domingo, 21 de septiembre de 2014

DEBAJO DE LA CAMA



    


     Ni las artes marciales ni el yoga, ni los libros de autoayuda ni la Holy Bible, ni la más sesuda filosofía ni la cocina vegetariana, ni la Comuna ni la meditación trascendental, ni el activismo ni el misticismo, ni la Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior ni el Mein Kampf, ni Krishnamurti ni Steve Jobs, ni Bujará ni Dubái, ni Raziel ni Magoa... Si alguien desea vivir una gran experiencia vital, mi consejo es que se acueste debajo de su cama.
     Yo he tenido la suerte de disponer de una habitación propia en estos últimos tiempos (también en los primeros, pero eso no cuenta). A principios del verano, y decidido como fuera a combatir el estrés, decidí sentarme frente a una pared blanca, al menos diez minutos cada noche, sin cerrar los ojos, pretendiendo apaciguar mis pensamientos ante esa blancura. Lo conseguí en parte pero, más tarde, se me ocurrió otra solución, una alternativa más arriesgada y radical: pasar una noche a la semana tumbado sobre una esterilla bajo la cama.
     Debajo de la cama uno se encuentra en otra dimensión. No se sabe muy bien dónde se está, sobre el suelo, sobre el techo del piso inferior, bajo el cielo laminado de un somier de madera o una malla metálica, bajo un colchón que, en cierto modo, insonoriza el lugar de los gemidos de la noche y amplifica cualquier reflexión interna.
     Les recomiendo probar el experimento, mejor en verano que en invierno, deslizarse bajo sus camas sobre una esterilla de paja o de juncos, cerrar los ojos, cruzar los brazos sobre el pecho, sentir la solidez del piso bajo la espalda. El agobio de la posición se parecerá al hecho de morir. Pasarán horas de intranquilidad, nada que ver con sentarse ante una pared blanca, se preguntarán por qué y para qué y dónde están y dónde van a llegar. 
     Con el amanecer vendrá el alivio, recuperarán la posición erguida, les dolerá la espalda, verán la luz.
     Bajo las camas, según el mito y los cuentos infantiles, se esconden monstruos, nuestros miedos y fantasmas, entidades silenciosas y acechantes. Enfrentar esos miedos, plantar cara a nuestros fantasmas, no es el objetivo. Pasen una sola noche a solas con sus cuerpos bajo las camas y descubrirán algo que no puede contarse. El escalofrío y la cera de las baldosas, la estructura de la cama sobre el cuerpo como una jaula, y uno ahí, inmóvil o inmovilizado, mientras se suceden las horas en la oscuridad, esperando el temblor de un imaginario terremoto, la sacudida del anticipo de venirse abajo.
     La mente trabaja en situaciones excepcionales con una diligencia admirable. 
     Sobre todo, téngase en cuenta que, bajo la estructura metálica de una cama, usted sufrirá cierta limitación de movimientos, que su mente sentirá sin duda una aceleración incontrolable. Los brazos cruzados sobre el pecho, los ojos cerrados, una vez a la semana, igualándose a la muerte y renaciendo después.
     La pared en blanco funciona a veces, no siempre, pero les aseguro que tumbarse bajo la cama, una noche a la semana, crea sueños no soñados y dota al cuerpo y al espíritu del yacente de una fuerza primigenia que sorprende por la simplicidad del recurso y el mínimo coste argumental.
     Bajo la cama se escucha el mar, un ejército de pájaros piando en los bosques, el lamento de los leones al final de su ciclo. Bajo la cama se activa la memoria, se recuerda el color de las canciones, se asoma uno a ventanas abiertas, se vuelven a subir los 99 escalones hasta la terraza del ático donde un telescopio nos permite ver los cráteres de la luna.
     Si Karl Marx y Caballo Loco se hubieran tendido bajo la cama, si Buda y Cristo se hubieran tendido bajo la cama, si el arquitecto de Keops se hubiera tendido bajo la cama...!
     Desde principios de este verano del año 2014, una vez a la semana, paso una noche bajo mi cama, en un nivel distinto, noche de insomnio y revelaciones, para que el estrés sea anecdótico y la vida cotidiana siga siendo la vida cotidiana.
     La cama bajo la que hoy me tiendo es de aluminio gris. Desde esa posición elegida y forzada, si me esfuerzo un poco, veo un tigre y una calavera, y mil libros que no meditan ni descansan porque un ejército de microorganismos establecen y ordenan el pensamiento.
     Algún día seré -seremos- apenas la huella sobre el suelo de una espiral calcárea, una muesca en la piedra de nuestro destino.
     Esta noche me tenderé bajo mi cama. París en noviembre y -este es el sueño- en Bujará dentro de un año. No conozco a nadie que no duerma sobre su cama.



     
    

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