"¿Qué debo hacer? Sólo veo oscuridad por todas partes. ¿Creeré que no soy nada?
¿Creeré que soy dios?"
"La curiosidad no es más que vanidad.
Por regla general sólo se quiere saber para hablar de ello,
Por regla general sólo se quiere saber para hablar de ello,
de lo contrario no viajaríamos por mar para no decir nunca nada del viaje
y por el mero placer de ver,
y por el mero placer de ver,
sin esperanza de no poder explayarnos sobre lo que hemos visto."
Pascal (1623 - 1662). Pensamientos. "Papeles clasificados". Pág.: 23 y 43.
Sales de un bar y te diriges a otro bar. Numerosos e incontables los bares, que son bares y al tiempo son símbolos y cosas distintas, según tu costumbre. El ánimo es bueno y te encuentras relajado. Los tragos medidos, no muchos pero selectos.
Junto a la puerta del segundo bar hay un gran escaparate a través del cual ves a un grupo heterogéneo de personas ejecutando extraños bailes. La música debe sonar alta en el interior, afuera no se escucha. Esas personas, ellas mismas o sus movimientos, no te inspiran confianza, por tanto desconfías y decides no entrar.
Doblas una esquina y te enfrentas a una pronunciada cuesta escalonada que baja hacia el mar. Dirías que se trata de la ciudad donde vives, pero en esto no hay seguridad. El paisaje es irreconocible.
No sientes miedo de nada, de nadie, aunque sí cierta inquietud. Quieres escapar, alejarte, ir a otro lugar. Y comienzas a descender, primero caminando pausadamente, sin alteración, y luego corriendo, cada vez más deprisa, sobre los anchos escalones forrados con placas de mármol y azulejos.
Arriba, en la zona de los bares, había mucha gente, un ambiente festivo, y lucía el sol y el cielo se veía tan azul. En la cuesta, sin embargo, estás solo. Casas deshabitadas, locales cerrados, cristales rotos y macetas con plantas marchitas o muertas, a ambos lados de la cuesta.
A ambos lados carteles sucios, imágenes desdibujadas, reclamos y palabras que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer. Publicidad agresiva y tan a menudo falsa: "pájaros vivos se venden", "se curan todo tipo de quemaduras", "desde este locutorio puede usted hablar con dios", "se echan las cartas, se adivina el futuro", "dulces masajes, final feliz".
Tu carrera se hace cada vez más rápida, se acelera vertiginosamente mientras comienza a llover y el suelo se vuelve resbaladizo y peligroso.
La cuesta parece no acabar nunca. Ya has recorrido una gran distancia pero el mar, que es tu meta, sigue igual, como una foto fija, abajo en la lejanía, al fondo de la cuesta.
La lluvia es más intensa a cada instante, una verdadera tormenta que todo lo convierte en gris.
Ahora sientes pánico, no por nada ni por nadie, no por el motivo -sea el que sea- de tu huida, sino por tu propia carrera descontrolada.
Lo que contemplas a tu alrededor pasa a tal velocidad que se vuelve borroso, se mezcla y confunde. Un mendigo y un gato se acurrucan sobre papeles de periódico al abrigo de un portal, hechos un bulto. ¿Quién es el mendigo? ¿Quién es el gato?
Por fin logras detenerte agarrando una barandilla lateral. Y se frena tu caída secamente, abruptamente, lo que parecía imposible. Los zapatos encharcados, mojado de la cabeza a los pies, el corazón latiendo como si la vida te fuera en ello.
Junto a ti descubres una puerta blanca, estrecha y larga, un comercio o un negocio abandonado entre los muchos que bordean la cuesta, y sobre ella un panel horizontal con letras mayúsculas de color rojo: "CERRADO POR VACACIONES".
Hasta aquí el sueño de esta tarde, durante los cortos quince minutos que duró la siesta.
El primer pensamiento, al despertar, fue creer que el texto no era el apropiado. Mejor haber escrito: "CERRADO POR MAL TIEMPO".
Salvador Alís.
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