"No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos
y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco,
que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca, se enciende."
Eduardo Galeano. El libro de los abrazos. Siglo XXI. 2007. Pág.: 1 (página primera).
I
Al principio un fuego pequeño, no mayor que la llama de una cerilla.
Luego crecí, me hice grande, más grande,
hasta igualar a un sol fanático y laborioso que ciega con su luz.
Y como un sol ardí hasta consumirme,
pasé del rojo al naranja, del naranja al amarillo,
me volví frío, azul o blanco, concentrado y empequeñecido
hasta regresar a mi origen. Finalmente, al desaparecer,
pude llevarme todo el fuego conmigo.
II
A otros fuegos distintos, cercanos, lejanos, crepitantes o insonoros,
visibles en su viveza y escondidos en su humo,
los vi de cerca y de lejos, creí entenderlos o no, los amé,
los ignoré, los aparté de mí, y siempre ardí sin tenerlos en cuenta.
No competí con ellos, a pesar de que algunos me buscaron.
Mis llamas se han bastado a sí mismas para ser.
No hay fuego real y verdadero que necesite otro fuego,
otra luz que lo alimente, otro calor que lo prenda.
III
Repele mi fuego a la mano porque arde, al labio por su contacto,
al oído quizá no, al ojo ni mucho menos.
Se arriesga quien se aproxima a mi hoguera,
pues mi hoguera no es hospitalaria, y tomando todo acercamiento
como una posible amenaza, al defenderse, ataca
con sus innumerables lenguas afiladas de filos incandescentes.
Pero sucede que al alba mi fuego se apacigua, se duerme,
y entonces soy vulnerable.
IV
¿De qué fuego estoy hecho? -me pregunto.
Pero en este teatro la cortina no se abre, la función no comienza.
Conoce a la perfección su monólogo y su papel el actor.
Hay velas encendidas en todos los ángulos. La luz se apaga.
¿De qué fuego estoy hecho? -me pregunto.
Un enmascarado que me suplanta incendia el escenario,
sus palabras no son las mías. Un brillante foco como sol enfurecido
deslumbra, anula y desconcierta. Pone el punto y el final.
Salvador Alís.
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