I
En mitad de un párrafo, el escritor cierra los ojos. Cuando vuelve a abrirlos ha transcurrido un mes. La escritura se detuvo; los personajes se ausentaron. Durante esa interrupción cada uno se dedicó a lo suyo, dejaron de coincidir en estas páginas. El pintor pintó dos cuadros; el lector se tomó un descanso; el soñador estudió a fondo sus pesadillas.
Salvador Alís. Página 199 de Vida.
II
"Yo fui también, antaño, un columpiador de árboles;
muy a menudo sueño en que volveré a serlo,
cuando me hallo cansado de mis meditaciones,
y la vida parece un bosque sin caminos
donde, al vagar por él, siento en la cara
ardiente el cosquilleo de rotas telarañas,
y un ojo lagrimea a causa de una brizna,
y quisiera alejarme de la tierra algún tiempo,
para luego volver y empezar otra vez.
Que jamás el destino, comprendiéndome mal,
me otorgue la mitad de lo que anhelo
y me niegue el regreso. Nada hay, para el amor,
como la tierra; ignoro si existe mejor lugar.
Quisiera encaramarme a un abedul, trepar
por las ramas oscuras del blanquecino tronco
y subir hacia el cielo, hasta que el abedul,
doblándose vencido, me volviese a la tierra.
Subir y regresar sería muy hermoso.
Pues hay cosas peores en la vida que ser
un columpiador de árboles."
Robert Frost (1874-1963). Segunda parte del poema Abedules.
III
ESCRITO A DOS MANOS
Después de una larga experiencia, y sin facilitar oportunidades a la duda,
estoy convencido de tener dos cuerpos: uno débil y otro más fuerte,
uno enfurecido y otro hablador, vencido y enfermizo.
Cuando la noche está por acabar, la mano izquierda pretende ser.
Cuando el sol del mediodía se impone sobre las nubes,
la derecha no es capaz de escribir su relato.
Me desdigo de todo. Y prefiero, antes que el lápiz, el borrador de fieltro,
verde sobre verde, mentira sobre verdad.
Tengo dos cuerpos, al menos, uno cobarde y el otro medio loco;
un cuerpo que busca la sábana de franela y el otro buscando un sueño.
Y si tengo dos cuerpos, entonces tengo dos destinos.
Ninguna bifurcación es buena cuando se pretende alcanzar la señalada
meta con la rapidez exigida...
(Uno de tantos borradores de díasvolando, inacabado y no publicado hasta hoy.)
IV
UNA LECCIÓN MAGISTRAL
Duda siempre, ve adelante, vuelve atrás, ve adelante..., gira a izquierda o a derecha, sube a un árbol, a una colina, déjate llevar por un río, adéntrate en una cueva, ponle sitio a un castillo, defiende un castillo..., escribe y tacha, habla y guarda silencio, di esto y lo contrario, fija los ojos en el futuro, contempla el pasado..., siente amor y odio, no creas nada, no escuches, no te comprometas, afirma y niega al mismo tiempo..., despójate del disfraz verdadero para mostrar el falso disfraz, no duermas, descansa, sueña, no bajes la guardia. Una vida es una pintura que cambia de forma y de color a cada instante, con cada sesión breve e interminable, siempre la misma y siempre otra.
Salvador Alís. página 200 de Vida.
V
Sentado en su vieja butaca de noche, la misma que comparte con el polvo y los gatos, en realidad todo lo que escribe son cartas sin una dirección clara y concreta.
Cartas al amor y a sus amantes, a su recuerdo, a la posibilidad de haber sido y al fracaso de lo que fueron. Cartas a la querida voz del otro lado del teléfono, a la voz distante del otro lado del mar, a la voz de este lado, tan lejana, de un más allá de este tiempo y de esta isla.
Pues en esta isla, pese a quien pese, solo los gatos han sido fieles. De ahí los sellos y las miniaturas, los fotografías y los calendarios.
Un tiempo que se va y otro que permanece. Dibujos son cartas, poemas son cartas, pieles cuarteadas y cañas de bambú presas de insectos.
Ese olvidado placer del papel y la pluma, desnudarse en palabras, estremecerse en la confesión, en la confidencia y el temblor de los secretos compartidos.
Si el viejo escritor no acaba ya se debe a sus deudas: cartas por escribir o ya escritas y no selladas.
Las miniaturas compensan, los gatas en cualquier sentido. Compartir la cama con ellas no admite cotejo. Su pelaje y su pequeño calor. ¿Qué vida puede compararse?
Pero una carta verdadera, ah... ¡una carta verdadera! Cuando el tiempo se acaba...
Salvador Alís.
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