LA PALOMA
Si tuviera entre mis manos una paloma mensajera
le ataría a una de sus patas,
sirviéndome de un delicado hilo de seda,
un pequeño trozo de papel, blanco y fino, que no pesara,
con tu nombre escrito, con mi nombre, y apenas
dos o tres palabras que entendieras.
Sé que la distancia le importa a la paloma,
no tanto a mí, que quizá rehusara emprender el vuelo,
y entonces nada tendría sentido por imposible,
y habría que pensar otros caminos.
Hablarte al oído ya lo hice, y si ahora es o no es posible
no depende de nosotros, pues hablamos para un satélite
que tiene que reflejar y encauzar nuestras voces.
De igual manera, lo escrito sobre una pantalla
tiene que abrirse paso sorteando los obstáculos
del laberinto invisible donde todo pretende
llegar cuanto antes a su destino.
Recuerdo aquellos tiempos donde este juego se jugaba
a una carta, con sellos multicolores,
matasellos monocromos y algo de paciencia,
donde el compromiso de la espera y del encuentro
se establecía de palabra mucho antes,
donde el azar reinaba más personalmente
y un cielo nublado no le ponía trabas al amor.
Si tuviera una paloma entre las manos, tal vez
yo fuera el mensajero y tú la paloma, y entonces...
Salvador Alís.
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