LLAMADA A MEDIANOCHE
A las doce en punto, hora local, recibo una llamada
desde San Juan de Puerto Rico. Una llamada en presente
pues la comunicación es simultánea, a pesar
de las seis horas de diferencia y los veintisiete años
que separan nuestras palabras de hoy y de ayer.
La voz, al otro del teléfono, suena como un violonchelo,
grave y profunda. Y esa voz habla en la oscuridad.
Todavía sin luz, sin un ventilador que mueva el aire,
ha marcado mis números a las seis de la tarde.
Nuestra conversación dura una hora y diecisiete minutos,
y luego aquí comienza a llover.
Me dice que ha soñado con nosotros, y yo le digo
que he soñado con ella tantas veces. ¿Cómo descifrar
los sueños de una vida en poco más de una hora?
Hablamos de perros y gatos, de huracanes e independencias,
de amistades perdidas, de salud y enfermedad,
de viajes posibles, de encuentros deseados,
de cementerios, prisiones y amores del pasado.
Hablamos de lo cotidiano y lo esencial,
pero a mí, no sé a ella, me tiembla la voz. Mis vocales
se interponen ante mis consonantes. Dos almas hablan
como hablaron sus manos, tímidas y experimentales,
con las primeras caricias. Todo este temblor se acabaría
si pudiera abrazarte como entonces, cuerdas sonoras
pulsadas para decir y trasmitir que sólo el amor importa,
y que el verdadero amor trasciende el tiempo.
Te quiero igual que entonces. Tu voz en esta noche suena
como sonaba tu piel en aquellos lejanos días.
Parece que los años no cambian las intenciones vitales,
las certezas, los destinos ocultos bajo los destinos.
Aprendí de ti a no renunciar, a no negar lo que siento,
a no olvidar lo que importó tanto y tanto significó.
No soy, no eres, no somos los mismos que fuimos
en aquella habitación empapelada de humo y de deseos.
Pero somos tú y yo, y hablamos y nos reconocemos.
En algún lugar de mi casa hay una caja de cartón
que contiene mis primeros escritos. En ella debe encontrarse
un cuaderno y en el cuaderno un poema. Lo escribí
la primera mañana, al despertar, después de dormir contigo.
La vida que vivimos no se agota en nuestro vivir.
Pero tal vez haya un futuro posible, un día para el encuentro
y la emoción, tan lejos de nuestro mundo anhelado, tan cerca
de nuestras ideas y esfuerzos, donde podamos ser
o sentir que somos las semillas de ese futuro.
Y que nada fue en vano, que nuestros abrazos
sirvieron para esto, para decir sin miedo y en voz alta
que el amor puede y debe perdurar y alzarse.
A las doce en punto, hora local, recibo una llamada.
No más temor, más amenazas. Tu voz dice que esta noche
es el inicio, el amanecer de un nuevo día.
Salvador Alís.
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