jueves, 9 de junio de 2016

LA CONFESIÓN

LA CONFESIÓN

¡Pobres ingenuos los que creen que su realidad es la realidad, no sabiendo distinguir su mano izquierda de su mano derecha, no sabiendo -por pereza- que lo que está fuera de su ser no lo contiene su ser, ignorando y negando que en sus cabezas reducidas los impulsos eléctricos no alcanzan por dejadez a iluminar siquiera un instante, un solo instante que pudiera llamarse conexión!

Mi realidad se compone de pequeños fragmentos de irrealidad, hechos ciertos mas absurdos, hechos que nada tienen que ver con lo que a todas luces es compartido y consensuado como lo existente, lo que tiene lugar y espacio para suceder e impregnar a los ingenuos y otorgarles fundamento y un supuesto sentido.

Cerré la puerta de la habitación de la escritura, hace días la cerré, pues acumulaba polvo, diminutos ácaros monstruosos, y en tales condiciones la estilográfica era incapaz de deslizarse sobre el papel, sacudida en la mano, al final del brazo, cargada con la espesa tinta contenida en mi pecho, por las toses recurrentes y los recurrentes espasmos.

Y no obstante seguí leyendo, forzando la vista con placer y con intenso deslumbramiento. Acabé La última posada y comencé Diario de la galera; interrumpí el Diario y compré Yo, otro. Kertész va deparando sorpresas. Y entremezclé esta Crónica del cambio con las Obras Completas de Santa Teresa de Jesús.

"La confesión es para decir culpas y pecados y no virtudes, ni cosas semejantes de oración, si no fuere con quien se entienda que se puede tratar..."
"No es ninguno tentado más de lo que puede sufrir."
"Morir y padecer han de ser nuestros deseos."
(Teresa de Jesús. op. cit. Aguilar. 1942. Pág.: 639.)

Cuando uno llega a la absoluta convicción de que sólo queda un tema acerca del cual escribir, la gran duda hace acto de presencia y paraliza. Escribir ¿para qué? ¿para quién? ¿por qué motivo y con qué finalidad? Escribir para otros, para ser leído, es vanidad; y uno ya conoce hasta la saciedad todas las preguntas que se formula. Llegados a cierto extremo, uno conoce de antemano las respuestas y solamente se entretiene en elaborar las preguntas correspondientes.

Una escritura enferma, fruto de una mente enferma, de una educación enferma, de una sociedad enferma, de una historia enferma. Y sin embargo: esa escritura como diagnóstico y relato directo de la enfermedad.

Teresa de Jesús sabía sin lugar a dudas cuál era su mal y su bien, cuál su camino y cuál la solución final. ¿Lo supieron los directores de Auschwitz (Höss, Liebehenschel y Baer)? ¿Lo supo Andreas Lubitz, el copiloto del vuelo 9525 de Germanwings? ¿Lo llegó a saber el asesino de la isla de Utoya, Anders Breivik, que -según un testigo presencial- llegó a decir mientas disparaba indiscriminadamente: "debéis morir, debéis morir todos"?

Los mediocres escritores que se ocupan del argumento del desgobierno de este mundo, no de este país, ni de esta civilización, sino del propio mundo entendido como planeta. La corrupción económica, tan citada y aireada que ya produce náuseas -conviene no olvidar que tiene su raíz en la corrupción moral, y que en la corrupción verbal tiene asimismo su espejo.

De vez en cuando (no con la frecuencia que necesitarían) cepillo a mis gatas y les corto las uñas. Hoy he pasado el aspirador por el lomo y los bordes de mis libros. Polvo y ácaros desapareciendo por la boca del tubo de acero que conduce a un depósito secreto. Gatas y libros se quejan pero, en el fondo, lo agradecen. Eliminar pelos muertos y pequeños monstruos comedores de papel, es relativamente fácil. Más complicado será cortar las uñas de los libros, de ciertos libros que poseen garras.

Estoy lleno de arañazos. La piel tatuada por un fino entramado de lecturas; el alma tatuada por una compleja e imborrable escritura que escribe sobre lo escrito y sobre lo escrito vuelve a escribir.

Dice Kertész: "Decir que el mundo no puede entenderse por el mero hecho de ser incomprensible es opinión superficial. No entendemos el mundo porque no es ésa nuestra tarea en el mundo." Entonces ¿cuál es nuestra tarea?

Cuando hago un dibujo a solas, lo que siento se expresa directamente sin otras distorsiones que la superficie, el instrumento, la luz, el tiempo, la posición y la energía. No hay espectadores. No hay influencia. Para el acto de escribir debería uno regirse por las mismas condiciones. No aspiro a tener más lectores que los que tengo: yo y yo mismo. En el momento en que pienso en un tercero ya nada es igual.

Mis tres gatas, mis fieles acompañantes nocturnas, desprecian todo lo que sentimental o intelectualmente voy construyendo a partir de fragmentos irreales. Ignoro si saben leer (aunque sospecho que sí saben); en todo caso se erigen como personajes de la escritura permaneciendo ajenas a la narración. Creo que, en ese aspecto, superan con creces el misticismo de Santa Teresa. Contemplan la escritura pero no se dan por aludidas, no se implican, no opinan, no se dejan impregnar.

Entraña gran responsabilidad escribir para otros, para ser leído por ojos no tan fatigados como los míos. Gran responsabilidad confesar que todo ha sido (y es) un simple juego. Que si he "entendido" a Kertész desde la fiebre, igualmente "entendí" a Kafka desde la fiebre. Que ahora, desde la absoluta convicción del tema único que nos ocupa, me atrevo a afirmar que Santa Teresa de Jesús anticipó a Kafka: "Harto me he divertido, más importa tanto lo que queda dicho, que quien lo entendiere no me culpará."

¡Pobres ingenuos los alienados por el sistema, ese corpus interesado y tergiversador que basa su potencia en el miedo, en la preferencia de lo siempre igual, en la repugnancia a lo diferente, en el rechazo al riesgo y la improvisación! Kertész se atreve a usar el gran estilo de Thomas Bernhard en el segundo intento de La última posada y, a pesar de ello, sigue siendo Kertész. No aclara, porque no desea aclaración, si realmente cree en dios, si el árabe es el enemigo de Europa; no justifica por qué acaba viviendo en Berlín y agradeciendo al pueblo alemán su reconocimiento y fama después de Auschwitz; y se contradice tan a menudo conjugando sus fobias y sus viajes, su cansancio y la aceptación de los requerimientos.

El Diario de la galera pide una lectura reposada. Sin destino no me interesa. Y el lenguaje -considerado como vehículo entre la realidad interior y la realidad exterior- de Santa Teresa de Jesús, intercalado en estos días calurosos de junio, en estos días febriles, estériles, contradictorios, con el lenguaje (traducido) de Kertész, resulta ventajoso y asombroso. No hay nada como leer en la lengua original.

Nada como escribir en la lengua original, no traicionarse, no volverse oscuro para velar las insuficiencias; decir (decirse) claramente lo que se debe escuchar. Sólo hay un tema y un tema solamente hay que merezca el esfuerzo de seguir escribiendo. Pero se debe advertir que ese tema no será del agrado de los temerosos y los alienados por el sistema, de los ingenuos incapaces de discernir su realidad de la realidad.

Hay una puerta alta y estrecha, y tú ocupas tu lugar en la extensa cola. No envidias a los que te preceden; quisieras ser el último, pero eso no es posible. Un día u otro se abrirá la puerta para ti. El lugar a donde vayas es un enigma; el lugar de donde vienes, un enigma. No se conoce el antes ni el después. Se ve la puerta cuando se llega, y eso es todo.

Salvador Alís.



  







No hay comentarios:

Publicar un comentario