domingo, 3 de enero de 2016

YO CONTRA MÍ MISMO

YO CONTRA MÍ MISMO

Yo soy yo, eso nadie lo discute. Yo soy simplemente: yo -el que habla,
el que dicta, el que escribe, el que afirma ser yo.
En 1998, en día y mes no concretados, dije que el yo que habla de sí mismo 
no es el mismo yo de quien se habla,
o algo parecido -vaya usted a saber.

Sospecho que una inteligencia artificial intenta sustituirme, intenta adueñarse
de este blog, de sus páginas que se aproximan al blanco
y que nunca -insisto: nunca- serán de un puro blanco, tan puro y tan blanco
que puedan ser escritas por una inteligencia artificial.
Esa inteligencia programada y competidora podría llamarse LECTOR.

Por exceso de confianza y de velocidad,
en la última curva me salí de la carretera, del camino deseado,
y durante quince kilómetros (o quince días) intenté mantener el equilibrio,
no caer, recuperar el suave asfalto negro y deslizarme hacia la ansiada meta
y llegar sin aspavientos, sin que nadie -ni yo mismo- se diera cuenta.

Las ruedas no son círculos perfectos. Las elípticas no son elípticas perfectas.
El aire de esta noche es más cálido de lo que debiera ser.
Volví hace cuatro días al camino,
a la línea recta y trazada para fracasar de nuevo.

Ahora la entidad que me suplanta sabe que la partida va a ser larga,
que nada está resuelto, que nunca hay ni habrá una gran certeza,
que tal vez todo acabe en tablas. ¿Quién habla, quién escribe,
quién dice y se desdice, quién se burla de quién?

Sopla el viento y las estrellas no se ven. El cielo se oscurece por momentos y,
cuando alguien busca en él respuestas a una pregunta
que no ha sido bien formulada, se da la vuelta y se mira a sí mismo,
y el suplantador encuentra en otros su verdad. Por ejemplo:
Teodoro Lavren. "A veces me pongo a escribir
sin saber lo que quiero decir
nada más por ver
lo que me saco de la cabeza
y mirarlo luego
como algo desconocido."

Hace ya más de cien años, la última mirada de mi madre sobre mí
era una clara censura, tan clara, tan blanca y tan pura,
tan indiscutible: era la mirada de la muerte sobre la vida.

No hace mucho, el hijo hablaba a su madre en una vieja fotografía.
Preguntas mal hechas. Respuestas en el borde de una elipse
mal trazada. Ese yo que pregunta y se responde
se dice lo que no quiere oír. Por ejemplo:
Lev Shestov. "¿Cómo se puede vivir sin certeza en el mañana?
¿Cómo se puede pernoctar sin refugio?
El azar te echa para siempre de tu casa
y pasas la noche en el bosque.
No concilias el sueño: temes a la bestia salvaje,
temes a tu propio hermano el vagabundo.
Pero, al fin y al cabo, te entregas al azar,
empiezas a vivir como un vagabundo
e incluso puede que duermas por las noches."

Me costó un año entero decidir el título de mi única novela terminada
-una parodia de K., Las llaves falsas -,
y, sin embargo, poseo una habilidad extraordinaria
para titular poemas -breves o extensos según se aprecien-,
aunque, en lo profundo, estoy convencido de que no soy yo
el que halla los títulos y los hace descender
sobre las ofrendas elevadas,
a duras penas,
a las cimas de los templos del sol y de la luna.

Al que se hace pasar por mí, al que esta noche me niega en mis propósitos,
le gusta el viento y la agitación que inevitablemente produce
en los árboles de los patios y jardines posteriores.
Y le gustaría, sin duda, que yo confesara una debilidad tras otra.
Eso no debe suceder, digo yo, pero él dice sí.
La apuesta está cerrada.

¿Hasta dónde mentir supone usar la mentira en beneficio propio,
ocultarse tras el muro de la energía destructora de ese viento que,
con su fuerza no humana y su libertad, crea y recrea la impostura?
¿Hasta dónde y hasta cuándo mentir?
¿Y por qué no desnudarse y ofrecer así la vida
-sin paravientos- al viento soberano?

Una caravana entera de camellos pasa esta noche por el ojo de esta aguja.
Sangre y saliva facilitan el tránsito. Eso dice el que firmará
este poema cuyo título no me pertenece.

Si el agua es reclamada -en diferentes medidas- por el árbol, el arbusto,
la planta, la semilla, por las flores que ya cayeron y se marchitaron,
la noche -por su parte, y de principio a fin y como el agua-
le da la vida al adepto. Por ejemplo:
Juan Carlos Mestre. "He leído durante toda la noche
el Discurso sobre la dignidad del hombre,
de él se deduce la aritmética del mar
y la Ley bajo la corteza de la encina,
de él se deduce el río de la ciencia y la golondrina de los caldeos,
de él se deduce la inexistencia de la muerte
y la fecundidad de lo discutible."

Lector insaciable, el que usurpa mi oficio y beneficio, dicta sentencias
esperando que yo las acaté. Poco me conoce.
Sus lecturas no son para mí sino un pensamiento
que se piensa a sí mismo rodando en círculos imperfectos,
en trayectorias elípticas que, indiscutiblemente,
acabarán haciendo que -ese pensamiento- colisione consigo mismo.

Si presumes de conocer a tus amigos, ¿qué dirás de tus enemigos?
Al que pregunta por sí mismo, decirle que su nombre
es insignificante. No preocupa lo que no se ama ni se teme.

La banda sonora es también puro capricho. A veces con ella se dice
todo lo que se piensa y se siente, y más aún,
premeditada y calculada al milímetro. Y a veces, no.

Última copa de vino -por suerte entera y llena hasta su mitad-,
ultima canción y último vestigio de la noche que se retrae ante el amanecer.
Inevitable no brindar con mi oponente. Por ejemplo:
Luigi Coevo. "Sólo el vino es igual a sí mismo,
sólo el vino me conoce,
sólo el vino me descubre el camino recto de mi laberinto,
sólo el vino me dice lo que le digo,
sólo el vino me envuelve, me cuida y me arropa.
Por donde vino voy, dulce vereda."

 
LECTOR 







  




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