lunes, 7 de mayo de 2018

UN SUICIDIO DE AYER

UN SUICIDIO DE AYER

Uno de los periódicos de la isla, La última hora, festejó hace unos días su 125 aniversario. Con tal motivo editó una edición facsímil de su número inaugural, fechado el 1º de mayo de 1893. Apenas cuatro páginas de contenido limitado: Editorial, Sección telegráfica, Crónica local (tres artículos y cuatro noticias breves), Cultos sagrados, Últimas cotizaciones y Anuncios. Ninguna sección, ningún artículo aparece firmado, resultando por tanto una primera edición completamente anónima. Pero algunos pasajes de la tercera entrada de la Crónica local bien podría haberlos firmado Franz Kafka (aunque por entonces sólo tuviera 10 años) o Thomas Bernhard (al que le faltaban 38 para nacer). Se titula "El suicidio de ayer". Vale la pena leerlo con atención. Y comprobar que las conclusiones de su desconocido redactor no han perdido en absoluto vigencia.


El suicidio de ayer 

   Ayer, á las diez de la mañana, se encontró ahorcado en un piso de la casa número 9 de la calle de Cestos, un individuo llamado José Costa, (a) Guidoy, 52 años, operario de una fábrica de mantas. 
   Según se dice, por palabras tenidas con el mayordomo, quedó sin trabajo el desdichado Costa, y al poco tiempo se notaron en él algunos síntomas de locura. El domingo, á las 7 de la mañana, se empeñó en que su mujer tuviera la luz encendida; y, más tarde, dijo que no se encontraba bien. Salió su esposa en busca del médico, y al regresar quedó horrorizada ante el cuadro que contemplaban sus ojos. De una cuerda muy delgada, que había penetrado ya en las carnes, pendía el infeliz operario inmóvil y sin vida. 
   A los gritos de la espantada mujer acudió primeramente el joven Busquets, dependiente del almacén de ultramarinos de D. Guillermo Más; con raro valor suspendió al suicida por las piernas por si aún era tiempo de salvarle; pero todo fué inútil. Acudió luego el comandante señor Fiol, y poco después el médico forense señor Escafí y el Juez del distrito señor Escolano. Por disposición del segundo cortó la cuerda el comandante Fiol. 
   Esta era de cáñamo, y la alcayata, pequeña, de las que valen cinco céntimos, clavada con bastante inclinación para que resistiera el peso. Se dice que colocó dos sillas, una grande y otra pequeña, con el objeto de quedar suspendido á mayor altura. La agonía fué corta al parecer. 
   Por el juzgado se hacen las diligencias necesarias para esclarecer el asunto. 
   Si la falta de trabajo produjo en este infeliz la locura primero, y después el suicidio, hay razón para pensar con tristeza que la sociedad no ha encontrado aún la fórmula de proteger á sus miembros contra la miseria y el hambre. Tan horribles sucesos debieran quedar grabados en la memoria de los que rigen los destinos de las naciones. 

Me hubiera gustado conocer al genial autor de esta crónica, conversar con él acerca de su estilo conciso y directo; y elogiar sobre todo su último párrafo, que tan sencillamente expone profecías y advertencias. Las unas se siguen cumpliendo, pues todavía, 125 años más tarde, "la sociedad no ha encontrado la fórmula..."; y por desgracia habrá que repetir las otras, pues la desmemoria es ley en "los que rigen los destinos...". 
No creo que fuese intencionado, pero en el origen de La última hora, ese 1º de mayo de 1893, se cumplía el cuarto aniversario del establecimiento del Día Internacional de los Trabajadores (en París, 1989) durante la celebración del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, y en homenaje a los anarquistas condenados y ejecutados por el gobierno de EE.UU., los pioneros que lucharon por conseguir que se estableciera como derecho fundamental de la clase obrera la jornada laboral de 8 horas. 
Esa jornada y ese derecho, que a muchos les parecerá natural e indiscutible, no viene de tan lejos, pues hubo que superar épocas y regímenes más crueles, aunque quizá no tan hipócritas: esclavismos, teocracias, feudalismos, imperios, monarquías absolutas, dictaduras de toda calaña (ideológicas, militares, racistas, de culto a un líder iluminado). Esa jornada de 8 horas, que yo disfruto siendo un privilegiado, se niega hoy a un sinfín de trabajadores que, pretendiendo alcanzarla, no la alcanzan y firman contratos a tiempo parcial claramente insuficientes para sus expectativas y sustento; y se niega igualmente a los que, contratados por 8 horas diarias, tienen que trabajar 10 ó 12 obligados con chantajes y mediante la justificación de horas extras (que a veces no se pagan), horas perentorias de obligado cumplimiento o hábil manejo (por parte del contratista) del argumento de la productividad. ¿Qué decir entonces de los que no tienen trabajo? ¿De los que no lo encuentran o lo pierden? ¿De los que no tienen esperanza de encontrarlo? 
José Costa, operario de una fábrica de mantas, se volvió loco y se suicidó en 1893 a causa de haber perdido su trabajo. Recientes son todavía las noticias de personas que al ser desahuciadas, al perder sus casas, optaban también en España por el suicidio. Pero el suicidio, popularizado en la cultura europea desde 1774 como el Werther-Fieber (un suicidio romántico), a partir de la publicación de Las penas del joven Werther de Goethe, parece hoy en día un tema secreto o, al menos, restringido al ámbito del acoso escolar. Que los motivos del suicidio son tanto externos como internos es de sentido común. ¿Pero por qué se suicidan tres veces más los hombres que las mujeres? La esposa de José Costa también se debió ver afectada por la pérdida de trabajo de su marido y, en lugar de matarse, gritó; en lugar de enloquecer, pidió ayuda y fue a buscar al médico. 
(Por norma general) El hombre mata y se mata. La mujer tiene hijos y los protege; vive más que el hombre. Todo esto da qué pensar. 

Salvador Alís.

  
   

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