OTRA RAZÓN PARA VIVIR
Cuando era un niño subía muchas veces
hasta el tercer piso,
allí donde las vistas eran montañas y un castillo,
un campanario contemplado desde atrás
y cielos cambiantes.
Una o dos décadas después,
la mirada quiso encontrar la salida
en el complicado laberinto de su edad.
Pasados los años, dibujé el sueño infantil
y las pesadillas que siguieron.
Y ahora que sólo veo sombras alrededor de mí,
ahora me lamento sinceramente
por no haberle arrancado los ojos al águila,
las piedras a la montaña, el agua
al río y las estrellas a su noche.
De qué sirve este lamento no lo sé.
El laberinto sigue siendo lo que es, la montaña
está donde debe estar, y sigue siendo impenetrable
el castillo de la infancia.
El niño, el joven y el adulto
se equivocan cuando viven y aciertan cuando sueñan.
No hay otra vida posible. No hay
otra razón para vivir.
Salvador Alís.
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