viernes, 28 de febrero de 2020

EL POSTRE

EL POSTRE


Advertencia para lectores golosos: Aquellos que por su ansia hayan llegado hasta aquí, sepan que aquí no se hablará del dulce misterio del arte de cocinar, ni de productos azucarados, recetas posibles, técnicas adecuadas y el largo etcétera implicado en la satisfacción de su deseo. Lo que sigue es un simple cuento pedagógico. Quienes crean, erróneamente, que la felicidad está en los postres, deberían repensar y cuestionar su dieta y de tal manera no malgastar su vida con semejantes venenos engañosos. Los curiosos y, a la vez, escépticos, y los humildes desde luego quizá puedan seguir leyendo, si acaso la intriga los atrapa. 


Ayer compré (¡por un euro!) una biografía de Maquiavelo, una peculiar y preciosa edición que más adelante describiré. Y esta noche, motivado por no sé qué intención, he querido conocer su peso. Sin embargo, la balanza de la cocina no ha funcionado, no tenía pila, así que al final lo he sostenido en la mano izquierda (la más sensible) y he deducido que debía pesar unos 125 g, es decir un octavo de kilo. Alguien pensará que es redundancia señalar un octavo de kilo, pero les aseguro que conozco a muchos que ignoran que un octavo de kilo equivale a 125 g. Y enseguida, como un resorte que saltara desde esa conclusión -el hallazgo del peso aproximado de este libro- a otras necesarias conclusiones, me he preguntado qué pesaría, si pudiera pesarlo o al menos sopesarlo, mi cerebro. 

La biografía de Maquiavelo mide 16,4 x 11,3 x 2,4. Es un volumen pequeño pero compacto, de 320 páginas y encuadernado en tela roja. En el centro de su portada presenta el símbolo de la editorial: un barco de velas doradas, que se repite en la parte superior del lomo. Y en el lomo, en mayúsculas negras, el título: MAQUIAVELO. El autor es Giuseppe Prezzolini. Una edición de 2.000 ejemplares con ilustraciones, y con retrato y autógrafo de Maquiavelo. Primera edición en La Nave, editado en Madrid en 1935. Mi ejemplar presenta la rareza de que los bordes de las páginas, en su parte baja y lateral derecha, están cortados a cuchillo, mientras los bordes superiores, inmaculados, están teñidos de oro. Tantas otras cosas podrían decirse de este libro, pero eso supondría agotar el tema. 

En realidad es un obra barata, que se puede conseguir a través de Iberlibro por un precio que oscila entre los 10 y los 25 euros (sólo hay cinco ejemplares a la venta). Pero tiene su peso, lo que resulta indiscutible. Como indiscutible es que la cocina depende, además del apetito y la improvisación, de las matemáticas, la física y la química. Sobre todo en lo que se refiere a los postres, pues más o menos harina, mantequilla, azúcar o levadura pueden realzar un bocado o malograrlo. Demasiado seco, graso, empalagoso. Por no hablar del fuego y la temperatura, del horno y del reposo. Algo crudo, algo quemado, algo caliente, algo indigesto. 

Con los libros y su equilibrio ocurre algo parecido. Hay libros como postres, en todas sus categorías de aciertos y fracasos. En ocasiones, en altas horas de la madrugada, echo mano de huevos y vainas de vainilla, mieles y nueces, azúcar de caña, ralladura de limón o naranja, harinas integrales, chocolate negro, leche y nata, almendra molida y coco, e improviso sin mucha ciencia y con instinto. A veces acierto y a veces no. Lo mismo me pasa cuando adquiero un libro por su valor de apetencia. 

El Maquiavelo de 125 g no representa a la media de mis libros, que calculo deben pesar cuanto menos el doble, la mayoría de ellos. Pongamos un cuarto de kilo por unidad. Si mi casa contiene cuatro mil (habitaciones principales, pasillo y cuarto de baño), eso hace un total de una tonelada de literatura (con sus porcentajes ensayísticos, filosóficos, religiosos, artísticos, fotográficos, narrativos, poéticos y demás). 

Compré ayer el Maquiavelo en uno de los locales de la asociación Betel, que se define a sí misma como de ayuda a personas en riesgo de exclusión social (o directamente excluidas), adictos a tan variadas drogas, alcohólicos y delincuentes en potencia o en esencia, por un simple euro, un euro paradójico a causa de su casualidad. Me pregunto si acaso no trato, con estas compras, de ayudarme a mí mismo. Pero esa expresión: "ayudarse uno a sí mismo" me parece tan ridícula, tan pretenciosa. 

A muchos, supongo, les sonará que Nicolás Maquiavelo fue el autor de una obra principal: El Príncipe, a comienzos del siglo XVI. Pero puesto que conozco a pocos que invertirían tiempo en su lectura, copiaré aquí varias frases cortas (fácilmente localizables en Google) que quizá satisfagan su pereza. 

"Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos." 
"La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad." 
"Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse." 
"En todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros." 
"Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen." 
"En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven." 
"De vez en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos."
"El fin justifica los medios." 

"El fin justifica los medios." Eterna duda pensada tanto por los poderosos y ejecutores como por los que no se resignan y se rebelan. 

¡Y qué tiempos aquellos en los que yo gastaba el dinero dado para la peluquería en pasteles de crema! Fui un niño caprichoso y ahora soy un viejo caprichoso. No más pasteles. Todavía algunos libros. 

Dice Giuseppe Prezzolini: "Los hombres no se diferencian entre sí por ser blancos, negros o amarillos; ni por su tez rosada, dorada o tostada; ni por ser arios, mongólicos, germanos, franceses, papúes, indochinos o caribes; ni se clasifican en beocios y poetas, en gentes de fe y gentes de espíritu; en devoradores y devorados; en catedráticos y banqueros; en taimados y sencillos; o en ricos y en pobres; o en vencedores y vencidos; los hombres se distinguen en cinco categorías más kantianas que las del filósofo alemán, a saber: hombres que se ríen en ah, hombres que se ríen en eh, hombres que se ríen en oh, hombres que se ríen en uh, y hombres que se ríen como Nicolás Maquiavelo." (pág. 20 y 21. op. cit.) 

Como ya debe resultar evidente, aquí no se habla de postres, pero tampoco de Maquiavelo. Las apariencias engañan. 


Salvador Alís.

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