"Vi a un niño que llevaba consigo una luz.
Le pregunté de dónde la había traído.
El niño apagó la luz y me dijo:
<<Ahora dime tú dónde se ha ido>>."
Hassan de Basra.
En la terraza del Vulcano, al acabar la jornada de trabajo y antes de volver a casa. La ancha acera llena de hojas secas que revolotean agitadas por un ligero viento cálido tan poco común en esta época del año. Todo parece raro, hojas y viento, las luces que adornan los árboles, los clientes y los paseantes. Y yo mismo, que también me siento raro. Es lo que sucede cuando uno vive inmerso en el tiempo y no en la eternidad. La sensación me preocupa, aunque no debiera preocuparme porque la rareza es mi estado habitual. Y eso desde siempre, ahora que lo pienso.
Tres horas más tarde, el viento arrecia y suena como si hubiera entrado en locura.
Seis meses y quince días ya sin fumar, sin ser yo, siendo otro, pensando y sin pensar, sin escribir, sin dormir, sin soñar y soñando. Lo confieso, he sentido miedo al imaginar que de nuevo volvía a pedir fuego y encender un cigarrillo. Por vez primera en este logrado periodo de abstinencia, el sueño de fumar y ser, de agradecer y rechazar el ofrecimiento del buen samaritano que me acercaba la llama y me regalaba el mechero. ¿Ha sido realmente un sueño?, me pregunto, ¿o sueño haberlo soñado?
Quizá el verdadero problema no sea fumar, no encontrar respuesta válida a la gran pregunta: ¿por qué depender del humo y de la llama?, sino negar que la dependencia es inevitable, condición necesaria para vivir y morir. Y esto lo debe pensar el alcohólico que no reconoce serlo, el que toma una copa a mediodía y pierde la cuenta a medianoche.
A mi edad, y creo que merecidamente, vivo en dos casas simultaneas o sincrónicas, una espacial y otra mental, paralelas a veces y otras veces convergentes o coincidentes por capricho, que se atraen y repelen, que se adaptan a las circunstancias, que se conforman y se rebelan pero que de ninguna manera pueden existir la una sin la otra. La casa espacial, en realidad no me pertenece y es compartida. La mental es sólo mía.
Cuando se menta la casa, el tabaco o el alcohol, se impone hablar de dinero, esa abstracción. Pero mencionar el precio de las cosas que importan remite a una mala educación.
La casa espacial no me pertenece, es propiedad del banco. La mental es sólo mía. Y eso es raro. Pues siempre he pagado por el humo y por el trago, por la llave y la escalera, por la cama y la ventana, por la luz y la terraza. Pero jamás he pagado por mis pensamientos. Si por pensar lo que pienso no debo pagarle a nadie, ¿por qué debo pagar?
Lo cierto es que el dinero no compra vida sino ilusiones. Y las ilusiones son humo.
Desde que se regaron las plantas, una al menos ha florecido. La paciencia -creo haber leído no sé dónde- es un árbol de crecimiento lento y profundas raíces que con el tiempo produce bellas flores y dulces frutos.
Si esta noche hiciera balance de mi vida sin apasionamientos ni distorsiones, ¿cuál sería la conclusión? ¿Diría que el destino ingobernable ha vencido a la voluntad? ¿Que la traición superó a la lealtad? ¿Que he sido un malvado, un cobarde, un loco? ¿Que en el fondo (pero nunca en la forma) me importa todo un carajo? ¿Que aborrezco las imposiciones? ¿Que me niego a ser dirigido, aleccionado, chantajeado?
¿En qué lugar espacial o mental viven mis gatas? Y quede claro que el posesivo no se utiliza con la intención de poseer. De los gatos deberíamos aprenderlo todo: la simplicidad y la renuncia, la adaptación, la capacidad de amar sin condiciones, la verdad de ser lo que se es y nunca otra cosa, de dar más de lo que se recibe. Tan raro me parece todo que me pregunto si acaso no fui un gato en otra vida, si acaso no fui lo contrario de lo que soy, el antagonista.
Cada día que pasa me pregunto por qué no respondo a los mensajes que me llegan desde el origen de la luz, por qué deben esperar mis confusas respuestas preguntas tan claras. Por qué cierro los ojos o, en el mejor de los casos, parpadeo ante esas luces. Por qué me emocionan canciones que reclaman un acto de valentía.
Lo cierto es que la última canción ha producido rechazo. Nadie entiende mis elecciones, nadie entiende que para vivir una vida plena es preciso haber muerto previamente. Escuchar y no entender, comprender y mostrarse, desnudar la esencia y quemar el disfraz.
Si no te contesto no es por no haber entendido la pregunta. Planteas dudas y deseos. Pero las dudas son incontestables y los deseos son vanos.
Mi libro de meditación dice que "Pensar es necesario, pero no suficiente." Y dice que "La palabra no es la cosa, pero la mente va acumulando palabras y palabras. Y las palabras acaban convirtiéndose en un obstáculo." Dice: "Si nos hemos provisto contra el frío, el hambre y la sed, el resto es vanidad y exceso." Mi libro de meditación mezcla a Heráclito ("Si no esperas, no hallarás lo inesperado.") con Karl Kraus ("La meta es el origen."). Y dice además que "En este mundo de ensueño, cuando alguien cuenta lo que ha soñado, el relato también es sólo un sueño."
Mi libro de meditación, hasta esta noche noche mal entendido, contiene al menos una cita de Li Po: "Ni el agua que transcurre vuelve a su manantial, ni la flor desprendida de su tallo vuelve jamás al árbol que la dejó caer".
Como la flor es el título de una canción querida, una de esas canciones que, después de escucharla mil veces, te pueden amar o derribar, y la puedes seguir amando y escuchando pese a quien pese.
Mi libro de meditación dice: "Aprende bien las reglas y luego olvídalas." Y también: "Las flores se deshojan aunque las amemos. Las malas hierbas crecen aunque las aborrezcamos."
Juro que en estas últimas noches he intentado meditar. A oscuras y en silencio me he sentado en mi habitación mental frente a una pared supuestamente blanca. Me he dejado llevar, sin oponer resistencia al curso de mis pensamientos, dolido y agradecido al tiempo por todas las experiencias de vida que me han hecho vivir y ser quien soy y llegar a donde he llegado.
El viento no cesa en su vindicación de poder. Sopla sobre todas las cosas y suena como si tuviera algo que decir.
A quien espera una palabra clara y concisa, todo el silencio se le convierte en agua.
Si no respondo a tus requerimientos tal vez sea porque me muerdo la lengua.
No me pidas más porque más no puedo darte.
Salvador Alís.
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