domingo, 1 de enero de 2017

LA CAJA VACÍA (PRIMERA PARTE)

LA CAJA VACÍA (PRIMERA PARTE) 

Supongo que cuando abandone la caja en la que estoy metido (encerrado) más de uno respirará aliviado. Lo que algunos ignoran (puesto que otros ya lo saben) es que mi alivio sera mayor. 

Esta caja de la que hablo no es la única caja que existe; en realidad, lo cierto es que cajas más grandes contienen cajas más pequeñas que a su vez contienen cajas..., y así en ambas direcciones. Muñecas rusas sin importar (¿o sí?) en cuál de ellas estamos. 

Lo cierto, en realidad, es que podemos estar metidos (encerrados) en varias cajas a la vez, y que salir de una no significa salir de todas, liberarse completamente. 

La libertad no depende de la caja concreta (ni de las cajas plurales) sino del ocupante. No depende del espacio (ni tampoco del tiempo de permanencia) sino de la actitud. En mil cajas a la vez puedo ser libre mientras tú (el otro) en una sola caja te sientes limitado. 

En mi casa hay decenas de cajas sin abrir (¡quién sabe lo que contendrán!). Hay otras que abro de tanto en tanto (pueden transcurrir años entre las contemplaciones), porque olvido (y vuelvo a olvidar) lo que contienen. 

De la caja de este mundo no se salva nadie. Que levante la mano quien, nacido aquí, no muere aquí. Pero los muertos no pueden levantar la mano. Que levante la mano quien no se sienta clasificado en su correspondiente caja: estadios de fútbol, discotecas, salones de juego, cadenas y series de televisión, ciudades sitiadas, naves extraterrestres, signos del zodiaco, barrios de chabolas, cruceros en el mar, bares de mala muerte, fábricas de relojes desajustados, fronteras inabordables, fanatismos, templos vigilados por dioses de piedra caliza y de madera policromada y de mármol y de plástico, redes sociales, partidos políticos, clubes de alterne..., y un largo etcétera imaginable. 

Algunos nacen en estas cajas y mueren en estas cajas, es decir: que no salen nunca de ellas; otros migran de caja en caja; otros son atrapados por más de una caja; unos cierran cajas y otros las abren. 

Hay cajas donde no cabe una mosca y otras casi desiertas; hay cajas de soberbia y de humildad; hay cajas conquistadas por la fuerza y otras donde se refugian los que pueden. 

En una caja no hay nada; en otra, todo. En una caja hay un poema; en otra, un látigo. En una caja se encuentra una carta abierta para un ángel; en otra, un par de simples alas. 

Lo imperdonable es que, si usted encuentra la forma de salir de su caja, deje atrás a los que (hasta el momento de su fuga) compartían esa caja con usted. 

Comunicar el hallazgo es pasar de una caja a otra de manera sucesiva, e incluso simultánea. 

En muchas cajas hay una sola voz y en algunas cajas hay muchas voces que hablan a la vez. 

En muchas cajas hay muchas orejas que no escuchan y en una sola caja hay una oreja enorme que lo oye todo (¿cuál es la diferencia entre oír y escuchar?). 

No por curiosidad ajena sino por interés propio, mencionaré de pasada unas cuantas de mis cajas: 
La caja pintada o en trance de pintarse. 
La caja que mueve libros de un lugar a otro. 
La caja que guarda objetos inútiles del pasado. 
La caja de las palabras no nacidas. 
La caja de las palabras tachadas. 
La caja llena de piezas de metal (tornillos, clavos, hebillas de cinturón, remaches, hojas de navaja, plumillas para la tinta china y el zumo de limón, bronces, cobres, plomos, ganchos de hierro oxidado, tubos de aluminio, monedas de níquel, de plata y de latón...). 

Hay cajas livianas y cajas pesadas. Mi ángel de la guarda (reminiscencia de una infancia influida) bate las alas fuera de mi caja. ¿De qué sirven plumas tan brillantes y coloridas, de qué sirve tan frenético batir si tus alas no salen de tu caja y se dejan ver? 

Los fuegos artificiales (o fuegos de artificio) iluminaron ayer el cielo. 

Los que pretenden controlar las cajas no controlan una mierda (ni siquiera su propia mierda). Hay cajas por todos lados, unas quietas y otras disparatadas, unas que saltan sencillamente y otras inmersas en un triple salto mortal. 

Los gatos, en general, temen esas luces y esos ruidos, pero ayer -la última noche del 2016- ni Lolita ni Nube ni mucho menos Sombra manifestaron un temor incontrolable (ya deben haberse acostumbrado). La caja de nuestras gatas es nuestra casa. Y no obstante, ellas siempre prefieren jugar con cajas de cartón. 

Una caja puede ser una botella (de vino), una lámpara (de Aladino), la expresión de un tramposo que se burla de otro tramposo, una noche entre mil, la última noche del año. El vino de esta noche ha sido un Brunello di Montalcino del 2011 (de momento no hay fotografía pero puedo jurarlo). 

Estas cosas y otras muchas contienen las cajas que contienen nuestras vidas y destinos. Algunas cajas tienen letras y números que las identifican; otras permanecen en el anonimato (no se expresan, no se abren). 

Una caja contiene a un anciano de 91 años (seis al revés es una marca de vino) que frecuentó a los 30 una escuela de Karate Do. En la mano vacía del anciano está la posibilidad de abrir esta caja. Pero el cansancio, la fatiga, la decepción y la repetición... 

La caja que se abre esta noche para los pocos que aún mantengan los ojos abiertos es, sin duda alguna y por encima de todo, una caja vacía. 


Salvador Alís. 




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