FECUNDIDAD
Y de repente, en mitad de un campo helado, surge un brote y se abre una flor (de cristal) que no teme ser arrancada puesto que nadie vive en las cercanías, nadie a menos de mil kilómetros (donde las flores son de verdad y de colores, y huelen y palpitan y son polinizadas por laboriosas abejas). Una perfecta flor de cristal sería por definición transparente y no vulnerable, es decir no quebradiza; y duraría lo que dura el cero absoluto, el límite que la crea y hace posible su existencia. El cero absoluto es aquí una licencia poética: -273,15 º C., temperatura inalcanzable y sólo teórica. En ese límite no hay insectos que puedan volar usando sus delicadas alas invisibles, no hay aves que puedan ni siquiera planear gracias a su reserva de energía residual, no hay murciélagos de alas oscuras, no hay mariposas que no queden suspendidas en el aire, no hay caminos donde andar, ni ríos que navegar, ni movimiento alguno en las aguas ni en los cielos. Si un viajero por casualidad se hallara en este campo helado, próximo al lugar donde surge el brote y se abre la flor, la flor no se abriría. ¡Quién, como el pájaro mañanero, pudiera atravesar las nubes y cortar con sus plumas de cuchillo, una vez y otra vez, esa mantequilla de acero! A veces soy yo y a veces no soy yo. Y el uno y el otro, frente a frente, se atraen y se repelen sin que el abrazo pueda ser determinado.
Hoy ha sido un día fecundo. Hoy he tenido suerte. A las doce en punto de la mañana me he cruzado en la calle con el gato negro que veo cada noche deambular bajo los coches aparcados bajo mi balcón. No se ha detenido cuando lo llamaba, desconfiado y asustadizo, y cojeaba levemente pues una de sus cuatro patas (a tu semejanza) estaba herida. Un deseo antiguo pero no olvidado ha brotado (como la flor) sobre la mesa entre plato y plato. Mi hija me ha propuesto ser mi hija. Dos vinos blancos y singulares serán recordados en relación a este día, dos verdejos diferentes (Malcorta y Tomás Postigo); buenas conversaciones; un paseo estimulante; Amy Winehouse en la sobremesa; una pizca de poesía; un espejo de pie lleno de polvo donde el tiempo oculta tus imperfecciones. Ha habido otros regalos, alguno tan precioso como el libro Cats Galore, de Susan Herbert, pero los regalos (en general) me tensan los nervios como cuerdas sobreactuadas de una guitarra vieja. Sin embargo, su propuesta ha sonado con la dulzura del violín más afinado. Y por eso ha sido el mejor regalo. Por eso he tenido que desaparecer un instante para comprobar en otro espejo que una lágrima con vida propia saltaba del cristal hasta mis ojos, indecisa por tener que elegir desde qué párpado caer a qué mejilla. ¡Quién, como el pájaro nocturno, pudiera hacer su nido y hallar reposo en un árbol de mil años, inconmovible y eterno! A veces soy yo y a veces no soy yo. Complicada la situación y más complicado el verso. Alguien me desplaza, pone su mano (que es mi propia mano) sobre mi boca y quiere hablar por mí. No es mi sombra (aunque podría serlo), y no estoy seguro de sus intenciones.
Fecundidad es todo lo que se nombra y aparece: la flor en el campo helado, la sonrisa en la cara del gato, los diseños de una etiqueta para una botella de vino, la crueldad de los leones, la Malvasía de Madeira y el Peraj Ha´Abib, un día de compras compartido por madre e hija, León Trotsky y los campos de refugiados, los vendedores de globos sujetando enormes nubes de globos multicolores, los escaparates de los sueños y la estrategia (la invención de una historia "verídica") para ser el padre de mi hija -también sobre el papel. Se atribuye a un eunuco chino llamado Cai Lun la fabricación de la primera hoja de verdadero papel, posiblemente a partir del arroz o la seda. Desde entonces han transcurrido dos milenios. Todo requiere un plazo para ser cumplido o cumplirse. La paciencia, así, obtiene satisfacción. Y en mitad de un campo helado, de repente, brota una aparente flor de frágil cristal cuyos pétalos, en realidad, bien podrían ser de arroz o de seda. ¡Quién, como el pájaro del invierno, pudiera llegar con su vuelo hasta el idílico bosque de su infancia, donde uno y uno mismo no fueran extraños y su canto, un solo canto! Mi hija me propone ser lo que ya es. En esa significativa diferencia: el sentido de nuestras vidas.
LECTOR
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