CONTRA EL TERROR
La canción podría titularse "Dios salve a la reina";
otros imperativos la titulan "Terror en Londres".
El estribillo es conocido: "Cuando uno llega a casa,
después de una fatigosa jornada de trabajo
en el caótico aeropuerto de Son Sant Joan...",
cumplida la medianoche, luego de la necesaria ducha,
los espárragos y el pez espada, anhelando no pensar y relajarse,
las noticias en la televisión pretenden ser inquietantes,
y entonces la letra y música de la canción
se vuelven falsa bandera o simulacro.
El terror no consiste en que un caballo desbocado
arrolle a la multitud que lo jalea, incita o enerva.
El terror es una clara invención de los fantasmas que no existen,
como no existen los muertos, víctimas excelsas
que de este mal se duelen hasta el hastío.
No se muere nadie de nada sino de miedo.
El cáncer de uno es el pánico de otros, un proyecto avanzado,
las manos sobre la cabeza y desfilando por las aceras.
Policías uniformados con las manos vacías ordenan
"cuerpo a tierra"-, órdenes absurdas que los temerosos
se apresuran a obedecer. El ensayo general
resulta exitoso: se cumplen las normas, se asimila el temor
y nadie se siente menos que nadie en un mundo gregario
y cobarde. La gran amenaza son tres asesinos armados
con cuchillos de quince centímetros (¿quién los ha medido?).
Primero atropellan con una furgoneta blanca de gran tamaño,
la más mortífera de las armas, y en su lógica inversa
luego atacan cuerpo a cuerpo y se funden con la noche.
El estribillo es conocido: "Pendientes del fútbol, los goles
y la victoria, atemorizados ciudadanos
de nuestras prósperas ciudades,
dejando atrás sus cervezas calientes y sus disfraces...",
corren a esconderse en los contenedores de basura
donde se sienten seguros; si Mister Trump decide que EEUU
incumpla los protocolos para frenar el cambio climático,
entonces ¿cuántos millones se verán afectados?
No se trata de dólares ni de euros sino de seres humanos.
Que las fronteras hablen de su terror,
que los cementerios marinos hablen de sus muertos,
que los desiertos cuenten sus huesos,
que las selvas guarden sus machetes, que los campos
de refugiados colapsen y desaparezcan. No hay futuro.
La muerte en sus alturas, soberana de gobiernos y ejércitos,
se ríe en esta noche a carcajadas, cumplida pues
su estrategia fácilmente, sometida la City a sus caprichos,
ensayo general para quién sabe qué designios.
El anuncio de un cáncer no significa muerte sino miedo.
Pero es sabido que se muere de miedo y no de cáncer.
No seré yo quien lo desmienta.
Moriré por lo que deba de morir más sin temor alguno,
pues hace tiempo ya que me preparo, consciente
de que, igual que tuve que aprender a vivir en soledad,
deberé aprender sin ensayos previos el arte de la despedida.
¡Qué triste mensaje el de esta noche! Cobayas o simples conejos
deben correr a sus madrigueras, no opongan resistencia,
no se enfrenten, no negocien, apaguen los móviles,
contacten con la policía. El número ¿es seguro?
Sientan el miedo como sienten el calor del verano anticipado.
Y si desean relajarse, viajen a Mallorca, isla acogedora.
Salvador Alís.
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