miércoles, 11 de octubre de 2017

ANARQUÍA

ANARQUÍA

A los 17 años me sedujo la anarquía, ni dios ni patria ni rey.
La familia también pudo ser una camisa de fuerza que yo no deseaba.
Me ofrecieron armas de fuego, pero las rechacé.
Me alegra haber leído a Gabriel Celaya y a León Felipe en la cárcel.
Me alegra que confundieran mis intenciones César Vallejo
y Miguel Hernández. Así cambié las balas por los versos, la sangre
por el pensamiento. Y así pensando y sintiendo abrí los ojos
y vi el mundo: los prostíbulos de carretera con sus luces y sombras,
y con sus luces y sombras los cuarteles de Córdoba y Sevilla.
Abandoné la Universidad por un cuento no valorado,
pues mi profesor de literatura menospreció mi obra maestra.
Me alejé de mi pueblo porque no quise jugar al estúpido juego
de la intolerancia. Les hubiera roto las piernas
a los maestros y a los curas, a los especialistas en la mentira,
a los expertos en política y gimnasia, a los eternos cotillas,
a los chivatos, los que buscaban un placer extraño
señalando con el dedo. Pero murió en un accidente de tráfico
mi adorada profesora de filosofía, y escapé a tiempo del castillo
de esa infancia y juventud marcadas. Tricornios en la noche
interrumpieron los besos y las caricias. Y una madre insomne
y creyente quiso que yo creyera tantas fantasías imposibles.
Mi primo con bigote y mi amigo con pistola, no se ha escrito aún
su historia. Yo anarquista cultivado y ellos a lo suyo.
Cuando aprendí que la poesía era un arma cargada de futuro,
cuando amé de veras e intuí verdaderamente que mi destino
era odiar toda imposición, entonces la Virgen se me apareció
en una flor de cannabis y me reveló que todo es humo.
Anarquista hasta los huesos, mi provocadora se casó
con el hijo de un capitán. Y policías uniformados
me detuvieron para no obtener de mí otra cosa que el silencio
que se rebela, interroga y cuestiona todas las acciones humanas.
El ejército, sí, me fascino. Esa cuadrícula y esa matemática.
Diez filas y diez columnas, mil peones de ajedrez cayendo
por el suelo somnolientos, borrachos y derrotados
por la disciplina, mientras el rey y la reina, mientras el alfil
y el caballo, mientras la torre se erguía no cuestionada.
A fuerza de repetirme, repito la canción que ahora escucho.
Se habla tanto estos días de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Opiniones diversas a favor y en contra, llamamientos
a la moderación, al respeto, al equilibrio, y muchos que se oponen
y dicen: fuera, entre tantos la juventud airada ¿sin futuro?
Lo que al parecer nadie entiende ni señala
es que la simple existencia de fuerzas armadas
en cualquier sociedad humana significa el fracaso de esa humanidad.
En el mundo soñado por este anarquista ingenuo,
la presencia de policías, guardias civiles o llámese como se llamen,
militares en general, fornidos garantes de la seguridad
o mujeres nerviosas cuyas rubias coletas destacan
sobre uniformes negros,
sólo representan la barbarie donde el pensamiento ha fracasado.
No tengo patria que adorar, no doy gracias a nadie por mi lengua
porque mi lengua se hizo a la contra, reniego de mi pueblo
y sus asuntos. Naciones me son indiferentes, y dependencias
lo mismo que independencias. No me sujeto a ninguna ley,
las sufro como mal menor. No beso ninguna bandera.
No soy partidario de ningún partido. No creo en ningún dios.
Si un pastor en su montaña pierde una oveja, lloraré con él.
Si a un desplazado le duele el alma, a mí también me dolerá.
Si a un verdadero poeta se le enjaula, compartiré su encierro.
Pero no me tomen por idiota. Hace décadas que aprendí
que las armas únicamente valen para dar alas a la libertad.
A veces la libertad, por hastío, por cansancio, se aleja volando,
y entonces los cazadores disparan desde atrás.
Pueden acertar o errar. Si no dan en el blanco y la libertad se irrita
puede ésta darse la vuelta y caer en picado sobre su ataque.
No pertenezco a nadie ni a nada. No me impongan un sí o un no.
Tan legítimo es mi derecho a discrepar de unos y otros.
Mi dios son los dioses todos y ninguno, mi patria
es el destino de mis vacaciones, mi rey es el innombrable.


Salvador Alís.

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