sábado, 12 de marzo de 2016

COPAS DE VINO

COPAS DE VINO

Tengo una colección de copas de vino, la mejor del mundo sin duda.
Algunas están vacías, limpias, jamás fueron usadas,
y brillan altivas y transparentes sin complejos;
otras están llenas o casi llenas,
se desbordan ante el más mínimo soplo o vibración;
algunas semi-llenas, apenas llenas, con sedimentos sólidos
como escamas de sangre seca.
Durante años las he guardado, amontonado, construido con ellas
un castillo de naipes de cristal.
Las más preciosas conservan huellas de labios,
pero en otras cayeron insectos y son tumbas abiertas.
Muchas están rotas, perdieron su integridad, su perfección,
en el trayecto de la mesa a la boca;
algunas están sucias, la resaca impidió que fueran lavadas.
Las hay que contuvieron vino tinto, sus reflejos morados y azules,
vino rosa oscuro y rosa pálido, amarillo de miel y de limón.
Las hay que aún encierran en su interior
las palabras de las tertulias, las voces de las confidencias.
Las hay silenciosas y silbantes,
las que escuchan, las que callan,
las que tintinean como campanas invertidas.
Algunas son de tallo largo y fino como las palmeras,
y otras son robustas como la granada.
Huelen a muchos aromas, aunque pocas veces a los descritos;
saben a besos y a bocados, son dulces, saladas,
agrias y amargas como cualquier suceso en la vida.
Copas masculinas, femeninas, neutras, ambivalentes;
copas ligeras como alas de un pájaro de agua;
copas pesadas y escurridizas como el mercurio;
copas afiladas y copas negras.
En esas copas y con esas copas colecciono también
mis posibles destinos.
Copas llenas de pasados que fueron y no fueron,
de presentes que se evaporan como los alcoholes expuestos al sol,
futuros inciertos, probables, seguros hasta lo indecible.
¿Qué sería yo sin mis copas, sin mis elixires y pociones mágicas?
¿Cómo ser, vivir, escribir o dibujar mi vida única
y todas mis vidas, las proféticas, las vulgares,
las cotidianas, las soñadas,
las vidas que duelen y las que atraen el aplauso, la risa o el olvido?
Voy amontonando copas y surge un castillo de cartas marcadas,
ausentes los oros y los bosques,
escondidas las espadas;
copas sin modificación aparente, la mejor colección del mundo.
Copas de hielo que se deshacen al contacto de las manos.
Copas rebosantes de nieve.
Copas que aparecen al fundirse los glaciares.
Copas en cuyo borde circular viajan las estrellas.
Copas diminutas que comprenden lagos y lagunas, algas de agua dulce,
sus peces, sus anzuelos.
Copas donde nacen llamas, donde se generan fuegos,
donde crecen mandarinas ácidas y tornados.
Y a pesar de todo no estoy satisfecho. La colección es incompleta
-una colección sin duda falsa, un artificio tan verdadero-,
donde falta, donde no está ni se hallará nunca
la última y más deseada pieza: la copa de la inmortalidad.

Salvador Alís.
 

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