CATA A CIEGAS
Hoy he participado en una "cata a ciegas": tres vinos tintos cuyas botellas, enfundadas en una especie de ajustados guantes negros, no ofrecían ninguna información de sí mismos. Los vinos guardan silencio, mientras los participantes hablamos de ellos y, a la vez, no de manera sucesiva en el orden de lo expresado sino de manera simultánea, hablamos de nosotros, pues cada adjetivo y descripción de los vinos nos adjetiva y describe.
Éramos tres los participantes y cuatro gatos los espectadores. La noche suave tenuemente iluminada como telón de fondo. Sobre la mesa de cristal (sobre madera), lo elemental: las botellas de vino numeradas, una tras otra, las copas, el pan, los quesos.
Cada botella contiene un sueño. Describir cada vino es descifrar un sueño, el relato de ese sueño. Hablamos de colores, de aromas, de frutos del bosque, de compotas, de viajes, de gatos vivos y gatos muertos, de frescura y acidez, de paisajes, carreteras y castillos, de lágrimas de alcohol y de futuro.
En una "cata a ciegas", los ojos importan, pero menos que los sentidos del olfato y del gusto. Lo que se oculta no puede ser descubierto sólo con la mirada (por mucho que la mirada sea necesaria como agente emisor o, mejor aún, como transporte de la información desde la botella hasta nuestro cerebro).
Tras la "cata a ciegas", abro otra botella. Esta botella es diferente, tiene etiqueta y mucha información pero está vacía. Es una página en blanco. Quizá las palabras ya estén escritas y mi tarea consista en volverlas visibles. ¿Cómo describir un vino que no se bebe y, por tanto, no tiene olor, sabor ni color, es decir: no existe? ¿Cómo describir lo inexistente a través del cristal de la botella y una etiqueta que ya describe lo inexistente?
Hace unos días anoté algo que debía recordar, con tinta azul en un pequeño trozo de papel verde de baja calidad. Lo que resultó puede ser un breve poema:
Si el papel no es bueno,
si la tinta se ha secado o no fluye como debiera,
si se toma la pluma con la mano equivocada,
si la luz se apaga o se impone la ceguera,
si se ha perdido la memoria o la esperanza,
si el reloj de muñeca ya no funciona,
entonces no se escribe o se escribe mal,
entonces la carta no llega a su destino.
Leer un poema, leer una página escrita (que antes no era visible y ahora lo es), leer un libro completo, leer una biblioteca..., no es lo mismo que oler un vino, saborear un vino, acabar con una botella, ser un bebedor apasionado o un alcohólico. El olfato entiende el poema, el gusto comprende la página escrita (su elaboración y su estilo), la mirada se fatiga al leer el libro de principio a fin, los ojos se quedan ciegos antes o después de que la biblioteca haya pasado o esté pasando ante ellos.
El libro inencontrable de Jean Frémon, Louise Bourgeois. Mujer casa., fue por último encontrado. Lo voy leyendo poco a poco durante estas noches, unos minutos cada vez antes de conciliar el sueño. En cierta ocasión -cuenta Frémon- L. B. colaboró con Arthur Miller ilustrando un relato suyo con diez grabados que representaban flores. Pero fue más allá, también modificó el texto: "subrayó todas las expresiones relacionadas con la visión o el ojo. Cada vez que a lo largo del texto encontró la palabra ver, la palabra ojo, la palabra lágrimas o alguna otra de la misma familia, mirada, visión. etc., la subrayó y pidió que imprimieran en rojo el grupo de palabras o la frase, el resto fue impreso en un bonito gris." ¿Por qué el rojo y no otro color? En el libro de Frémon se cita también una nota del diario íntimo de L. B., donde explica lo que para ella significa este color: "sangre, dolor, violencia, peligro, vergüenza, celos, reproches y remordimiento".
En una "cata a ciegas" no se tienen los ojos vendados, simplemente la botella no se ve, está enfundada en un guante negro para una mano de un solo dedo cuyo extremo ha sido cortado. El color rojo cereza o picota, los ribetes violáceos, las lágrimas transparentes del vino, se ven apenas bajo una luz eléctrica apaciguada y tres velas de parafina sobre la reja cubierta que separa la estabilidad de la terraza del abismo de la calle.
En las tres botellas de vino, que contenían caldos oscuros, frescos y complejos, el color rojo tiene otras interpretaciones. Si me hubiera mordido la lengua cada vez que he hablado para arrepentirme después, no tendría la boca llena de sangre, ya no tendría lengua. Antes de la cata, hemos comprado libros en un almacén (entre ellos una estimable edición de Borges, La rosa de Paracelso, publicada por Swan en 1986). El viejo propietario (que sumaba precios mediante el antiguo método de escribir las cantidades con un bolígrafo, sobre un papel cualquiera, y proceder en vertical) quizá esté vendiendo su biblioteca, su casa, su celda, todo lo que pesa sobre él como vida, como historia, como memoria.
Ellos quieren tener un hijo, renovar la vida, y eso me llena de extrañas contradicciones. De un lado de la balanza, más elevada por su menor peso: mi pesimismo ante el futuro, mi deseo de soledad fruto de los avances escépticos y la persecución del ascetismo, etc. Del otro lado, más próximo al suelo por su mayor peso: la posibilidad de que esa renovación, ese hijo, esa vida, sea una línea trazada para que yo me olvide de mí mismo, de mis máscaras, y sienta una nueva alegría, otra confianza en el futuro, otra responsabilidad.
En estos días los abrazos se suporponen a las dificultades. Sabemos que la línea no la traza la sangre sino el amor. Y por eso yo -como Paracelso en el relato de Borges- quisiera poder volcar en la concavidad de mi mano la ceniza de la rosa quemada, y decir una palabra, y conseguir que vuelva la rosa.
En otro de los libros comprados la tarde que precedió a la "cata a ciegas", en el prólogo de un pequeño volumen encuadernado en verdadera piel de color verde oscuro, Ricardo Majo Framis pregunta: "¿Cúal es la cuestión selectiva que se plantea el autentico lector literario? Entendemos por lector literario aquel que por horas, más o menos tasadas, de sus ocios intelectivos, lee para su propia enseñanza, sin sistema -compréndase bien-, y para su deleite."
"Una cata a ciegas" es la lectura de una botella no escrita, de un vino sin palabras. Los espectadores son cuatro gatos, y no hacen otro comentario (ni gritos ni aplausos ni desinterés ni entusiasmo ni protesta) que no sea el de sus posturas y posiciones en el espacio de la terraza. Los participantes jugamos a asociar colores con otras palabras, el rojo con familia, energía, fuego, anticipación, exhibición, libertad, perdón y paz.
Las palabras se hacen descubrir como los vinos, se huelen primero, se saborean después, se vuelven a oler, se agitan en la boca y tiñen la lengua, se ingieren, se digieren, entran en la sangre, llegan al cerebro (y en ese lugar renacen como flores) y se abren como rosas. Cuando voy leyendo lo que escribo, subiendo o bajando las líneas de la escritura como si fuesen los peldaños de una escalera, pienso que esa escalera no tiene altura y tal vez no tenga ni comienzo ni base. ¿Adónde quiero llegar?
En una hoja de papel en blanco se anotan las sensaciones del vino: su color, sabor, olor, graduación..., y se trata también de averiguar la crianza, la añada, la uva, la tierra... y otros datos de interés. Cuando los guantes negros de las botellas son retirados, las coincidencias son insignificantes.
En la vida (o en el vivir) se procede de manera similar: leemos y anotamos hojas en blanco, tratamos de establecer nuestra descripción del Mundo, juzgamos al final si nos hemos equivocado o, por el contrario, hemos vivido de acuerdo a nuestros hechos y nuestros aciertos.
La vida me aleja de unas botellas y me aproxima a otras (botellas y vidas que se confunden, llenas y vacías). La vida me recuerda constantemente que unas vidas se separan de otras que a su vez se acercan a otras. Y así entiendo que el vivir modifique las relaciones, soporte un tiempo su desaparición y para siempre su olvido, y se alegre ante lo nuevo, lo que nace o está por nacer.
Cuanto más porcentaje de alcohol tiene un vino más rápidamente se deslizan sus lágrimas por la pared (única y curvada) de la copa. Si las palabras son cada noche -sobre todo en las "catas a ciegas"- más claras o más oscuras, más abundantes o más escasas, ¿qué repercusiones tendrá eso en la modificación de las relaciones?, palabras oscuras y abundantes ¿crecerán como distancia entre vidas cercanas?, palabras claras y escasas ¿fortalecerán los vínculos? ¿Y por qué importan las palabras?
El vino rojo es energía. El vino blanco es frescura amarilla. Los participantes de la "cata a ciegas" emprenderemos viajes distintos para encontrarnos: la Toscana y Cerdeña. Mientras dure su ausencia, algunos días yo cuidaré de los cuatro espectadores (Aria, Vela, Eco y Cara), que me invitan a la caricia y al juego pero también al respeto.
Quizá a fuerza de forzar nuestra descripción del Mundo hemos olvidado lo esencial: buscar el lugar del gato, adoptar la posición del gato, ser un gato. Las listas de palabras, las hojas cuya escritura invisible ha tenido que ser devuelta a la mirada, son igualmente una línea (bastan dos puntos) cuya dirección no podemos conocer de antemano.
¿Quién controla las palabras tiene miedo a las palabras? Se secuestra una palabra y se la hace hablar de otra manera. Se arrebata una vida y esa vida ya significa otra cosa. ¿De qué color serían entonces el arrebato, el mensaje, el miedo?
Disculpen los lectores de "sistemático estudio" que no les pueda ofrecer la lectura del "universo todo", del "destino, nuestra inserción en el cosmos y el por qué de nuestras vidas" -según Framis. Todo cansa y la vida no iba a ser una excepción. Para los ocasionales y más comprensivos: el día que no sea capaz ya de escribir una palabra, hacer un dibujo en el papel o en mi mente, ese día seguramente habré iniciado el viaje llevado por el río que no desemboca en el mar.
Después de la cálida y feliz noche en la terraza, acabada la "cata a ciegas", las nubes iracundas, los truenos, los relámpagos no han cesado en dos días. Pero la lluvia es necesaria.
De tercer libro comprado al viejo que vendía su vida (su historia o los resíduos de su historia), La voz de Octavio Paz, este corto y contundente poema que siempre me gustó tanto:
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
En un impulso he comprado esta tarde en otro almacén una mueble con puertas de cristal para mi colección de gatos en miniatura. Esa línea es una flecha que avanza con absoluta determinación hacia su diana. Fragmentos de Hermann Hesse también fueron comprados, bajo el título Mi credo, por ejemplo éste: "La lectura no es fácil, y muchas veces se tiene la sensación de respirar un aire extraño cuya composición es distinta del que necesitamos para vivir."
Según Hesse, seguidor de Confucio: "No me preocupa que los hombres no me conozcan; me preocupa no conocer a los hombres." Dejamos, sin embargo, sin comprar algunas excéntricas palabras de César Vallejo: solo dice la verdad el que miente -o algo parecido.
La reflexión final se impone: ¿acaso mentir y decir la verdad tienen algo que ver o son conceptos opuestos? La escalera no tiene altura, no tiene comienzo ni base. La "cata a ciegas" fue verdad, todo lo demás es mentira. La verdadera verdad y la verdadera mentira ¿no son intercambiables por la falsa mentira y la falsa verdad? Alguien se aleja y alguien se acerca, pero el Yo permanece inmutable.
Salvador Alís.
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