En noviembre de 2018 alquilamos un ático en Maracalagonis,
municipio de Cerdeña, con vistas a las montañas.
Una noche se abrió un enorme agujero en el cielo, donde la luna llena
era la pupila, y el iris el espacio comprendido hasta el límite de su halo.
municipio de Cerdeña, con vistas a las montañas.
Una noche se abrió un enorme agujero en el cielo, donde la luna llena
era la pupila, y el iris el espacio comprendido hasta el límite de su halo.
Lo diré de una vez y de corrido: Creo en algunas cosas, no muchas,
pero al fin y al cabo en las suficientes para poder explicar
por qué y cómo se producen agujeros en el cielo.
Sólo he contemplado dos, y el último aconteció ayer.
La gran luna anticipada para hoy 7 de abril me ha decepcionado.
Mas ayer, y por sorpresa, la brillante aureola se presentó
sin haber sido invitada.
Creo por tanto que ningún designio humano
puede influir ni alterar los mecanismos celestes.
Llámense planes o estrategias, satélites, telescopios o mensajes...,
cualquier intento de modificación, por nuestra parte,
encontrará justa respuesta allá donde reine la velocidad de la luz.
Creo que las hormigas, en su relativa pequeñez, son más grandes
que nosotros, deudores del estudio de su mente colectiva.
Y creo que los gatos, en particular, y tantos otros animales en general,
nos comprenden mejor de lo que los comprendemos.
¿Quién no ha visto en los ojos de un felino,
oportunamente, un agujero en el cielo?
Creo que nos falta mucho, por desidia o inercia interesada,
para descifrar su lenguaje -y no me refiero únicamente a maullidos-,
pues la vida, en sus diferentes formas,
se expresa en una variedad de códigos sonoros e insonoros
inalcanzables a nuestra debilidad complaciente.
Creo en algunas cosas, no muchas, lo reconozco.
Pero en definitiva quiero creer en lo que creo
en la misma forma y equilibrio en que considero mis dudas.
Creo que los ríos son las venas, que los bosques respiran,
que el viento es alma, que la piedra siente y siente
mucho más el barro, que las flores sonríen al nacer
y estallan en risas cuando se abren,
que la piel es agua de mar y sal y espuma,
que el sol es signo supremo de un amor universal y desinteresado.
Y que resulta envidiable la honestidad del ave rapaz
que sólo mata por su instinto y por su hambre,
y jamás por capricho o por piedad.
Creo en algunas cosas, tantas, en las que no quisiera creer.
En la maldad y en la ignorancia programadas,
en las fronteras que se disimulan con artificios cortantes
y eléctricos, en los teatros absurdos, en la opulencia descarada,
en el arte que abusa del pan de oro,
en la mansedumbre de las masas y el gregarismo resultante,
en la ceguera más simple -la que no quiere ver
ni a su lado ni a su espalda, ni sobre qué se apoyan sus pies
ni qué se alza sobre su cabeza.
No creo en el dios de la infancia, aquel que se mostraba no parcial,
más bien inclinado a favorecer a sus aduladores.
No creo en el General que a semejante dios le rezaba.
No creo en el oficiante, tampoco en el subordinado
y mucho menos en los delatores.
No creo en los jefes ungidos por voluntad divina, política o militar.
Pero creo, desde luego, en el poder cuasi absoluto del dinero
y todas sus variables formas, desde la moneda de bronce
hasta el más incomprensible y etéreo de sus valores.
Se abre un agujero en el cielo porque algo nos observa,
porque se posa sobre nosotros una mirada severa.
Muchos guardan silencio.
Pero creo -estoy seguro- que este silencio,
a pesar de la gran luna llena, y aunque es de noche,
no proviene de la reflexión sino del miedo.
Salvador Alís.
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