidas, sus imitaciones dignas de la garganta de un loro inconsciente, sus insensateces esgrimidas como certezas. Imaginemos que usted no sabe qué mantiene a flote una isla, que usted confunde el fútbol con la divinidad porque gol se parece a god y el fútbol lo inventaron los ingleses, que usted siente ansiedad ante el otro sexo y aun incluso ante su mismo sexo porque nunca ha tenido el valor de experimentar y profundizar. Imaginemos que usted apuesta por el caballo ganador y nunca arriesga, que usted vota temerosamente a los conservadores. Imaginemos que usted es mezquino y egoísta, que usted vivirá para nada y que, tras su vida, nada aportará a nadie en particular, y mucho menos a la totalidad. Imaginemos que sus dedos son veloces y simples ante el teclado virtual y facilitador de un móvil, pero incapaces de sostener un lápiz, una pluma o un pincel, y trazar el más intuitivo garabato. Imaginemos que usted es un creyente nato o un crédulo impenitente. Imaginemos que usted y yo nos miramos a los ojos cada día, y que usted vuelve la vista a la derecha para construir sus mentiras, o a la izquierda porque cree ciegamente que su verdad es una verdad general, mientras yo mantengo la mirada fija en línea recta porque no creo en nada ni tengo dudas al respecto. Imaginemos que usted tiene una doble vida, que temprano en la mañana se disfraza con su bata blanca o verde, que por las noches frecuenta tugurios musicales, que cuenta como el avaro sus horas extras, que engaña a su sombra en una infeliz huida hacia delante. Usted y yo tenemos un problema. Un oscuro dilema con el lenguaje. Libros no leídos le dirán quién soy. Canciones no escuchadas serán la banda sonora de esta película al revés. Mil putas desconocidas y perdidas le hablarán de mí. En el fondo de un río, entre piedras plateadas y peces de colores, sigue oxidándose mi navaja. No le pido a usted que lo entienda, ningún comentario espero de la escritura. Duermen todos los cuadros imaginados en esbozos callados. Esa fuente inagotable de energía está por inventarse.

LA ARAÑA Y EL LANZALLAMAS

     Todos mentimos, el mundo entero miente, y yo me incluyo -como no podría ser de otra manera- en el plural y en la mentira. El mentiroso es un corredor que teme no llegar a la meta. Se miente en todas direcciones: hacia el pasado y hacia el futuro, hacia lo particular y lo general, hacia el interior y el exterior. Después de la primera mentira -lo sé por experiencia-, mentir se convierte en rutina. El instinto de supervivencia tiene algo que ver. Y los miedos no superados. Se puede dar una amistad, incluso un gran amor, desarrollarse y crecer en un nido de mentiras entrelazadas. Cuando la mentira funciona como verdad se vive para eso; pero a veces, cuando la mentira agota sus disfraces, la realidad se vuelve triste o, peor aún, pantanosa.

     Los fabricantes de armas, los vendedores de armas, los intermediarios, el ministro de comercio y el ministro de defensa, el presidente, el banquero, el rey, el aventurero y el cónsul, mienten.

     Los químicos y biólogos, los fabricantes de medicamentos, las farmacéuticas, los doctores, los investigadores y hasta los enfermos, mienten.

     Cualquier dios y cualquier intérprete de dios, cualquier profeta, sacerdote, mago, chamán, los creyentes, los ateos, los agnósticos, mienten.

     Los cultivadores, los técnicos, los jefes, los subalternos, los sicarios, los enlaces, los mayoristas, los minoristas y los consumidores, mienten.

     El político y sus lacayos, asesores, abogados, economistas, subdirectores, guardaespaldas, detractores y votantes, mienten.

     Entre los animales hay excepciones: no miente la araña cuando teje su tela (aunque miente el lanzallamas que la abrasa), no miente el felino (pero miente el simio), no miente la cebra ni el camaleón (por más que sus rayas y colores nos impidan verlos en su totalidad). En muchos años de convivencia, me atrevo a jurar que ninguno de mis gatos me ha mentido (y, no obstante, han soportado estoicamente mis mentiras).

     Las personas, los amigos y los amores -y hasta uno mismo- son otra cosa, árbol de otro bosque, orilla de otro río, nube de otro cielo, piedra de la misma cantera.

     Recuerdo al niño que fui saltando de mentira en mentira, de piedra en piedra, de un verano a otro verano. Y recuerdo sus nombres, sus palabras, sus traiciones, sus caricias y sus locuras. Sé que una de ellas, al no sentirse penetrada, se sintió vacía; que el ciclista buscaba acomodo en el sillín; que al mejor amigo lo transfiguró su cobardía; que yo me disfrazaba cada noche, los ojos pintados, la navaja en el bolsillo, los dientes intactos.

     Todos mentimos, unos con el altavoz del poder, otros con el silbato de la queja, unos más que otros dependiendo de las circunstancias. El más insignificante de los hombres y la más prescindible de las mujeres mienten, y viceversa. El que va a morir, miente; mientras un nido de mentiras entrelazadas aguarda al que va a nacer. Pobre idiota el que miente esta noche, el que sustenta su mentira con mentiras, el que vuelve la espalda, el obcecado de la razón y la injusticia.

     Chet Baker miente mientras interpreta Deep in a dream. Esta noche. Y lo demás no importa.

    

miércoles, 3 de septiembre de 2014

STANISLAV LEM

 

     "La conciencia evolutiva -entendiendo que la mente es el resultado de un montañismo homeostático en contra de la corriente de la entropía- abarca, en projimidad, el árbol evolutivo que dio origen  a los seres sensibles. Pero no es posible abarcar en projimidad todo el árbol evolutivo pues en última instancia un ser superior está obligado a alimentarse de los inferiores. La línea de projimidad tiene que trazarse en algún sitio. En la Tierra nadie ha puesto nunca esa línea por debajo de la bifurcación que separa a las plantas de los animales. Y en la práctica, en el mundo tecnológico, no se podrían incluir, por ejemplo, los insectos. Si nos enteráramos por alguna razón que intercambiar señales con el Cosmos exige la extinción de las hormigas de la Tierra, sin duda consideraríamos que su sacrificio vale la pena. Ahora bien, puede que nosotros en nuestro peldaño evolutivo seamos -para alguien- hormigas. Puede que el nivel de projimidad  no se extienda, desde el punto de vista de esos seres, hasta alimañas planetarias como nosotros. O quizá tengan una racionalización para esto. Quizá sepan que, de acuerdo con las estadísticas galácticas, el tipo de psicozoico terrestre está condenado al fracaso tecno-evolutivo, de modo que no sería tan horrendo incrementar la amenaza que pende sobre nosotros, pues, en cualquier caso, lo más probable es que no lleguemos a nada."

Stanislav Lem. "La voz de su amo". Edhasa. 1989. Págs.: 225-226.