miércoles, 30 de julio de 2014

CÉSAR VALLEJO / MASA

MASA

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar.


César Vallejo.

POCAHONTAS & PETER PAN

Pocahontas, en contra de la opinión mayoritaria, fue una mujer real, nacida en 1595 y muerta en 1617, a los 22 años de edad.
Su nombre verdadero, "Matoaka", puede traducirse como "La silenciosa".
Por su parte Peter Pan, un personaje ficticio, fue en su origen imaginado por el escritor James Matthew Barrie en 1904.
Casi 300 años los separan en en tiempo, y también la realidad y la irrealidad de sus concepciones.
Peter Pan tiene una ventaja y una limitación, según se mire: puede volar pero no puede crecer.
Pocahontas tiene una ventaja conceptual y una desventaja confusa. Expresa sus sentimientos con un léxico impetuoso difícil de contener e interpretar. La juventud de un corazón y de una filosofía que irrumpen con su Verdad y su Duda inscritas en cada faceta de su cristal.
Peter Pan, el que sobrevuela la realidad con su puro sueño y su búsqueda de un amor verdadero, sorprende con sus ráfagas poéticas como un relámpago ingenuo que ilumina y ciega a partes iguales.
Si por un azar o capricho, en algún plano virtual se uniesen Pocahontas y Peter Pan, el resultado sería imprevisible, como de hecho lo es. Ella se manifiesta en densas reflexiones que exigen atención. Y él, sin precaución y sin miedo, acaricia a la gata que saca las uñas.
Él y yo sabemos que una gata, esencialmente, no saca las uñas para atacar sino para defenderse. Aún a riesgo de ser heridos diremos nuestra verdad.
Mis manos y mis brazos y mis muslos y hasta mi cara muestran en la intimidad, lejos de la denuncia de este sol y este verano, las cicatrices de arañazos antiguos.
Gatas y gatos me hicieron esto.
Y sin embargo, adoro a las gatas y a los gatos, y a las personas que sacan las uñas y a las que dicen lo que piensan y a las que piensan que pensar no es en vano.
Admiro a quienes escriben sin preocuparse de las faltas de ortografía, a quienes juegan con los juegos de palabras, a quienes se sinceran sin que les importe otra cosa que su verdad o su confusión.
En la terraza de un bar, mientras cuatro adolescentes de pechos exagerados sueñan con toreros y corridas, sintiéndome complice de una historia de amor, apenas comprendida en su desarrollo pero comprendida en lo esencial, sueño con escribir acerca de Pocahontas y de Peter Pan.
Uno que vuela sobre el mundo y otra que trae al mundo preguntas esenciales aún no resueltas.
¿Qué cosa tan extraña es el amor que atraviesa el tiempo y reluce en cristales rotos e imperfectos y en cristales puros como el diamante?
Les pido disculpas a una y al otro por esta intromisión. Soy como el viejo león que se asfixia con una tortuga en la boca. Y sabré agradecer que el cazador no me dispare apovechando la ocasión, y me salve la vida.
Si mi larga vida y mi complicada experiencia justifican algún magisterio, diría que las caricias importan más que las palabras, que las miradas -cuando son profundas y sinceras- dicen más que las palabras y las caricias, que el destino no lo trazan lápices ajenos, que Pocahontas cuando escribe lo hace con la tinta de su corazón, que Peter Pan vuela con las alas del amor, y que yo, que ya no vuelo si mis plumas no están manchadas de vino y mi pico no se embriaga con verdes hierbas, sigo afirmando que en el interior de cada botella se esconde un secreto que sólo el borracho reconoce.
Un diamante que refulge, como los ojos de Lolita, que se fijan en mis ojos esta noche de vino blanco y metáforas sin final.
Imagino a mis dos gatas blancas levantando el vuelo, dotadas de alas alrededor de mi cabeza, y a mi gata de rostro partido escribiendo por mí, suplicando en silencio que saque la tortuga de su boca.
Y Nube que sonríe desde el más allá, estando aquí.
Y el ángel de la historia, el Angelus Novus de Paul Klee, el ángel de Walter Benjamin que se ríe de todo al tiempo que muestra su desesperación.
Los cristales redondos y profundos de mis gatas que fijan sus miradas en mí en la oscuridad.
Las trenzas cortadas de Pocahontas en las corrientes del río y en los accidentes del bosque.
Peter Pan enamorado de Pocahontas.
En el vuelo nos encontramos.
Y descender hasta el mundo real, cuando el mundo real no coincide con nuestros sentimientos.

 

ENGRANAJES

A las siete de la tarde, como otras muchas tardes
más o menos a la misma hora,
bajo el sol del cansancio,
sintiendo en los pulmones el calor de los engranajes
forzados del autómata,
subiendo escaleras, bajando escaleras,
pisoteando el hormigón
y sus corrientes de lava y sus estanques de sombra,
entre el ensordecedor ruido de los aviones
y los aparatos electrónicos,
la miseria de las voces altas sin sentido ni orientación,
sin mapa, sin territorio, sin tiempo,
la miseria de la jornada,
como otras muchas jornadas más o menos iguales
e igualmente inútiles,
la cabeza bajo el agua geométrica
de la próxima partida breve,
moviendo con la yema del dedo peones y caballos,
la estrategia del olvido de ser una pieza más en el tablero,
la repetición cotidiana,
el ir y venir bordeando el mar,
anotando un nombre falso,
garabateando una firma falsa,
numeros y letras, codigos y señales de alarma,
a las siete de la tarde,
inesperadamente, recuerdo que soy un hombre,
que soy débil, que mi corazón late,
y siento miedo y me echo a temblar por estar vivo.

SALVADOR ALÍS



APUNTES 2014 / VII

Al azar se abre El libro de los muertos de Elias Canetti, y esto es lo primero que salta a la vista: "Cuando los enemigos prenden fuego a un barco de musulmanes y la tripulación no ve ninguna posibilidad de salvarse, al que considere intolerables los dolores de arder vivo le es lícito lanzarse al agua. De todas formas, es más conveniente morir por mano ajena que por la propia." (Erwin Gräf, Concepciones de la muerte en el marco de la antropología islámica, p. 142).

Sobrevolando África, desde París a la Isla de la Reunión, consolaron y redujeron mi intenso miedo a volar dos paradojas: El libro de los muertos y una extraña canción de Souad Massi, de envolvente melodía y un leitmotiv cuanto menos curioso: "si seulement j´étais un homme".

"Un total de 121 niños palestinos -80 de ellos menores de doce años- han muerto desde que Israel emprendió hace dos semanas su ofensiva militar contra el territorio palestino de Gaza, confirmó hoy UNICEF, el organismo de Naciones Unidas para la protección de la infancia. Esa cifra indica que los menores representan una tercera parte de las víctimas civiles registradas por la decisión del Gobierno Israelí de emprender un bombardeo continuo sobre Gaza en respuesta al asesinato de tres adolescentes israelíes secuestrados." 

Ojo por ojo y diente por diente, pero la lex talionis aquí no se cumple. ¿Cuánto vale la vida de un israelí: cuarenta vidas palestinas, cuatrocientas, cuatro mil? Sin apenas cuestionamiento se sobrepasan los límites de la venganza, la proporcionalidad entre el crimen y el castigo se rompe en mil pedazos. Y, sobre todo, queda pendiente la cuestión de dilucidar quién lanzo la primera piedra, quién agitó las aguas, quién creo la perturbación.

El Gran Proyecto de Defensa Estratégica de los EEUU no incluye entre sus objetivos a Israel, su Estado protegido, su aliado, su creación. Los portaaviones, los submarinos, los aviones de combate, los drones, las cabezas nucleares, los sabotajes, los satélites espías y de contra-ataque, han apuntado y apuntan hacia Afganistán, Irak, Libia, Siria, Pakistán, Irán... Y por tratarse de un mal menor han dejado en manos judías el problema palestino.

La Tierra no es el centro del Universo. Alrededor del Sol giran todos los planetas del Sistema Solar. Y éste gira con la Galaxia, y ésta gira a su vez y, en definitiva, todo es giro y desplazamiento sobre un eje invisible e incognoscible.

Volar no es seguro, en nuestros días. Los aviones caen o son derribados. Tormentas de arena o de hielo, tormentas en el desierto y causantes atormentados. Souad Massi me consuela y El libro de los muertos ejerce su magisterio: "Por cada persona que caiga en esta guerra, por cada persona que muera mientras yo mismo siga vivo, deberá encenderse en mí un pensamiento. De no ser así, ¿qué otras velas tendría? No los conozco, pero son más que parientes para mí. En esos cirios de difuntos deberán darse a conocer. Yo no les he robado, pero tampoco los he salvado. ¡Ay de mí si dejo que se apaguen!"



APUNTES 2014 / VI

No debería hacer falta decirlo pero, una vez más, tiene que ser dicho: Es la Tierra la que se mueve alrededor del Sol, no el Sol alrededor de la Tierra.

Los parientes, descendientes y alumnos aventajados de aquellos que fueron despojados de su humanidad en Jasenovac, Treblinka o Auschwitz, castigan hoy sin memoria y sin conciencia a la población de Gaza, uno de los campos de concentración y exterminio más grandes del planeta, con el beneplácito de los parientes, descendientes y alumnos aventajados de aquellos demócratas que tan ejemplarmente juzgaron crímenes de guerra y genocidio en Núremberg.

Los verdaderos terroristas -dicen- utilizan los túneles del terror para avanzar en fila india desde Gaza hasta Israel y cometer actos vandálicos. Los tanques, los cazas, los drones y los misiles, en realidad no siembran el terror, no asustan a los niños, tan sólo imparten justicia.

¿Qué pensará a estas alturas el que oprimio el botón de lanzamiento del misil que ha derribado un avión de pasajeros sobre Ucrania? ¿Y qué pensará el que dio la orden de apretar el botón? ¿Dormirán en paz y tendrán tranquilos sueños? La cobardía supeditada a la estrategía política.

A estas alturas, la modesta proposición que hizo Jonathan Swift en 1729, aunque lógicamente actualizada, cobra pleno sentido: acabemos con los niños palestinos, porque cada niño palestino será un terrorista en potencia.

Y aunque Wladímir Putin juega a mover cadáveres y cajas negras, nunca se atrevió a enfrentarse con piezas blancas a Kaspárov.

El terror sólo parte de los pueblos oprimidos, de los pobres, de los desahuciados y desesperados, no más fanáticos que los fánaticos del orden, del nuevo orden mundial. Las naciones soberanas no hacen otra cosa que defenderse. Defensa estratégica es su discurso, lucha por la libertad, implantación de la democracia.

Y la vida cotidiana sigue su curso. Y cada cual enciende su ventilador y aquí no pasa nada.

jueves, 17 de julio de 2014

PETRA

Soñé que sobre el desierto brillaba una luna nueva.
Mis pasos perdidos, hacia un lugar inconcreto -en la arena oscura y fría.
Ningún alma, ningún pájaro ni escorpión dormido -bajo las estrellas.
No tenía sed ni hambre, no sentía cansancio ni el agobio de la soledad
trazando un círculo en persecución de la meta
tras mi larga sombra sin esperanza.

Soñé que en esta noche atravesaba una grieta del mundo.
Y frente al templo de piedra imaginé que la luna roja era distinta.
El pequeño tigre aprende a morder el cuello de su presa,
los ojos del tigre vigilan -y el círculo se cierra.


Salvador Alís.





CARCALÍN

























Fotografías de Salvador Alís. Barranco de Carcalín. Valencia. 6 de julio de 2014.

NOTAS DE VIAJE II / JULIO 2014

NOTAS DE VIAJE II / 2014

PRÓLOGO

Sobrevolamos la tormenta. Las perturbaciones tienen lugar en una zona intermedia, nunca a ras del suelo, aunque el suelo sufra las consecuencias. Desde nuestra posición se disfruta  de un placentero azul y una vívida luminosidad sin sombras. No obstante, si por un accidente fortuito nos encontrásemos en el exterior moriríamos congelados.
En el descenso atravesamos nubes y, en la carretera, una espesa lluvia retroalimentada con su propia salpicadura y el agua pulverizada por las ruedas de los vehículos que nos preceden.
Elevación e inmersión marcan el inicio del viaje, y entre ambas acciones se instala la tormenta como acontecimiento.
En una franja parecida, a mitad de camino del espíritu y el cuerpo, etéreas condensaciones dan lugar a temibles relámpagos que inciden siempre en la superficie del paisaje provocando, aquí y allá, fulgurantes incendios que no llegan a prosperar. Bajo los pies: tierras anegadas y barro, y sobre las cabezas: un cielo negro.
Mantenerse siempre por encima de la tormenta, en el transcurso del viaje o en el devenir del espíritu, es deseo imposible de alcanzar.

ARGUMENTO

El así llamado o conocido Barranco de Carcalín tiene una longitud aproximada de 1,5 kilómetros hasta el Puente Natural. El humilde y sucio arroyo que discurre junto al pueblo ha sido contaminado durante décadas por las fábricas de papel y los vertidos incontrolados.
A partir de la explanada de los árboles gigantes, donde brota un manantial inagotable y la pequeña Ermita de San Luis ha sido agobiada por el horrendo Auditorio de Cemento, tras la curva de la carretera y entre el Monte de la Cruz y el Alto Jorge, se puede remontar el río hasta los últimos charcos, donde el río desaparece en intermitencias. En ese lugar comienza el barranco propiamente dicho.
La imponente mole del Alto Jorge, con sus túneles y vía férrea bordeando su cima, preside y guarda al barranco.
Desde San Luis a los charcos la maleza se ha adueñado de los márgenes del río. Hombres desnudos chapotean en el agua como niños en un claro entre la maleza, aunque sus cuerpos desmienten con rotundidad esa pretendida condición.
El sendero, fácilmente practicable en el recuerdo, se ha vuelto ahora, en algunos tramos, un incómodo túnel entre arbustos espinosos. Moscas y abejas me acompañan. El abrupto suelo exige constante atención y equilibrio.
Cuando la piedra gana terreno a la vegetación aparece la prehistoria. El corto viaje parece en un momento cambiar su carácter. Se traslada uno a épocas pasadas, se irrumpe en un silencio muy antiguo. No hay nada más silencioso que las grandes losas de piedra con incrustaciones de trilobites y amonites, espirales inmóviles tantas veces holladas.
Apenas llegar a los últimos charcos se hace evidente la sequía, lo poco que ha llovido este invierno y esta primavera. Las marcas en las peñas hablan por sí solas. Me detengo un instante ante un rumor lejano, y preparo la cámara para fotografiar el tren que surge de un agujero de la montaña para perderse en el próximo agujero, evidencia de que la prehistoria es únicamente una sensación ilusoria.
El pozo semi circular que durante milenios formó el agua en la piedra ya no es tan rotundo como antaño, ya su remolino no arrebata, no es visible. A partir de aquí se abre paso una certeza, un error de cálculo: debería haber traído al menos una botella. El agua que de tanto en tanto hallo en el lecho del barranco no resulta apetecible para beber. La garganta seca y la cabeza caliente me alertan del peligro. Si tantas veces en la infancia me adentré en esta aventura sin reloj ni cantimplora, ¿por qué hoy, al poco de iniciar la incursión, preveo no alcanzar el objetivo?
El sol no incide por completo en toda la superficie del lecho, sólo en partes; aun así me quito la gorra azul y mojo mi cabeza con un agua fría y verdosa. Valoro volver atrás, pero eso sería admitir mi fracaso. Estoy a solas en el interior de una grieta de una anchura media no superior a la de una carretera, de paredes verticales que ascienden unas decenas de metros hasta abrirse en V como una cuña entre las montañas. Solo aquí, al borde de cumplir 59 años, tan lejos del niño incansable y trepador que, haciendo caso omiso de su frágil corazón, agotaba este circuito con fuerzas sobrantes, todavía, para atravesar el Puente Natural y proseguir varios kilómetros hasta el crepúsculo y retornar después.
Dos ideas claras antes de la excursión: no arriesgar hasta el límite y moverme como un gato. La desazón por la sed y la eventualidad de no encontrar la senda (devorada por la maleza) hasta el Puente Natural y su fuente de agua cristalina y pura (al menos en la memoria), me hicieron desistir a unos cien metros de la boca del Puente.
Y mientras tomaba la decisión de volver pasos atrás, formas animales indeterminadas rompen frente a mí el silencio y la soledad del barranco. ¿Perros silvestres, lobos, jabalís? No. Simplemente cabras. Y tanto se asustan ellas como yo, pero mientras yo quedo paralizado por la duda de qué hacer, dónde saltar o refugiarme, ellas ya están trepando hacia las alturas. Y desde las alturas me observan en mi renuncia y dominan el barranco que yo abandono.

EPÍLOGO

La prueba, el desafío, el experimento sigue en la casa, al caer la noche. Y en los aburridos bares del pueblo donde los conocidos envejecen a otra velocidad, a otro ritmo acelerado por la falta de expectativas.
Ese río de la infancia, ese barranco, esas montañas me dieron la resistencia y la agilidad, la salud que -por suerte- no he perdido aún tras años de vivir en las ciudades.
Un muerto que no se resigna a la paz de su ataúd se sienta en la terraza de un bar, junto a la plaza del Ayuntamiento. Uno que quiere morir busca de mesa en mesa a su asesino. Los otros pasean a sus perros. El ausente ocupa una cama de hospital y siente latir su corazón bajo los vendajes. Y la camarera se equivoca en el precio del desayuno. Y la octogenaria me reconoce.
Se agradece la hospitalidad de los hermanos y cuñadas, se contempla a distancia y con respeto un vientre a punto de parir, se dibujan con la más pequeña y más sensible elefantes y jirafas de colores, se visita la biblioteca pública y se fotografía, en la oscuridad, el campanario y las casas altas.
Y sabe uno, por terceros, que otro amor de juventud perdió un hijo. El vendedor de golosinas pinta cuadros sin sospechar que imita a Monet. El torero imaginario abandonó la plaza. El sacristan se parece cada vez más a una bruja. El agua de las fuentes sabe a cloro. Y, a pesar de todo, desfilan cada noche bajo el balcón las niñas del verano con sus pantalones cortos y sus pieles dulces como las cerezas.
Los abrazos reconfortan. Y se alegra uno de la permanencia y la bondad.
Del castillo mejor no hablar.
"El sombrero que uno no se pone no es necesario quitárselo." (Ernst Jünger)

Salvador Alís.



miércoles, 9 de julio de 2014

ARTE ENCONTRADO / 2014












Fotografías de Salvador Alís. Graffitis de Hyuro realizados en 2012. Valencia. Julio de 2014.


NOTAS DE VIAJE I / JULIO 2014

NOTAS DE VIAJE I / JULIO 2014

PRELUDIO

Hay libros que, en un primer momento, no se dejan leer. No importa por qué página lo abramos, el libro nos rechaza, nos expulsa y se niega a compartir con nosotros algún secreto. Y luego, pasado el tiempo, de repente se abre como una exótica flor en su plenitud y permite que aspiremos la complejidad de todos sus aromas y matices de color. Tal sucede con este libro abierto durante el viaje, leído para contrarrestar el miedo a las alturas y el miedo a lo que sucede del otro lado de la puerta del dormitorio.

"He vivido largas etapas de mi vida más en libros que en casas o estados. Los libros tienen la ventaja de las casas rodantes con un confort ideal. Por eso eliminan otros viajes y otras casas menos agradables. Pueden glorificar una noche en tren, convertir el húmedo cemento de un búnker en una piedra preciosa."
Ernst Jünger (Esgrafiados, Tusquets. 2005. Págs.: 146-147.)

En otra vida, quizá, yo fui una cabra, una potencia escalando paredes vérticales y saltando de peña en peña hasta la cúspide de un risco desde el cual, mostrando indiferencia, se controla todo lo que sucede más abajo. Quería hacer una apuesta conmigo mismo, un experimento, un ponerse a prueba y ver si eres capaz de emular al que fuiste. El barranco estaba en su sitio, apenas modificado atendiendo a las simples leyes de la erosión y los imperceptibles sismos, y a la espera de un viajero que sabe que el tiempo no se mide igual en los calendarios que en las sensaciones.

En una casa sin estímulos visuales ni auditivos, el pensamiento se acelera. En el barranco -esa grieta hacia el pasado-, el pensamiento se detiene. Detenerse significa también contemplar y comprender.

INTERMEDIO

Hay personas que pagan a otras personas para que les limpien las casas. Los pudientes y los muy atareados creen erróneamente que el acto de limpiar es un fastidio y una pérdida de tiempo. Por su parte, los que limpian casas ajenas suelen hacerlo por dinero. Las casas nuevas que aún no han sido habitadas y las que no se terminaron de construir pueden acumular polvo pero en ellas no hay fantasmas. A la hora de limpiar una casa donde transcurrió la vida y sobrevino la muerte, es necesario emplearse a fondo para borrar las huellas y desalojar a esas entidades que se esconden tras las puertas y caminan de puntillas, de noche, por los pasillos.

Un clásico relato zen nos presenta a un peregrino que, después de muchos años de búsqueda, llega hasta la cabaña de un reputado maestro, junto a un bosquecillo de apretadas cañas de bambú, no lejos de un riachuelo. El maestro, inmóvil sobre una piedra ancha y baja, parece esperar al visitante. Sus ojos lo han reconocido. El diálogo es breve pero sugerente:

"Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la sabiduría?"
"¿Ves esa escoba apoyada en la pared? Cógela y barre el suelo hasta que no quede nada por barrer."

Mientras uno limpia, cuando lo hace de verdad, de corazón, no piensa, vacía su mente de falsos problemas y preocupaciones vanas, se abstrae o se ausenta de cualquier cosa que no sea la pulcritud, el saneamiento, el brillo y la transparencia. Los efectos benéficos de la escoba y la fregona, la esponja y el agua, el salfumán y la lejía, son inmediatos. Pero de nada sirve la tarea si es encarada como imposición, contra nuestra voluntad, o porque no haya más remedio. Lo que debería llevarse a cabo, naturalmente con felicidad, se convierte en un acabar cuanto antes. Y así la suciedad permanece y se adhiere al que actua a regañadientes.

Se puede hablar también de hacer limpieza en los sueños, de no soñar.

Hay personas que no limpian sus casas ni las hacen limpiar, que acumulan objetos diversos en un desorden trascendente. Durante estos días he visitado casas limpias y casas menos limpias, y otras tomadas por la basura, casas donde las huellas quedan marcadas en la cera y casas donde la ceniza de un cigarrillo cae sin mala conciencia sobre alfombras de ceniza.

El peregrino toma la escoba y entra en la morada del maestro. Pero el maestro, ya senil y bajo la influencia del fantasma imbatible de la soledad, ha convertido su casa en una pocilga.

Algunos piensan que es mejor disponer de una esclava o un esclavo que se ocupe de la cuestión elemental. Su tiempo se puede comprar, el nuestro es demasiado valioso para derrocharlo en tales menesteres. Los que limpian por costumbre, por contrato o acuerdo, no limpian realmente. Mantienen el espejo libre de telarañas, aunque no pueden evitar que el espejo refleje las telarañas de los ángulos e intersecciones donde trabajan las arañas. Si uno no se ocupa personalmente, ¿cómo estar seguro de que la limpieza se logró a su medida?

Durante seis días he limpiado la casa donde hubo vida y muerte. He dormido sin sueños. Y dejaré la casa vacía.

Frente a la casa hay una fuente de la que mana el agua 24 horas al día. Durante la noche se aprecia mejor el rumor del agua. Si se tiene la suerte de poseer agua en exceso, ¿por qué escatimarla? El agua y el sonido del agua rejuvenecen al peregrino que se baña en el riachuelo, una vez concluida la jornada, junto a un bosquecillo de apretadas cañas de bambú.

CONCLUSIÓN

Al pasear por las calles se observa que muchos gatos consideran castillos a los contenedores de basura. Se encaraman a ellos y los atacan.

Despues de haber cenado, en silencio y con la mirada perdida en una pantalla negra, visito a Juan Mora en su casa. La perra de tres meses, primero quiere intimar conmigo y luego desiste. En un ordenador básico, sin internet, se aprecian dibujos geométricos que se mueven al compás de una música que pretende ser japonesa o china o al menos oriental. Circulan libros de mano en mano, mi amigo quiere mostrarme toda su colección: una veintena de ejemplares antiguos, del siglo XIX y principios del XX. Mis ojos no pueden descifrar las páginas, la letra es menuda -como antaño, cuando la gente disfrutaba de mejor visión.

En algún momento de la reunión, Juan aparece con una pequeña escultura de unos cincuenta centímetros de alto y cuatro kilos de peso, una tubería de plomo abierta en su mitad y clavada sobre la base de un botijo lleno de cantos rodados (procedentes tal vez del río o del barranco). La tubería grisácea acaba en una boca de bronce cuyo interior está roscado. Y un poco antes, se bifurca en dos brazos cuyas manos son grifos.
Según Juan se trata de una alegoría del agua: botijo, piedras, cañerías y fuentes. Le digo que me gusta y le pregunto si piensa exponerla. Nada más lejos de su intención: permanecerá en la casa junto a otras muchas construcciones. Aun así, expreso mi deseo de comprarla.

A Juan Mora no le interesa el dinero. No te la vendo -me dice. Y se mantiene firme en su idea mientras yo intento argumentar a favor de la posibilidad de disponer de una pequeña suma para invertir en materiales (los encuentro gratis en el vertedero y en casas abandonadas y en las afueras), en espacio vital (me muevo a mis anchas en mi vida interior), en la experiencia de un viaje (no necesito desplazarme en el espacio para viajar). Todo son pretextos para mantenerse en su lugar.

Sin embargo, en alguna pausa de esa conversación, debo haber sido convinvente porque al final acepta acabar la escultura y llevarla a casa de mi hermano, y propone que sea él quien se ocupe del embalaje y el envío. Después tú -me dice- me mandas lo que quieras.

La rata aparece mientras estamos sentados intentando descifrar los libros. Un ejemplar gris oscuro de buen tamaño, que acechaba por las líneas laterales de la estancia y tiene el atrevimiento de robarle un bocado a la perra. Cuando le digo a Juan: ¡una rata!, no se inmuta. Sí -me responde- se llama X y vive aquí, conmigo. Al parecer la rata llamada X proviene de una boca de alcantarilla delante de la casa de Juan, que se encuentra sin solución en la parte baja de una calle cerrada. Si la rata no me muerde no hay problema. Si se limita a competir con la joven pastora alemana, podemos llegar a un acuerdo. Entonces me incorporo del sofá y echo un vistazo alrededor.

Mi amigo Juan Mora, al que conozco desde hace 30 años, sufre el síndrome de Diógenes, su casa es cada vez menos transitable. Metros cúbicos de deshechos transformados en obras de arte. La misma aparición de la rata es una performance. 

A mi derecha, un cuchillo pesado y rectangular de carnicero, de los que cortan huesos, sobre un tronco de madera sin tratar. En la nevera, una fotografía de su madre a los 95 años flanqueada por dos fotografias de Marilyn Monroe. Ovillos de hilo y silicona, circuitos informáticos y cerillas quemadas.

Poco antes de la despedida, descubro en una mesa la momia de un gato tendido, o estirado, en el acto de morir. La cabeza reposa sobre el plano, la piel de cuero gris polvoriento, la boca muy abierta, los colmillos intimidatorios. Y junto a la momia, tres humildes (y poderosos) cráneos de gato. Es una obra -me dice- casi acabada. Le sugiero encerrarla bajo una caja de cristal, nutrir la piel curtida, manejar el cadáver con delicadeza.

La diferencia entre el maestro y el peregrino se reduce a esto. Yo todavía no estoy preparado para convivir con una rata. Pero muchos años atras, cuando la momia del gato de Juan Mora aún no había nacido, yo dormía cerca de una calavera de gato. A ese gato lo llamé Tristón. Me reveló el secreto de la ecuación que resuelve el enigma de la vida y la muerte.

Cuando barremos el suelo a nuestros pies, no se piensa en la vida ni en la muerte.


Salvador Alís.