miércoles, 6 de enero de 2016

PARANOIA, LOCURA Y POESÍA

PARANOIA, LOCURA Y POESÍA

paranoia

Como tantas otras noches, esta noche (a las 00:00) he salido al balcón para saborear bajo las estrellas frías una copa de buen vino, un agiorgitiko de gaia-wines de la región de Nemea. Y en lugar del gato negro de costumbre, bajo el balcón he visto a un blanco y a un negro (humanos) con la vista dirigida hacia mi balcón. Por aquello de no mirar directamente a los ojos, he fingido que no les veía, y les he mostrado -alzando mi copa riedel de 28 centímetros- mi indiferencia. Luego de un par de minutos se han alejado doblando la esquina. Entonces la paranoia se ha presentado, sin perdir permiso, y ha tomado el control de mis sospechas. ¿Y si fueran dos asesinos contratados para matarme esta noche? ¿Dos ladrones buscando su oportunidad? ¿Dos oportunistas dispuestos a todo? Me he retirado del balcón, he apagado algunas luces -no todas-, he observado por la mirilla si la luz de la escalera se encendía y, de nuevo, he salido al balcón. Después de unos instantes, sosteniendo todavía en mi mano izquierda la copa (que curiosamente no temblaba), he visto que regresaban doblando otra vez la esquina y se instalaban, apoyados sobre un coche negro, bajo el balcón. Un calor extraño, una extraña alarma se ha encendido en mi cabeza. Y he tomado varias decisiones a toda prisa: dos vueltas a la cerradura de seguridad que casi nunca se utiliza, y he ido a buscar el hacha de mi abuelo (la del mango de un metro y medio kilo de hierro) y la he colocado sobre la mesa del comedor y, junto a la puerta, sobre una estantería -al alcance de la mano-, el cuchillo más grande y afilado de la cocina. Si intentan forzar la puerta -me he dicho-, si rompen los delgados paneles de madera para intentar abrirla desde dentro, antes les corto la mano de un hachazo. Y si lograran entrar, acabo con ellos con un simple arco en dos movimientos de cuchillo, sin pensarlo mucho y sólo por instinto. Por si acaso, he metido en mis bolsillos la cartera y las llaves, el Tisott en la muñeca, el móvil preparado para marcar 091, y me he asegurado de que la linterna poderosa también estuviera en su sitio. Durante media hora los he espiado desde la mirilla y junto al balcón abierto. La luz de la escalera se ha encendido tres minutos, uno de los perros de la finca ha ladrado medio minuto, sus voces y sus risas en la calle (bajo el balcón) han durado un poco más. El calor de la paranoia no cesaba de aumentar, latidos del corazón acelerados, rubor en las mejillas. Incluso me he cambiado las cómodas zapatillas de estar en casa por unas deportivas negras en las que confiar. Una hora más tarde, la supuesta amenaza ha claudicado. El negro y el blanco, sus trayectorias y miradas, se han disuelto en la noche. Por suerte aún queda vino en la botella.

locura

Se toma una decisión, acertada o no ya se verá, y sale uno de casa (a las 02:00) con la intención de dar una vuelta a la manzana; sólo así se puede vencer el miedo, con el parche negro sobre el ojo izquierdo para indicar al loco que uno está incluso más loco que él, que no se teme a la muerte ni a la noche ni al viento. Y por precaución, por si el parche fallara en su cometido, se suma una navaja en el bolsillo trasero derecho del pantalón, los dedos ágiles, la cazadora de cuero. A mitad del paseo, a través de los cristales de un salón de juegos, el blanco y el negro son localizados; se apoyan en la barra y conversan con el camarero rumano. Entonces uno pide que le abran la puerta cerrada y se sitúa a su lado, pide una copa de vino barato y -ahora sí- les mira con su único ojo a sus cuatro ojos, y son ellos los que apartan la mirada. Es tan fácil y tan gratificante. El parche como amuleto intimidante y la navaja como seguro. De regreso a casa, sin haber necesitado vigilar la espalda, se abre por cualquier página el libro de Andrew Crowcroft titulado La locura: "Hay que tener mucho cuidado al generalizar sobre la naturaleza humana. Al discutir las formas más comunes de la locura, tenemos que referirnos a nuestra propia sociedad, que es, ella misma, una sociedad polifacética. Debemos tener conciencia de este hecho, aun cuando sepamos que la locura tiene también una faceta de valor absoluto, relacionada con una forma universal. Parte de nuestro temor a la locura, creo yo, está vinculada con nuestros temores a la violencia y a la muerte, a nuestros problemas internos de depresión y ansiedad persecutoria. Con guerras mundiales y campos de concentración como historia reciente, y con la violencia que se impone en el presente, ¿por qué habríamos de creer que el hombre irracional pudiera mejorar?" Esto fue escrito en 1967, hace ya casi cuarenta años. El incremento de los factores (y su complejidad en el cambio) queda fuera de toda discusión. Desde nuestra perspectiva ante el mundo actual y la tremenda incompetencia que nos dirige, ¿qué otro recurso nos queda sino la fusión del delirio y la ironía?

poesía

De la llamada Séptima carta de Platón (en primer lugar) y de algún texto indeterminado de Homero (en segundo lugar), Giorgio Colli, en su obra El nacimiento de la filosofía, cita los siguientes fragmentos: "Ningún hombre sensato osará confiar sus pensamientos filosóficos a los discursos y, menos aún, a discursos inmóviles, como es el caso de los escritos con letras." Y "Por eso precisamente, cualquier persona seria se guarda de escribir sobre cosas serias para exponerlas a la malevolencia y a la incomprensión de los hombres." En una palabra -subraya Colli-, después de lo que hemos dicho, cuando veamos obras escritas de alguien, ya sean las leyes de un legislador o escritos de otro género, debemos sacar la conclusión de que esas cosas escritas no eran para el autor la cosa más seria, si éste es verdaderamente serio, y que esas cosas más serias reposan en su parte más bella, pero, si verdaderamente éste pone por escrito lo que es fruto de sus reflexiones, en este caso "es cierto que" no los dioses, sino los mortales "le han quitado el juicio". A destacar que, en el primer capítulo del libro citado, Colli acaba afirmando que "La locura es la matriz de la sabiduría." Yo vuelvo a insistir en lo que dije: el que habla por mí debe ser un loco, pone en mi boca sus palabras y teclea en mi teclado sus ideas. A menudo intenta ridiculizarme con banalidades y cursilerías. ¡Allá él! En muchos aeropuertos ya están instalando máquinas expendedoras para vender auriculares, discos duros, memorias externas, cámaras de fotos, cargadores, cables, tablets, móviles... y hasta drones. Esa es la poesía del futuro, es decir la del presente. Pero eso no impide que una mente libre (o que defiende su libertad amenazada) piense lo que pienso y escriba lo que escribo.

(coda)

Volveré a confiar en el hombre -racional o irracional es lo de menos- cuando algún ingeniero invente una máquina expendedora donde puedan comprarse sueños, cajas vacías, botellas de viento, poemas escritos al instante por la propia máquina, pájaros vivos, notas musicales que no existen, monedas esféricas, huellas dactilares alternativas, pastillas de vino sólido y simples tablillas de Kish que digan, por ejemplo, que las palabras son como el aire, que a nadie pertenecen y que todos las respiramos.

LECTOR 



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